Con la luna guiñando un ojo en las esquinas, la rumorosa noche preludia la incierta mañana. El chispear de las farolas musita conjuros lunares y murmura los secretos de las alcobas. Desde primera hora, las calles rumorean pasos y las columnas de humo ascienden al cielo entre las ramas desnudas del nogal. La niebla frota el hocico contra las ventanas y mete la lengua en los recovecos de la montaña. En frente a la chimenea entre los retales que han tejido el día, vienen los recuerdos, restos quemados de un día con niebla como sonrisas sin destino preciso, se diluye el fondo de la memoria que vomita un montón de cosas retorcidas, y se instala una leve sensación de incomodidad.