Los santos no canonizados
-Antonio Machado, el bueno-
La saeta
El santo apócrifo, como se considera a Antonio Machado, nos ha dado su mejor biografía en unos versos magistrales:
Hay en mis venas gotas de sangre Jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su
doctrina, soy en el buen sentido de la
palabra, bueno.
Antonio Machado Ruiz, nacido el día de Santa Ana en Sevilla, es uno de los que tienen más derecho a ser incluido en el santoral apócrifo.
Su hermano José lo describe puntualmente: tenía una paciencia comparable a la de santo Job. Su generosidad era inmensa, a veces incluso ofensiva. Sentía, dice su hermano José, la más profunda aversión por las manifestaciones de entusiasmo social. Pensaba que en el fondo era una manera, acaso subconsciente, de seguir trabajando en silencio en lugar de dormirse bajo la losa de los elogios que suelen ser tributados por personas que quizá ni conocían la obra que celebraban.
Ya conocéis mi torpe aliño indumentario _dice en su autorretrato_. Pero su hermano José pone los puntos sobre las íes precisando concretamente: Forma parte de su leyenda que no se preocupaba ni poco ni mucho de su vestimenta. Pero en el fondo tenía más alta idea de la elegancia de lo que se pueden suponer los que blasonan de ella. Y como él decía: Yo no visto bien porque no puedo. Y no pudiendo ir completamente con todo nuevo y de la mejor calidad, prefirió no darle demasiada importancia. Porque siempre pasaría aquello de que: "ahora que tengo chaleco me falta la americana".
Machado, además de ser un hombre bueno, fue un gran místico: creía firmemente en Dios y decía que su fe le había venido desde fuera y cuando no actuaba como sujeto pensante, sino cuando estaba relajado, cuando dormía:
Anoche, cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
"Dios viene por el sueño": esta frase machadiana es perfectamente reconvertible a lo que la teología de todos los tiempos ha afirmado de Dios:"Dios es gratuito", Dios es antes.
Siempre comsideró a los niños como algo tan sagrado, que había que ver con cuánta delicadeza tenía en sus temblorosas manos a algún pequeñuelo. Lo sostenía lleno de inquietud temeroso de que algún movimiento brusco de la criatura hiciese que se le escapara de las manos.
Machado, además de un hombre bueno, fue un místico indudable: creía firmemente en Dios y comunicaba esta experiencia vital asegurando que su fe en Dios le había venido desde fuera y precisamente cuando no actuaba como sujeto activamente pensante, sino cuando estaba relajado _sin pensar en nada_; en una palabra, cuando dormía.
Anoche cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
“Dios viene por el sueño”, esta frase de Machado esta experiencia conciliable con lo que dice la teología de siempre que “Dios es gratuito”; Dios es antes que los hombres; Dios inicia el diálogo con los hombres y éste responde sí o no, o queda perplejo sin saber qué contestar. O, como dice el mismo "santo" de hoy, Dios pasó por tu puerta: dos veces no pasa.
Pero esta aceptación de Dios no hace al hombre un ser asumido y aniquilado por la divinidad superior, sino que, por el contrario, dinamiza las capacidades humanas hasta el punto de hacer posible que el hombre re-cree, de alguna manera lo divino:
Yo he de hacerte mi Dios, cual Tú me hiciste,
y para darte el alma que me diste,
en mí te he de crear. Que el puro río
de caridad que fluye eternamente
fluya en mi corazón. ¡Séca Dios mío,
de una fe sin amor la turbia fuente!
Es decir, un creyente no es sólo uno que dice sí a una proposición superior que le viene de fuera, sino uno que a continuación traduce en amor esa aceptación inicialmente de talante cognoscitivo.
Para Antonio Machado, el mar era el gran símbolo escatológico: lo que hay más allá de los confines de la muerte. Hoy diríamos que su teología es una teología de la resurrección, del futuro; por eso escribía :
No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar.
Ya al fin del destierro en la ciudad francesa de Collioure, pocos días antes de su muerte dijo a su hermano José: “Vamos a ver el mar”. Se quedó largo rato contemplándolo con la mirada ensimismada. Fue su última salida. Así se cumplió su profecía y deseo acerca de su muerte:
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraré a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
LA SAETA
¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno.
SAETA POPULAR
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
(Antonio Machado)
El escriturista JM. González Ruiz considera a Antonio Machado como uno de los santos que nunca serán canonizados.
José Mª Gozález Ruiz, Los santos que nunca serán canonizados
Ed Planeta, 1979
La saeta
El santo apócrifo, como se considera a Antonio Machado, nos ha dado su mejor biografía en unos versos magistrales:
Hay en mis venas gotas de sangre Jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su
doctrina, soy en el buen sentido de la
palabra, bueno.
Antonio Machado Ruiz, nacido el día de Santa Ana en Sevilla, es uno de los que tienen más derecho a ser incluido en el santoral apócrifo.
Su hermano José lo describe puntualmente: tenía una paciencia comparable a la de santo Job. Su generosidad era inmensa, a veces incluso ofensiva. Sentía, dice su hermano José, la más profunda aversión por las manifestaciones de entusiasmo social. Pensaba que en el fondo era una manera, acaso subconsciente, de seguir trabajando en silencio en lugar de dormirse bajo la losa de los elogios que suelen ser tributados por personas que quizá ni conocían la obra que celebraban.
Ya conocéis mi torpe aliño indumentario _dice en su autorretrato_. Pero su hermano José pone los puntos sobre las íes precisando concretamente: Forma parte de su leyenda que no se preocupaba ni poco ni mucho de su vestimenta. Pero en el fondo tenía más alta idea de la elegancia de lo que se pueden suponer los que blasonan de ella. Y como él decía: Yo no visto bien porque no puedo. Y no pudiendo ir completamente con todo nuevo y de la mejor calidad, prefirió no darle demasiada importancia. Porque siempre pasaría aquello de que: "ahora que tengo chaleco me falta la americana".
Machado, además de ser un hombre bueno, fue un gran místico: creía firmemente en Dios y decía que su fe le había venido desde fuera y cuando no actuaba como sujeto pensante, sino cuando estaba relajado, cuando dormía:
Anoche, cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
"Dios viene por el sueño": esta frase machadiana es perfectamente reconvertible a lo que la teología de todos los tiempos ha afirmado de Dios:"Dios es gratuito", Dios es antes.
Siempre comsideró a los niños como algo tan sagrado, que había que ver con cuánta delicadeza tenía en sus temblorosas manos a algún pequeñuelo. Lo sostenía lleno de inquietud temeroso de que algún movimiento brusco de la criatura hiciese que se le escapara de las manos.
Machado, además de un hombre bueno, fue un místico indudable: creía firmemente en Dios y comunicaba esta experiencia vital asegurando que su fe en Dios le había venido desde fuera y precisamente cuando no actuaba como sujeto activamente pensante, sino cuando estaba relajado _sin pensar en nada_; en una palabra, cuando dormía.
Anoche cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
“Dios viene por el sueño”, esta frase de Machado esta experiencia conciliable con lo que dice la teología de siempre que “Dios es gratuito”; Dios es antes que los hombres; Dios inicia el diálogo con los hombres y éste responde sí o no, o queda perplejo sin saber qué contestar. O, como dice el mismo "santo" de hoy, Dios pasó por tu puerta: dos veces no pasa.
Pero esta aceptación de Dios no hace al hombre un ser asumido y aniquilado por la divinidad superior, sino que, por el contrario, dinamiza las capacidades humanas hasta el punto de hacer posible que el hombre re-cree, de alguna manera lo divino:
Yo he de hacerte mi Dios, cual Tú me hiciste,
y para darte el alma que me diste,
en mí te he de crear. Que el puro río
de caridad que fluye eternamente
fluya en mi corazón. ¡Séca Dios mío,
de una fe sin amor la turbia fuente!
Es decir, un creyente no es sólo uno que dice sí a una proposición superior que le viene de fuera, sino uno que a continuación traduce en amor esa aceptación inicialmente de talante cognoscitivo.
Para Antonio Machado, el mar era el gran símbolo escatológico: lo que hay más allá de los confines de la muerte. Hoy diríamos que su teología es una teología de la resurrección, del futuro; por eso escribía :
No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar.
Ya al fin del destierro en la ciudad francesa de Collioure, pocos días antes de su muerte dijo a su hermano José: “Vamos a ver el mar”. Se quedó largo rato contemplándolo con la mirada ensimismada. Fue su última salida. Así se cumplió su profecía y deseo acerca de su muerte:
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraré a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
LA SAETA
¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno.
SAETA POPULAR
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
(Antonio Machado)
El escriturista JM. González Ruiz considera a Antonio Machado como uno de los santos que nunca serán canonizados.
José Mª Gozález Ruiz, Los santos que nunca serán canonizados
Ed Planeta, 1979