“Hace tres años hemos ido nosotros a la ciudad a pasar las Navidades con los hijos y los nietos. Al día siguiente hicimos, en la torre de uno de ellos, una comida a la que invitamos a otros del pueblo. ¿Qué tal quedaban todos por allá?, preguntaron. ¡Bueno!, respondimos. Mejor, comentaron. Habíamos llevado nabizas, un lacón, un pollo, un roscón, todo de casa. Durante la comida, las mayores hablamos de cosas del pueblo. Los que fuimos les explicamos quienes se iban a casar, los pocos niños que había en la escuela, de los muchos que cobran por viejos, a que familia pertenecían los últimos muertos, de los que se iban a morir. Los jóvenes que ya habían nacido en la ciudad hablaron de los conciertos, de los estudios, de viajes, de coches y de cambio de trabajo porque `el que tengo no me gusta´. Cómo han cambiado los tiempos! Este año, ni hemos ido nosotros ni han venido ellos. Este maldito bicho nos está devolviendo a tiempos pasados”. Esto contaba hoy en el bar un hombre de 90 años