Cristianismo. Lo mínimo de lo mínimo. Sobre un libro de Leonardo Boff (467)

Boff Cristianismo mínimo




Hoy escribe Antonio Piñero

Me he sentido atraído a leer este libro, que hoy comento, por la persona de su autor, Leonardo Boff, de quien he oído hablar mucho, y de quien he leído muy poco, y también por el título, ya que en varias ocasiones, pero en especial al haber leído y traducido a Roger Haight, Jesús, símbolo de Dios, me he interesado por el cristianismo en sí y sobre todo por su futuro. Un filólogo como yo, tan apegado a los textos y a su interpretación, podría haberme sentido desilusionado al leer este libro; pero ha sido todo lo contrario. Como es breve, lo he leído de una sentada. No he podido dejar de leerlo y me ha interesado desde la primera página a la última. Lo edita Trotta, Madrid, 2013, 112 pp. ISBN: 978-84-9879-443-4.

La obra, densa, aforística, a modo de pensamientos muy elaborados a lo largo de años tiene la siguiente estructura:
1. “Cristianismo y misterio”. En este apartado explica Boff qué entiende por “misterio” (palabra, debo confesar, a la que los filólogos tenemos fobia y preferimos sustituirla, aunque no siempre se pueda, por “ignorancia”: “Ignoramos e ignoraremos”, pero no hay misterio). Luego aborda la cuestión de cuál es la mejor definición para Dios, en sí mismo y en su proyección hacia el universo, y llega a la conclusión de que es “Misterio”, definición también buena para el hombre, incapaz de comprenderse a sí mismo.

En este apartado Boff expresa cuál es la idea de Dios del cristianismo, como puede entenderse hoy el origen del universo y de la vida como obra creativa amorosa, intentando concordar ante todo la fe con la ciencia y sus resultados que parecen probados. En último término, como la divinidad cristiana es ante todo, según Boff, “comunión”, “perichóresis” (en griego podría entenderse como “territorialidad en nuestro entorno y con todos sus contornos” y que el autor explica como “comunión-retro- “ en el sentido de unidad, a la vez diferenciación completa, comunicación total, retroalimentación de esa unidad comunicativa entre las personas de la Trinidad), y la divinidad es como el espejo analógico en el que debe mirarse el hombre, esta comunión ha de servir como modelo al cristianismo en su comunicación con sus hermanos los hombres, con Dios mismo y con el universo.

Las tres personas de la Trinidad se hacen más “visibles” para el cristiano en su relación con tres personas vitales para su fe:

A. María es la figura humana que representa cómo el Espíritu actúa en todo mortal, si lo permitiese;
B. El Hijo, que se encarna plenamente en Jesús de Nazaret y en él muestra la inmensa potencialidad de la filiación divina; y
C. El Padre, con toda su potencia creadora y generativa, que se personaliza en san José. Éste con su vida oculta, efectiva, protectora, representa en el cristianismo a un Padre a veces demasiado olvidado en pro de un culto al Hijo. Esta sección concluye con la explicación de como debe entenderse “Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios”.

En esta primera parte he quedado sorprendidísimo con las numerosas páginas, dado el carácter supersintético del libro, que dedica Boff a explicar el origen del universo. Lo hace con gran claridad y amenidad sorprendente, incluyendo también un breve historia del origen de la vida y de la evolución de las especies, que concluye con el homo sapiens sapiens en donde se concentran todas las potencialidades de la creación: vida, inteligencia, complejidad, sentimiento. Aquí parece ser Boff un alumno aventajado de Richard Darwin, de Stephen Hawking y sin duda también de Pierre Teilhard de Chardin. Me ha extrañado mucho, sin embargo, que no haya mención alguna en su texto al conflicto claro entre fe/ciencia (Génesis / origen del universo y de la vida como Boff la explica), ni alusión al derrocamiento estruendoso de la “verdad bíblica” respecto a la creación del universo, ni crítica a la teoría del “diseño inteligente”, etc.

Pero avanzando en las páginas, ya hacia el final, Boff afirma que la religión, bien entendida, se reconcilia con la ciencia. Es más ha posibilitado su creación y su independencia, porque va unida al respeto por la figura humana que el cristianismo defiende a ultranza. Ha tenido la fe algunos encontronazos con la ciencia, pero han sido productos accidentales de la historia…, y el cristianismo bien entendido, como moldeador de la civilización occidental, ha sido en último término, según Boff, el causante del impulso de la ciencia en nuestro mundo.

La segunda parte “Cristo y las eras de la Santa Trinidad” (era del Espíritu-María; era del Hijo-Jesús; era del Padre-José) precisa lo incoado anteriormente, pero entendiendo el vocablo “era” no como un proceso temporal con un principio y un final, sino como un proceso dinámico que afecta al universo todo en todos los tiempos. El Espíritu suscita en la creación la realidad el que el ser humano pueda percibir “las dimensiones femeninas de Dios: amor, cuidado, solidaridad, sensibilidad por todo lo que vive”, e incluso la capacidad para captar los mensajes que llegan a la humanidad desde todas partes del universo, la naturaleza/tierra y de las personas humanas, “el sentido de la colaboración con los demás, la participación en el sufrimiento de los otros, la fuerza de engendrar y cuidar la mínima señal de vida, el sentido de la belleza y de la estética, la fascinación, la exaltación, la alegría pura e inocente y su capacidad de captar lo invisible y de sentir a Dios a partir del cuerpo. Todo esto son manifestaciones del Espíritu” (p. 40).

El Hijo, que se encarna en el Jesús histórico (dicho sea de paso –comenta Boff--, un Jesús que no entendería casi nada de lo que la teología y cristología teóricas han dicho de él), logra que con el paso del tiempo la figura de ese Jesús se convierta en un arquetipo fundamental de la condición humana en busca de redención y en la referencia más luminosa de la cultura occidental. El Hijo efectúa una obra amplia e importantísima: extiende a todos los humanos la conciencia de que son hijos de Dios; deduce de ello la vital consecuencia de que todos somos hermanos unos de otros; confiere a la persona humana una dignidad y sacralidad sin par; proporciona la base para una convivencia regida por la igualdad, la justicia y la fraternidad, y finalmente hace percibir la dimensión cósmica de una fraternidad, no sólo entre humanos, sino universal.

El Padre es el que representa con más claridad el misterio de Dios en sí y, análogamente, se corresponde con la vida oculta y misteriosa, pero llena de importancia para la familia de Jesús, de san José. Este representa la paternidad en todas su facetas. Tal paternidad se extiende por el universo como energía misteriosa y amorosa. El Padre es el prototipo de la acogida del hijo pródigo y del cuidado de los más pequeños. El Padre es el encargado final de llevar a cabo la obra del Hijo: la implantación del reino de Dios. “Este Reino comenzó en la persona de Jesús, y continúa en la realización de la justicia para los pobres y los oprimidos con el coraje y la ‘resiliencia’ que el Espíritu Santo suscita siempre.

Un inciso: la traductora, María José Gavito es buena…, pero no sabe que resiliencia es un burdísimo e innecesario anglicismo, que el español medio no entiende, que no aparece en los diccionarios y que tiene sus correspondientes en español como “resistencia”, “capacidad de recuperación, etc.?

La parte 3. “Cristianismo y Jesús” es la que toca de lleno la exposición del Jesús histórico. Aquí me encuentro con casi las únicas dificultades que tengo respecto a este libro, puesto que abunda en clichés --no demostrados, ni demostrables hoy-- de la exégesis común confesional, y de afirmaciones que son producto de la teología, de la reinterpretación idealizada del mensaje de Jesús, etc., que de ningún modo –estimo—se corresponden con la realidad puesta de relieve por la investigación histórica. Pongo algunos ejemplos:

• “Jesús no predicó la Iglesia, sino el reino de Dios. Su intención se dirigía a la humanidad; no se restringía a una parte de ella” (p. 54). La segunda frase es sencillamente errónea.

• El anhelo de la irrupción del reino de Dios en la tierra (añado: en principio sólo en la tierra de Israel; luego ya se verá: las naciones se convertirán… o mostrarán un respeto inmenso por Yahvé, al menos, o serán destruidas)…; Jesús se enfrenta a una opresión externa, el Imperio romano y a otra externa, “La prevalencia de una religión legalista y farisaica que alejaba a Dios del mundo y lo encasillaba en mil normas y ritos” (p. 57). Sencillamente: repetir esto en el siglo XXI es ignorar lo que se sabe hoy de la religión judía y del fariseísmo, cuya pintura objetiva dista mucho de la visión sesgada de los evangelios (véase E. P. Sanders, Paul and Palestinian Judasim, Fortress Press Philadelphia 1977, y que es un clásico obligado).

Dígase lo mismo de la siguiente sentencia “Contra la religión de la Ley y las exigencias, Jesús postula la religión del amor y de la misericordia” (p. 58): otro cliché con verdades a medias, tirando a visión sesgada y errónea.

• “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18,36) jamás lo dijo el Jesús histórico…. Y podríamos seguir…; igualmente no es muy preciso, en mi opinión, el apartado de Boff dedicado a las acusaciones contra Jesús en el campo de la religión judía que hacen de él un “hereje”… Aquí es preciso matizar mucho más.

En este apartado sí me parece muy instructivo, por el contrario, la suerte de “introducción a la teología de la liberación” que efectúa Boff en su sección “Una práctica: la liberación”, donde intenta mostrar al Jesús de la historia como el paladín y sustento de este tipo de teología. El análisis, también muy largo para lo que es el libro, del Padrenuestro es una obra maestra de interpretación dentro del marco de la teología de la liberación. Y aquí sí estoy de acuerdo con el autor. Muy interesante también la perspectiva de que la resurrección, única y personal de Jesús, es la inauguración del Reino de Dios, que durante mucho tiempo no pasa de ahí, siendo su desarrollo lentísimo y escaso.

La sección 4. del libro “Cristianismo e historia” es un intento de breve balance de la historia de la iglesia, del papado, de la religión popular, junto con todo lo que el cristianismo ha hecho a lo largo de 20 siglos por el bien de la humanidad, lo que contemplado honestamente es digno de alabanza a pesar de sus imperfecciones. En esta sección aborda Boff los temas siguientes:

• Distinción entre reino de Dios e Iglesia
• El cristianismo como camino espiritual
• El cristianismo en el encuentro de las culturas y las relaciones del tronco común del cristianismo con las distintas escisiones a lo largo de la historia, sobre todo la creación de la iglesia ortodoxa oriental hacia 1054, y la Reforma protestante. Boff reflexiona sobre lo que se puede obtener de positivo hoy día de estos hechos que difícilmente tienen marcha atrás.
• Una crítica al sometimiento del cristianismo al poder político, tanto sagrado como secular, a saber cómo el cristianismo ha sufrido todas las patologías del poder a lo largo de su historia.
• Un sección dedicada al futuro del cristianismo en la era de mundialización. Boff contempla aquí como el cristianismo pasa de ser un fenómeno occidental a otro más propio del tercer (o cuarto) mundo. Cree nuestro autor que el cristianismo tiene futuro si cumple dos condiciones:

a) Que se olvide el exclusivismo: todas las iglesia deben reconocerse recíprocamente como portadoras del mensaje de Jesús. Y
b) El cristianismo seguirá vivo si se desmitologiza, se desoccidentaliza, se despatriarcaliza y se organiza en comunidades que dialogan y se encarnan en las culturas locales.

Finalmente --y antes de una coda “Et tunc erit finis” (que traduce por “todo está consumado”; que sería más bien la versión española, correcta del tetélestai del Jesús johánico de Jn 19,30”— Boff emprende una larga loa a la contribución del cristianismo a la civilización: ha aportado muchísimo en los ámbitos de la dignidad de la persona y los derechos humanos; en la expansión de un humanismo cristiano, que es la base de una futura convivencia entre civilizaciones; en la espiritualidad humana que progresa enormemente con el cristianismo; en su figuras ejemplares, santos y otros, que son como faros de comportamiento ejemplarizante para todos los hombres, en la liturgia, la música, las artes, la literatura, las ciencias del espíritu y la teología, etc., e incluso en la ciencia por la “apertura de un espacio teórico para el proyecto científico de la postmodernidad al secularizar el mundo y hacerlo así objeto de investigación” (p. 106).

Este apartado conclusivo no habla nada del infierno, tan importante en el mensaje del Jesús histórico, y muy poco del cielo. Para Boff, e l cielo será la aparición definitiva del Resucitado, junto con Dios Padre y el Espíritu a cada ser humano que participará de esta epifanía. Habrá una feliz eclosión final de dicha, cuando toda injusticia y maldad haya sido derrotada. De esta felicidad participará también la creación, pues el hombre salvado del futuro vivirá en un cielo nuevo y una tierra nueva.

La historia llegará este final feliz en una penosa ascensión hacia lo perfecto, hasta que la historia “explosione e “implosione” dentro del reino de la Trinidad (p. 111). Con un sabor absolutamente claro al Apocalipsis de Juan, sostiene Boff que “Con la resurrección habrá solamente amor y fiesta de los liberados, de los pueblos, hechos todos pueblos de Dios (Ap 21,2-3), dentro de una creación finalmente rescatada, transfigurada por las energías de nuevo cielo y tierra nueva, hechos un templo donde nosotros y el Dios-Trinidad habitaremos por los tiempos si fin. Todo será alegría y fiesta, fiesta y celebración, celebración y reinado de la Trinidad” (p. 112).

Et tunc erit finis!

El alma se llena de alegría al finalizar la lectura de este bello, un tanto desigual en la extensión dedicada a los temas, pero un libro siempre interesante, de fácil lectura y transido de la emoción de quien vive lo que está escribiendo. A mí me ha gustado mucho y he aprendido de él.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Volver arriba