No son lo que parecen

La señora de rostro enrojecido de varias millas cuadradas, ojuelos en las mejillas, senos apiñados en el cuello amparados con puntillas como torrecillas de una fortificación y unos ojos que iluminaban todo su rostro y delataban un fuerte carácter estaba un poco decepcionada, como tantos veraneantes, por no haber encontrado lo que venía buscando. Algunos veraneantes salen muy temprano con la esperanza de encontrarse con lecheras con sus cántaros a la cabeza, con recuas de burros cargados de nabos, con caballos enjaezados y cubiertos con telliz a trote a golpe de fusta tirando de carruajes antiguos cargados de niños y con pastores que guiaran sus rebaños a los pastos acompañados del sonar de sus campanillas.  Al verla entrar, de repente, todos olvidamos la confusa y agitada tertulia y quedamos expectantes sumidos en un absoluto silencio. Uno de los contertulios tan delgado que la luz de las estrellas lo hace trasparente le dijo: Si al atardecer disfruta de tiempo libre, asómese al Castelo y verá salir de las aguas de la Laguna de Antela una nube como de mosquitos que no son tales sino soldados del Rey Arturo.

Volver arriba