A estas horas de esta lluviosa tarde de otoño, cuando los últimos pájaros del otoño no saben en donde refugiarse, cuando los vivos están más lejos que los muertos, cuando cada cosa parece quedarse sola como las campanadas que desde el valle arañaban la falda del Cebreiro buscando a los muertos, cuando el viento, imitando los lamentos de los perros, sombras de palabras, que anuncian muerte, aúlla enzarzado en la melena de las campanas y roe los tejados y el corazón está encerrado detrás de viejos muros, entonces los recuerdos, ardiendo en la hoguera que encendió la luna, derrotan el día. A veces la niebla invade de tal manera las rendijas del tiempo que parece el Genio del tiempo sentado a la puerta de casa a esperar que esto pase. “Casi todos estamos preparados para casi todo lo que pueda pasar, pero casi nadie lo está para que no pase nada”, me dijo al oído y se fue.