Tutorial Saduceo de Política Elemental

Comencemos con una lamentación: Cuando la política pone de moda la fe sucede todo lo contrario a cuando la fe hace tomarse en serio la política.
El poder gusta, atrae, seduce. Todos hemos visto – unos más, unos menos - a alguna prometedora figura política convertirse en un su más desfigurada y tenebrosa versión por la sed de poder. El poder da acceso a prácticamente todo, y nutre la codicia con algo más que cosas: con vidas de personas de las que se dispone como si fueran fichas en un juego, se ponen, se quitan, se eliminan, se desplazan, se niegan, sin que haya más explicación que una interminable hilera de argumentos que solo sostienen la necesidad de mantener el poder.

En los mundos injustos (los hay) suelen aparecer dos tipos de personas, cada grupo con sus múltiples variantes: Los que quieren que todo cambie y los que quieren que nada cambie. Eso depende de hacia dónde apunten las consecuencias de la injusticia. Quienes en la ecuación resultan quedar al lado de los beneficios entienden que el mundo debe ser así, que así ha sido siempre y que quien se atreva a intentar cambiarlo sea anatema. Quienes resultan del otro lado, en el que el pan apenas se puede untar de cebolla, entienden que el mundo no debe seguir siendo así, que nunca ha debido serlo y que sostenerlo es una infamia y una atrocidad.

A la Fe le preocupan los resultados, claro, pero sobre todo las causas. El sentido que la espiritualidad le aporta a la realidad no es un paliativo, ni mucho menos un espejismo sobre lo mucho que ayuda rezar a soportar lo insoportable, en absoluto. La fe, al menos en la tradición judeocristiana, ha sido un detonante de transformación tanto del corazón de las personas como de las estructuras en las que viven, en el que desde la raíz de la que surge la codicia ocurre una opción por el otro, por darse, donarse, con un paulatino pero certero proceso de autenticidad, de vínculo y de solidaridad en la comunidad que cada uno habita y que cada uno es. Incluso, tantas personas en el planeta que no profesan una religión particular, pero hacen el camino de aquellas transformaciones, le dan forma a ese mundo nuevo que los cristianos llamamos el reino de dios.

La religión oficial, esa fe convertida en producto y marca, desde tiempos remotos ha padecido que muchos de sus representantes tengan la misma fascinación por el poder. Lo normal en la historia de la humanidad ha sido ver a los consagrados de la religión cerca de los tronos y de las cortes, cuando no ocupando esos lugares. Muchos religiosos sufren de un síndrome de adicción por el estado actual de las cosas, que los lleva a calcar muchas veces ese estado en sus propias estructuras de espiritualidad. Su lema: “Siempre se ha hecho así”. Por fortuna, en el cristianismo, ahí están la vida y el mensaje de Jesús para recordarnos que en su comunidad el único poder es el servicio y el único cargo a aspirar es el de ponerse de último.

Los Saduceos eran los religiosos que tenían el poder en tiempos de Jesús. Como cualquiera podría suponer, no tenían mayores problemas con el imperio y estaban más que agradecidos con Roma por todo el bien que le había hecho al pueblo de dios, ya que los mayores beneficios les habían tocado exclusivamente a ellos. Con todo y las luchas internas que cualquier corte acostumbra tener, los saduceos estaban bastante cómodos con la porción que les había llegado a las manos, y que les permitía entre otras cosas, controlar el centro de toda la espiritualidad: el Templo (Nota: Jesús despreció lo que sucedía en el templo). Por eso es normal verlos en la historia de aquellos tiempos como defensores del aquí y del ahora, tal como se pueden ver aquí y ahora. Convenientes como todos los ambiciosos, promulgaban una versión de la teología de la prosperidad que muy bien aprendida tienen algunos sacerdotes católicos y pastores protestantes en la muy injusta América Latina. Ni creían ni necesitaban creer en la resurrección, pues el paraíso les aparecía con frecuencia delante de los ojos al ser el centro del poder religioso, político y económico de Israel. Como es de suponerse, creían que la fortuna o la pobreza dependían exclusivamente del comportamiento individual. Y por supuesto, eran expertos en tejer alianzas y acomodar posturas con los procuradores romanos y su círculo. Me pregunto por qué razón la pacífica revolución de valores promovida por Jesús en favor de los pobres y los excluidos no les gustó para nada.

Estas podrían ser algunas de las pautas básicas para ser un saduceo políticamente coherente:

1. Los mandamientos son para cumplirlos, sí, pero sobre todo son para destruir moralmente a cualquier persona con la mínima intención de cambiar las cosas.

2. La verdad es solo absoluta como concepto teológico, en realidad lo que importa son las versiones que permitan que permanezcamos en donde estamos. Somos relativistas debajo de la mesa pero por encima defendemos absolutos.

3. Los gobernantes nos necesitan cerca de ellos, somos su faro, su ancla moral, eso nos implica el sacrificio de hacer parte de sus círculos sociales, y ofrecer holocaustos en su nombre, nada grave.

4. Debemos vivir de tal manera que se vea lo bueno que es hacer caso a quien gobierna. Las cosas más finas y exclusivas para dios y para sus representantes, eso motiva a los pobres.

5. La religión es demasiado amplia, no podemos pedirle a ningún gobernante que la cumpla toda, así que elegimos una causa apasionadamente para que la defienda y olvidamos todas las demás.

6. Crucificar a cualquier profeta que aliente un cambio, especialmente aquellos que le muestran a los sencillos que nacieron para vivir como hijos del creador. Nada más peligroso que un grupo de seres humanos armados únicamente con su dignidad.
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