La tradición es el conjunto de saberes, creencias y modos de hacer que se transmiten y se mantienen de generación en generación. En un sentido más estricto, es aquella parte de la cultura que se trasmite, se perpetua y se legítima por su ancestral sacralidad. En términos teológicos, es la trasmisión total y viva de la verdad de la Iglesia.

La tradición hace parte de la cultura y la cultura cambia, está sometida y sufre crisis, por ser la historicidad una de sus características. La crisis de la tradición, en cuanto fuente de doctrina de la Iglesia, no pone en cuestión sus principios originales: la fe y su fundación divina.

El modo y manera de trasmisión, el lenguaje y todos los elementos humanos de trasmisión son fruto de un momento. Así como pasa el tiempo también pasan sus maneras y entran en crisis como todo lo humano.

Cuando la tradición olvida que es historia, cuando se envuelve en un traje inmutable, cuando se cosifica y se anquilosa, corre el riesgo de ocultar, asfixiar y ahogar lo que dice guardar, custodiar y trasmitir, y de convertirse en puro folklore, olvidando o alejándose de la dirección original, de la esencia. Para que se mantenga viva hay que descomponerla y despojarla de su rigidez. Todo lo que no es originario puede cambiar.

La Iglesia busca intensificar la relación del hombre con Dios en Cristo que es Acontecimiento, el acontecimiento para el creyente, que acontece constantemente con un lenguaje y con unos ropajes nuevos. El Sínodo que está teniendo lugar en Roma es fruto y exigencia de la historicidad de la tradición y, al mismo tiempo, puede y debe contribuir a un retorno al principio originario, Cristo.