El dogma de la Inmaculada Concepción, “la Virgen en el primer instante de su concepción fue preservada de toda mancha de pecado original”, fue proclamado en 1854 por Pio IX. La fe dócil de la Virgen es pura gracia divina, ella franqueó a Jesús la entrada en nuestra carne. La maternidad divina de María es el acontecimiento por antonomasia de la historia de la salvación. María actúa en nombre de toda la humanidad al mismo tiempo que es un acto personal de su fe. La respuesta de María abre la puerta del mundo a la definitiva venida del Redentor al mundo en carne humana, con él no entra Dios en el tiempo, sino que el tiempo entra en la divinidad. En María se realiza el acto de la redención de manera perfecta, el prototipo de la criatura redimida. “Si no eres creyente todo esto no pasará de ser un mito religioso, una leyenda, un cuento como tantos otros. Que Jesús haya sido hijo único, que haya tenido hermanos no me quitan el sueño. Lo que realmente me regocija es que María es la madre de Jesús”, me dijo.