Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset




Virtudes públicas o laicas
En José Ortega y Gasset

(xxx)
Hablar de virtudes públicas es como una denuncia de la virtud privada, intimista y beata, que nos ha ido metiendo cada vez más abajo en el pozo sin fondo de nuestro yo. En ese pozo no hay redención solidaria del hombre, por lo que hay que emerger a la superficie, para no malbaratar la virtud en las profundidades del alma. El mismo Dios, tal como se ha manifestado en Jesucristo ¿no habita en la ciudad, entre los avatares de los hombres?

El Dios cristiano es comunión, vida compartida en la plaza pública. Se impone, pues, devolverle a la virtud cristiana protagonismo social y político. ¿Acaso no es más beneficioso mejorar la ciudad que el individuo?. Entonces no pongamos tanto énfasis en las virtudes privadas que ya poseemos y dispongámonos a adquirir las públicas, que nos faltan. Así se expresaba Ortega en una conferencia impartida a los jóvenes en el Ateneo madrileño el 15 de octubre de 1909. En ella los anima a reconstruir la nación.

Contra la opinión de los que dicen que no se debe hablar mal de España, que por desgracia son los que menos hacen por mejorarla, argumenta: no se puede llamar nación a "una línea geográfica dentro de la cual van y vienen los fantasmas de unos hombres sobre los cadáveres de unos campos, bajo la tutela pomposa del espectro de un Estado". Pero como buen pedagogo agrega:"hay una virtud que debe acompañar siempre nuestra patriótica maledicencia: la piedad".

Hemos de hacerlo con amor y con respeto, porque los pecados de España son los pecados de todos los españoles, no de los de la provincia de al lado ni los de la casa vecina, el español más a mano es uno mismo (Obras Completas, Alianza Editorial 1983, Los problemas nacionales y la juventud X, 105-6 y 118).


Ortega se adelantó unas décadas como profeta de las virtudes públicas al concilio Vaticano II, que pide también virtudes morales y sociales (GS 25, 30, 46). El filósofo las llama virtudes terrenas, municipales, laicas, hay que hacer laica la virtud, para inyectar moralidad social a nuestro pueblo (La cuestión moral X, 73 y 77. Y cuando constata la carencia de dichas virtudes se rebela diciendo:

"Yo me conforma con que nuestros abuelos no nos hayan dejado riquezas, pero les acuso de que no nos hayan dejado en herencia ni ideas ni virtudes públicas (Sobre el proceso Rull X, 47 y 50). Ya antes Nietzsche, hijo de un pastor protestante, había gritado desde las montañas de Zaratustra: "(Permaneced fieles a la tierra. No permitáis que vuestra virtud huya de las cosas terrenas, para que no se pierda volando" .

Agraciado con un indiscutible carisma profético escribía Ortega en El Imparcial el 27 de agosto de 1908: El poder educador de todas las religiones, su energía socializadora e integradora ha cumplido su tiempo. No puede esperarse ya de ellas la renovación del hombre, la edad moderna ha traído unas virtudes nuevas: los deberes públicos y sociales. Estas virtudes terrenales nos ofrecen la posibilidad de moralizar España
(La cuestión moral X, 77).

Es preciso hacer laica la virtud. A un Dios laico, popular, corresponden unas virtudes también laicas, populares, que nos lleven a hacer más justa la convivencia en el mundo. Esta preocupación es una constante en él y así lo manifestó en la conferencia citada del Ateneo: lamentablemente la generación anterior no nos ha dejado en herencia virtudes modernas. (Discursos políticos, Alianza Editorial 1974, 15).

Más adelante, en los años veinte, cuando se intentaba la reforma de las comarcas o regiones, diez en total entonces, lo que hoy llamamos comunidades autónomas, él abogaba porque se concediera el máximo posible de competencias a los gobiernos del territorio provinciano, como la mejor forma de revitalizar al país.

Es lo que se está haciendo hoy con la reforma de los estatutos que tanta polémica están suscitando. Pero él agrega algo muy importante que hay que tener en cuenta: toda reforma que no cale en el estrato profundo, que no punce al español en el nervio de su vida individual, será inoperante. Hay que poner fuera de sí al español, si se quiere ponerle en la Historia.

Desde hace siglos el hombre medio hispano cayó dentro de sí mismo como en un pozo y no ha salido aún (La idea de gran comarca o región XI 259).

Volver arriba