Cristianismo y Secularidad
5. Doctrina social de la Iglesia
Como hemos visto precedentemente la división de clases en la sociedad, como ruptura de la unidad de Dios y la recomposición de esa unidad que pretendemos, está muy vinculada a la liberación económica y social del hombre. En el pensamiento cristiano siempre ha existido una valoración moral de la economía y del trabajo como elementos liberadores de los hombres.
En las Escrituras y los Santos Padres, pasando por la escolástica y la casuística moral postridentina hasta las últimas encíclicas papales, se encuentra un rico arsenal teológico al respecto. Los autores que manejo ahora en este apartado ofrecen en sus obras abundante material en este campo de la reflexión teológica.
Me refiero al estudio de los teólogos moralistas Marciano Vidal y Angel Galindo, profesores en el Alfonsianum de Roma y en la Pontificia de Salamanca respectivamente, de los que he extraido las siguientes conclusiones con el fin de esclarecer el tema espinoso del capitalismo desde la teología.
-Se parte del supuesto de que la Iglesia no es competente para ofrecer un modelo económico concreto, únicamente ofrece su propia doctrina social como orientación. En ella se recononoce el valor positivo del mercado y de la empresa, pero uno y otra han de estar en función del bien común.
-Se reconoce asimismo el derecho de los trabajadores a lograr su plena dignidad humana y mayor participación en la vida de la empresa, de modo que pueda considerarse que participan en algo propio (LE 15). Esto favorece la productividad y eficacia del trabajo, aunque pueda debilitar algunos centros de poder ya consolidados.
-La empresa ha de considerarse como una sociedad de personas y no simplemente de capitales. En ella toman parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital y los que colaboran con su trabajo. En tal sentido se considera hoy de una forma distinta la relación entre propiedad privada y el destino universal de los bienes.
-Mediante su trabajo el hombre se compromete no sólo en favor suyo, sino también en favor de los demás: con su trabajo el hombre cubre las necesidades de su familia, de la comunidad de la que forma parte, de la nación y, en definitiva, de toda la humanidad (LE 10).
-La propiedad de los medios de producción es ilegítima cuando impide el trabajo de los demás o se obtienen ganancias que son fruto de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad laboral (LE 14). La propiedad en tal caso no tiene justificación, porque quebranta el mandamiento de Dios y el derecho del hombre a trabajar .
-La obligación del hombre a ganar el pan con su trabajo supone a la vez un derecho. Por tanto, una sociedad que niegue este derecho de manera continuada y, si las políticas empleadas no logran alcanzar este objetivo, tal situación no puede obtener legitimación ética ni su paz merece el calificativo de justa paz social. (LE 18). La propiedad se justifica moralmente cuando crea oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos (CA 43).
-Todo sistema en el que las relaciones sociales se determinan exclusivamente por factores económicos, es contrario a la naturaleza de la persona humana y de sus actos (CA 34).
-Una teoría que hace del lucro la norma y el fin de su actividad económica es moralmente inaceptable. El afán desmedido de dinero produce efectos perniciosos (GS 63; CA 35).
Desde un punto de vista técnico, el profesor Galindo reconoce valores positivos al capitalismo, sobre todo, sus logros económicos en el pasado frente a otros sistemas económicos. Así lo reconoce también Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio: "Es justo reconocer la aportación irremplazable de la organización del trabajo y del progreso industrial a la obra del desarrollo" (PP 26).
Sin embargo, se encuentra en él un grave error, como señala Juan Pablo II en la Laborem Exercens: "el hombre es considerado como un instrumento de producción, mientras debería ser tratado como sujeto eficiente y su verdadero artítifice y creador" (LE 7).
De modo que, para el profesor Galindo, en el neocapitalismo permanece la contradicción básica del capitalismo clásico: la función social de la producción por una parte, y la naturaleza individual del provecho, por otra. Contradicción que se manifiesta de varias maneras: la propiedad privada capitalista no acepta el principio del destino universal de los bienes; su ley del máximo beneficio que persigue hace imposible la función social del desarrollo económico; tampoco la estructura de la empresa capitalista permite la creación de una empresa como comunidad de personas libres y responsables.
Finalmente, la igualdad social tan apreciada en la tradición cristiana no es posible en un mercado libre en el que priman cada vez más las oligarquías, el imperialismo económico y la marginación social. En definitiva, el capitalismo actual no se orienta hacia unos objetivos sociales ni busca el bien colectivo, de ahí que la doctrina social de la Iglesia se haya mostrado repetidamente en oposición a sus contradicciones .
En la misma Unión Europea ve el teólogo García Roca el peligro de una imperialismo económico en su avance hacia el mercado total, porque muchos pueblos van a quedar indefensos, si ésta no crea institucion