Durante la noche, los alaridos de los gatos, infieles como una sonrisa, arrastrándose por los tejados confunden y ahogan el sueño. Los suspiros de la gente, ánimos errantes, oscilan en el aire como copos de nieve que hilan el aire. La charla sorda y sobria de las vacas, tímidas figuras entre abedules, devora la tarde. Un toro, imperioso e indiferente a la presencia del viajero, rechina los dientes, constelación de estrellas, oliendo los humeantes orines de una hembra. Una manada de perros, que se comunican entre ellos con ronquidos que brotan a borbollones de la chimenea de sus gargantas, sigue a una perra en celo que escapa de todos. Alla, en O Cebreiro, se adivinan los bichos plantados en la nieve como tocones y de allá abajo llegan los rumores del Eiroá. La gente sentada al lado de las cristaleras que alargan las llamas de la chimenea mira el alma de la luz, al otro lado, y escucha la voz inviolable del silencio.