Los ídolos que también respiramos en la Iglesia

en la primera lectura de hoy. Recordemos esta frase del libro del Éxodo:
“Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”
En este cambio de época que vivimos, inmersos en esta cultura relativista del mundo actual, conscientes de que los cristianos tenemos un compromiso con nuestro mundo, tenemos una misión muy concreta que es ser sal y luz en medio de las gentes. Podemos preguntarnos si esa palabra que hemos escuchado en la primera lectura no se da también en nuestros días. ¿Existe la idolatría en nuestros días? ¿Existen ídolos ante los que nos postramos y a los que servimos?
El principal peligro de la idolatría es que nos separa de Dios. Nos separa de Dios porque los ídolos desvían nuestra mirada, distraen el deseo y la voluntad por otros caminos… seducen el corazón cegándole con unas promesas vanas e ilusorias. Los ídolos que adora nuestro mundo hoy son evidentes y provocadoramente palpables:
la idolatría de la vanidad y el placer, la idolatría de la soberbia y el Yo, la idolatría del poder y el narcisismo y la idolatría del dinero y el materialismo.
Estos ídolos campan a sus anchas en el ambiente que respiramos a diario también nosotros, no estamos libres de su influencia. Y cuando nuestro corazón se deja seducir por estos ídolos empezamos “a alejarnos del camino que el Señor nos había trazado”. La jerarquía de valores se ve sustancialmente deformada y reconstruida con los cimientos tan frágiles e ilusorios del Hedonismo, el Narcisismo y el Materialismo.
En el Evangelio Jesús nos dice: “¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” la idolatría de la vanidad, de la soberbia. No nos damos cuenta. Este es el peligro mayor de la idolatría que entra de modo sutil, que se contagia por el ambiente, por el aire que respiramos. Ayer mencionábamos que corre esa mentalidad de creer en Cristo pero no en la Iglesia… decíamos que no es posible creer en Cristo sin sentirse Iglesia, sin amar a la esposa de Cristo. Pero en el ambiente una y otra vez se respira esa creencia, esa convicción… la idolatría del Yo endiosa la opinión personal que prevalece por encima de todo valor objetivo. Siempre añadimos el famoso “para mi…”. Cuesta vivir la humildad de adherirse a la fe de la comunidad, queremos que prevalezca nuestra interpretación personal de las cosas.
La primera lectura continúa diciéndonos que Moisés intercede por su pueblo, calma con serenidad la indignación de Dios recordando su misericordia. Nos dice que “El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”.
Esta es nuestra misión: Ser intercesores, mediadores, que sepamos poner serenidad, cordura, Verdad con nuestra humilde adhesión fidelidad a la fe de la Iglesia. Seamos Pontífices, construyamos puentes no muros. Potenciemos lo bueno, bello y verdadero que encontramos en el caminar de la vida, como María. Ella supo buscar soluciones a los problemas: “No tienen vino. Haced lo que Él os diga”
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