Cebitepal. Arranca el diplomado virtual con Xabier Pikaza: El Evangelio de Marcos
El Centro de formación Cebitepal ha comenzado este 14 de septiembre el diplomado virtual El Evangelio de Marcos , de la mano del teólogo y doctor español, Xavier Pikaza. Una apuesta para celebrar con todo el pueblo de Dios el Mes de la Biblia.
Pikaza es uno de los biblistas de habla hispana con gran reconocimiento por su amplia producción académica, donde se destaca la colección de verbo divino sobre Marcos y Mateo, en los cuales el autor deja claro el dominio del tema.
Jhon Freddy Mayor, coordinador de esta diplomatura, ha explicado que “Marcos tiene el honor de haber sido el primer evangelio puesto por escrito, después de un largo proceso de tradiciones orales y diversas colecciones populares sobre la vida y acciones de Jesús”.
Por eso, que han decidido ahondar en este texto evangélico que – aunque escrito en Roma – “el autor quiso poner como lugar teológico Galilea con el propósito de delinear un camino discipular que sirviera de guía para los cristianos que peregrinaban en Roma y afrontaban la segregación social desde los tiempos de Nerón por el incendio de la ciudad”.
Al mismo tiempo el evangelio “se escribe tras el final de la primera guerra judía contra Roma que terminó con la destrucción de la ciudad y el templo de Jerusalén, y la gran primera diáspora judía”.
Para entender este Evangelio, dice Mayor, “será el camino discipular que elabora el evangelista para encontrar la identidad cristiana, fiel al maestro de Galilea, en medio de tiempos complejos y sumamente coyunturales”.
Si bien el evangelio de Mateo “no escapa a esta realidad” la diferencia con Marcos y con el resto de los evangelios “es precisamente la ruta discipular que insiste en que solo se sigue a Jesús si se recorre el camino que Jesús recorrió y asumió con todas sus consecuencias”.
En definitiva, ser cristiano es sinónimo de discípulo, es decir, de aquel que “siempre está aprendiendo de lo que ve hacer a su maestro”.
Re-escribir la vida de Jesús, la iglesia como milagro
Sobre los temas que se han elegido, el laico y teólogo colombiano Freddy Mayor explicó que se ha distribuido en cuatro sesiones de estudio que se tendrán durante la formación: 14, 21, 28 de septiembre y el 5 de octubre.
Son temas enfocados sobre el “seguimiento a Jesús”. No obstante, lo más interesante del diplomado son las dos invitaciones que de entrada señala el profesor Pikaza en su propuesta formativa.
Primero, la invitación a “Re-escribir la vida de Jesús desde sus milagros en el evangelio de Marcos”. Lo anterior porque Mateo, Lucas y Juan “la escriben desde otras perspectivas”.
Por tanto, el discípulo está llamado a comprender el sentido curativo y terapéutico del reinado de Dios el cual nunca deja de ser novedad sin importar el tiempo. Segundo, la invitación a “traducir los milagros de Jesús en la actualidad”.
En especial, cuando hoy nos encontramos ante diversos milagros, como los de la ciencia o incluso los del mal, porque “traducir los milagros de Jesús en favor del pueblo que sufre es una necesidad sentida en nuestro continente ante los diversos desafíos que afrontamos a nivel eclesial, social y ecológico”.
Vigencia de Marcos en la actualidad
Marcos en la actualidad cobra una importante vigencia, puesto este evangelio también “fue escrito en un contexto de posguerra (que también podríamos definir como guerra fría si se comprende que los conflictos iniciados con Roma en los 70s no terminaron si hasta el año 130 d.C)”.
Así pues, cuando los conflictos bélicos siguen surgiendo en pleno siglo XXI “todos los fenómenos sociales que se vivieron durante ese tiempo como estos fácilmente se asocian a los que vivimos hoy”.
De hecho, el Evangelio “recoge en el capítulo 13 lo que algunos autores han definido con el capítulo del trauma que suele dejar la guerra y sus múltiples efectos”.
De ahí entonces que “volver sobre el evangelio de Marcos en nuestro tiempo de la mano de un autor tan calificado con el Dr. Pikaza es la oportunidad para volver a hacer memoria tanto de Jesús como de las comunidades que enriquecieron su experiencia de fe”.
No solamente se trata de un texto religioso canónico, también es “una guía que puede servirnos en todo tiempo y lugar, y más cuando por momentos la vida en sociedad y global se torna compleja y pone en riesgo la vida”.
TEMAS BÁSICOS DEL CURSO
Milagro
no es algo que va en contra de las leyes de la naturaleza, fijadas por la ciencia. Esa es una definición ignorante, anticristiana y mentirosa y dictatorial, propia de aquellos que de un modo u otros pretenden manejar/hacer milagros, Quien maneja ese tipo de visión o pre-tensión ignora el sentido de la realidad y es traidor al cristianismo, queriendo dominar a los demás, por medios que el evangelio llama “diabólicos” (de hechicería/feiticería), propios de aquellos que quieren dominar sobre los otros.
Milagro
es aquello que “eleva” al ser humano, aquello que trans-forma, impulsa, da vida… Milagro es aquello que sana (terapia), que comunica y vincula en perdón y respeto, a unos con otros, que eleva a los oprimidos, purifica a los manchados, que nos capacita para ver más allá de las apariencias, para dialogar para allá de todos ls impedimentos, abriendo así esperanza de Vida en medio de la muerte.
Así lo muestran los cinco temas de fondo del curso:
(1) Presupuesto. En un tiempo de riesgo de muerte, como el de Jesús: Estamos “condenados” (angustiados, oprimidos, arrojados a la muerte). Hemos vivido hasta ahora por instinto vital, por impulso de conquista violenta, unos contra otros, sobre otros. Pero ese instinto e impulso nos está dejando en las fronteras de la destrucción y de la muerte. Humanamente hablando, nos queda poco tiempo, somos tiempo que se agota y nos agota. Podemos matarnos todos y morir en unos decenios, por muerte atómica, ecológica, de pandémica o cansancio de vivir (suicidio universal).
(2) No hay salvación sin ·conversión” radical (Mc 1, 14-15), sin un Milagro No puede salvarnos el dinero, el poder, ni más armas, yerbas, “boticas/ medicina de ciencia antigua . Los diversos caminos de salvación que hemos ensayado (en la antigüedad, del imperio babilonio al romano) y seguimos ensayando (desde la colonización del XVI y la Ilustración del XVIII a la actualidad) , de tipo ecológico, político-militar, positivista o económico (marxismo, capitalismo) nos están llevando a la muerte. Corremos el riesgo de ser la última generación de humanos (seres de humus, de tierra) sobre este planeta solar. Nos quedan pocas generaciones, como supo y dijo Cristo (Mc 13)
(3) Sólo puede salvarnos una nueva “iglesia”, una nueva forma de ser y de comunicarnos, conforme a un lema que ha sido muchas veces mal dicho o mal interpretado: extra ecclesia nulla est salus: fuera de la iglesia, sin una nueva capacidad de comunicación como la de Jesús y otros hombres de creación y comunión no hay para nosotros. No se trata de un tipo de iglesia concreto confesional más poderosa o más alta” (con leyes y jerarquías de poder sacral), con pactos militares o sociales sino de la “iglesia universal”, como un nuevo y más alto camino comunicación de acogida y amor, de perdón-ayuda que nos impulse y enseñe a vivir en salud, en perdón, en gozo de la vida, de esperanza de resurrección.
(4) Ese es el programa y camino de los “milagros” que ha trazado Marcos en su evangelio, hacia el año 70 d.C., retomando el evangelio de Jesús, con orientaciones cercanas a las de Pablo, en diálogo/discusión con Pedro y los Doce, discutiendo y rechazando a los “jacobitas”(de Jacobo, hermano del Señor). En medio de la gran guerra entre Roma y los insurgentes judíos (como si hoy hubiera estallado un conflicto triangular entre USA, China, Rusia…) Marcos escribió un evangelio de Jesús y de la Iglesia como “milagro”, como un conjunto de milagros
(5) Este es su “tema”, su aportación, cuando parece agotarse una iglesia entendida como institución sacral de dominio, cuando la simple sinodalidad resulta insuficiente… Es bueno el camino sinodal que propone el Papa Francisco, pero aunque triunfara sería insuficiente.. No se trata sólo de caminar juntos, dialogando, sino de estar impulsados por el “milagro” de Jesús, la nueva salud, el perdón, la acogida de los expulsados… Estos son los milagros de los que quiere tratar en lo que queda de Curso sobre el evangelio, de Marcos
TEOLOGÍA DE LA IGLESIA COMO MILAGRO.
TERAPIA DE JESÚS, IGLESIA
Vino como hijo de David y heredero de su trono, sin más distintivo que ser amigo de los hombres y mujeres de su entorno, en especial de los pobres y excluidos. No llevaba soldados, ni armas, pero los sacerdotes, que habían secuestrado al Dios del Templo, tuvieron miedo y le acusaron ante Poncio Pilato, representante del Imperio y pensaron que condenándole a muerte acallarían su voz y destruirían su utopía mesiánica, que era peligrosa por universal e igualitaria (contraria a los privilegios del Templo). Le condenaron y murió, dejando a los suyos su propia vida como herencia, simbolizada en el pan y el vino compartido.
Murió por el delito de haber iniciado y anunciado (preparado) un Reino universal, pues el amor es peligroso para el sistema del templo y del imperio, que terminan centrándose en sí mismos y no están al servicio de la vida concreta de los hombres. El Sumo Sacerdote y el Gobernador romano le condenaron y murió crucificado, junto a dos proscritos, bandidos sociales o «terroristas» políticos, quizá del grupo de sus seguidores, aunque no de los que después se tomarán como “oficiales”[1].
Jesús como "milagro". Terapeuta‒educador, sanador y maestro
La enseñanza de Jesús no era una instrucción sobre verdades separadas, ni sobre leyes sacrales, sino sobre la misma vida, en la línea de una cultura sanadora (terapéutica), que capacitaba a los hombres para ver, para entender, para caminar, esto es, para ser personas en libertad y madurez, liberadas de toda esclavitud religiosa como la que buscaban los sacerdotes, y de todo de sometimiento civil y militar, como el que imponían los representantes del imperio. Esta era su “magia”, la expresión activa de su más alto poder de transformación, que más que en lo exterior (la piedra filosofal o el mercurio de los alquimistas) se ejerce y realiza en la sanación y elevación humana
Lógicamente su enseñanza o magisterio se interpretó como milagro (cf. Lc 4,17‒18; Mt 11, 2‒4), no como ruptura de las leyes naturales de la ciencia, sino como descubrimiento de una realidad más profunda, abierta al despliegue de la vida: Que los hombres y mujeres sean lo que son, sencilla y simplemente humanos, es decir, seres superiores, pero no en poder externo o en riqueza material, sino en humanidad. De esa forma actuó, desde su identidad israelita, como hombre de la Biblia, pero no de una Biblia de letrados, sino como palabra de Dios en la tradición del pueblo.
Fue un “sanador”, hombre de fuerte capacidad de presencia y transformación, tanto en una línea de palabra (enseñanza, educación) como de curación, como alguien que no condena, ni rechaza, sino que cura, “expulsando” demonios (conforme al lenguaje de su entorno) y ayudando así a vivir a pobres y enfermos, impuros y marginados, desde las capas inferiores (populares) de Galilea.
En el centro de su vida se sitúan, de esa forma, sus "transformaciones”, entendidos por sus seguidores como un compromiso a favor de la vida y libertad de los oprimidos, como signo del Reino de Dios, es decir, de la hondura divina de la vida humana. Esos milagros (sanaciones y exorcismos) le arraigan en el contexto galileo (israelita), entre los oprimidos y excluidos, a quienes quiso acompañar y ayudar con su proyecto y compromiso, anunciando y encendiendo en ellos la llama del Reino, que se identifica con la presencia de Dios Padre que da vida a los hombres (que ellos vivan), en forma de terapia integral, al servicio de pobres y enfermos, por encima de la religión oficial del templo y de una “ley” que sanciona el orden sagrado existente. Lógicamente, las autoridades político‒religiosas de Roma y de Jerusalén le acusan y condenan de mago, pues sólo entienden y valorar el nivel ordinario de su vida político‒religiosa.
Milagro, comer juntos. Hombre de mesa común,
de un pan que no es sólo comida material, sino comunicación y comunión, reconocimiento mutuo y de diálogo. Por eso, desde el fundamento de su mensaje y de su vida, Jesús insistió en la comunión interhumana desde los más pobres, no en el ayuno como penitencia de “virtuosos de la religión”, pues en esa línea sólo los ricos pueden ayunar, porque les sobra, los pobres no pueden. Para ellos, los pobres, anunció e inició Jesús el Reino de Dios. Lógicamente, en el principio de su mensaje se sitúa la bienaventuranza de los hambrientos (Lc 6, 21‒22), porque pueden ser y serán saciados, pues hay una comida superior, y el compartirla (compartir el pan y el vino) es signo y presencia del Reino (Mt 25, 31‒46).
En torno al alimento compartido se despliega y ajusta según Jesús toda la vida de los hombres, no sólo la esperanza del banquete final, sino del pan nuestro de cada (de todos, de Dios), regalo (dánosle hoy), experiencia de radical fraternidad. No fue, por tanto, hombre de ayuno sin comida, sino de ayuno entendido en forma de comunicación expresada en el diálogo de todos, por el pan que se comparte y crea humanidad, como muestran varios relatos, que han sido reelaborados por la tradición: unos que tratan de las alimentaciones (multiplicaciones), y otros de la solidaridad de mesa con pecadores y excluidos sociales.
La comida no fue, según eso, para él, un tema exclusivamente alimenticio, sino un momento clave de la comunicación humana, en línea de enriquecimiento mutuo e integral. Resulta significativo el hecho de que no convocara gentes para orar, no creara grupos de meditantes (aunque es claro que oraba y enseñaba a orar a sus discípulos: Padrenuestro, Lc 11, 1‒4), sino más bien de comensales, esto es, de personas que comparten la mesa común, no sólo en la casa de pecadores y de otros tipos de personas particulares, sino también a campo abierto, con todos los que iban y venían y buscaban.
Los judíos puros se caracterizaban por los alimentos limpios que comían y por las personas con quienes los compartían. Pues bien, al compartir la mesa con los pobres, a campo abierto (multiplicaciones) y al comer con los “pecadores oficiales”, Jesús rompió de hecho (comenzó a romper) unas leyes sacrales dominantes que separaban a ricos y pobres y distinguían a limpios (judíos buenos) y a manchados (gentiles, judíos impuros…), descubriendo a Dios Padre en la vida/comida compartida. Este programa (proyecto) evangélico de la mesa‒casa compartido fue, con las curaciones, el signo principal de su comunidad.
En esa línea, en el momento culminante de su camino, Jesús interpretó su gesto de comida con los pobres y pecadores (creando comunidad con ellos) en forma de “entrega” de sí mismo como pan, al servicio del Reino. Ésta acabó siendo la experiencia suprema de su mesianismo, el gesto de darse, convirtiendo su vida en alimento, a fin de que otros pudieran vivir (resucitar), como recoge el signo de la eucaristía, que la Iglesia posterior ha entendido como “sacramento” fundamental de JEsús. Esta fue su “alquimia”, si es que se puede emplear esa palabra: La de convertir su propia vida en alimento, en una línea que culmia en la experiencia suprema de la resurrección.
El judaísmo era una hermandad social, vinculada a la estructura sagrada del grupo, fundada en vínculos jerárquicos de ley religiosa, económica y social, expresada en un tipo de buen patriarcado. Más que religión en sentido moderno (como cultivo privado de una interioridad sagrada), el judaísmo era una estructura de sacralización familiar y social, y de esa forma, al lado de las normas de comida, resultaban esenciales las de matrimonio y organización social.
En ese contexto, en el primer tercio del I d.C., en un momento clave de cambio personal y social, con el paso de una economía familiar de subsistencia a otra de mercantilización agrícola y clientelismo social), Jesús apareció y actuó como impulsor de un movimiento mesiánico de comunicación, esto es, de familia abierta a todos, desde los pobres y marginados de la sociedad. Eso implicaba una “ruptura” respecto del esquema familiar antiguo, con la creación de un nuevo arquetipo de comunicación, fundado en la experiencia de Dios Padre de todos, que marcó de raíz su propuesta de Reino. Él tuvo que superar, según eso, en línea de comunión abierta a todos y de servicio a los pobres, un tipo de “buena sociedad” establecida, fundada sobre una herencia legal noble, con sus hijos propios, dejando a un lado a los de “mala familia”.
Milagro de humanidad. Familia: un nuevo pueblo de Dios
La tradición le ha visto como encarnación amorosa y humanizadora de Dios, presencia del Padre‒Madre de la Vida, no como Señor imperial, poder más alto sobre todos los poderes, sino como impulsor de vida y comunión entre los hombres, desde los más bajos y pequeños, para así alcanzar a todos. Jesús vincula en su vida principio y tarea de los dos amores (a Dios y al prójimo), apareciendo así como creador de la nueva familia universal, en nombre de Dios, para bien de los hombres, superando en forma universal un tipo de familia particular israelita
Ésta es la espada de transmutación de Jesús, de eso que pudiera llamarse alquimia profunda o transformación social y personal del evangelio, que no es una teoría sobre Dios (aunque exige un cambio en su visión), ni un programa de imposición forzada de una estructuras externas, sino la creación de una familia abierta a los excluidos y negados del sistema sacral anterior. Desde ese fondo se entienden los pasajes de ruptura, donde él aparece como signo y portador de una familia universal de hermanos, hombres y mujeres, desde los más pobres. Su misión aparece así como un proyecto (experiencia) de transformación de relaciones humanas:
‒Su transformación le empieza enfrentando con un tipo de padres dominadores, que se imponen por ley y poder sobre mujeres e hijos. De esa forma, él superó la figura y tarea del padre‒patriarca superior, como representante de un Dios‒Señor, para hacerse amigo‒siervo‒hermano de todos, abriendo en esa línea un camino de nueva humanidad… Por eso, cuando un hombre le dice que le seguirá, pero que antes debe «enterrar» a su padre, Jesús contesta: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú sígueme» (Mt 8, 22).
Por encima (y en contra) del «orden» de una familia patriarcal (que se define por generación y ley) sitúa Jesús el «amor del reino», que se expresa en forma de comunión abierta a todos. Pues bien, en ese contexto, invirtiendo la figura del padre dominante, Jesús él añade que, en cuanto necesitados, los padres (padre y madre) son más importantes que el templo (el orden sacral) y así condena a los que sitúan una estructura religioso (culto del templo) sobre el amor a los padres y ancianos, es decir, a los necesitados (Mc 7, 8-13).
‒ Dejar padre y madre… En el principio de la transmutación socio‒familiar de Jesús está la exigencia de dejar un tipo de padre, madre y hermanos, para crear una familia abierta a los expulsados del sistema (cf. Mc 3, 20-21, 31-35 par; Mc 10, 28-31 par.), reinterpretando así la palabra clave de Gen 2,23‒24, donde se decía que el hombre dejará padre‒madre para unirse a la mujer (a otra persona). De un modo consecuente, su evangelio implica una superación de las instituciones impositivas, de tipo familiar, social o nacional, para impulsar un movimiento de amor gratuito abriendo un camino de comunión para los pobres y expulsados del sistema, desde el Dios de gracia.
En ese contexto, Jesús añade que la verdadera fidelidad (amor) se sitúa por encima de las normas jurídicas establecidas en defensa de los poderosos. Había entonces una ley que permitía el divorcio, para ajustar el matrimonio al orden del sistema (y, en general, al patriarcalismo dominante); pues bien, Jesús puso el amor de esposo y esposa por encima del sistema, defendiendo así el carácter supra-legal, de fidelidad y amor, del matrimonio.
‒ Familia de familias, una casa para todos, no desde el principio de un imperativo patriarcal de tipo dominante, ni desde un matriarcado de carácter biológico, sino desde el regalo de aquello que somos, y que nos permite ser‒resucitar en los otros. En esa línea promovió una fraternidad abierta en amor y servicio a los pobres, una mutación humana en diálogo de iguales, sin padres ni jefes (Mt 23, 9-11).
Pues bien, esa familia sin “padres superiores” se encuentra abierta a todos (en especial a los pobre)s, que aparecen ahora como hermanos, conforme a la palabra de Mt 25, 31-46, que recoge un rasgo primordial de la antropología de Jesús, pues en ella los primeros hermanos/familiares son los hambrientos-sedientos, extranjeros y desnudos, para culminar en los enfermos-encarcelados. Sobre ese principio pueden vincularse todos los hombres, partiendo delos pequeños y los niños, por encima de los sabios y grandes del sistema (cf. Mt 11, 25‒27). Sobre toda ley, en el centro de la nueva comunidad, Jesús ha colocado a los necesitados y especialmente a los carentes de familia (cf. Mc 9, 33-37; 10, 13-16 par)[4].
Jesús no rechaza ni combate con violencia externa a los poderes imperiales (aunque Roma le considera peligroso y le condena a muerte). Él no quiso crear otro imperio paralelo o adversario (pues ello iría en contra de su proyecto de amor en gratuidad y no violencia). Desde ese fondo se entiende su afirmación ya comentada, «no he venido a traer paz sino espada» (Mt 10, 34), para poner en marcha la gran mutación de la historia humana.
La espada de Jesús divide y rompe los modelos de seguridad social de un mundo, que se funda en la violencia de los grupos familiares dominantes. De esa manera, al enfrentarse con un tipo de ley que ratifica el derecho de unos grupos particulares, que se imponen sobre los demás por presión económico‒social o político‒religiosa, Jesús viene a presentarse como provocador de familia, situando su revolución en el plano más hondo de la vida, de forma que los “poderes” se han sentido amenazdo, condenándole a muerte[5].
Terapia de Jesús, impulso de vida, no magia
‒ Se había extendido desde antiguo, en diversos pueblos y culturas, un tipo de magia que quería y quiere dirigir y dominar la vida de los hombres empleando para ello fuerzas ocultas, de tipo sagrado, que sólo algunos privilegiados saben y pueden manejar. Muchas veces, a no ser que el mismo sistema los ponga a su servicio y de esa forma los controle (como ha sucedido desde antiguo en grandes pueblos, como China y Roma, donde algunos de ellos acaban siendo funcionarios del estado), los magos tienden a mostrarse peligrosos para el orden social, que no pueden controlarles. En contra de eso, Israel ha condenado la magia en Dt 17, 9-22, insistiendo en la palabra de los profetas canónicos y en un tipo de ley social ratificada por el templo, al servicio del orden divino del pueblo establecido.
‒ Pues bien, sobre la magia pre‒crítica y el racionalismo anti‒espiritual, puede revelarse (manifestarse) un nivel más hondo de humanidad, que supera, sin negarlo, el orden de la racionalidad y justifica de algún modo el intento más profundo de la magia, pero en un nivel distinto, apelando a la creatividad radical de los hombres y mujeres, en libertad, de un modo gratuito, por encima de todas las formas de manipulación científica o sagrada (es decir, de una sacralidad establecida). En esa línea, el hombre (formando parte de un sistema donde todo está regulado) puede abrirse y se abre al fondo y principio de la Realidad, que es lo Divino (la conciencia o vida originaria de todo lo que existe, que sería Dios).Situada a ese nivel, la acción y presencia de hombres como Jesús no se puede interpretar sólo desde el interior del sistema legal establecido.
Jesús no quiere dominar (manipular) a Dios, ni organizar en forma de sistema los diversos elementos de la vida humana, sino potenciar (acoger, poner en marcha) el misterio más hondo de la realidad que se esconde y actúa en la vida de los hombres. Esa acción o presencia carismática de Jesús se sitúa (nos sitúa) en el plano del regalo de la vida, entendida en forma de milagro, en un sentido que se parece a un tipo de magia, pero distinguiéndose mucho de ella.
Suele decirse que el hombre antiguo habitaba en un jardín mágico, vital o animista, donde los acontecimientos sucedían por influjo de almas o fuerzas (dioses o demonios) que habitaban en las cosas, pero de hecho había también experiencia religiosa de gratuidad en ese plano. Las grandes religiones, que surgieron tras el tiempo eje (budismo, judaísmo...) parecen más relacionadas con el orden racional y se han organizado en forma de sistemas sagrados, aunque en el fondo ellas han desarrollado también un elemento mayor gratuidad, es decir, de superación de un tipo de orden sagrado que funciona en línea de “talión”, como he puesto de relieve al ocuparme del libro de Job. Pues bien, por encima de esos sistemas bien establecidos de ciencia y religión, que se sitúan en un plano de causa a efecto, Jesús quiere poner a los hombres y mujeres en contacto directo con la Realidad originaria, esto es, lo divino, sin manipulación mágica, en clave de libertad y gratuidad.
Milagro, psico-terapia De la magia a la psico‒terapia crística
En la actualidad, nosotros, herederos del racionalismo griego y de un tipo de dogmatismo científico occidental, corremos el riesgo de perder la hondura mágica del principio de nuestra cultura, para caer en manos de una magia post‒científica hoy ya degradada, de manipulación sacral de la realidad. También corremos el peligro de identificar la comunicación religiosa más honda del cristianismo (o de otras “grandes” religiones) con un tipo de sabiduría light, sin alma verdadera, como si todas las religiones fueran sin más iguales, como si hubiera una “mística de mercado” que se compra y vende por dinero.
Dios emerge y se revela en un nivel de comunicación o regalo de vida, como aquella conciencia de la que provenimos y en la que somos. Por eso decimos que Dios se vuelve transparente y desvela su presencia en la trama del mundo, sin romperla ni quebrarla en un plano de ciencia, pero abriendo al hombre a su verdadera dimensión personal de comunicación creadora. En este lugar se sitúa y nos sitúa la religión de Jesús (que entendemos como mística de encuentro personal). Ella nos abre al descubrimiento gratuito del poder de Dios, que se expresa como divino en la trama de causas y efectos de la vida humana, no para negarla en un plano de ciencia, sino para descubrir su sentido más hondo, que es la comunicación y creación de vida personal, que empiezan a mostrarse ya en los milagros de Jesús[10].
Jesús mago. Una hipótesis buena, pero insuficiente
Las antiguas concepciones de la vida se mezclaban y cambiaban, pero seguía en el fondo un tipo de visión mágica de la realidad. Triunfaba entre algunos un tipo de optimismo político unido a la paz romana. Pero, otros (muchos judíos) se oponían al imperialismo romano, por razones nacionalistas y religiosas, que desembocarán en la guerra del 67‒70 d.C. Al mismo tiempo, se extendían creencias y personajes antes ignorados: filósofos, santones, magos, charlatanes recorrían los caminos, ofreciendo soluciones aparentemente nuevas a los viejos problemas de la vida. Se expandían los cultos del misterio, con su salvación ritual, lo mismo que las especulaciones gnósticas, pero la mayoría sufría bajo el miedo de la muerte.
En ese contexto, la magia, unida a la ignorancia del pueblo, al sufrimiento y pobreza de casi todos, ofrecía un consuelo para muchos a quienes la religión oficial no lograba satisfacer; era signo del dolor y la protesta de los más amenazados. En general, nosotros, racionalistas post-cristianos, satisfechos, del siglo XXI, tendemos a pensar que aquella magia no era más que "superstición"; una manera de evadirnos de la tierra y sus problemas. Pero quizá no advertimos el valor humano que tenía aquella magia, vinculada con un tipo de religión chamánica.
Para muchos pobres de entonces (y de ahora), la magia era una forma de rechazo del mal, de la injusticia y violencia, y mostraba un deseo de sentido en una vida sin sentido. Ciertamente, algunos magos podían parecer embaucadores, personas que se aprovechaban de la ingenuidad de los demás para engañarles y medrar a costa de ellos. Pero esa acusación no vale para todos: muchos eran respetables, mensajeros de sacralidad sobre la tierra. La magia constituía una experiencia internacional, al menos en las tierras del oriente del imperio romano, que conocemos mejor a través de papiros mágicos (como los de Egipto entre los siglos I-IV d. C.); había, sin duda, un tipo de medicina más racional, casi científica, pero la mayoría de la gente no tenía acceso a ella, quedando así en manos de un tipo de magia más o menos seria, según las circunstancias[13].
Parece que Jesús se hizo famoso y atrajo a sus seguidores como milagrero, especialmente como exorcista y sanador... Sus milagros atrajeron enormes multitudes e hicieron que muchos pensaran que él era el mesías. Tanto aquellas masas como las especulaciones mesiánicas ampliamente extendidas entre ellas inquietaron a los sacerdotes que regían el templo y la ciudad de Jerusalén... Los romanos estaban pendientes del templo como de un posible centro de dificultades y no perdían de vista el resto del país, interviniendo con su fuerza militar para dispersar a las asambleas que consideraban peligrosas... Las autoridades de la ciudad (sacerdotes) prendieron a Jesús y lo entregaron a Pilatos (gobernador romano); éste lo crucificó como a un pretendido Mesías[14].
Quizá a través de un tipo de experiencia de iniciación, ligada con su bautismo, Jesús habría descubierto su capacidad carismática, empezando a realizar gestos milagrosos, con más éxito que otros curanderos y exorcistas. Lógicamente, la gente le seguía, como siempre ha seguido a los sanadores de fama. Pero a Jesús no le bastaba con curar, sino que empezó a pensar e interpretar su acción terapéutica, como sabio y creyente, en la línea de la Biblia de Israel, ofreciendo su doctrina nueva sobre un Dios que sana a los enfermos. Su misma capacidad de hacer milagros, esto es, de ensanchar la vida y conocimiento de los hombres, en línea de curación integral de los enfermos, le llevó a pensar que era Mesías, enviado de Dios y así le entendieron muchos de sus discípulos y seguidores. Animado por ese convencimiento, en nombre del Dios de la salud, subió a Jerusalén, donde fracasó como mago, no siendo capaz de evitar su condena y muerte.
Los evangelios habrían contado, según eso, la historia de Jesús, un mago fuerte, que ofreció salud a enfermos de diverso tipo, pero que acabó juzgado por los sacerdotes y políticos, que tenían miedo de su influjo sobre el pueblo. A pesar de ese fracaso, su recuerdo se mantuvo y creció, suscitando un tipo de nueva religión, con elementos mágicos, recreados desde la experiencia de conjunto de la Biblia israelita, releída desde el contexto de los enfermos y pobres de Galilea, a quienes él ofrecía la más alta salud.
De los milagros de Jesús a Jesús “milagro” (la iglesia milagro)
Como acabo de indicar, la visión de M. Smith ofrece un elemento bueno, pero resulta insuficiente. Sin duda, Jesús fe un hombre de milagros. Curó a diversos tipos de enfermos, cojos, mancos, ciegos, mudos, leprosos etc. Penetró también en el sub-mundo de los poseídos, neuróticos o locos multiformes que se comportaban como dominados por un tipo de demonio. Sin duda, aquellos que Jesús curaba eran enfermos, estaban fuera de sí, dominados por un tipo de potencia impersonal o antipersonal que les impedía pensar, vivir y comunicarse en libertad. Al actuar de esa manera, él no intentaba resolver un problema teórico abstracto (sobre magia, racionalidad o ciencia), sino expresar el poder comunicativo y creador de Dios, ofreciendo a los enfermos la "buena noticia" de que el tiempo de opresión ha terminado y viene el Reino (cf. Mc 1, 15). No actúa, según eso, como curandero o mago, portador de poderes especiales de sacralidad, sino como mensajero y delegado del mismo Dios israelita, que viene a revelarse como Padre, haciendo que los hombres puedan comunicarse en libertad.
La vida humana es un milagro
Ciertamente, otros curaban también, como Apolonio de Tiana; pero lo hacían apelando a un tipo de “violencia sacral” que se impone sobre el mundo, a un tipo de poder divino que triunfa, con principios de talión: un poder fuerte se destruye con otro más fuerte, una violencia con otra mayor. En sentido general, curanderos y magos terminaban actuando como hombres de ley, esto es, de imposición sagrada, contribuyendo así a la creación un mundo de nuevos sometidos religiosos. Jesús, en cambio, curaba de un modo gratuito, sin imponer sobre nadie el poder de lo divino, sino todo lo contrario: ofreciendo en libertad y gozo, capacidad de vida a todos, sin someterles a un nuevo sistema sacral o religioso.
‒ Esos milagros de Jesús no son demostrativos en un plano de ciencia o de ordenamiento social. Toda apologética que quiera insistir en ese aspecto, apelando a un tipo de ciencia o de técnica resulta equivocada, pues la ciencia en cuanto tal no puede conocer milagros. Los “milagros” no demuestran en un plano de ciencia, y sin embargo ellos abren un camino, por encima de toda ciencia (¡sin negarla ni excluirla!), hacia un nivel superior gratuidad, de eficacia vital, que desborda todo aquello que puede demostrarse, suscitando de esa forma admiración y asombro. Por principio, ellos no prueban nada (si lo hicieran no sería milagros), pero abren un camino y muestran, más allá del sistema de causas y efectos, la presencia y acción de un poder de amor que desborda y fundamenta nuestra vida.
‒ El “milagro de los milagros” no es un cambio externo, sino el despliegue de la fe,un ensanchamiento radical en la conciencia y vida de los hombres. Lo nuevo de Jesús es que los pobres y enfermos “crean”, que tengan fe en sí mismos y en la vida, que asuman su responsabilidad y caminen, no por imposición ni bajo el mando de otros, sino por gratuidad, en comunión con los demás. Los milagros son “fe en movimiento”, una ventana abierta hacia el futuro de la vida interpretado como libertad y salvación para enfermos y angustiados. La novedad más significativa de Jesús fue el hecho de que a su lado, por su palabra, los pobres y enfermos, en el borde de la posesión diabólica, no se cerraran en sí mismos, sino que confiaran en el Poder de la vida, descubriendo y mostrando de esa forma la capacidad creadora de la vida. Esto es lo que muestran misteriosamente los gestos carismáticos de Jesús a favor de enfermos y posesos.
‒ Los milagros son comunicación en gratuidad, no expresión de una magia dominadora, ni de una ciencia impositiva, que actúan según propias leyes programadas, poderosas. Por eso, los milagros no son algo que los hombres hacen, de manera que uno pueda decir a otro “yo te he curado”, sino que ellos acontecen, se despliegan, surgen… allí donde hay personas que confían en los demás, confiando en sí mismas. No son consecuencia de un poder que puede manejarse (como quiere Simón Mago: Hech 8, 4-25), sino revelación de la Vida que existe y se despliega en la vida de cada uno, empezando por los pobres. Como impulsor y/o transmisor de esa fe actúa Jesús. No viene a controlar a nadie por ley, como hacen los escribas, ni a imponerle un tipo de sacrificio, como los sacerdotes, sino a decirle a cada uno “vive”, existe por ti mismo, en comunión con los demás[16].
Milagro es, según eso, la misma vida humana, entendida como don, como regalo y tarea que desborda los esquemas y leyes de un sistema político o sacral. Milagro es el descubrimiento de la presencia de Dios (del poder de la Vida) en la propia vida. Milagro es ser persona… Cada vida humana es milagro de libertad, de comunión, de supervivencia. En esa línea, como buen “psico‒terapeuta” Jesús no ha venido a curar a los enfermos desde fuera, imponiéndose así por encima de ellos, sino a decirles que se curen ellos mismos que crean, que vivan en liberad. Por eso, él no acude a ningún tipo de ley religiosa o social, ni cura por medio de amenazas, sino apelando a la fe de cada uno, a su deseo de vivir, a la gracia de la vida, que podemos llamar “Dios”[17].
Su proyecto está marcado por dos notas fundamentales: (a) Ha sido un profeta apocalíptico judío, es decir, un hombre que ha puesto a sus contemporáneos (marginados y enfermos de Galilea) ante la llegada y presencia del Reino de Dios, como culminación y sentido de todo lo que existe. (b) Él ha sido un terapeuta, es decir, un sanador, pero no curando a los hombres desde fuera, para tenerlos así sometidos Dios, sino para decirles que se curen ellos mismos, que no estén ya sometidos poderes externos, de tipo social o religioso, sino que vivan por sí mismos.
Uniendo ambos rasgos le podemos llamar profeta‒terapeuta (como Elías, en tiempo antiguo): Un hombre capaz encender la llama de la fe en la conciencia de los hombres y mujeres, ampliando de esa forma su conciencia, haciéndoles capaces de ponerse en contacto con la fuente divina de su vida, y vivir de esa manera, en libertad, siendo ellos mismos, en comunión de amor, sin someterse a ningún poder externo, de tipo militar, social o religioso. Dios no es ya una potencia sagrada separada de la vida, ni una ley externa que domina sobre el hombre, ni un sacerdote más alto que santifica desde fuera a los impuros, sino la Vida más honda en la vida de los hombres, como Reino, curación y libertad.
‒ En ese sentido, según Jesús, el Reino o presencia de Dios es la misma “salud”, es decir, la vida en abundancia, como don, como gracia que compartimos, de un modo directo, sin necesidad de un templo como el de Jerusalén, sin cumplimiento estricto de un tipo de leyes morales y sacrales como las que controlan los rabinos que están empezando a extender su dominio religioso sobre los pueblos de Galilea, donde Jesús ha salido a proclamar su experiencia. Por eso, Jesús no habla primero del Reino de Dios, como realidad puramente espiritual y después de la salud, como algo puramente corporal, sino que el Reino es la salud más honda de los hombres.
‒ Para Jesús, lo contrario a la Vida (=Reino) de Dios no es la muerte, sino la enfermedad sin fe, la opresión, la violencia. En ese sentido, Jesús afirma que el reino de Dios viene allí donde se acaba y supera un tipo de vida dominada por la muerte impuesta de un modo violento, un tipo de enfermedad que nace del hambre, de la opresión, de la violencia (en la línea de Mt 25, 31‒46). En ese sentido, el Reino de Dios implica una experiencia más honda de fe, es decir, de confianza, de entrega y regalo de la vida. Los que escuchan y acogen la palabra sanadora de Jesús han de superar otras ocupaciones y cuidados, otros dolores y ansiedades, poniéndose (poniendo lo que tienen y son) al servicio de los demás.
Una vida marcada por el deseo de sanar. El riesgo de sanar a los demás. Asesinar al terapeuta... para que sigan dominando los de siempre
Todo nos permite suponer que Jesús, un artesano de la construcción (cf. Mc 6, 3‒4), había sentido la llamada del juicio final de Dios y fue donde Juan Bautista, para arrepentirse (para preparar la llegada del juicio final). Pero en ese contexto, quizá en la misma “ceremonia” del Bautismo como anticipo de la muerte (cf. Mt 1, 9‒11), descubrió de otra manera la presencia de Dios y su llamada poniéndose al servicio de la “vida” (de la curación) de los enfermos.
No podemos precisar de una manera psicológica el proceso de maduración humana y religiosa que experimentó, desde el primer latido consciente de su infancia hasta el momento en que ha venido a presentarse como legado de Dios o portador de su verdad. Pero sabemos que, en un momento dado, tras su encuentro con Juan Bautista, él empezó a presentarse y actuar como representante (portador) de la palabra y mensaje de Dios como salud, en Galilea, vinculando la llegada del Reino de Dios con la curación de los enfermos, no con el cumplimiento de leyes sacrales, ni con penitencias o sacrificios de templo, ni con un tipo de guerra santa y victoria sobre los enemigos de Dios
En esa línea, él descubrió y mostró con su vida la relación más honda que había entre la curación de los enfermos y la llegada del Reino de Dios. Así vino a presentarse y actuar como “terapeuta” del Reino de Dios, vinculando la llegada (implantación) del Reino de Dios y la curación de los enfermos, no por un tipo de obras suyas, sino por la fe de los mismos enfermos, es decir, sino con la transformación integral de los enfermos, vinculando de manera inseparable lo que hoy solemos llamar el cuerpo y el alma, que no son dos substancias separadas, como pudo pensar Descartes, sino dos aspectos o momentos de la misma realidad humana.
No fue médico del cuerpo, en el sentido posterior de la palabra (como si el cuerpo fuera un tipo de máquina independiente del alma o mente humana); tampoco fue médico de almas, en la línea de un espiritualismo posterior que desprecia o deja a un lado el cuerpo. Fue médico o terapeuta de personas, en línea de fe, es decir, de confianza básica en la vida, un terapeuta lógicamente discutido, pues no estaba al servicio del templo de Jerusalén, ni de la ley establecida de los escribas, ni del poder de Roma o de las autoridades políticas de Galilea.
‒ Fue terapeuta discutido y algunos le tomaron como un mago ambiguo, capaz de promover un tipo de “salud” en algunos enfermos, o de impulsar un movimiento de pobres y excluidos sociales, pero en una línea “asocial”, contraria a los principio del orden social imperante de los sacerdotes y escribas (y de los mismos romanos). Por eso es normal que le condenen como un “mago” satánico, alguien que cura a los locos y enfermos con poderes dudosos y con resultados aún más dudosos, rompiendo en nombre de Dios el buen orden de la sociedad establecida.