El niño Dios gana el Jubileo en Erbil

No es una portada de hierro forjado, con goznes dorados o preciosos relieves. En realidad, ni siquiera se trata de una puerta. Es una pequeña tienda de campaña blanca y raída por el viento y la arena del desierto, con las inscripciones del programa de refugiados de Naciones Unidas. Se encuentra en el campo de refugiados a las afueras de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, donde se hacinan medio millón de personas a diario.
Un gesto, el de abrir una de las puertas de la Misericordia en un campo de refugiados, que indica claramente el auténtico camino de este Año Jubilar: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, acompañar al que nada tiene... Hacer nuestros los sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas en todos los rincones de la Tierra.
Curiosamente, la Puerta Santa de Erbil también alberga un pequeño Belén, con el que los pocos cristianos que malviven en el campo de refugiados, y los miles de musulmanes que -soy testigo de ello-, celebran la Navidad junto a ellos, recuerda que en estas fechas, hace más de dos mil años, otros peregrinos -que después resultaron también perseguidos y hubieron de refugiarse en Egipto- no encontraron más que un establo en el que refugiarse, y un pesebre en el que traer al mundo una nueva vida. La Nueva Vida.
El niño Dios puede nacer en muchos sitios, pero me temo que el rincón que, hoy día, le resulte más familiar, sea una de estas tiendas de campaña donde centenares de miles de personas se hacinan huyendo de la guerra y de la muerte. El niño Dios nació en un pesebre. Muchos, hoy, nacen y viven simplemente... donde pueden. También ahí, sobre todo ahí, es necesaria, más que nunca, la Misericordia.