Al acecho del Reino



Fe de identidad

Necesariamente políticos,
evangélicamente revolucionarios


Contra toda filosofía funcionalista, nosotros creemos que ni la ciencia ni la técnica pueden exhibir, en ninguna circunstancia la bandera blanca de una pretendida neutralidad. O se sirve al sistema o se sirve al pueblo. Trazar una carretera en el papel, planear un censo, clasificar un remedio, es política.

Todo técníco, todo científico es siempre un político, aun cuando se niegue a serlo: o reaccionario, o reformista, o transformador. La revolución no germina solamente en los brazos y en la sangre de los labradores y de los obreros. Vosotros, llamados a ser aliados legítimos del pueblo, haréis también esa revolución o lucharéis vendidos contra ella. En este sertao de Mato Grosso yo he visto muchas batas asépticas de médico irreparablemente manchadas con la sangre despreciada del pueblo. Negaos a aquellos servicios técnicos supuestamente indiferentes. Sed técnica y ciencia al servicio de la libertad, de la justicia, de la vida.

El Dios de los señores no es igual, decía Arguedas y lo recuerda Gustavo Gutierrez. "No es igual al Dios de los pobres. En realidad, el dominador, en última instancia, es un incrédulo frente al Dios de la Biblia". Y recuerda, más adelante Gustavo, en su libro La fuerza histórica de los pobres, estas palabras de Berdiaeff: Si yo tengo hambre, ése es un problema material; si otro tiene hambre, ese es un problema espiritual".

Mejor aún, digo yo: el hambre que yo tengo es un problema material para mí. Realísimo, sin duda. Pero el hambre que mi hermano tiene es un realísimo problema tanto material como espiritual. Material para él. Para mí, espiritual. Tanto si conozco ese hambre como si lo ignoro, debiéndola conocer. "Tuve hambre y me disteis de comer"...O tuve hambre y ni siquiera os enterásteis.

En política no hay nada definitivamente escrito. La política de un país o del mundo, como la vida de una persona, se va haciendo a tientas, cada día. De todos modos, yo he pasado de la visión horrorizada del anarquismo, en mi infancia, dice P. Casaldáliga, a las opciones del socialismo. Por el contacto con la dialéctica de la vida, por las exigencias del Evangelio y también por algunas razones del marxismo.

Qué socialismo, no lo sé a punto fijo; como no sé a punto fijo qué Iglesia será mañana la que hoy estamos pretendiendo construir, por más que sé que la queremos cada vez más cristiana; como no sé cual es la total Utopía _que, en mi Esperanza, creo realidad_ hacia la que camina el mundo de los Hombres, sacudidos por el Espíritu de Jesucristo Resucitado.

Yo creo que el capitalismo es "intrínsecamente malo": porque es el egoísmo socialmente institucionalizado, la idolatría pública del lucro por el lucro, el reconocimiento oficial de la explotación del hombre por el hombre, la esclavitud, la esclavitud de muchos al yugo del interés y la prosperidad de los pocos. Durante el interrogatorio a que fuimos sometidos los miembros del equipo pastoral de la Prelatura, el presidente del proceso me preguntaba insistentemente por mi socialismo, por lo que yo entendía por socialismo.

Esta última palabra fue sorprendida, como el cuerpo de un delito, en algunos de los escritos y grabaciones que la Polícía y el Ejército nos robaron o nos "aprehedieron". Para no entrar en disquisiciones, le respondí:

_Para mí, Dr Francisco, socialización sería la mayor participación posible de todos los ciudadanos, dentro la mayor igualdad posible, en "todos los bienes de la naturaleza y de la cultura". (La expresión entrecomillada hacía referencia a la nomenclatura de Paulo Freire, cuyas doctrinas y métodos de educación popular fueron también cuerpo de delito en nuestro "inquérito".

Él se limitó a responderme _con todos los que se limiten a eso_ que esa socialización era una utopía.
_He dicho "posible", añadí; y en todo caso, Dr Francisco, mi esperanza es realmente utópica porque no se acabará nunca aquí, en la ciudad terrena...Y sin embargo, añado ahora toda vida cristiana debe ser "realización" de esa Utopía, Sólo caminamos hacia la Ciudad celeste en la medida en que intentamos instaurarla "utópicamente" aquí, en las embrutecidas calles de la Ciudad terrena.

Pedro Casaldáliga, obispo
Al acecho del Reino
Antología de textos 1968-1988
Ediciones Edymion. Nueva Utopía, madrid 1989
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