Las cuatro naves de Dios: Condescendencia, ternura, trascendencia y presencia

Son las cuatro naves del libro de José Vicente Rodríguez, que presenté hace dos días, evocando su lubro:

-- Son naves de una Iglesia basilical, divididas por tres filas de columnas, como una Trinidad abierta a la cuaternidad del Misterio que no puede decirse, pero es la verdad de todo lo que existe.

-- Son laterales de una plaza, como la de Salamanca, que abren un espacio cuadrado para la conversación y encuentro, lugar del que nacen todos los caminos, como en Salamanca, su pueblo.

-- Son cuatro naves/navíos que surcan los mares en todas las direcciones, de la ruta de los vientos, los puntos cardinales de la geografía de Dios que es nuestra vida.



-- Son como las cuatro virtudes, Dios mismo es la virtudes, en las que el hombre se asienta y vive, porque es el mismo Dios quién vive en él, y alienta, y se levanta y resucita con los hombres.

-- Los cuatro nombres del misterio de Dios y de la Vida, que con-desciende (habita y comparte el camino), que es tierno (en cariño), es trascendente (subido, más elevado que todo lo que puede elevarse), presente para que el alma...

Dice San Juan de la Cruz en el diagrama del Monte de la Perfección que por allí no hay camino ni ley, "porque el justo para sí mismo es ley"... una sentencia digna de San Pablo y de Juan Evangelista, con Agustín y Lutero... Una sentencia cristiana... (que los editores de San Juan de la Cruz borraron por miedo a la Inquisición)...

Pues bien, por esos lugares de la gran montaña sin camino de Dios nos ha querido llevar el P. José Vicente Rodríguez, como he indicado en el prólogo que he tenido el gusto y honor de escribirle. Ésta es su tercera parte, con ella termino. Hasta pronto, José Vicente. Buena víspera de la Inmaculada, amigos del blog.

(Imagen 1: En vez del diagrama del Monte de S. Juan de la Cruz he querido poner una imagen judía y cristiana de M. Chagall, con la nave-viviente de cielo que lleva a su gloria a los enamorados del Cantar, el libro más perfecto de los nombres de Dios).




Un libro para lectores que quieran engolfarse en el mar infinito de Dios

Querido José Vicente, con la sabiduría que te han dado los años y experiencia, con la madurez del que no tiene que guardar ganado alguno, sino sólo amar y ser amado, desde el observatorio de Toledo, donde has querido seguir aprendiendo y trabajando sin descanso, has recogido y ordenado las flores de Dios y de la vida humana en la canasta de este libro. Perdona otra vez la comparación: Tú eres como un vino añejo, de esos que se vuelven mejores con el paso de los años (como dice Lc 5, 33-39), en la línea de Jesús, del que dijo el maestresala de Caná de Galilea: La gente normal pone primero el vino bueno, y cuando han bebido mucho y no distinguen bien saca el malo; tú en cambio… (cf. Jn 2).

Sabes bien que hay vinos que no aguantan, se estropean con el paso de los años. Pero hay otros que no sólo aguantan, sino que mejoran. No sé lo que pasaría en las viñas de Monleras, o río abajo, en las Arribes del Duero, pero el fruto de tu viña ha mejorado con el tiempo, pues sólo con mucha experiencia, con la gracia acumulada en una vida al servicio del Reino de Dios se puede escribir una obra como ésta o, mejor dicho, un Canastillo de Navidad, con las flores de Dios, como tú mismo dicen aludiendo a las mimbres o de esta tierra donde vivo, junto a Villoria y Villoruela, también junto al Tormes, Tormes, tierra famosa de mimbres:

Con todas estas mimbres (las de Juan de la Cruz y Teresa, las de la Biblia y los poetas…) fabricaremos entre todos el canastillo, en que iremos depositando los frutos de nuestra investigación, que ofrecemos gustosos a nuestros lectores. Tenemos que vérnosla con la paradoja de un Dios tan condescendiente y tan maternal, y que sigue también al mismo tiempo siendo tan trascendente y tan presente, y, cuanto más trascendente, se torna también más maternal y condescendiente (Apertura).

En esta cita presentas los cuatro nombres de Dios, que se parecen, como he dicho ya, a las de mi primer esquema (elevación ↔ pasividad ↔ comunión ↔ recuperación), o las del segundo, expuesto por la misma Biblia (amor entrañable ↔gratuidad ↔ fidelidad ↔ verdad). Es evidente que también tú piensas y sientes en esquemas de cuatro elementos que se oponen y vinculan, como he dicho.

Ese esquema cuatrilógico te ha permitido escribir un libro muy lleno de de la Vida de Dios, testificada sobre todo por Juan de la Cruz. Pero la novedad y valor de tu libro no está en los cuatro nombre, que quizá podrían haberse cambiado, con un poco de curiosidad o suerte, sino en la forma en que has escogido los materiales de la cantera de la Biblia y, de un modo especial, del gran depósito y volcán de experiencia y escritos de San Juan de la Cruz (con otros santos como Teresa y muchos místicos y pensadores).

Tu sabiduría no se muestra sólo en escoger los materiales, sino también n colocarlos discretamente, cada uno al lado del otro, como en un jardín japonés, donde parece que todo es casual y, sin embargo, todo se encuentra organizado con un orden más alto. De ese modo, con gran arte, han organizado su experiencia los autores de la Biblia, que tú conoces tan bien, dividiendo y uniendo materiales que a primera vista podrían parecer opuestos, pero que se iluminan y completan entre sí.

He dicho que tu libro es como un templo basilical con cuatro naves, todas de la misma altura, y con la misma longitud, sin que haya un lugar central para la presidencia, pues todo es condescendencia y ternura, trascendencia y presencia de Dios. Como he dicho, basílicas cristianas suelen ser de tres o cinco naves, casi siempre en número impar. Pero también las hay de cuatro naves o pórticos, como tu libro.

De todas maneras, ese modelo de basílica de cuatro naves importa quizá menos para entrar en este libro y descubrir sus maravillas, de forma que podemos acudir mejor a la imagen de los evangelios: Cuatro libros, que cuentan en forma paralela, desde perspectivas distintas, la misma historia de Jesús. No hay uno, sino cuatro, y todos igual de importantes, diciendo lo mismo, desde perspectivas distintas.

No hay uno mejor o preferente y otros inferiores, todos tienen con la misma dignidad. Lo mismo pasa en este libro que has escrito colocando las flores de Dios en los cuatro estantes o anaqueles (o cuadrantes) de la canastilla de Dios. Sabes bien que antaño no había libros de páginas amontonadas como ahora, sino rollos de papiro o pergamino, que se enrollaban y guardaban veces en cestillas. Pues bien, tú, José Vicente, has escrito tu obra en cuatro “rollos” o unidades, es decir, en cuatro partes, que van en paralelo, como los evangelio de la Buena Nueva de Jesús.

Tú has escrito este evangelio cuadriforme de la buena nueva de las maravillas de Dios, con palabras que has tomado de Juan de la Cruz y de otros “padres y madres” de la experiencia cristiana. Está bien leer las cuatro parte en el orden que tú mismo propones, pero también podría cambiarse el orden, empezando por la trascendencia y terminando por la condescendencia de Dios.

Éste no es por tanto un libro hecho y terminado, sino una guía de cuatro caminos de experiencia, que el mismo lector debe completar y organizar, desde su propia perspectiva, un libro/camino, de tipo “interactivo”, si me permites emplear esta palabra. Es un libro mosaico, en el que introduces aportaciones de diverso origen, y las vas colocando en cuatro líneas, dándoles un sentido, pero dejando, al mismo tiempo, que sean los lectores los que las vayan descubriendo su unidad profunda, que nos lleva siempre a la Montaña, donde ya no hay ley, ni libro, ni camino, sino sólo Amor de Dios.

Éste es, por tanto, un libro de los últimos caminos, pues si alguien ha llegado al final ya no necesita libro alguno, como dice San Ignacio de Antioquía, cuando le critican por no citar muchos libros, diciendo que su libro y archivo es el mismo Jesucristo (Carta a los Filadelfios 8, 2). Éste es, sin duda, un libro tuyo, pues tú lo has pensado, lo has organizado, lo has escrito. Pero, al mismo tiempo, es un libro de muchos, pues introduces la experiencia y palabra de otros, empezando por Juan de la Cruz, y por otra parte dejan que los mismos lectores lo vayan recorriendo y completando.

Tu libro es como una plaza porticada, con cuatro pórticos (como la de Salamanca), como una basílica de cuatro naves… y sólo se puede conocer su contenido si se van recorriendo los pórticos y naves, con tiempo y deseo de gozar, sin apresuramientos ni ideas preconcebidas. Este libro es como un tapiz donde se van descubriendo las figuras y se van escuchando las palabras de muchos testigos que han hablado de Dios.

En un momento dado, te permites introducir de un modo más directo pequeños capítulos de otros autores, con historias, por ejemplo, sobre Teilhard de Chardin (1881-1950) o Robert Benson (1871-1914), para que el lector pueda escuchar también otras voces, y escuchar las suyas, haciendo de este libro su libro (como en algunos buenos libros infantiles donde el mismo niño tiene que interpretar las figuras y poner los colores).
Así has empezado a componer el canastillo de los cuatro nombres de Dios, las cuatro naves de la basílica o casa real del misterio, en la línea de Juan de la Cruz, los cuatro evangelio de la buena nueva de Dios. No has ocupado todo el espacio, sino que has dejado espacios abiertos, a fin que otros podamos seguir completando las figuras, con nuevos colores y experiencias. Éstas son las cuatro naves del templo de tu cuatrilogía, estos son cuatro evangelio del nombres sagrados de tu Buena Nueva de Dios.

‒ Evangelio del Dios Condescendiente.

Ésta es tu primera revelación, José Vicente, el primer descubrimiento que has querido publicar en voz alta y con bien clara a todos los que quieran empezar leyendo tu libro: Que Dios es condescendiente, no porque todo le dé lo mismo y nada en el fondo le interese, como un padre ocupado en otras cosas, que se despreocupa de su hijo y le deja hacer todo lo que quiere. Es precisamente lo contrario: Dios es condescendiente porque ama a los hombres y quiere caminar con ellos, a paso de hombre, haciéndose uno de ellos.

Dios baja-con (con-desciende) para vivir a la altura de los hombres, para caminar y sentir (ser) de esa manera, con ellos, “a paso de humanidad”, no sólo caminando con, sino en ellos, no por sacrificio, sino por amor, como aprendió Moisés después de haberlo dicho “si tú no vienes con nosotros no vamos” (cf. Ex 34, 14). Y Dios fue (es decir, vino), y sigue caminando con ellos (es decir, con nosotros), adaptándose a nosotros, con amor de encarnación.

En este contexto has querido analizar una de las palabras más importantes de la tradición patrística, especialmente representada por san Juan Crisóstomo, en gran testigo de la syn-katabasis (condescendencia) de Dios, que ha querido acostumbrarse a la vida de los hombres, para que ellos se acostumbren a la suya. La condescendencia marca así camino el camino de Dios que debe “acostumbrarse” también a los hombres, si quiere que ellos le acojan y sigan. Sólo este Dios con-descendiente puede ser co-ascedente el que sube a/con los hombres, les lleva consigo, les eleva, como en alas de águila (cf. Dt 32, 11; Is 40, 31).

‒ La segunda nave de tu templo o de tu libro es el evangelio del Dios de la Ternura,

que suele aparecer con rasgos de madre. Ésta es la segunda nave, el segundo libro de tu evangelio cristiano, la Buena Nueva del Dios que, siendo Padre y Amigo (Esposo) es también Madre, como habían sabido los profetas de Israel, especialmente Isaías (los llamados Segundo y Tercer Isaías). No se trata sólo de ser condescendiente con nosotros, sino de darnos vida, para que seamos, de tal forma que él (ella: la divinidad) pueda así vivir en nosotros.

Éste no es un Dios que se limita a darnos cuerda (como un relojero), dejando que seamos y caminemos sin él, como afirmaban los grandes filósofos del siglo XVIII, sino el Dios que, dándonos cuerda (dejándonos ser en libertad) nos lleva en su seno materno, no en una línea de omnipotencia física o política propia de alguien que está por encima de nosotros, dominándonos con su fuerza, sino en la de un vientre que da vida, con amor de rehem¸ porque es Vida desbordante, y quiere que otros sean.


Éste es el Dios de amor entrañable que nos hace sentir la dulzura de su presencia, en un plano personal y social, afectivo y religioso, por encima de los gestos broncos y los movimientos de violencia que demasiadas veces se han utilizado en la educación y convivencia humana, incluso dentro de la Iglesia, donde se ha ejercido a veces un poder de imposición. Dios es madre verdadera que se da a sí misma dando así vida (para que seamos), pero dejándonos vivir, de tal forma que podamos ser en su ternura, vinculados totalmente a ella, siendo de esa forma independientes. Entendida así la “madre divina” nos “suelta” en la vida, pero sin soltarnos, nos hace autónomos, pero sin abandonarnos, nos da todo lo que somos, pero sin adueñarse de nosotros.

‒ La tercera nave de este evangelio de Dios está dedicada a su Trascendencia, como ha destacado de un modo especial San Juan de la Cruz. Cuanto más cercano y maternal es Dios (cuando más parece abajarse y se ha abajado, haciéndose así en nosotros el más pequeño) más grande es Él, más transcendente aparece, él mismo, por encima de todo lo que sabemos e ignoramos. Son muchos los que en estos últimos años han acudido al testimonio de Juan de la Cruz para hablar de nuevo del Dios que está siempre más allá de lo que somos y podemos, como he puesto de relieve en Teodicea y en Trinidad (Sígueme, Salamanca 2013 y 2015).

Quizá nos habíamos acostumbrado a un Dios que muy “domesticado”, como si él formara parte de nuestro esquema de vida sin más, como el vecino de la puerta de al lado, olvidando que para encontrarle debemos salir, dejar, ascender, transcender… De esa manera descubrimos que si Dios es trascendente lo somos también nosotros, capaces de ir más allá de lo que somos y podemos. En este gozo de ser distintos, de perdernos para encontrarnos, de salir para entrar de verdad en nosotros se encuentra el sentido y tarea de nuestra transcendencia (que es nuestra y divina).

Nadie quizá ha dicho cosas más fuertes de Dios en esa línea que Juan de la Cruz, cuando ha puesto de relieve, frente a todas las posibles “filosofías” de los sabios, que él no es esto ni esotro, que no se va a su misterio ni por aquí no por allí… a pesar de haber descrito como nadie los caminos del ascenso activo y pasivo a la montaña. Éste es el Dios que está en la Vida de la Muerte, que se expresa allí donde amamos hasta el fin a los hermanos.

‒ La cuarta nave de este templo de Dios es la Presencia, no como algo que se pueda distinguir de las otra naves, sino como esencia-en, pre- y prae-esencia. La misma esencia de Dios es estar y ser en nosotros, no por necesidad, sino porque él lo quiere (se quiere queriéndonos).

Nadie que yo sepa ha contado las cosas más hondas de la presencia de Dios en la vida de los hombres que Juan de la Cruz en el comentario a las últimas estrofas del Cántico B y en la Llama de amor viva, como he puesto de relieve en mi Trinidad (Salamanca 2015). Dios mismo “respira” (esto es, vive) en nosotros, de forma que nosotros vivimos en (formamos parte de) su misma respiración y vida divina, siendo como somos (y por ser) unos mortales.

La última nota de esta “cuaternidad” o cuatrilogía de José Vicente es la Presencia o, mejor dicho, el Dios-Presencia, que no es simplemente esencia (como en la escolástica medieval), sino prae-esencia, ser ante y con, en compañía. Así se cumple y culmina el sentido de la con-descendencia de Dios, que está en nosotros bajando, abajándose para que de esa forma seamos. Este Dios presente no nos sustituye, ni ocupa nuestro puesto, ni nos expulsa de aquello que somos y hacemos, sino que nos hace ser siendo a nuestro lado, con y por nosotros, en ternura infinito.

De esta forma culminan la cuatro notas de Dios que son las notas más honda de la vida del hombre en Dios, explicadas y comentadas con textos de Juan de la Cruz (y de Teresa de Jesús), de la Biblia y de los grandes pensadores cristianos. De esta forma las has presentado, amigo José Vicente, en ese libro magistral en el que culmina, por ahora, un largo magisterio que has realizado de palabra y por escrito pero, sobre todo, por presencia, sonriente, cercana, profunda.

Tú. José Vicente has escrito buenos libros, como éste, muy buenos. Pero, sobre todo, ha escrito el libro de su vida con el que nos ha enriquecido a muchos, como ese niño grande que eres, y que vienes a saludarnos, como si estuvieras sorprendido de ser, de estar con nosotros, de escucharnos, como rostro visible del Dios invisible, por gracia de Cristo, en comunión con María, la Madre del Monte Carmelo…
Has escrito, después de tantos otros, este libro, el último, el mejor, por ahora (que no quiero que sea el último). No puedo entrar ya más en su contenido, porque lo mío ha sido sólo un prólogo y saludo, dejando a todos tus lectores a la puerta, como un pequeño guía de ocasión que dice: ¡Y ahora entrad vosotros mismos en el libro!

Les digo a tus lectores que entren en el libro, que lo recorran y vean, que lo lean, que lo sientan, que lo reescriban ellos mismos. Es un libro tuyo, pero una vez publicado será de todos los lectores, como ha sido mío en estas últimas horas y días en que vivido engolfado contigo en las aguas profundas de ese Dios Río de las cuatro estaciones del año, de los cuatro puntos cardinales del espacio, de los cuatro tiempos del Tiempo infinito de Dios.

Ooooooooooo

Nada más, José Vicente. Gracias por haberme permitido leer este libro antes que los demás lectores. Gracias por haber querido que te lo presentara. Ha sido un gusto, un honor. Así me despido de ti, con Mabel. Si podemos, queremos ir a verte a Toledo, en primavera. Si pasas en enero por Salamanca nos avisas, y si podemos vamos a darte un abrazo.
Ya sabes dónde tienes tu casa, a la margen derecha del Tormes, tu río, un poco antes de pasar por Salamanca y desembocar en el pantano de Almendra, a cuya ribera estuvo y sigue estando tu pueblo de origen, aunque has sido después y eres ahora un hombre, un religioso de todas las tierras del Carmelo o Jardín de Dios, que es esta tierra.

14 diciembre 2015, día de San Juan de la Cruz

Xabier Pikaza
San Morales
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