El periodista Pedro Ontoso publica ‘ETA, yo te absuelvo’ El día que la Iglesia revisó el quinto mandamiento y bendijo a ETA
"No pocos militantes de ETA venían de los seminarios o eran reclutados en ambientes eclesiales. La Iglesia era un espacio de resistencia, de libertad, pero pocos vieron el peligro latente que encerraba la banda armada"
“Muchos investigadores coinciden en que el apoyo de una parte del clero y las denuncias de torturas contribuyeron a la imagen positiva y romántica de aquella primera ETA y en muchos ámbitos se fijó la creencia de que la lucha armada era compatible con la fe cristiana”
“Es cierto que la Iglesia ha cooperado en la extinción de ETA y que ha sido muy importante para la formación de la conciencia en favor de la paz, pero tiene pendiente una revisión profunda de su pasado”
“Es cierto que la Iglesia ha cooperado en la extinción de ETA y que ha sido muy importante para la formación de la conciencia en favor de la paz, pero tiene pendiente una revisión profunda de su pasado”
Sin complejos, miedos ni paños calientes. La sociedad española y vasca tenía una deuda pendiente con un cierto relato maniqueo sobre ETA y empieza a saldarlo normalizando la desapasionada reflexión sobre aquellos años de plomo. Incluso el mundo de la cultura ha entrado a fondo en una cuestión que aún supura mucho dolor y que corre el peligro de ser olvidada por las nuevas generaciones. Fernando Aramburu dio un gran paso con Patria y la gran acogida de público y crítica a la serie que sobre esa novela ha hecho HBO reafirma que la puerta para el análisis más ecuánime y global, sin eufemismos, se ha abierto definitivamente. Así lo demuestran también otras series como La línea invisible, dirigida por Mariano Barroso, o el documental Bajo el silencio, de Iñaki Arteta.
Esta necesaria y sanante reflexión esta llegando también al ámbito eclesial, por más que aún siga escociendo. Lo sabe muy bien Pedro Ontoso, que en dos años ha puesto negro sobre blanco el vergonzante maridaje que se dio entre una parte de la Iglesia vasca y el terrorismo etarra. Primero, en Con la Biblia y la Parabellum (Península). Ahora, quien fuera subdirector de El Correo, acaba de publicar, de nuevo con un título restallante, ETA, yo te absuelvo (Ediciones Beta), donde desentraña el papel clave de la Iglesia en el Proceso de Burgos, en 1968, donde había dos curas procesados por el primer asesinato de la banda armada.
“La frase del título –nos cuenta Ontoso– está sacada de la conversación de un sacerdote con un miembro de ETA juzgado en el consejo de guerra de Burgos, que le planteó algunos remilgos morales sobre su actuación. El cura le dijo que no se preocupara, que él le absolvía, porque su causa estaba justificada. Pero es que una parte importante de la sociedad vasca también absolvía a aquella ETA que se enfrentaba a una dictadura, que era vista como un movimiento revolucionario que defendía a su pueblo”.
La religión, en la médula de ETA
En aquellos primeros años de la banda armada, la religión “jugó un papel muy importante en su configuración”. “Estaba en la médula del pensamiento de la mayoría de los primeros etarras. La primera ETA y la que siguió al Juicio de Burgos tenían una acreditada base religiosa. Los procesos de toma de conciencia, ya fuera contra la dictadura de Franco o en favor de una Euskadi oprimida, arrancaban en el espacio cristiano. No pocos militantes de ETA venían de los seminarios o eran reclutados en ambientes eclesiales. La Iglesia era un espacio de resistencia, de libertad, pero pocos vieron el peligro latente que encerraba ETA, que se alimentó y se nutrió de ese espacio”.
Ahí estarían el cura don Serapio, el personaje con el que Aramburu introduce el papel de la Iglesia en la trama de Patria. Pero también con ese otro sacerdote, este no de ficción, desgraciadamente, que el director Iñaki Arteta entrevista para su documental Bajo el silencio, donde aseguraba que lo que ETA hacía “no era terrorismo, sino una respuesta a la represión”. “Nunca ha habido una ‘ETA buena’ –afirma rotundo Ontoso–. Había un romanticismo revolucionario que lo tapaba todo, pero matar siempre ha sido matar. Muchos investigadores coinciden en que el apoyo de una parte del clero y las denuncias de torturas contribuyeron a la imagen positiva y romántica de aquella primera ETA. También la denuncia de los estados de excepción, que eran frecuentes. En muchos ámbitos se fijó la creencia de que la lucha armada era compatible con la fe cristiana, de que personajes como el inspector Melitón Manzanas, con fama de torturador, o el almirante Carrero Blanco, delfín de Franco, eran perfectamente eliminables. La dura represión de Franco provocó la solidaridad de una parte de la sociedad. Se buscó una legitimidad en el derecho a una defensa propia”.
Curas con pistola y arsenales bajo de los altares
Aunque la relación tóxica entre la cruz y la serpiente venía de antes, el hecho de que dos curas fueran procesados en el juicio de Burgos por el primer asesinato de ETA, en 1968, de Melitón Manzanas, dio oxígeno a una banda que estaba maltrecha. “Que hubiera curas en el banquillo impedía dar publicidad al juicio, según lo estipulado en el Concordato de 1953. Monseñor Cirarda, entonces administrador apostólico de Bilbao, y monseñor Argaya, obispo de San Sebastián, se movieron, con la ayuda de Tarancón, para que el Vaticano renunciara a ese fuero. No lograron evitar que fuera un consejo sumarísimo, pero consiguieron que fuera abierto. Fue una cuestión clave porque las crónicas del juicio llegaron a todos los rincones del mundo y la causa del pueblo vasco se hizo internacional. El franquismo recibió un rejón de muerte, pero ETA, que estaba moribunda, comenzó a reclutar a decenas de jóvenes que llamaban a su puerta. Nació una nueva generación de militantes”.
Hoy parece difícilmente comprensible que entonces, como relata el libro de este periodista y sociólogo nacido en Baracaldo en 1956, hubiera curas con pistola, arsenales para ETA bajo los altares o sacerdotes que ayudaran a los asesinos de un taxista… “La dictadura, brutal, unió a todos los demócratas –refiere el autor–. ETA cautivó a muchos, también en el ámbito de la Iglesia, donde se abusó del concepto de pueblo, perseguido y sacralizado. Del pueblo de Yahvé se pasó al pueblo vasco oprimido. Era una violencia que se consideraba legítima frente a una violencia estructural. Lo social (la defensa de las libertades democráticas y el apoyo al mundo obrero) y lo nacional cristalizaron poco a poco en favor del segundo. También hubo mucho aventurerismo. Un sector, reducido pero que hizo mucho daño, colaboró de manera abierta con ETA en su logística e infraestructura. Otros simpatizaban con su causa, que era la del nacionalismo, y no se atrevían a censurar su actividad criminal.
“Munición intelectual”
Pero además, de la logística, había otra perversa colaboración: la Iglesia también ofrecía “munición intelectual”. “No daban órdenes pero bendecían. Los curas y religiosos abertzales fueron un poderoso factor de difusión del nacionalismo radical y de su construcción política y cultural, porque la Iglesia todavía jugaba un papel importante como fuerza de control social y cultural que conformaba la mentalidad de los vascos. ETA se fue decantando hacia el asesinato, hubo una revisión del quinto mandamiento y una parte de la Iglesia fue muy indulgente”, señala Ontoso.
De aquel maridaje con la lucha armada reconoce que, “afortunadamente, hoy no queda casi nada, es algo residual. Nadie predica en ese sentido ni en la más recóndita de las ermitas de Euskadi. En algún momento se han exhumado siglas que en su día tuvieron influencia, pero ya forman parte del pasado”. De ahí que el periodista subraye que “hay que tener mucho cuidado para no ofrecer una imagen reduccionista del clero vasco”.
En 2018, ETA pidió perdón a una parte de sus víctimas y los obispos del País Vasco y Navarra hicieron pública una declaración en la que también pedían perdón por las “complicidades, ambigüedades, omisiones” de la Iglesia vasca en los años del terrorismo etarra. Pero Ontoso cree que este mea culpa “ha sido insuficiente”. “Aquel comunicado –añade– se hizo deprisa y corriendo, y sin matices. Había como una obligación de salir enseguida a la plaza pública. Es cierto que la Iglesia ha cooperado en la extinción de ETA y que ha sido muy importante para la formación de la conciencia en favor de la paz, pero tiene pendiente una revisión profunda de su pasado. La denuncia de la violencia ha sido clara, aunque con muchos contrapesos. El hecho de que el terrorismo tuviera una matriz nacionalista hacía muy difícil un juicio moral. Y su encuentro con las víctimas, de las que tenía que haber sido escudos, tenía que haber llegado mucho antes y de una manera pública y contundente. ¿Culpa colectiva? Todas las responsabilidades no son iguales. Por su puesto, el juicio no puede ser monolítico y en bloque”.
De Suquía y Rouco a Joseba Segura
Aquellas “ambigüedades” también pasaron factura a la comunidad cristiana vasca, resintiéndose la comunión. “En aquellos años setenta había mucha gente que aplaudía a la Iglesia, porque jugó un papel de suplencia en la lucha contra el franquismo. Hubo una Iglesia que colaboró de manera directa con ETA, pero hubo otra que se enfrentó a la organización terrorista. Y también hubo una Iglesia del silencio, que se sintió en tierra de nadie. Hubo sacerdotes que fueron apartados y enviados al ERE por su discrepancia con la jerarquía en esta cuestión. Y fieles que se sintieron desamparados y que no se veían representados por sus obispos”.
Pero también desde la propia Iglesia vino la reacción, tanto desde Madrid como desde el Vaticano de Juan Pablo II. “Ya en tiempos del cardenal Suquía se fue diseñando un plan para dar un golpe de timón en la Iglesia vasca y navarra, que empezó con la llegada de Fernando Sebastián a Pamplona, en 1993, y siguió con el nombramiento de Ricardo Blázquez como obispo de Bilbao, en 1995, ya en tiempos del cardenal Rouco. Munilla e Iceta completaron el círculo en San Sebastián y Bilbao, respectivamente. Según su análisis, compartido en instancias vaticanas, [la Iglesia vasca] había perdido mucho tiempo en la actividad política en detrimento de la evangélica. La hemorragia de fieles y la galopante secularización se achacaba a esa ‘politización’, que, por otra parte, también afectaba a otras Iglesias. Además, era una forma de restaurar una doctrina en una Iglesia que se consideraba progresista para los vientos que soplaban en Roma. El caso es que se produjo una pérdida de confianza en la institución”, apunta Ontoso.
Y de cara al futuro, con Bilbao esperando nuevo pastor tras la salida de Iceta para Burgos, y con Munilla en la parrilla de salida, Ontoso muestra su convencimiento de que “el nombramiento de Joseba Segura [como auxiliar de Bilbao] creo que ha sido acertado y supone una reconciliación con una línea anterior, ahora que mandan otros. Sería un magnífico obispo de Bilbao. Lo de Munilla es insostenible porque es piedra de división. El Vaticano está cuadrando el puzle. Por otra parte, el reloj biológico es implacable y la nueva generación de sacerdotes no tiene nada que ver con la vieja guardia de antes. Además, ETA ya no existe, que lo contaminaba todo. Pero sí creo que quedan asignaturas pendientes. En Euskadi, todavía hoy se justifica la utilidad de la violencia de ETA, hay una autojustificación de ese pasado criminal. Y se busca preservar la mitología del luchador revolucionario. Sobre eso la Iglesia tendría que decir algo para que el modelo vasco de memoria tenga un sentido moral. Han surgido voces para denunciarlo. Ninguna de la Iglesia”.