13.12.20 Dom 3º Adviento, ciclo B. Adviento de Isaías Adviento: Buena noticia a los pobres, amnistía a los cautivos, a los prisioneros libertad
Con Juan Bautista y María de Nazaret, destaca en Adviento Isaías, profeta de la alegría y compromiso de Dios, condensado en estos tres elementos: (a) Anunciar la buena noticia a los pobres. (c) Ofrecer la amnistía a los cautivos/encarcelados. (d) Liberar a los prisioneros.
Jesús ha sido “heredero” y cumplidor de ese mensaje de Adviento (cf. 4, 17-18), aunque muchos cristianos lo olviden, queriendo que los encarcelados “paguen” sus culpas y los prisioneros cumplan la condena.
No es fácil cumplir ese mensaje de Isaías y Jesús (¡nadie lo ha dicho que lo sea, va a contracorriente de muchos programas de seguridad del mundo y de la Iglesia!), pero sin querer cumplirlo será imposible hablar de Adviento, aunque tengamos muchas luces en las calles y programas de liturgia sagrada en las iglesias.
No es fácil cumplir ese mensaje de Isaías y Jesús (¡nadie lo ha dicho que lo sea, va a contracorriente de muchos programas de seguridad del mundo y de la Iglesia!), pero sin querer cumplirlo será imposible hablar de Adviento, aunque tengamos muchas luces en las calles y programas de liturgia sagrada en las iglesias.
| X. Pikaza
Isaías Is 61, 1-2a.10-11.
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.
2º. Isaías 2 (Is 40−55). El evangelista de los pobres.
Éste es el mensaje clave del Adviento del 2º Isaías, lo que dice en nombre de Dios a su Siervo, al nuevo Moisés o Mesías, que será liberador de cautivos y presos, como he puesto de relieve en un libro titulado Dios preso:
Yo, Yahvé, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano y te he guardaré y te he constituido alianza del pueblo y luz para las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos y saques de la cárcel a los presos y de la prisión a los que moran en las tinieblas (Is 42, 6-7).
Isaías interpreta el “cautiverio” u opresion de los judíos como una cárcel donde los israelitas se encuentran encerrados y atrapados (presos), sin poder desplegarse en libertad. El primer mal del hombres es la falta de libertad. Lógicamente, la primera tarea del Siervo, delegado de Dios en el lugar del cautiverio, será abrir los ojos de los ciegos (que conozcan su opresión) y sacar a los cautivos de las cárceles, en gesto de educación personal (abrir los ojos) y trasformación social para que así puedan ver y conocerse, de manera que desplieguen su vida en libertad, siendo ellos mismos, sin que nadie les impida realizarse.
Este es el mensaje profético fundante, la utopía social del Segundo Isaías, que entiende y promueve la vida de los hombres y mujeres de su pueblo como marcha que lleva, a través del gran desierto de la vida actual, hacia el futuro de la libertad. Por eso ha destacado la experiencia del camino. Puede quedar lejos la meta, siempre buscada, nunca conseguida. Pero a los pobres y cautivos se les debe ofrecer, se les ofrece, la experiencia y tarea de un camino de liberación, que se proyecta y busca, como utopía real que se va construyendo con palabras y compromisos de esperanza. El profeta no tiene dinero, ni ejército, ni medios políticos; pero tiene algo que es mucho más grande: la palabra creadora de vida y esperanza. Tiene la ayuda de Dios, de quien viene a presentarse como siervo, para anunciar y promover el gran Mensaje de la libertad: Así dice Yahvé, el que me constituyó Siervo suyo
- Te he guardado y constituido alianza del pueblo:
- para restaurar la tierra, para repartir heredades asoladas,
- para decir a los presos : Salid,
- a los que están en tinieblas: Venid a la luz… (Is 49, 5, 12).
De nuevo se identifican los presos/cautivos con aquellos que viven en tiniebla, pues no pueden contemplar la luz de Dios, la verdadera humanidad. El profeta, enviado mesiánico, realiza la función de Siervo, como ministro de la Liberación, para establecer la alianza de los hombres y mujeres con Dios, para repartir las heredades, abriendo así un camino de liberación, en la línea del gran Jubileo, al que ya nos hemos referido.
Tercer Isaías: año de gracia del Señor, año de venganza...[1].
Las tradiciones anteriores del libro de Isaías culminan en el conjunto de poemas y oráculos recogidos en Is 56-66, atribuidos a un profeta que suele llamarse el Tercer Isaías, que vivió en los años de restauración (tras el 539 a. de C.). Los nuevos israelitas que han vuelto a Sión, en la región de Judea, corren el riesgo de caer en un tipo antiguo de idolatría o de perderse en un nuevo ritualismo, con ayunos externos, pero oprimiendo y encarcelando a los pobres. Así les interpela el profeta. Este ayuno quiero:
- (Liberación): Abrir las prisiones injustas hacer saltar los cerrojos de los cepos dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; (Solidaridad) Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne (a tu prójimo).
- (Salvación) Entonces romperá tu luz como aurora, en seguida te brotará la carne sana... Cuando destierres de ti los cepos... cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente brillará tu luz en las tinieblas... (Is 58, 6-10).
La voluntad de Dios, que el profeta presenta como verdadero ayuno, se despliega en una serie de gestos que vienen a expresarse como un estallido de luz, es decir, como plenitud de vida (saciedad, abundancia) para el pueblo. Esta es la revelación de Dios, esta la señal de su presencia. Pues bien, entre ese cumplimiento de la voluntad de Dios (ayuno) y esa salvación y saciedad (luz), se eleva la exigencia de una justicia interhumana que se expresa en dos temas fundamentales: liberación de los encarcelados y solidaridad con los pobres.
Esos dos temas resultan inseparables: la liberación de los encarcelados se encuentra internamente vinculada a la actitud de acogida y solidaridad con los pobres, tanto en sentido material (hambrientos) como social (desnudos). De esta manera, desde unas circunstancias religiosas y sociales muy concretas, este profeta ha ofrecido un programa integral de justicia interhumana:
(a) Plano de liberación. El problema básico es la prisión, entendida ya desde el mismo pueblo, como realidad intra-israelita (no hay opresores externos, babilonios o personas; los que oprimen y encarcelan a los pobres de Israel son otros israelitas, que apelan para ello a la ley. Parece que ha empezado a extenderse en el pueblo un sistema de seguridad económica y social que desemboca en el encarcelamiento de aquellos que no pueden pagar sus deudas. Este sistema divide a la población y destruye la solidaridad. Por eso, frente a todas las posibles exigencias de justicia, entendidas en línea de imposición, eleva el profeta la más alta urgencia de la libertad de Dios, que quiere romper los “cepos” (lazos, yugos) que la sociedad establecida emplea para someter a los deudores o indefensos. Conforme a su visión, una sociedad fundada en la opresión de los débiles resulta contraria al culto religioso (al ayuno verdadero), de manera que en ella Dios no puede revelarse.
(b) Plano de solidaridad. No tiene sentido el rechazo de ese sistema de seguridad (que el mundo occidental ha vinculado al orden carcelario) si es que no se expande una cultura de acogida, tanto en plano económico (dar de comer) como social (hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo). La desnudez no significa aquí sólo (ni sobre todo) falta de vestido, sino un tipo de marginación social, que se expresa en la forma distinta de vestir. En realidad (como veremos en Mt 25, 31-46) desnudez y falta de casa o dignidad (seguridad) se identifican. En este contexto resulta fundamental la última frase: y no cerrarte a tu propia carne. Eso significa que el prójimo necesitado (hambriento, desnudo, sin casa) no es un extraño, sino que constituye tu propia basar (r>f'B.), tu propia realidad o carne. Cada uno vive, según esto, en la vida de los otros[2].
Los nuevos ricos judíos de aquel tiempo (siglos V y IV a. C.), especialmente los sacerdotes, estaban acudiendo a la opresión legítima (cepos, prisiones, un tipo de sistema carcelario) para mantener el orden de su ley, en nombre de Dios. Había surgido una fuerte desigualdad, se habían roto los viejos tejidos sociales, muchos pasan hambre. La misma cultura sacral y urbana de Jerusalén estaba generando duras formas de opresión. Pues bien, en ese contexto eleva su voz el profeta, pidiendo a los judíos ricos que superen un tipo de ley de violencia (como si las cosas se arreglaran con la cárcel), creando más bien una cultura de solidaridad activa, que se expresa ante todo en la ayuda dirigida hacia los más necesitados, que forman parte de la "propia carne", es decir, de la misma humanidad.
Sobre la pura ley distributiva, que acaba siendo violenta (e incapaz de resolver los problemas de la convivencia), se eleva un tipo de ley superior, que nos e dirige ya a unos opresores externos (egipcios o babilonios imperiales), sino a los miembros más ricos y fuertes en la sociedad israelita. Contra ellos se eleva esta experiencia y acción liberadora del Siervo, que dice Yahvé me ha ungido, me ha enviado:
- para evangelizar a los oprimidos;
- para vendar los corazones quebrantados;
- para proclamar la liberación para los cautivos
- y la apertura de la cárcel para los prisioneros;
- para proclamar el Año de Gracia de Yahvé
- y un Día de Venganza para nuestro Dios;
- para consolar a todos los afligidos... (Is 61, 1-3).
Entre esos siete momentos de la obra mesiánica destacan las cinco veces que se repite el término para (con lamed hebreo), indicando la finalidad mesiánica de la misión de este profeta-siervo, que no ha venido simplemente a exigir a los demás un cambio, como parecía querer el texto precedente sobre el verdadero ayuno, sino a realizarlo, como delegado de Dios y portador de su salvación. Por eso dice que Yahvé le ha ungido con su Espíritu creador y salvador. La liberación no es cosa de los otros, algo que está en manos de las autoridades legales o políticas, sino tarea de aquellos que quieran actuar como "siervos de Yahvé", portadores del poder liberador de Dios, como hace este profeta:
(1) Este profeta asume la tradición de los profetas anteriores, especialmente del 2º Isaías, proyectando la gracia creadora de Dios y su salvación en las condiciones actuales de la historia del pueblo, que corre el riesgo de sancionar unas formas de opresión general.
(2) También asume y desarrolla la experiencia del Año Jubilar, entendido como Año de Gracia (=agradable a Dios). Conforme a la experiencia antigua, año sabático y jubilar se repetían cada siete y/o cuarenta y nueve años. Éste, en cambio, será el Año Definitivo, culmen de la libertad creadora de Dios.
(3) Este jubileo liberador está vinculada a la acción del profeta-siervo: no es algo que se pueda imponer por ley, ni un principio general que se aplica neutralmente a todos los humanos, sino efecto de una solidaridad y entrega personal del profeta, que ha sido enviado “para evangelizar-liberar-consolar...”. (4) Conforme a una visión normal de la teología israelita, ese año de Gracia (jubileo salvador) será al mismo tiempo día de venganza, tiempo de destrucción para los poderes opresores. Sólo así, al reverso de esa destrucción o juicio de condena, se podrá entender y aplicar la salvación.
Aquí ha llegado y culminado la revelación israelita, vinculando la exigencia legal de liberación (jubileo) con la imaginación y tarea profética de entrega de la vida, a favor de los más pobres (presos y oprimidos del pueblo). Aquí ha llegado y aquí nos ha dejado, en un lugar espléndido de esperanza y compromiso en favor de los necesitados. Lo único que falta es que podamos traducir y concretar estas palabras en perspectiva universal. Eso es lo que ha realizado Jesús de Nazaret, judío mesiánico, que asume y quiere expresar con su mensaje y en su vida la esperanza profética de Isaías y la experiencia del jubileo israelita[3].
Jesús retoma el mensaje de Adviento de Isaías (Lc 4, 18-19)[4].
Jesús universaliza unas palabras que el Tercer Isaías (que hemos estudiado en el capítulo anterior de este libro) aplicaba a los oprimidos de Israel. Parecen preguntarle ¿quién eres?, como había hecho en el texto anterior Juan Bautista, y el responde «¡Dios me ha enviado... para "enviar" en libertad a los oprimidos. Es como si el mundo fuera una cárcel y él hubiera venido a romperla:
[a. Principio] Entró en la sinagoga, tomó el libro... y encontró el pasaje donde está escrito:
[b. Ampliación] El Espíritu del Señor esta sobre mi por eso me ha ungido
- para evangelizar a los pobres;
- para ofrecer la libertad a los presos
- y la vista a los ciegos;
- para enviar en libertad a los oprimidos
- y proclamar el año de gracia del Señor.
[c. Conclusión] Enrolló el volumen... y dijo: Hoy... se ha cumplido esta Escritura (Lc 4, 16-21).
Jesús se presenta como Ungido de Dios (=Mesías), con palabras de Is 61, 1-3, pero introduciendo en ellas una novedad muy significativa: ha venido para "enviar en libertad a los oprimidos" (cf. Is 58, 6), completando y precisando de esa forma el tema de 61, 1-3, que ya hemos estudiado. Es mensajero de Dios y mesías que libera a los hombres oprimidos. El mundo se había vuelto cárcel; los hombres se habían dividido en opresores y oprimidos, todos cautivados bajo la violencia de la historia. Jesús ha recibido el Espíritu y/o la unción de Dios para liberarles[5].
Jesús es Cristo, Ungido de Dios; pero no porque concede al mundo unos bienes puramente interiores, sino porque declara cumplidas, en su vida y persona, las promesas de la antigua profecía que se expresan en la liberación de los oprimidos y, en especial, de los encarcelados. La redención de Jesús no es materialista ni espiritualista, sino humana en sentido integral. Él ha cumplido de esa forma la esperanza de los pobres, encarcelados, ciegos, oprimidos y tristes. Así estaban los hombres, proscritos en el mundo, como en cárcel, oprimidos por el hambre y la falta de libertad, sin ojos para ver, sin fiesta para celebrar y Jesús ha venido a ofrecerles los dones del Reino[6]. De esa forma es evangelio para los marginados. Ciertamente, en un primer momento, aquellos a quienes ayudaba eran ante todo israelitas oprimidos, pero el texto ira mostrando que esa ayuda y evangelio de libertad se abre a todos los oprimidos y necesitados de la tierra. Esta es la buena nueva del “jubileo” final que Jesús proclama ofreciendo a los hombres la buena noticia de la vida, tal como lo muestran los cinco momentos del texto, el primero vinculado a la unción, los otros al envío:
- Me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres. Jesús aparece como Ungido por excelencia (=Mesías, Cristo): Dios le ha regalado su Espíritu para que exprese su don y presencia en el mundo, evangelizando a los pobres o necesitados, hambrientos de pan o carentes de otros bienes importantes. Evangelizar significa ofrecer vida, camino de esperanza. Esta es la afirmación general, el punto de partida del jubileo de Jesús. Los cuatro momentos posteriores expresan y expanden su sentido.
- Me ha enviado para proclamar la libertad a los prisioneros (=cautivos, presos), es decir, a los hombres y mujeres a quienes la violencia de la historia ha esclavizado, encerrándoles en cárcel o destierro, como víctimas de violencia. Prisioneros son los derrotados, aquellos que han caído bajo el poderío de los fuertes. Prisioneros de una violencia universal son todos y en especial los últimos del mundo, vencidos y esclavos, expulsados y encadenados de la historia, víctimas de la guerra, encarcelados por la justicia.
- (Me ha enviado) para proclamar (=ofrecer) la vista a los ciegos... Ciegos son, sin duda, los pobres y presos, aquellos a quienes la violencia del sistema ha reprimido, confinándoles en su impotencia. Así van por el mundo, incapaces de ver, encerrados en la cárcel de su oscuridad. Sólo libera de verdad a los demás quien les enseña a descubrir las cosas y entenderlas, de manera que se valgan y piensen por sí mismos. Por eso, en el centro de este texto (Lc 4, 18-19) hallamos la experiencia de Jesús que ofrece a los ciegos un tipo de visión más alta, que les permite conocerse y expresarse como humanos.
- (Me ha enviado) para "enviar" en libertad a los oprimidos. Lo que antes era anuncio (proclamar la libertad a los encarcelados) aparece ahora como gesto ya realizado: Jesús ha venido para "enviar en libertad". Leído el texto de manera literal, deberíamos suponer que Jesús quiere romper los muros de las cárceles, abriendo de par en par sus puertas. Dios le ha enviado para lograr que los oprimidos puedan marchar en libertad, iniciando el acto final de transformación, que precede a la concordia universal. Pues bien, debemos añadir que no lo ha hecho (externamente) de una vez y para siempre, sino que lo está haciendo a través de quienes asumen su gesto. Lo que él ha comenzado continúa, su libertad opera a través de los creyentes. Que los hombres y mujeres puedan caminar en libertad, esta es la obra del mesías.
- (Me ha enviado) para proclamar el año de gracia (=aceptable) del Señor. Así culmina la unción de Jesús y se completan los momentos anteriores de su obra. La plenitud humana (apertura de los ojos, libertad de la vida) se expresa como fiesta jubilar: año de gracia, tiempo de gozo que, conforme a la tradición de Israel, se vuelve celebración de fraternidad, perdón de las deudas, liberación de los esclavos, reparto de las tierras. Este era el año en que se abrían las cárceles y todos comenzaban de nuevo, repartiéndose los bienes de la tierra (cf. Lev 25). Este es el tiempo de Jesús, pascua de la historia, jubileo al que ya no seguirán más jubileos, pues la fraternidad se ha establecido para siempre.
Jesús puede afirmar que todo se ha cumplido en el hoy del tiempo mesiánico iniciado por su vida y su mensaje (Lc 4, 21). Así se cumple y cobra fuerza la libertad mesiánica, como anuncio profético (que recoge la esperanza israelita de Isaías 58 y 61) y como palabra performativa (que realiza aquello que proclama). Esta no es una palabra aislada, un mensaje teórico de tipo espiritualista, sino la voz creadora de Jesús que incluye en su "yo" liberador y jubilar a todos sus discípulos mesiánicos. Esa palabra introduce a los cristianos en la mejor tradición jubilar del judaísmo, haciéndoles portadores de un mensaje y camino de liberación, que se expresa por ellos, pero les desborda, haciéndoles testigos y promotores de un mensaje universal de libertad[7]. Jesús asume así el espíritu y compromiso de Adviento.
NOTAS
(0) La lectura de Isaías de este dom. 3º de Adviento tiene dos partes, y hoy sólo comento la primera. Esta traducción “para dar la buena noticia a los que sufren”, no es mala, pero no responde a Isaías que habla de los “anawim” (pobres), no de los que sufren sin más, como sabe y dice la Traducción de la Conferencia Episcopal Española…
Por otra parte, esta traducción corta por la mitad el verso 2 (como hará Jesús en Lc 4, 17-18, dejando a un lado la segunda parte de ese verso que habla del “día de venganza del Señor”, tema que bien entendido es esencial al evangelio. Ciertamente, el Dios de Jesús no se “venga”, pero no es lo mismo ser opresor que oprimido, ser pobre que “hacer que haya pobres” (que oprimir a los pobres).
[1] Cf S. Croatto, Isaías (56-66). Imaginar el futuro. Lectura retórica y querigma del tercer Isaías, Lumen, Buenos Aires 2001 P. E. Bonnard, Le Second Isaïe, son disciple et ses éditeurs, Isaïe 40-66, EB, Gabalda 1972; C. Westermann, Jesaja 40-66, ATD 19, Göttingen 1966, 295-302; R. N. Whybray, Isaiah 40-66, NCB, Eerdmans, Grand Rapids MI 1975.
[2] De esta forma ha traducido el profeta, en las nuevas condiciones históricas y sociales de Jerusalén y de su entorno (en el siglo V a. C.), los principios ya evocados de solidaridad del año sabático y jubilar. No podemos enfrentarnos como si fuéramos extraños, pues formamos una misma carne, somo un mismo cuerpo, al menos desde la perspectiva israelita. La nueva sociedad establecida, que bajo el gran dominio de los persas y la supervisión de los sacerdotes está surgiendo en Jerusalén, con la restauración sacral y el triunfo de un sistema religioso, centrado en la riqueza y el poder del templo, resulta para el profeta radicalmente injusta.
[3] Conforme a la tradición posterior de la iglesia, que ha releído el pasaje anterior de Is 61, 1-3 a partir de Lc 4,18-19 (como más tarde veremos), he querido mantener la palabra evangelizar (rFeb) en su relación originaria con los oprimidos. El evangelio no ha sido en principio (en Israel), ni será en Jesús, una enseñanza de libertad interior, sino una experiencia y exigencia integral de liberación para los oprimidos. El mismo Jesús, como Siervo-Profeta y portador de este mensaje, será un verdadero evangelizador; pero, como veremos en el capítulo próximo, su anuncio profético-jubilar de Lc 4, 18-19 ha suprimido la oposición entre Año de Gracia y Día de Venganza, que nos seguía colocando en línea de talión (de oposición judicial) para destacar sólo el Año de Gracia del Señor, es decir, la liberación positiva. Jesús ha llegado así, según la perspectiva cristiana, a la plenitud de la revelación israelita, superando el posible riesgo de talión vinculado al paralelismo entre Gracia y Venganza. Sea como fuere, el mensaje de Is 61 es lo más grande que ha podido decir y ha dicho la tradición de Israel. En su palabra culminan las leyes anteriores sobre el cuidado de extranjeros-huérfanos-viudas, en ellas se asume y recrea la experiencia del jubileo y liberación de todos los hombres.
[4] Sigue siendo ejemplar A. Trocmé, Jésus-Christ et la Révolution non Violente, Labor et Fides, Genève 1961. Para situar el texto en Lc, cf.: J. A. Fitzmyer, El evangelio según san Lucas, I-3. Cristiandad, Madrid 1986/7; F. Bovon, El evangelio según san Lucas. I. (Lc 1-9). 2. (Lc 9-14), BEB 85/6, Sígueme, Salamanca 1995 y 2002.
[5] El texto puede dividirse así:
(a) Principio:«El Espíritu del Señor está sobre mi» (Lc 4, 18 a). No está poseído por Satán, espíritu impuro (como decían los escribas de Mc 3, 22 al acusarle), sino que está lleno del Espíritu Santo, como dice el texto paralelo de Mt 12, 28: «Si expulso a los demonios con (la fuerza de) el Espíritu de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros». Este es para Lucas el punto de partida de la obra mesiánica. Jesús ha recibido el Espíritu de Santidad (cf. Mc 1, 10) y puede presentarse como "ungido”: le llena Dios y le libera para ser liberador; le llena con su Espíritu, de forma que pueda actuar como mesías.
(b) Ampliación. «Por eso me ha ungido..., por eso me ha enviado»(Lc 4, 18-19). El Espíritu suscita y consagra a Jesús, para que proclame y realice su acción liberadora. En ese fondo se entienden las dos mitades del pasaje: – Dios le ha ungido para evangelizar a los pobres; – le ha enviado para proclamar la libertad etc. Todo el texto tiene un sentido mesiánico. Se ha venido diciendo, de forma errada, que la Biblia israelita promete y ofrece sólo bienes materiales, mientras que Jesús concede a los cristianos los bienes interiores del Espíritu. En contra de eso, aquí vemos que Jesús ofrece libertad real y completa
[6] Cierto judaísmo decía (y sigue diciendo) que la libertad completa es imposible en este mundo, porque no ha llegado "la hora", el hoy mesiánico de Dios: seguimos en tiempo de esperanza y resistencia, dominados por fuerzas opresoras; cuando llegue el Mesías cesarán las opresiones; se romperán las cárceles, andarán los cojos, verán los ciegos, habrá abundancia para todos los pobres de la tierra. Jesús, en cambio,proclama que el tiempo de libertad y plenitud ha llegado (cf. Lc 4, 21): se ha cumplido la Escritura, ha sonado el tiempo de la vida. Esta es la paradoja y novedad del evangelio: externamente hablando, sigue habiendo cojos y ciegos, encarcelados y oprimidos; pues bien, precisamente aquí, en este mundo de opresión, ha proclamado Jesús la libertad de Dios, la fiesta del gran jubileo.
[7]Muchas veces, la iglesia ha tendido a convertirse en una institución espiritualista, al servicio de unos bienes interiores y futuros de la humanidad que ella recibe de un modo pasivo. En contra de eso, este pregón de Jesús sólo se comprende y actualiza donde la iglesia se vuelve portadora (testimonio) de la libertad mesiánica del jubileo israelita.