Como harapos helados por la lluvia, como estrellas posadas en el agua, pasan la noche esperando el crepúsculo que, a la llamada de los primeros gallos, llega tachonado de figuras raras, fragmentos de nubes se deslizan y cabriolan por el fango del cielo. Rafas de sol llegan, como el apacible y humilde rocío, como perros sin collar, vagabundo y buscón, husmeando en la basura, como caminantes cansados y sedientos a la busca del frescor de un cenobio, lago de sueños. El campanario de la iglesia como los cuernos, quebrados arcoíris, cimas de exilio, de una vaca gigante, nadan como aves acuáticas sobre un mar de niebla que escucha los gritos del cementerio, abismo mudo. Los sueños, remolinos de andrajos, tramas de telaraña, son la busca de llamas que agiten el pantano del alma arrojada a las llamas del olvido.