Castigo enorme era para el muerto y dolor insuperable es para los vivos no enterrar a los suyos. Escribió Esquilo: “Se aprobó arrojar fuera el cadáver, sin darle sepultura, para pasto de los perros” (Las siete contas Tebas). Cuando Ulises bajó al Hades, se le presentó el alma de Elpedor, y le pidió: “haz memoria de mí, te lo ruego, no me dejes allí en soledad sin sepultura y sin llanto” (Odisea, XI, 71-2). Príamo, se humillo para rogar a Aquiles que le entregase el cadáver de su hijo Héctor quien había matado a Patroclo, íntimo amigo de aquel para darle digna sepultura (Ilíada, XXIV). Eneas, en el Hades, pregunta a la virgen su guía: por qué Caronte no los pasa a esa multitud a la otra orilla. “Toda esa muchedumbre que ves es una pobre gente sin sepultura” (Eneida, VI, 325-26). En Galicia, hay muchos que vuelven del más allá a pedir a alguien, familiar o amigo, que arregle lo qué él en vida hizo mal o no hizo, para poder reposar en el otro mundo. Es tradición antigua que dura hasta nuestros días, buscar a los muertos para dar cumplimiento a una de las obras de misericordia: enterrar a los muertos.