Mientras los otros iban a misa vestidos de “de cualquier manera”, él vestía pantalón planchado a raya; mientras los otros llegaban con barba de tres o cuatro días y sin acicalar, él lucía un cutis reluciente a piedra lumbre; mientras los otros hablaban de cualquier manera y hasta soltaban blasfemaban: metalenguaje sin contenido teológico, él hablaba con el aplomo de alguien que sabe que no sabe quién puede estar escuchando. Cuando tenía con que pagar, tomaba e invitaba con la misma naturalidad que aceptaba la invitación cuando no tenía ni blanca. Cuando alguien, bien pocas veces, ser dirigía a él con ironía haciendo alusión a su manera de ser y de ver el mundo, no se daba por aludido. Sonreía y el hablador tenía que tragarse sus propias palabras porque los presentes tampoco le reían la gracia. Lo realmente importante no era lo que decía, casi no decía nada, sino su manera de ser y de estar.