Pobres jueces que, como un espeso tropel de moscas sin rumbo se posan al tun tun sobre una gota de rica miel, actúan bajo el peso de la ofuscación y del odio de clase, y condenan sin pruebas, basándose solamente en la palabra de un policía contra la del condenado, y por un delito que tal vez pueda haber prescrito porque lo habría cometido siendo aún un niño sin ningún tipo de responsabilidad política. Es edificante ver como tanta gente de buen corazón, jugándose el prestigio, la carrera y las habichuelas, aunque buena parte de ella sin ninguna formación jurídica, se lanzan al ruedo a defender a defender al injustamente ajusticiado.