Vale la pena seguir creyendo en la bondad

En las lecturas de la misa de hoy asistimos a uno de los encuentros bien emotivos en la historia de José. El encuentro con su padre Jacob. ¡Qué hermosa manera de describirlo y qué cercano a nuestra propia realidad! “José, al verlo se le echó al cuello y lloró abrazado a él”. La respuesta de su padre Jacob: “Ahora puedo morir, después de haber visto tu rostro y que vives”. ¿No nos resultan familiares estas palabras semejantes a las de Simeón cuando vio al niño Jesús: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador”?

El encuentro de los justos. Se hace realidad esa máxima latina tan elocuente: “Cor ad cor loquitur” (el corazón habla al corazón). Son tantos los ejemplos en la escritura de encuentros entrañables entre corazones que aman al Señor… Hoy Jacob y José prefiguran uno de los encuentros más esperados: el del Padre con su hijo. Son figura del gran encuentro entre Dios Padre que recibe en su gloria al Hijo, Jesucristo, que ha llevado a cabo el sacrificio de redención de la humanidad.

Así lo hemos rezado en el salmo: “El Señor es quien salva a los justos”. En este caso en medio de la maldad de la envidia y el odio José y Jacob, hijo y padre, ambos víctimas del pecado de otros, finalmente se encuentran en un abrazo que sana toda herida y es bálsamo ante todo dolor.

Y es que ya nos lo confirma el evangelio que hemos proclamado hoy. En el mundo somos enviados como ovejas entre lobos. No caigamos en la trampa de pensar que solo sobrevivirán quienes se conviertan en lobos. No es verdad que hay que volverse malos. Sigamos apostando por la bondad del corazón, por vivir según la justicia del corazón que ama y se entrega a Dios. No dejemos de confiar en el Señor en medio de los problemas y dificultades. Miremos a Jacob y a José, a pesar de la desgracia, a pesar de ser víctimas del pecado de otros… permanecieron fieles sin rencor ni odio en su corazón.
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