El Papa ha abierto con la Obra "un proceso" que parece ya sabe perfectamente cómo va a acabar Francisco o cómo deconstruir al Opus Dei a base de indirectas
En solo un año, Francisco ha cortado las alas a una institución que se sabía poco ordinaria en lo ordinario partiendo de lo extraordinario de su historia, su creación y su ascendiente en el poder eclesiástico y político. Y los sucesores del santo aragonés se están dando perfecta cuenta de la deconstrucción a que la está sometiendo un Papa jesuita utilizando prácticamente las mismas piezas del ‘lego’ canónico con el que el Opus ha llegado a donde está
Francisco ha abierto con el Opus Dei "un proceso" que parece ya sabe perfectamente cómo va a acabar. Un año después de aplicarle una severa cura de humildad con el motu proprio Ad charisma tuendum, dejándolo sin posibilidad de que su prelado sea ordenado obispo, sacando por tanto su control del Dicasterio para los Obispos y trasvasándolo al del Clero, acaba de reducirla a categoría de simple tropa clerical con otra carta que solo deja pendiente de resolver la situación de los laicos en su seno, la verdadera infantería, con más de 90.000 miembros de los 93.000 con los que cuenta la intuición carismática de Josemaría Escrivá de Balaguer.
Así pues, lo ayer publicado, en donde Francisco modifica algunos artículos relativos a las prelaturas personales (sólo existe una, la Obra) vale fundamentalmente para los 1.800 sacerdotes pertenecientes a la Obra, a la espera de la aprobación de los nuevos estatutos que se ha visto obligada a adecuar tras su congreso extraordinario de abril de este mismo, siempre en virtud -justifica el Papa- de la nueva constitución apostólica Praedicate Evangelium, que entró en vigor en junio del pasado año, y el papel en ellos reservado a los laicos. Unos estatutos que ya están en el Dicasterio para el Clero, encargado de su supervisión pero que -como se ha subrayado en varias ocasiones- habrán de ser aprobados personalmente por el Pontífice. Sólo suya es la última palabra sobre el ser o no ser en esta trascendental cuestión.
En solo un año, Francisco ha cortado las alas a una institución que se sabía poco ordinaria en lo ordinario partiendo de lo extraordinario de su historia, su creación y su ascendiente en el poder eclesiástico y político. Y los sucesores del santo aragonés se están dando perfecta cuenta de la deconstrucción a que la está sometiendo un Papa jesuita utilizando prácticamente las mismas piezas del ‘lego’ canónico con el que el Opus ha llegado a donde está. Y está gustando más bien muy poco, por más que siempre se aluda a la "comunión", piedra de toque camino de convertirse en una de molino.
Gila y los aludidos
Como el celebrado chiste de Gila de las indirectas (“alguien ha matado a alguien…”, decía uno de sus personajes cada vez que se cruzaba con un asesino en el pasillo de la pensión en la que convivían, hasta que consiguió que se entregase), alguien, el sucesor de Pedro, está desmontando el entramado jurídico que ha dado al Opus Dei el carácter preferente de que goza sobre el conjunto de realidades eclesiales similares. Y, eso, sin ni siquiera tener que citarlo directamente. Con ‘indirectas’ que sólo le afectan a esta Obra, el precio de lo exclusivo.
Resulta impensable que Francisco -que ha dejado que sus críticos en la Curia fuesen cayendo como fruta madura una vez concluidos sus plazos legales de servicio, para que le pudiesen acusar de ‘herético’, pero no de laminarlos por abusar de una libertad de expresión que nunca hubieran tolerado en otros- entrase como un elefante en la tienda de porcelana china de la Obra si no supiese muy bien hasta dónde quiere llegar.
Movimientos sísmicos
Ya rompió alguna taza de té con el caso Gaztelueta y pronto se dio cuenta de que, detrás del delicado diseño y el fino barniz, el Opus Dei es una realidad graníticadifícil de trabajar y capaz de producir movimientos sismícos cuando se la zarandea. Lo ha vuelto a ver en el caso de Torreciudad, pero las indirectas lanzadas tanto a través del obispo de Teruel en un caso, como en el de Barbastro, por otro, apuntan a una determinación igual de aragonesa que la del fundador.
Con la diferencia de que, ahora, el que tiene el cincel en la mano es el mismísimo Papa para esculpir las nuevas tablas de la ley de una realidad eclesial que, en menos de un siglo, ha dado a la Iglesia un santo y quince beatos y venerables a los que estos días se les están multiplicando las oraciones y las velas encendidas para que, como ya corre por las redes sociales, "les devuelvan lo que les han quitado".