Hacia una mística de ojos abiertos, corazón solidario y amor políticamente eficaz (II) Juan José Tamayo: "Para vivir místicamente hoy hay que ponerse al lado de las víctimas que generan los sistemas de dominación"
"En el artículo anterior planteé algunas preguntas en torno a la mística en tiempos de pandemia, de crisis y silencio de Dios y de intensificación de las diferentes brechas que vive la humanidad"
"En este intento dar respuesta ofreciendo otra imagen de las místicas y los místicos muy distinta de la que con frecuencia funciona en el imaginario religioso y cultural"
"Los más recientes estudios muestran que la mística no es una experiencia pasiva sino que compagina intelecto y afectividad, razón y sensibilidad, experiencia y reflexión, facultades de pensar y amar, teoría y práctica transformadora"
"Los más recientes estudios muestran que la mística no es una experiencia pasiva sino que compagina intelecto y afectividad, razón y sensibilidad, experiencia y reflexión, facultades de pensar y amar, teoría y práctica transformadora"
En el artículo anterior planteé algunas preguntas en torno a la mística en tiempos de pandemia, de crisis y silencio de Dios y de intensificación de las diferentes brechas que vive la humanidad. En este intento dar respuesta ofreciendo otra imagen de las místicas y los místicos muy distinta de la que con frecuencia funciona en el imaginario religioso y cultural.
Místicas y místicos, inconformistas y críticos del poder
La mística ha sido presentada como un fenómeno pre-lógico, pre-racional e incluso anti-intelectual y anti-racional, como si se moviera solo en la esfera emocional y pasiva. Sin embargo, los más recientes estudios interdisciplinares parecen desmentirlo y muestran que la mística compagina el intelecto y la afectividad, la razón y la sensibilidad, la experiencia y la reflexión, las facultades de pensar y la de amar, la teoría y la práctica transformadora. La filósofa María Zambrano considera la experiencia mística como una experiencia antropológica fundamental.
Si otrora se ponía el acento en el carácter a-histórico, desencarnado, puramente celeste y angelical de la mística, hoy se subraya su dimensión histórica. La mística tiene mucho de sueño y se mueve en el mundo de la imaginación, es verdad, pero el sueño y la imaginación están cargados de utopía. Y, como dice Walter Benjamin, la utopía “forma parte de la historia”, se ubica en el corazón mismo de la historia, mas no para acomodarse a los ritmos que impone el orden establecido, sino para subvertirlo desde sus cimientos, no para quedarse a ras de suelo, sino para ir a la profundidad de las cosas, de las personas y de la naturaleza.
A la mística se la ha acusado dehuir de la realidad como de la quema y recluirse en la soledad y la pasividad de la contemplación por miedo a mancharse las manos en la acción. Pero eso es desmentido por los propios místicos y místicas como la carmelita Cristina Kauffmann, para quien la mística “es el dinamismo interno de toda actividad solidaria y creativa del cristiano. Crea personas de incansable entrega a los demás, de capacidad de transformación de las relaciones interpersonales”.
Los místicos y las místicas aparecen, a los ojos de la gente, como personas excéntricas, pacatas, conformistas, integradas en el sistema. Sin embargo, su vida se encarga de falsar esa imagen. En realidad se comportan con gran libertad de espíritu y con un acusado sentido crítico. Son personas desinstaladas, con frecuencia comprometidas en la reforma de las instituciones religiosas y políticas, con capacidad de desestabilizar el sistema, tanto religioso como político.
Por eso resultan la mayoría de las veces incómodas para el poder que no puede controlarlas y son sospechosas de heterodoxia, rebeldía y dudosa moralidad. Ello explica que sean sometidas a todo tipo de controles de ortodoxia por parte de los inquisidores, de fidelidad institucional por parte de los jerarcas y de cuestionamiento de integridad moral por parte de los cancerberos de la moralidad; que sean encarceladas e incluso ejecutadas. Y no cabe extrañarse porque así ha sido siempre.
Baste recordar a algunas figuras místicas relevantes del cristianismo y del islam: el Maestro Eckhart, acusado de herejía y algunas de sus ideas fueron condenadas; Margarita Porete, quemada en la hoguera junto con su libro El espejo de las almas simples, declarado herético por un tribunal patriarcal; Juan de la Cruz, encarcelado por sus propios hermanos; Teresa de Jesús, sospechosa de heterodoxia por sus escritos espirituales, sus visiones místicas y su vida andariega; el sufí murciano Ibn Arabi, perseguido y condenado por la ortodoxia islámica, y el poeta persa Rumi, uno de los más grandes maestros del sufismo de todos los tiempos.
Mística y política: amor políticamente eficaz
La relación entre mística y política no es arbitraria, ni oportunista, sino intrínseca a las religiones y muy especialmente a la judía y la cristiana. En la tradición bíblica uno de los nombres de Dios es “Justicia”, como afirma el profeta Jeremías: “Este es el nombre con el que lo llamarán: ‘Yahvé, nuestra Justicia” (Jr 23,6). Uno de los nombres más bellos que da el Corán a Dios es “el Justo”.
La justicia no es solo un tema político o jurídico; es también teológico. Es una característica irrenunciable del Dios de la Biblia que se revela en la historia y en la naturaleza por vía de liberación. Dios hace justicia a las víctimas y es defensor de la dignidad y de los derechos la naturaleza, quizá la víctima más maltratada de todas ellas. Hablar de Dios y preguntar por Dios y hablar de la justicia y preguntarse por la justicia son discursos e interrogantes interrelacionados.
Coincido con Metz en que el cristianismo, ha sido históricamente una religión más sensible al pecado que al dolor de las víctimas. Es necesario invertir las prioridades: el dolor antes que el pecado o, por mejor decir, el dolor causado por el pecado de causar víctimas y de olvidarse de ellas. No hay más que abrir el Evangelio, la primera biografía del cristianismo, para comprobarlo en la persona de Jesús de Nazaret, el Cristo liberador, indignado con las injusticias y compasivo con quienes las padecen en su propia carne, y estas hoy no son excepción, sino la regla general en esta “cultura del descarte”, a la que se refiere críticamente el papa Francisco.
El cristianismo es una religión mística no solo como experiencia espiritual, sino como experiencia política; no una mística sin rostro, sino buscadora de rostros, de los rostros de las personas y colectivos humanos doloridos y sufrientes. Una mística que tiene su fundamento en la autoridad de las víctimas y su fuerza en la compasión, caracterizada por el hambre y la sed de justicia.
Una mística inconformista y no evasiva de la realidad, que tiene una dimensión crítico-pública e incide directamente en la vida política al servicio del bien común. Una mística, en palabras del teólogo alemán J. B. Metz, “de los ojos abiertos, que nos hacen volver a sufrir por el dolor de los demás: los que nos instan a sublevarnos contra el sin sentido del dolor inocente e injusto; los que suscitan en nosotros hambre y sed de justicia, de una justicia para todos”. [1]
Una mística en fin, política, de amor eficaz político, que es inseparable de la revolución, como dijera y practicara Camilo Torres: “La revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos… La revolución…, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, vista al desnudo, enseñe al que no sabe, cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos”. [2]
La mística es una experiencia fundamental de las religiones y un camino –quizá el mejor camino- para la superación de los fundamentalismos, que constituyen hoy una de las más graves patologías de las religiones. Como acabo de afirmar, la mística es inseparable de la lucha por la justicia. Un ejemplo es la experiencia de la pensadora francesa Simone Weil, que vivió la experiencia mística trabajando en cadena en una fábrica de coches en solidaridad con los sectores más vulnerables de la sociedad.
"La relación entre mística y política no es arbitraria, ni oportunista, sino intrínseca a las religiones y muy especialmente a la judía y la cristiana"
La mística debe tratada desde la perspectiva feminista, integradora de las diferentes experiencias religiosas y laicas, que responda a los desafíos de nuestro tiempo, compagine teoría y práctica liberadoras, trabaje por la justicia y contribuya a construir una sociedad fraterno–sororal y una comunidad eco-humana sin exclusiones.
Albert Einstein, nada sospechoso de apologista de la religión, ve en la mística la más bella emoción del ser humano y la fuerza de toda ciencia y arte verdaderos. “Para quien esta experiencia resulte extraña, es como si estuviera muerto” –afirma-. Einstein dixit.
Mística desde la identificación con las víctimas
Termino con la pregunta que vengo planteando desde el principio: ¿es posible hablar de mística, vivir místicamente hoy? Sí, pero con una condición: ponerse del lado de las víctimas que generan los diferentes sistemas de dominación: capitalismo, patriarcado, colonialismo, terrorismo global, racismo, supremacismo, fundamentalismos, depredación de la naturaleza, aporofobia.
Ser solidarios con las víctimas causadas por grupos religiosos fanáticos que dicen matar en nombre de Dios, lo que supone convertir a Dios en un asesino, como dijera José Saramago (¿quién va a creer en un Dios asesino de sus hijos?); asumir un compromiso de solidaridad con las personas y los colectivos que sufren, como lo hizo la II Asamblea General del Episcopado Latinoamericano celebrada en la ciudad colombiana de Medellín en 1968: “El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria. Un sordo clamor brota de millones de hombres [sic], pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte. ‘Nos estáis ahora escuchando en silencio, pero oímos el grito que sube de vuestro sufrimiento’, ha dicho el Papa [Pablo VI] a los campesinos en Colombia’… La pobreza de la Iglesia y de sus miembros en América Latina debe ser signo y compromiso. Signo del valor inestimable del pobre a los ojos de Dios; compromiso de solidaridad con los que sufren” (La pobreza en la Iglesia, nn. 1-2 y 7).
[1] Johann Baptist Metz, o. c.
[2] Camilo Torres, “Mensaje a los Cristianos”, Periódico Frente Unido, n. 1º, Bogotá, 1965, p. 3.