En Loureses, la noche vieja después de cenar, los mozos sacaban de los patios los carros para atrancar los caminos, colgaban en los árboles cercanos al poblado sillas y bancos que sacaban de las cocinas, abrían las puertas de los patios y de las cuadras a los burros que pasaban la noche trotando pueblo arriba pueblo abajo, en los centenares y podían terminar hospedándose en el cementerio. Por la mañana a la salida de misa, la gente comentaba y discutía cuál había sido la trastada más ingeniosa y la ocurrencia de más talento y difícil elaboración. “Eran días llenos de acontecimientos, anécdotas que recordamos aún hoy después de pasado ya mucho tiempo. No había televisión ni siquiera radio, ni se comían uvas ni se escuchaban las campanadas. Actuábamos todos, no había espectadores”, decían esta mañana en el bar los obreros tomando el primer café. Al despedirse, todos se desearon: ¡Feliz año nuevo!