Los santos que nunca serán canonizados



Savonarola: en su hoguera ardieron muchas
páginas del Evangelio


Nuestros santos apócrifos no son _no tienen por qué ser_ perfectos. Ni mucho menos. Igual que los santos "legítimos", que, también ellos, tuvieron sus fallos, a veces no pequeños. Pero los apócrifos entran en vía muerta porque tropezaron con eso que hemos dado en llamar el "vértice" de la sociedad. Y el vértice dificilmente perdona

Esto le ocurrió al fraile dominico italiano Jerónimo Savonarola (1452-1498). Cuando fue nombrado prior del convento de San Marcos en Florencia, se sintió capaz contra todo poder en la tierra, y así se atrevió a denunciar en sus sermones las irregularidades de la política florentina.

Lorenzo el Magnífico, el presidente de la Señoría florentina, le envió sus delegados para transmitirle sus quejas, pero fray Jerónimo declaró que tanto Santo Domingo como San Pedro Mártir y Santa Catalina de Siena habían intervenido en política, y lo habían hecho según el Evangelio.

Cuando Carlos VIII intentó la conquista de Italia (1494), Savonarola vió en él al instrumento divino destinado a castigar y regenerar a Italia; y así intervino cada vez más en política, y en seis meses elaboró una nueva Constitución, reformó la Justicia, reorganiozó los impuestos, suprimíó la usura y declaró una amnistía general. Pero subestimó el número y calidad de sus enemigos y de los descontentos.

Hubo más: tras haber reformado a Florencia, el dominico pretendía la reforma universal. Y aquí vino el tropiezo: con la Iglesia había topado fray Jerónimo. En efecto, Alejandro VI, el aragonés Rodrigo de Borja, se vió obligado a intervenir en el asunto, ya que su propio poder se veía seriamente amenazado. Pero no quiso, como buen diplomático que era, enfrentarse primordialmente con el fraile profeta: por eso, lo llamó suavemente a Roma para pedirle cuenta no más de sus profecías, que eran cada vez más amenazantes.

Savonarola, consciente de la segunda intención del Borja, rechazó el requerimiento, alegando que estaba enfermo y que, además, su presencia era imprescindible en Florencia. Alejandro VI entonces prohibió a Savonarola que predicara; pero el dominico dió una respuesta equívoca: en su opinión no podía admitirse que se declarase preferible oír la voz del papa que la de Dios.

En 1496 proclamó que si el papa se oponía al bien, era preciso desobedecerle; y al mismo tiempo expuso los vicios que reinaban en Roma con la participación activa y directa del papa Borja. Éste, astuto y consecuente, hizo la última tentativa: comprar al profeta, ofreciéndole la púrpura cardenalicia, cosa que Savonarola rechazó con dignidad e incluso con altivez.

Entonces Alejandro VI recurrió a las armas de todos los gobernantes cobardes: el terror. Excomulgó al fraile y amenazó con declarar el entredicho para la ciudad de Florencia. En aquella época de dominación religioso-política el entredicho suponía algo así como la bomba atómica medieval sobre la población. Sin embargo, fray Jerónimo comprendió que no era el papa el que lo fulminaba, sino el jefe de los Estados Pontificios: por eso siguió tranquilamente diciendo misa y administrando los sacramentos.

La amenaza del papa Borja obtuvo los resultados apetecidos: los enemigos de Savonarola salieron a la superficie y se apresuraron a la rápida revancha. La Señoría de Florencia movió delicadamente todos los hilos de la tramoya: llegaron a la ciudad del Arno el general de los dominicos y un obispo, que, después de haber sometido a torturas al fraile excomulgado, dijeron que lo había declarado todo...

Entonces lo abandonaron todos los que hasta entonces lo habían alabado y adulado. La sentencia de la muerte en la horca se cumplió el 23 de mayo de 1498, después de haber recibido Savonarola los sacramentos de la penitencia y la eucaristía.

Su cadáver fue quemado y sus cenizas arrojadas al río Arno, para evitar que algún partidario secreto hiciese luego reliquias de ellas. Y es que los profetas siguen siendo molestos incluso después de su muerte.

Leamos un ejemplo de sus predicaciones "subversivas": "Los cristianos han abandonado el verdadero culto de Dios y han llegado ahora a tal ceguedad, que ni siquiera saben lo que significa su nombre...Ocupados en ceremonias exteriores, no conocen el culto interior; nunca o muy rara vez, leen las Escrituras; y cuando las leen no las comprenden. Dicen: "Nuestra alma siente náuseas de este alimento ligero.

¿Quién nos hará oír la elocuencia de Cicerón, las palabras sonoras de los poetas, la dulce lengua de platón y las sutilezas de Aristóteles? Porque esta Escritura es demasiado simple. Es alimento de mujercillas. ¡Predicamos, pues, cosas sutiles"!

Ante estas homilías no podemos negar que la horca de Savonarola entra dentro de la misma lógica que la cruz de un tal Jesús de Nazaret.
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Ver: José Mª González Ruiz. Los santos que nuna serán canonizados. Ed Planeta 1979
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