La vieja cristiandad: la España de los años treinta (II)
Entre los obispos españoles, el integrismo había ganado posiciones al amparo de la Dictadura de Primo de Rivera. Durante la Restauración, el Real Patronato sobre el nombramiento de obispos, al margen de sus innegables inconvenientes, había tenido al menos la ventaja de que se designaran prelados ciertamente monárquicos, pero isabelinos o alfonsinos. No pocos de ellos eran integristas de formación y corazón, pero tenían que contenerse.
En cambio la Dictadura, ya desde sus comienzos, estableció un sistema que equivalía a una cooptación. El Real Decreto de 10 de marzo de 1924 creó la Junta Delegada del Real Patronato eclesiástico, para proponer los nombres de obispos y demás cargos eclesiásticos cuya provisión correspondía a la Corona. Presidente nato de esta Junta sería el arzobispo de Toledo, y la completarían otro arzobispo y dos obispos, elegidos los tres por el episcopado, y tres miembros de cabildos de catedral o colegiatas, elegidos por estas corporaciones. Así se permitió que una serie de integristas accedieran al episcopado, o pasaran de sedes insignificantes a otras preeminentes.
La consecuencia fue que la República topó con un episcopado en el que había bastantes integristas, algunos de ellos (Segura y Gomá sobre todo) muy enérgicos en la defensa de su ideología. Formaban un grupo muy unido, que incluso se comunicaban en clave. El archivo secreto del cardenal Goma, descubierto por los revolucionarios en julio de 1936 en el palacio arzobispal de Toledo, lo ha revelado.