Una vida de Pasión: Florencio Roselló, arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela El fraile que quiere seguir lavando los pies

Roselló lleva casi año y medio de licencia carcelaria, pero la cárcel nunca saldrá de él, porque el lavatorio de pies de cada Jueves Santo -que durante tantos años ha hecho en las prisiones- es la imagen que escenifica lo que este mercedario quiere de la Iglesia: que ponga su mirada y sus manos en todos aquellos a los que la sociedad mira mal, a los que castiga con su indiferencia, con su desasistencia, con su frialdad…
Suena tópico, pero en el corto espacio de tiempo que abarca su ministerio como cabeza de la Iglesia en navarra, este turolense de 63 años le ha dado la vuelta todo lo que a un calcetín eclesiástico como éste puede dársele en un plazo tan ajustado y en una plaza tan emblemática como la de esa comunidad
No es Florencio Roselló de los que, con la mano en el arado, miran hacia atrás. Lo que no significa que olvide todo lo que ya no es. Ahora es, desde hace apenas año y medio, arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela y no quiere ni puede olvidar al fraile mercedario que hizo de la cárcel su medio ambiente para colar esperanza entre las rejas.
Por eso, aunque no lo publicite, los presos, sus familias o quienes llevan sus condenas por dentro, acuden a él, lo llaman o visitan, y él lo agradece en lo más profundo. Dice que le ayuda a que la mitra no se le suba a la cabeza. No parece que ese vaya a ser el caso de momento.
Suena tópico, pero en el corto espacio de tiempo que abarca su ministerio como cabeza de la Iglesia en navarra, este turolense de 63 años le ha dado la vuelta todo lo que a un calcetín eclesiástico como éste puede dársele en un plazo tan ajustado y en una plaza tan emblemática como la de esa comunidad.

El acento pastoral es muy otro -y no sólo porque este hombre se esté familiarizando con el euskera, que sus esfuerzos semanales le cuesta-, sino porque no le ha costado nada acompasarse al pontificado de Francisco. Él ya olía al modelo de pastor que enarboló el Papa antes de que el cardenal de Buenos Aires fuese elegido como sucesor de Pedro, y no entiende el evangelio si no es desde una sonrisa, lo que no quita para que pueda estar empapada en vinagre, como la esponja de Estefatón.
Hizo suyo el dolor de las víctimas de abusos antes de que ellas se presentaran al nuevo arzobispo. Reparación total. No sólo moral. Dio, además, el paso para entrar en la Comisión creada por el Gobierno de Navarra, cuando podía haberse quedado de perfil, y se comprometió asumir los compromisos correspondientes. No era una mera declaración de cara a la galería. Es una decisión firme.
Cree (y practica) la escucha y el diálogo
Como también firme en su apuesta por la renovación y su creencia en la escucha y el diálogo como forma de entendimiento entre la Iglesia y la sociedad, una Iglesia que sueña comprometida con todos, pero con los pobres en el centro, que sepa aceptar la diversidad y acogerla sin juzgar.

Una Iglesia donde los laicos cada vez pinten más y para, intentar hacer efectivo aquello de que ha llegado la hora de los laicos, ha nombrado a 14 (de un total de 15 nombramientos) de una tacada, para que cada cual asuma su corresponsabilidad, porque es sabido que muchas veces es más fácil despejar los balones.
Roselló lleva casi año y medio de licencia carcelaria, pero la cárcel nunca saldrá de él, porque el lavatorio de pies de cada Jueves Santo -que durante tantos años ha hecho en las prisiones- es la imagen que escenifica lo que este mercedario quiere de la Iglesia: que ponga su mirada y sus manos en todos aquellos a los que la sociedad mira mal, a los que castiga con su indiferencia, con su desasistencia, con su frialdad…

Una Iglesia, en definitiva, que es servicio. Tiene Roselló, el capellán de cárcel que pasó por voluntad expresa de Francisco a arzobispo sin estadías intermedias -y que incluso aceptó ponerse el pañuelico rojo de los sanfermines cuando lo visitó el año pasado junto con sus seminaristas-, muy fresco un lema que utilizó en el retiro de Cuaresma con los sacerdotes el año pasado: “Una iglesia que no sirve, no sirve para nada”. La frase es de Jacques Gaillot, el ‘obispo sin papeles’. Y, lo mismo que las llamadas de los presos, piensa a veces en ella para detenerse y chequearse si la está cumpliendo.