El padre del joven muerto estaba allí y hablaba con la otra gente de las cosas de la vida cotidiana. Alguien recién llegado decidido a pasar sus últimos años en donde dio sus primeros pasos se extrañaba de cosas que estaban pasando. “Estás a sesenta años de aquel mundo que te vio y que viste al llegar, le dijo alguien. En esos años hay muchas cosas y mucha gente que ha ido desapareciendo casi tan de prisa como se pasa una bocanada de viento. El muerto está solo y se quedará solo, pero somos nosotros quienes sentimos su soledad por eso importa que nos acompañemos. Al regresar del entierro, la negra mole del Cebreiro, lo ocultaba como un muro detrás del cual solo existe la noche, y lo tragaba como un barranco sin fondo. “Tenía cosas que no me gustaban, pero son cosas que dos que se aman no pueden vivir sin ellas”, confesó el padre tomando una cerveza en memoria de su hijo.