El desafío arreligioso de Puente Ojea (y III)
Cierro hoy la trilogía de breves artículos sobre el libro de M. Ángel López Muñoz sobra lla vida y oba de Gonzalo Puente Ojea
Escribe Antonio Piñero
Ciertamente la carrera profesional de Gonzalo Puente Ojea se desarrolló en el ámbito del derecho y de la diplomacia, hasta llegar al grado máximo de su carrera como “Embajador de España”, función, cargo y honor que, una vez conseguido, es un título honorario de por vida. Pero su impacto en el ámbito intelectual fue por derroteros distintos a los meramente diplomáticos y políticos. Como tuve la estupenda ocasión de tratar a menudo a Puente Ojea en más o menos los veinte años anteriores a su muerte, puedo asegurar con total sinceridad que mi admiración personal y científica –en terrenos de la historia, sociología, filosofía, orígenes de la religión, Jesús de Nazaret y orígenes del cristianismo como indiqué– fue creciendo con el tiempo.
Confieso que admiré a Puente Ojea, aparte de por su tremenda inteligencia, lucidez y penetración analítica, ante todo por su inmensa honestidad intelectual. Fue en su juventud un fervoroso “Propagandista” de la Institución fundada por el Cardenal Herrera Oria. Pero cuando le llegó la edad de una más profunda reflexión, se planteó decididamente las bases de sus creencias religiosas con todas las consecuencias. Buscó y buscó. Leyó ávidamente todo lo que pudo, y creyó encontrar la clave de su vivir en dos direcciones: en la de profundizar en el sentido de la historia de la humanidad leyendo no solo bibliografía meramente histórica, sino ante todo filosófica, y en la de ahondar en los orígenes y consecuencias de la religión y en concreto de la suya, el cristianismo. Los dos senderos de búsqueda le proporcionaron una base sólida para interpretar facetas variadas del hombre occidental, en concreto en España, relacionadas con el ámbito de la religión, la religiosidad, el papel del estado en la educación, la debida orientación laica del Estado y el análisis de la Constitución del 78.
Quedó convencido Gonzalo Puente de que la mejor herramienta intelectual para comprender la historia era la metodología del materialismo dialéctico, siguiendo la estela de Marx y de Engels. Pero no fue nunca Puente Ojea un fanático en su aplicación exclusivista. Y para entender la religión, creyó encontrar un venero seguro en la filología-teología alemana de principios del siglo XX, en la estela de Rudolf Bultmann y su entorno. Y cuando tuvo plena conciencia de que podía explicar a las gentes su interpretación de la historia del cristianismo primitivo y de su ética y política, escribió en 1973 --aún vivía Franco y la libertad intelectual podía costar cara– un libro impactante: “Ideología e Historia. El cristianismo como fenómeno ideológico”. Este libro, considerado básico por muchos de sus seguidores, no fue más que el inicio de una exploración más profunda y continuada durante decenios de los ámbitos intelectuales del alma-cerebro, del origen de la religión, del cristianismo, del impacto de Pablo en la formación de la ideología cristiana, y de la sociedad española conformada por esta.
Y confieso también que los libros de Gonzalo en lo que más me concierne, el primer cristianismo, me impactaron soberanamente, pues –aunque conocía bastante bien la teología alemana por haber hecho gran parte de mi tesis doctoral en Heidelberg--, sus libros sobre el ateísmo, la fe cristiana, la crítica antropológica de la religión, el nacimiento y desarrollo de la ideología cristiana en la Patrística, me parecieron iluminadores cuando vi que toda la teología de los primeros decenios del cristianismo, a partir del pensamiento creativo paulino sobre Jesús, se aplicaba, ante gente atónita e irreflexiva, a esclarecer la figura de ese Jesús y del primitivo cristianismo.
Y aquí viene a cuento de nuevo lo de la honestidad intelectual de Puente Ojea: dados los momentos en los que se publicó el mencionado primer libro impactante, “Ideología e Historia”, 1974, y la atmósfera notablemente pro católica de los decenios siguientes, la publicación de sus obras sobre el mito del alma, el elogio del ateísmo, el origen de la religión, el mito de Cristo, etc. fueron actos de una valentía enorme que le costaron muchos disgustos, aunque también no pocas alegrías de gente que los valoraron con justicia y amplitud de miras. Personalmente, desde que leí “Ideología e Historia”, mi vida intelectual cambió, porque se fortalecieron los puntos de vista que yo solo y tanteando en la oscuridad me había ido formando lentamente hasta entonces. Fue como un libro de cabecera que me robusteció.
A lo largo de los años no disminuyó en mí ni un ápice el enorme respeto por Gonzalo Puente y continuó mi admiración por la sensatez, la profundidad de sus análisis, por el ansia de aprender y de profundizar en todo lo que tocaba intelectualmente, por la pausa con la que leía y anotaba sus libros (yo los tuve entre mis manos), por su capacidad de asimilación, por el orden y claridad de sus ideas y por la capacidad dialéctica, límpida, para discutir esas ideas laboriosamente conseguidas entre los que pretendíamos ser sus pares sin conseguirlo, y por abordar otros problemas intelectuales en torno a la política, la sociología y la historia reciente de España.
Así que siempre consideré a Gonzalo Puente Ojea un pionero, el arriesgado primero de la fila, el que abría senda, el que portaba la luz que iluminaba el camino en la niebla, el que en serio roturó el campo aún en barbecho del análisis crítico de la religión y de sus mitos, el hombre dotado de una capacidad de análisis independiente, noble, valiente, el que reconocía con sinceridad cuáles eran sus fuentes sin ocultarlas jamás, el que no aceptaba ningún argumento sin profundizarlo y debatirlo…, y el que exponía sus conclusiones pese a la posible estigmatización que la manifestación de su libertad le iba a ocasionar.
Por estas y otras razones similares, al haber estimado profundamente a Gonzalo Puente Ojea como uno de mis más brillantes maestros intelectuales, admiro también el libro que sobre su vida, su trayectoria intelectual y su pensamiento ha escrito Miguel Ángel López Muñoz, tras décadas de paciente y casi exhaustiva investigación. Este libro, pues, es fruto de un notable trabajo –puedo decir– de dos decenas de años. El lector encontrará en él indicaciones muy completas de cualquier aspecto que le interese sobre la vida y obras de Puente Ojea y un resumen muy bueno de su pensamiento.
Gonzalo Puente abrió caminos en lengua hispana que, para mí, aún no están del todo explorados. Con su muerte perdimos a uno de los pocos pensadores que eran de verdad independientes en España en materia de religión y crítica filosófica. El libro de López Muñoz es una espléndida muestra de lo mucho que le debemos y de los senderos que él abrió. Personalmente lo he leído con gran provecho.
Antonio Piñero
www.antoniopinero.com