La vida religosa, ¿tiene futuro?
No descubro nada nuevo haciéndome esta pregunta. Desde los 18 años formo parte de esta opción de vida que para mi inició hace 26 años cuando comencé el prenoviciado en mi Congregación, sintiendo el llamado del Señor a seguirlo de cerca. Llevamos años haciéndonos esta pregunta en montones de encuentros y conferencias.
La vida religiosa se concibe como una vida radicalmente arraigada a Cristo. Una vida de profunda fidelidad profética al evangelio alimentados siempre de un carisma y espiritualidad que se traducen en actitudes y opciones vitales. La riqueza del Espíritu se desborda en la enorme diversidad de carismas que no cesan ni cesarán de brotar en la Iglesia. Desde este punto de vista mi respuesta a la pregunta que nos hacemos es un rotundo: SÍ, tiene futuro.
Ahora bien, necesariamente aparece el famoso PERO jesuítico….
La vida religiosa tiene futuro PERO los institutos religiosos tienen futuro únicamente si despiertan del letargo en el que muchos viven. De no ser así, es simplemente un dejarse morir traicionando la esencia misma de una vocación llamada a ser profecía, sal y luz en el mundo.
Como todos los lectores sabrán, las congregaciones se rigen por unas constituciones que contienen los “lineamenta” de la vida de cada instituto, recogen la esencia del carisma y la espiritualidad por los que el consagrado/a se guía, se deja interpelar y se inspira.
La responsabilidad de garantizar el futuro de una institución pasa inevitablemente por la fidelidad a esas constituciones.
¡Qué triste cuando la vida religiosa deja de ser fuente de gozo y alegría para sus miembros y para el mundo! Doloroso cuando la vida religiosa pierde su esencia profética para diluirse en las comodidades del mundo ofreciendo una vida insípida y sin capacidad de atraer a nadie. Recuerdo las palabras duras del papa Francisco cuando dijo que la vida religiosa no debe convertirse en una casa de “solterones”.
Cuando los religiosos olvidan el espíritu que recoge su carisma y espiritualidad pierden el norte y simplemente vagan por el mar sin saber a dónde van, sin proyectos, sin ganas, sin empuje. Esa vida religiosa…. No tiene futuro, gracias a Dios.
Se traiciona el carisma de la vida religiosa cuando se prefiere la comodidad al riesgo, cuando se prefiere una vida sin sobresaltos que una vida generosa y entregada, cuando los miembros del instituto dejan de ser hermanos para ser vecinos e incluso en algunos casos, desconocidos.
No tiene futuro una vida religiosa donde las personas no se conocen, no se aman y no se importan. Donde no se apuesta por el hermano que el Señor me ha puesto al lado en el camino de la vida. Cuando se da la espalda al hermano que sufre, que ha cometido un error, que se siente solo, que tiene dificultades. Cuando hay partidismos internos, bandos internos, intereses personales. Cuando hay chismes y críticas de unos a otros. Cuando se ve al mundo como un enemigo del que huir y al que condenar.
Una vida religiosa así ni es vida ni es mucho menos religiosa.
Volver a las fuentes de cada instituto y releer el por qué y el cómo nació cada carisma no es una opción, más bien es una necesidad fundamental, un ejercicio de honestidad y una responsabilidad mirando al presente y al futuro.
Si queremos que la vida religiosa tenga futuro hay que empezar a tomarse muy en serio el empezar a reforzar desde los cimientos. Hay que empezar por recuperar la calidad en las relaciones humanas donde el otro deje de ser un “compañero” o un vecino para ser mi hermano; donde las comunidades sean verdaderamente un hogar donde todos se sientan acogidos, aceptados, reconocidos y amados. Comunidades donde la vida del otro, sus inquietudes, sus sueños, sus capacidades importen de verdad. Donde se hable más de Dios que de fútbol, se abrace más y se chismorree menos, se ore más y se recite mecánicamente menos…
La vida religiosa seguirá existiendo porque la riqueza del Espíritu de Dios es inagotable pero solo tienen futuro aquellos que recuperen el por qué y el para qué de su existencia.
En palabras de S. Juan Pablo II en el nº 110 de su exhortación apostólica Vita Consecrata:
“¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas.
Haced de vuestra vida una ferviente espera de Cristo, yendo a su encuentro como las vírgenes prudentes van al encuentro del Esposo. Estad siempre preparados, sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, a vuestro Instituto y al hombre de nuestro tiempo. De este modo Cristo os renovará día a día, para construir con su Espíritu comunidades fraternas, para lavar con Él los pies a los pobres, y para dar vuestra aportación insustituible a la transformación del mundo.
Que este nuestro mundo confiado a la mano del hombre, y que está entrando en el nuevo milenio, sea cada vez más humano y justo, signo y anticipación del mundo futuro, en el cual Él, el Señor humilde y glorificado, pobre y exaltado, será el gozo pleno y perdurable para nosotros y para nuestros hermanos y hermanas, junto con el Padre y el Espíritu Santo".
La vida religiosa se concibe como una vida radicalmente arraigada a Cristo. Una vida de profunda fidelidad profética al evangelio alimentados siempre de un carisma y espiritualidad que se traducen en actitudes y opciones vitales. La riqueza del Espíritu se desborda en la enorme diversidad de carismas que no cesan ni cesarán de brotar en la Iglesia. Desde este punto de vista mi respuesta a la pregunta que nos hacemos es un rotundo: SÍ, tiene futuro.
Ahora bien, necesariamente aparece el famoso PERO jesuítico….
La vida religiosa tiene futuro PERO los institutos religiosos tienen futuro únicamente si despiertan del letargo en el que muchos viven. De no ser así, es simplemente un dejarse morir traicionando la esencia misma de una vocación llamada a ser profecía, sal y luz en el mundo.
Como todos los lectores sabrán, las congregaciones se rigen por unas constituciones que contienen los “lineamenta” de la vida de cada instituto, recogen la esencia del carisma y la espiritualidad por los que el consagrado/a se guía, se deja interpelar y se inspira.
La responsabilidad de garantizar el futuro de una institución pasa inevitablemente por la fidelidad a esas constituciones.
¡Qué triste cuando la vida religiosa deja de ser fuente de gozo y alegría para sus miembros y para el mundo! Doloroso cuando la vida religiosa pierde su esencia profética para diluirse en las comodidades del mundo ofreciendo una vida insípida y sin capacidad de atraer a nadie. Recuerdo las palabras duras del papa Francisco cuando dijo que la vida religiosa no debe convertirse en una casa de “solterones”.
Cuando los religiosos olvidan el espíritu que recoge su carisma y espiritualidad pierden el norte y simplemente vagan por el mar sin saber a dónde van, sin proyectos, sin ganas, sin empuje. Esa vida religiosa…. No tiene futuro, gracias a Dios.
Se traiciona el carisma de la vida religiosa cuando se prefiere la comodidad al riesgo, cuando se prefiere una vida sin sobresaltos que una vida generosa y entregada, cuando los miembros del instituto dejan de ser hermanos para ser vecinos e incluso en algunos casos, desconocidos.
No tiene futuro una vida religiosa donde las personas no se conocen, no se aman y no se importan. Donde no se apuesta por el hermano que el Señor me ha puesto al lado en el camino de la vida. Cuando se da la espalda al hermano que sufre, que ha cometido un error, que se siente solo, que tiene dificultades. Cuando hay partidismos internos, bandos internos, intereses personales. Cuando hay chismes y críticas de unos a otros. Cuando se ve al mundo como un enemigo del que huir y al que condenar.
Una vida religiosa así ni es vida ni es mucho menos religiosa.
Volver a las fuentes de cada instituto y releer el por qué y el cómo nació cada carisma no es una opción, más bien es una necesidad fundamental, un ejercicio de honestidad y una responsabilidad mirando al presente y al futuro.
Si queremos que la vida religiosa tenga futuro hay que empezar a tomarse muy en serio el empezar a reforzar desde los cimientos. Hay que empezar por recuperar la calidad en las relaciones humanas donde el otro deje de ser un “compañero” o un vecino para ser mi hermano; donde las comunidades sean verdaderamente un hogar donde todos se sientan acogidos, aceptados, reconocidos y amados. Comunidades donde la vida del otro, sus inquietudes, sus sueños, sus capacidades importen de verdad. Donde se hable más de Dios que de fútbol, se abrace más y se chismorree menos, se ore más y se recite mecánicamente menos…
La vida religiosa seguirá existiendo porque la riqueza del Espíritu de Dios es inagotable pero solo tienen futuro aquellos que recuperen el por qué y el para qué de su existencia.
En palabras de S. Juan Pablo II en el nº 110 de su exhortación apostólica Vita Consecrata:
“¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas.
Haced de vuestra vida una ferviente espera de Cristo, yendo a su encuentro como las vírgenes prudentes van al encuentro del Esposo. Estad siempre preparados, sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, a vuestro Instituto y al hombre de nuestro tiempo. De este modo Cristo os renovará día a día, para construir con su Espíritu comunidades fraternas, para lavar con Él los pies a los pobres, y para dar vuestra aportación insustituible a la transformación del mundo.
Que este nuestro mundo confiado a la mano del hombre, y que está entrando en el nuevo milenio, sea cada vez más humano y justo, signo y anticipación del mundo futuro, en el cual Él, el Señor humilde y glorificado, pobre y exaltado, será el gozo pleno y perdurable para nosotros y para nuestros hermanos y hermanas, junto con el Padre y el Espíritu Santo".