"Gracias por lo hecho. Te queremos mucho. Te queremos muchos" Carlos Osoro: el obispo que quiso ser de todos
El gran error de Osoro en Madrid (y, la historia nos dirá, su mayor acierto con el Evangelio en la mano) ha sido intentar, de verdad, ser de todos, en un mundo, y en una Iglesia, especialmente polarizados, que no admiten los grises ni las tonalidades, donde solo vale el 'Conmigo o contra mí'
Primero de forma velada, más tarde sin preocuparse por taparse, ejercieran un 'gobierno en la sombra' con la mirada puesta en el ático de Bailén. Curioso ojo de Sauron del que nunca se habla, pero controla todo. Aunque tampoco ha podido controlar 'esta' sucesión
En las próximas semanas, Carlos Osoro dejará de ser arzobispo de Madrid. Continuará siendo cardenal (a sus 78 años, todavía podría participar, y votar, en un eventual cónclave), pero pasa a esa extraña categoría de 'eméritos'. Nueve años en la capital de España para un prelado con una dilatada carrera episcopal, primero en Ourense, después en Oviedo y finalmente en Valencia, antes de recalar en Madrid. Nueve años de mucha hiel y poca miel para un hombre, para un buen hombre, que, desde el principio, lo único que intentó fue "ser pastor de todos".
No le dejaron. Desde antes incluso de oficializarse su elección (también adelantada por RD, en agosto de 2014), distintos sectores de la diócesis se embarcaron en una carrera para desprestigiar al nuevo prelado, por una simple razón: no era la elección del cardenal Rouco Varela. No era Fidel. Y es que quien fuera 'vicepapa' español, descabalgado y desorientado tras la elección de Francisco -esta es otra de las claves, el odio visceral de un importante grupo de poder en la Iglesia española a Bergoglio-, nunca aceptó que, después de dos décadas haciendo y deshaciendo a su antojo, tanto en Bailén como en Añastro, no hubiera podido designar a su sucesor.
La campaña de ataques contra Osoro ha sido una constante a lo largo de estos años, desde su currículum al 'caso Fundaciones' (por cierto, ahora callan como serpientes cuando la Justicia da la razón al que la tenía). Todas y cada una de sus palabras, todas y cada una de sus decisiones, han sido escrutadas con lupa, buscándole las vueltas, tratando de desacreditar a quien nunca quisieron. Sin detenerse ante nada o ante nadie, rebasando todos los límites imaginables. La respuesta del cardenal de Madrid siempre fue la misma: querer ser de todos. "He hecho lo que he podido" comentaba en una reciente entrevista (que ahora suena a despedida) con RD el purpurado, consciente de que no ha sido suficiente. No, al menos, para los odiadores profesionales que no dejaron de poner palos en la rueda a lo largo de estos nueve años de pontificado en Madrid.
Y es que, tal vez, el gran error de Osoro en Madrid (y, la historia nos dirá, su mayor acierto con el Evangelio en la mano) ha sido intentar, de verdad, ser de todos, en un mundo, y en una Iglesia, especialmente polarizados, que no admiten los grises ni las tonalidades, donde solo vale el 'Conmigo o contra mí'. Si algo se le puede achacar al cardenal de Madrid fue su negativa, inamovible, a prescindir de anteriores trabajadores o colaboradores del anterior pontificado, por más que éstos, primero de forma velada, más tarde sin preocuparse por taparse, ejercieran un 'gobierno en la sombra' con la mirada puesta en el ático de Bailén. Curioso ojo de Sauron del que nunca se habla, pero controla todo. Aunque tampoco ha podido controlar 'esta' sucesión.
Y los que estaban acostumbrados a tratar la diócesis (y sí, también la Plenaria de la Conferencia Episcopal) como si de su cortijo se tratara no estaban dispuestos a compartir su pastel. Y elaboraron una estrategia (los 'malos', paradójicamente, son muy 'buenos' en lo suyo) para crucificar a Osoro, esperando que se cansara y renunciara. Han tardado nueve años, y solo lo han conseguido a medias, pues Osoro se marcha (a los 78 años, la misma edad, curiosamente, o no tanto, que Rouco Varela), pero logra lo que jamás pudo conseguir su antecesor: que su sucesor sea un hombre al que él mismo elevó al episcopado.
Porque José Cobo fue la gran apuesta y, a la vez, el gran legado de un Carlos Osoro que, a poco que la realidad (y el pontificado de Francisco) lo permita, podrá ser recordado como el 'Bautista' de un hombre llamado, esta vez sí, a culminar un proceso de renovación que al 'peregrino' (así lo llamó, acertadamente, Bergoglio, y lo cierto es que no ha dejado, hasta el último momento, de llegar a todas partes donde se le requería) no le dejaron llevar a cabo. Porque, incluso quienes le odian a muerte, no podrán decir que Carlos Osoro no es una buena persona, cuyo mayor pecado fue intentar ser de todos y apostar por la fraternidad en un mundo, en una Iglesia (la de Madrid, la de Añastro) que está muy mal acostumbrada a destrozar a los hombres buenos. Que prefiere el poder a la bondad. Y que piensa que el Evangelio solo es un arma para lograr intereses demasiado humanos.
Osoro no es así. Se marcha (sus razones tiene, son suyas y de nadie más), y comienza un nuevo tiempo. Bien harán quienes le sucedan en no olvidar de dónde vinieron los ataques, y quién intentó mantener, contra viento y marea, la comunión. Con el apoyo expreso del Papa Francisco, que solo aceptó la renuncia cuando su amigo, su hermano Carlos, vio que no tenía fuerzas para continuar. Porque apartarse (y esa es otra gran lección que su antecesor, y tantos otros, jamás han sabido leer) también es construir Iglesia en salida.
Y sí, Carlos Osoro es alguien a quien quiero. Mucho. Con sus errores y sus aciertos. Y, como tal, y sabiendo que él no querría defenderse (y tal vez se enfade al leer esto), creí necesario escribir estas notas. Acaba una etpa, arranca otra, si cabe, más ilusionante. Nos jugamos mucho. Gracias por lo hecho. Te queremos mucho. Te queremos muchos. No te vayas lejos. Queda pendiente cena con tu sobrino.
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