069. El alma (y 6): los cristianos.
Hemos comprobado que el alma no era algo separado del cuerpo para los judíos, para Jesús, para Pablo; sí para los griegos y romanos. La pregunta es, entonces, cuándo este dogma cristiano apareció en el cristianismo.
| Eugenio Gómez Segura
Cuando el cristiano Orígenes (184-253) escribió su obra contra el filósofo griego Celso a propósito de El discurso verdadero contra los cristianos, el libro que este último había publicado exponiendo sus diferencias contra éstos, ya tenía clara la diferencia entre cuerpo y alma, el valor de esta última y su importancia como elemento a salvar. Algunos párrafos de su Contra Celso dejan claro que en su época ya se había producido el cambio cultural respecto a las ideas sobre el alma:
“Nosotros no hablamos de la resurrección por haber malentendido, como cree Celso, las teorías sobre la emigración de las almas. No, nosotros sabemos que el alma, incorpórea e invisible por su naturaleza, en cualquier lugar corporal que se hallare necesita de un cuerpo acomodado a la naturaleza de aquel lugar. Este cuerpo lo lleva a veces a despojarse del anterior, necesario antes, pero superfluo ahora en un estado posterior; otras, sobrevistiéndose sobre el que antes tenía, pues necesita de más excelente vestidura para lugares más puros, etéreos y celestes. Así, al venir a nacer en esta tierra, se despojó de la envoltura que le fue útil para la plasmación en el seno de la mujer embarazada, mientras estuvo en él; pero se revistió luego de la envoltura que era necesaria para quien iba a vivir en este mundo” (Contra Celso VII 32, traducción de D. Ruiz Bueno).
Quizá no esté de más recordar que algunos de estos conceptos provenían de Platón en su forma vulgarizada, como el mismo Orígenes nos señaló:
“Que el alma subsiste después de la muerte y que, quien ha abrazado este dogma, no cree en vano sobre la inmortalidad del alma, por lo menos en su pervivencia; y así Platón, en el diálogo sobre el alma, dice que fantasmas como sombras se les han aparecido a algunos en torno a las tumbas (Fedro 81d). Ahora bien, esas apariciones que se dan en torno a los sepulcros proceden de algo que subsiste, del alma que subsiste en el llamado cuerpo esplendoroso. Mas Celso no admite nada de esto…” (Contra Celso II 59; traducción de D. Ruiz Bueno).
Quizá la razón de estos cambios tan importantes sea precisamente la de que Orígenes desconocía (porque posiblemente no le fue posible) que el judaísmo no separaba cuerpo y alma. Así, cuando razonó contra Celso argumentando que el propio filósofo admitía la vida del alma después de la muerte según el ejemplo de Hermótimo de Clazomenas, Orígenes citó un pasaje del salmo 15 que, según sabemos ya nosotros, nunca hubiera justificado pensar que el alma es algo independiente, sino que podía entenderse en el judaísmo como la vida al completo de una persona:
Y segura descansa hasta mi carne, porque no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás que corrupción tu santo vea (Sal 15, 8-10).
En efecto, el malentendido ya se había dado y los cristianos, al buscar la fuente de su religión, equivocaban el significado del vocabulario religioso del judaísmo en la traducción al griego de los LXX: el mismo problema que hemos tenido los occidentales hasta los estudios lingüísticos sobre la cuestión.
En definitiva, ya en el siglo II-III se había dado el paso hacia la concepción griega del alma. Pero, ¿podemos encontrar algo así en el Nuevo Testamento? Sí. En la primera carta atribuida a Pedro está el ejemplo que nos indica que en fecha tan temprana para el cristianismo como hacia el año 115 se estaba dando el paso hacia una visión más griega que judía del alma:
“Amados míos, os encarezco que como extranjeros y emigrantes os retraigáis de los impulsos carnales que militan contra el alma” (1 Pe 2, 11, traducción de J. Montserrat).
El vocabulario (militan contra el alma) ya da pie a considerar que hay una guerra entre lógicos enemigos, no una convivencia de elementos de un mismo ser al modo judío. Los pasos que acabaron en Orígenes, San Agustín y tantos otros, comenzaban a darse. Una fecha, por tanto, para comenzar a vislumbrar cuándo el cristianismo estaba ya formándose como religión plenamente independiente de su matriz.
Saludos cordiales.