Noviazgo: tiempo de discernimiento

La Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de S. Juan Pablo II en su número 34 afirma:

"También los esposos, en el ámbito de su vida moral, están llamados a un continuo camino, sostenidos por el deseo sincero y activo de conocer cada vez mejor los valores que la ley divina tutela y promueve, y por la voluntad recta y generosa de encarnarlos en sus opciones concretas."

Resalto la expresión "llamados a un continuo camino". Un camino que no se ha iniciado en el día de la celebración del matrimonio sino previamente en el tiempo del noviazgo.

A los novios siempre les recuerdo que el matrimonio es más que un compromiso entre la pareja. El matrimonio es una VOCACIÓN. Es Dios quien llama a formar una familia, es Él el que hace nacer el amor en el corazón de la pareja. El noviazgo lejos de ser un tiempo donde quemar etapas, muy lejos de ser un tiempo de hacer "pruebas" a ver si me llevaré bien con el otro, es un tiempo de DISCERNIMIENTO.

¿Qué han de discernir los novios? En primer lugar un discernimiento de emociones y sentimientos. Identificar bien si lo que la otra persona despierta en mi es atracción, amistad o algo más profundo. El motivo para entablar una relación de pareja no puede ser la mera atracción física o sexual. De ser así está condenada al fracaso y a la decepción. Los cimientos del amor por más que nos lo quieran meter hasta en la sopa no son las relaciones sexuales. Éstas son, o deberían ser, la expresión íntima y sensorial de un amor oblativo, que se entrega al otro sin restricciones.

En segundo lugar un discernimiento de voluntades. Poner en oración la relación de pareja y pedirle al Señor que ilumine el corazón para reconocer en el otro al compañero de camino que Él nos ha confiado para amarlo y respetarlo el resto de nuestra vida. Siempre digo que el amor puede nacer con el sentimiento pero solo se mantiene y persevera con la voluntad. Amar, con mayúsculas, es un acto de la voluntad más allá del mero sentimiento que tan a menudo puede resultar algo volátil y caduco.

En tercer lugar un discernimiento de capacidades y madurez personal. Uno ha de ser sincero consigo mismo y con el otro. Observarse y evaluar el propio equilibrio afectivo y emocional. La duración del noviazgo no debe depender de la capacidad material o adquisición económica que permita o no dar el paso al matrimonio. Más bien debe depender del grado de madurez personal y como pareja que permita conocer, comprender y asumir los compromisos matrimoniales con ciertas garantías.

El noviazgo cristiano más allá de mirarse uno al otro invita a mirar en una misma dirección y a discernir juntos si el Señor nos llama a formar una familia, comunión de amor. Del mismo modo que un religioso o sacerdote tiene un proceso de discernimiento y formación antes de comprometerse consagrando su vida de modo definitivo.

La sexualidad juega un papel importante en este período de discernimiento también. Más allá de reducir a la genitalidad la relación sexual en cuanto personas sexuadas invita a conocer las propias capacidades y limitaciones, discernir en pareja el lugar que ocupa la sexualidad en la vocación matrimonial, su vocación intrínseca a la apertura a la vida, a dar fruto, a no encerrarse en un círculo vicioso y egoísta del mero placer.

Un noviazgo santo es aquel noviazgo donde la pareja emprende el camino de discernimiento de la voluntad de Dios, que busca crecer en los valores de entrega, confianza y autocontrol, entre otros.

Un noviazgo sano y santo no quema etapas ni violenta procesos, sabe crecer en la paciencia y en el discernimiento. Un noviazgo sano y santo empuja a levantar la mirada al creador del Amor e ir más allá del mero mirarse a si mismos.

El noviazgo es ya anuncio de la plenitud del matrimonio que aparece como imagen de la relación de amor y fidelidad de Dios con su pueblo.

Oremos mucho por los jóvenes cristianos que viven este hermoso discernimiento del noviazgo.
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