Vamos a Belén
Bellísimo relato, cuya verdad no hemos de buscar en el hecho histórico, sino en la metáfora. Una metáfora poética, profética, política. Inspirada y vigorosa metáfora teológica de Dios o de la Vida que ha de nacer, que hemos de gestar y cuidar.
"Vamos a Belén", quiero decirte también yo, amiga, amigo, desde el fondo de mi alma en este día de Nochebuena, a pesar de que la aurora del sol naciente, la Natividad del único Dios verdadero, la Paz y la Liberación de todos los vivientes, parece aún tan lejano, tan incierto.
Vamos a Belén. ¿Pero a qué Belén? ¿Al antiguo Belén de Judea? ¿O al Belén de las ficciones y de las creencias? Vamos más bien a los Belenes -son tantos- de tierra y de carne que pueblan la Tierra. Son más de ciento treinta ciudades, pueblos, aldeas o lugares que se llaman Belén: de Chile a México, de Argentina a Estados Unidos, de Colombia a Costa Rica, de Venezuela al Salvador, de Uruguay a Guatemala, de Paraguay a Cuba, de Honduras a Perú, de Panamá a Ecuador, Bolivia y Brasil, de Filipinas a Indonesia, de Chequia a Guinea Ecuatorial y de Turquía a Polonia, Grecia, Portugal, España... Lugares sin fin de todos los continentes. Imágenes del verdadero Belén.
También el Belén histórico, del que hablan los evangelios, el que ha dado nombre a todos los lugares que se llaman así, es una imagen del verdadero Belén que aún no es. Los Evangelios hablan de Belén en términos proféticos, más bien que históricos, y la profecía sigue sin cumplirse: Belén sigue siendo una localidad sometida en la Cisjordania palestina ocupada por Israel. Está a 9 kilómetros de Jerusalén, que significa "ciudad de paz" pero es en realidad ciudad de violencia, de la que no hay un único responsable, pero sí un responsable mayor: el estado de Israel con su poderoso aliado, los Estados Unidos de América.
Belén de Palestina con sus 25.000 habitantes, todos extranjeros en su tierra, la mitad cristianos y la otra mitad musulmanes, muchos de ellos refugiados palestinos, doblemente extranjeros. Belén rodeado, aislado más bien, por un muro inhumano erigido por el estado israelí, muro de cemento y de soldados que restringen a capricho la libertad de entrada y de salida de sus habitantes.
Belén es toda la geografía del planeta en su diversidad y paradojas, con sus dramas más terribles y con sus sueños más bellos. Es figura de todos los Belenes. Imagen de todas las injusticias y grietas del mundo. E imagen de otro mundo que hemos de engendrar, imagen del poder de lo pequeño y lo sencillo, de la bondad más fuerte, de la fe en la vida y en la humanidad a pesar de todo.
No en balde Belén significa "ciudad del pan", del pan que falta a tantos, de tanto pan que despilfarramos, de la tristeza de la codicia, de la alegría de la comensalía, de la felicidad de la bondad y del compartir, la única felicidad verdadera. Belén es el nombre de esa ciudad futura de todos los hombres y mujeres, de todos los vivientes.
Ése es el Belén del que nos hablan los Evangelios. Los evangelios no son crónicas de lo que alguna vez sucedió en el campo de los pastores a las afueras de Belén de Judea. Son más bien profecía de lo que hemos de hacer que suceda: que haya pan, libertad, igualdad para todos. Aunque Jesús no hubiera nacido en Belén, sino en Nazaret, como seguramente nació, y aunque María no fuera físicamente virgen y José fuera, como sin duda fue, el padre de Jesús, eso no restaría nada al mensaje evangélico ni habría de afectar en nada a la fe de los cristianos de hoy.
Pues, al igual que los poemas y las profecías, los evangelios se escribieron para mover el corazón y liberar la esperanza, siempre tan amenazada. No se escribieron para contar el pasado, sino para imaginar y suscitar el futuro. Y ahí estamos, ¿o no?
Vayamos, pues. Delante del Belén de nuestra casa, quiero inclinarme ante el niño Jesús - profecía de la humanidad- como María y José. Y volver a soñar, y que el sueño me impulse a construir el Belén de un futuro mucho mejor para todos.