En la barra me contó: “Una gota de miel ablanda más el corazón que un golpe al hierro candente en el yunque del herrero. Cuando los gallos llamaban el día y los pájaros se desperezaban para bañarse en los primeros rayos de sol a pesar de que había pensado: yegua coja no gana carreras y de que le hubiera dicho: no te queda nada porque ya lo has dado todo, me levanté como naufrago en ribera sacudiéndome aún los escalofríos del encuentro. Al despedirla le dije: Volveré para seguir buscando contigo el claro del bosque y allí lloraremos hasta que nuestras lagrimas lo desborden, las olas engullan nuestro tormento y el placer nos zarandee. Volví y me dijo: Hasta los más duros termináis como barquitos más indefensos que las alas de mariposa muerta y zozobrando, y os vais como nómadas por las calles vacías parpadeando como las luces averiadas. Esta vez me fui sin decirle nada pensando: Me está modelando a su antojo como en sueños modelamos figuras con el mármol de las nubes”. Se calló y yo le pregunté: ¿A quién temes, a ella o a ti mismo? Me espetó: ¿Tú qué crees?, y se fue.