Los reinos de Dios: Modernismo, capitalismo, socialismo, iglesia (L.Biolatto)

Ayer he presentado una reflexión de Leonardo Biolatto (Argentina) sobre las parábolas de Jesús en Mt 13, 44-52. Hoy quiero completar el tema con su trabajo sobre Los Reinos de Dios.Leonardo me ha escrito:

«Querido Xabier: Te escribo porque con un grupo de buenos amigos y hermanos (hemos decidido que el grupo se llame “Pienso y Creo”), empecinados en estudiar la Biblia, ha surgido el tema del Reino de Dios y estamos a vueltas con ello. Tratamos de acercarnos desde distintas perspectivas. Te adjunto una reflexión mía, muy breve y poco académica, sobre las historizaciones del Reino. Si te parece que el tópico del Reino puede ocupar algunas páginas de tu blog, a nosotros nos sería de gran ayuda leerte, para tener una nueva perspectiva. Un abrazo grande y gracias, como siempre».

(cf.http://blogsdelagente.com/palabrademision/
http://piensoycreo-cba.blogspot.com/2011/07/los-reinos-de-dios-leonardo-biolatto.html).

Gracias, Leonardo, por la confianza y buen trabajo sobre el Reino de Dios y los Reinos del mundo. Seguiremos pensando juntos sobre el tema.

Hoy presento tu trabajo, precedido por una introducción mía, situando el tema en el contexto de Jesús. Después viene lo tuyo. Otro día presentaré yo también mi reflexión sobre algunos matices del Reino en el mensaje de Jesús.
Va como imagen primera una corona real con la Cruz de Jesús sobre la bola del mundo. El rey aparece así como imagen de Cristo, en signo de gloria, con la cruz elevada y firme, mientras rueda el orbe: "Stat crux dum volvitur orbis". He añadido después una caricatura sobre el capitalismo y una foto famosa sobre el socialismo, formas "nuevas" de entender el Reino.

Buen domingo a todos.
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Introducción (X. Pikaza)

Compartiendo una ideología común a casi todo el Oriente, los israelitas sabían que Dios es Rey y que el mundo entero es su reino, como cantan los salmos reales (cf. Sal 93, 1; 97, 1; 99, 1). Así concebían a Dios como fuente y sede de todos los poderes, Rey del cosmos (creador del mundo) y, de un modo especial, rey los hombres (especialmente de los hombres). Eso significa que ellos no podían separar la religión de lo que hoy llamados la “política”, tomada en un sentido extenso, como tema del poder y del orden social. Según eso, más que una forma intimista de ser y sentir, el judaísmo es un modo de organizar y ejercer el poder, en línea de justicia y de palabra.

(a) El Reino de Dios es Justicia, es decir, liberación de los marginados y oprimidos, como lo han descubierto los judíos al “salir” de Egipto; así lo han vinculado a la presencia y acción de Dios entre los pobres, pues él es protector y amigo de los miembros más débiles de la sociedad humana (huérfanos, viudas, extranjeros).
(b) El Reino de Dios es Palabra, es decir, un orden que se expresa a través de los mandamientos de la Ley, que son las “diez palabras” de Dios (Ex 20 y Dt 5); así lo ha destacado la tradición profética, al interpretar el poder de Dios como palabra creadora (Gen 1), que se expresa en forma de “Ley” o principio conducta.


Da la impresión de que Juan Bautista había desarrollado menos los aspectos políticos y sociales de la acción de Dios en el presente, poniendo más de relieve la exigencia de conversión y juicio de Dios en el futuro, tendiendo a pensar de esa manera que el Reino vendrá sólo “después”, cuando acontezca el juicio. Pues bien, para Jesús el Reino es algo que está actuando «ya», una realidad que empieza a instaurarse y expresarse ahora, en ese mismo mundo (en Galilea). Esta visión del Reino de Dios es la raíz de su experiencia personal y de su compromiso mesiánico .

((Entre la innumerable bibliografía sobre el Reino en Jesús, cf. B. Chilton, Pure Kingdom. Jesus' Vision of God, Grand Rapids, Eerdmans, Michigan 1996; W. D. Davies, The Setting of the Sermon on the Mount, Scholars Press, Atlanta Ga. 1964; Ch. H. DODD, Las parábolas del Reino, Cristiandad, Madrid 2001; H. Merklein, Die Gottesherrschaft als Handlungsprinzip, FB 34, Würzburg 1981; N. Perrin, The Kingdom of God in the Teaching of Jesus, SCM, London 1963; R. SCHNACKENBURG, Reino y reinado de Dios, Fax, Madrid 1970; W. Weisse Reich Gottes. Hoffnung gegen Hoffnungslosigkeit (Ökumenische Studienhefte 6. Bensheimer Hefte 83) Göttingen 1997))


Los Reinos de Dios (Leonardo Biolatto)

Cuando Jesús muere, resucita y asciende, la Iglesia se encuentra ante la gran problemática de llevar adelante, en lo concreto de la historia, el Reino de Dios que anunció Jesús. Ese fue el tema central de su predicación antes de la Pascua: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc. 1, 15).

Jesús contaba parábolas sobre el Reino, comía según el Reino (con publicanos y pecadores), ejercía la praxis liberadora del Reino (sanciones, curaciones, exorcismos), se enfrentó a Roma (el Imperio) con la proclamación del Reino de Dios, y finalmente murió crucificado por ello.

El Reino, su concepto y su puesta en práctica, guiaron los pasos de Jesús. Lucas, yendo un poco más lejos, comienza Hechos de los Apóstoles narrando cómo el Resucitado, durante cuarenta días, se les aparece a los discípulos para hablarles del Reino de Dios (cf. Hch. 1, 3). Con este movimiento literario, Lucas logra conectar la vida y misión de Jesús a la vida y misión de la Iglesia.

Es el Reino lo que debe perdurar, lo que debe seguir proclamándose, lo que debe seguir concretándose. Hoy nos resulta difícil afirmar eso, porque suponemos que el objetivo de la misión de la Iglesia es Jesús mismo, su persona, no precisamente lo que Él dijo. Y en parte es cierto, pero no absolutamente.

(Riesgo de olvidar el Reino)


La práctica actual de predicar a Jesús en lugar del Reino tiene su germen más probable en Pablo. La expresión Reino de Dios en los escritos paulinos puede rastrearse unas seis veces (cf. Rom. 14, 17; 1Cor. 4, 20; 1Cor. 6, 9-10; 1Cor. 15, 50; Gal. 5, 21). Es muy poco en relación a la extensión de las siete cartas que consideramos de autoría de Pablo (Romanos, las dos Corintios, Gálatas, Filipenses, Filemón, la primera a Tesalónica).

Esto sucede porque el apóstol predica un Cristo crucificado (cf. 1Cor. 1, 23): ese es el centro de su anuncio. No porque Pablo no crea que el Reino es importante, sino más bien porque ha identificado al Reino con Jesús, al anuncio con el anunciante. Para Pablo, Jesús es el Reino.

La misma línea sigue el Evangelio según Juan, que sólo habla del Reino de Dios en el diálogo de Jesús con Nicodemo (cf. Jn. 3, 3.5), aunque dedica largos discursos a la persona de Jesús. Es el mismo razonamiento. El encuentro con Jesús debería dar por asumido su mensaje. El problema es que, con el tiempo, la Iglesia se focalizó demasiado en la persona sin el mensaje. El desarrollo de la cristología hizo que a Jesús se lo entendiera sin su contexto: sin Palestina, sin su época, sin sus relaciones, sin sus palabras.


(El Reino en el centro del mensaje cristiano; historizar el Reino)

El Reino de Dios quedó relegado y hasta olvidado. Sin embargo, a pesar del olvido evidente en los textos y en las cátedras, los seres humanos hemos intentado constantemente hacer concreto el Reino de Dios, aunque lo llamemos de otras maneras.

La historización (si se me permite el término) del Reino es necesaria. No se trata del intento vano de hacer concreto un abstractismo. No se trata de la falsa ilusión de cristianos. No se trata de una negación del carácter escatológico del Reino. Fue Jesús quien, antes que nosotros, concretó el Reino que predicaba con palabras.

La praxis del Maestro es, justamente, su historización del Reino de Dios. El perdón al paralítico, por ejemplo, o la comida en la casa de Betania, o su largo caminar itinerante desde Galilea a Judea, o la expulsión de los vendedores y cambistas del Templo, o el exorcismo del endemoniado de Gerasa, o el llamado de discípulos, o el envío de los mismos.

Toda su praxis es la puesta en historia del Reino que sus labios proclaman. Porque el Reino es un proyecto para el presente, una propuesta para hoy. El Reino es mayor que la historia, la supera, la plenifica, pero no es ajeno a la historia. Superior, pero no separado. En la historia se hace evidente el Reino y afecta la vida del ser humano, sino es una entelequia, una ficción.

El proceso por el cual Pablo asocia la figura del Reino con la persona de Jesús es un proceso de historización. El encuentro con el Cristo es la manera concreta por la cual el Reino entra en la historia. La Iglesia siempre ha buscado maneras de congeniar la superioridad del Reino de Dios con el desarrollo de la historia. Aún sin mencionar el Reino en los libros de teología, lo ha interpretado. Porque, al fin y al cabo, la historización parte de una interpretación.

El presidente venezolano Hugo Chávez interpreta que el capitalismo es Judas y que el socialismo es el Reino de Dios, según algunas de sus declaraciones. Y Michael Novak, cuando escribió el libro El espíritu del capitalismo democrático, de alguna manera asume que la concreción del Reino de Dios es el sistema capitalista, sobre todo en el capítulo llamado Teología del capitalismo democrático.

Claramente, y hasta saliendo del ámbito meramente eclesial, encontramos que las interpretaciones sobre el Reino pueden ser opuestas y contradictorias. Un presidente de un país latinoamericano lo iguala al socialismo y, por ende, intenta construir las bases de su nación desde el Reino socialista. Un autor fuertemente vinculado al catolicismo construye una teología para el capitalismo y ofrece las bases para que el Reino se instaure en el mundo siguiendo el modelo del capital.

(Cuatro historizaciones del Reino)

Las interpretaciones sobre el Reino son muchas. Mal que nos pese, hasta las más retorcidas pueden hacerse historia en distintas épocas y en distintos lugares. Este artículo intenta reflexionar sobre cuatro historizaciones del Reino que partieron de cuatro interpretaciones sobre aquello que sería el proyecto mundial de plenitud.

Para algunos, ese proyecto es el MODERNISMO entendido como el progreso de la intelectualidad y de la ciencia. Para otros es el SOCIALISMO, como ya mencionamos, pero también el CAPITALISMO para algunos. Finalmente, y desde siempre, ha estado EL PROYECTO ECLESIAL, que coquetea con los otros (con el socialismo, con el capitalismo y con el modernismo), pero trata de mantenerse fiel a sus principios dogmáticos.

Vamos a tratar de esbozar un acercamiento a estas cuatro historizaciones para compararlas con el proyecto del Reino de Jesús que retratan los Evangelios:

a) El Reino de Dios modernista:

el modernismo deposita su confianza en los intelectuales y en los científicos. Ambos grupos aportan la técnica para el progreso, y el progreso determinaría, sin dudas, la entrada al paraíso terrenal del bienestar. La modernidad cree, firmemente, que el ser humano es el centro y el motor de la plenitud de la historia, y que Dios es prescindible. Paradójicamente, el Reino del modernismo es el Reino sin Dios. La Iglesia se ha tentado de modernismo en algunas oportunidades, y lo ha proclamado la verdad para el mundo otras tantas.

Cuando la intelectualidad intenta tomar el comando de la comunidad eclesial, entonces se vislumbra una visión modernista del Reino de Dios. Que dirijan los que saben, los que estudian, los que se preparan en academias. Es una Iglesia exclusiva de teólogos, y las naciones del Tercer Mundo tienen que someterse a los dictados de aquellos que han estudiado en el Primer Mundo.

Sin embargo, a Jesús se lo oyó decir: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt. 11, 25). Estas cosas son las cosas del Reino. La revelación se dirige, principalmente, a los pequeños, o como bien puede traducirse más literalmente del griego, a los sin voz. Aquellos que no dictan clases magistrales ni publican trabajos científicos son los que conocen en profundidad el Reino.

La intelectualidad (teología para la Iglesia) y la ciencia (el estudio más exegético, si se quiere) son necesarias, y el Reino no es opuesto a ellas, pero por sí solas no son capaces de reflejar la esencia de la prédica y praxis de Jesús. El paraíso no se alcanzará cuando hayamos conocido todo lo que se puede conocer ni cuando hayamos descubierto todo lo que se puede descubrir. El Reino de Dios no puede conocerse con experimentos ni con decenas de libros, sino en la vida compartida con los pequeños, depositarios del misterio.

b) El Reino de Dios socialista:

el socialismo proclama una igualdad que, a primera vista, podría ser compatible con el Reino del que habla Jesús, pero cuando profundizamos nos damos cuenta que nadie tiene nada porque el Estado lo tiene todo. Y el Estado tiene una dirección representada en una persona o un grupo de personas. Entonces, ese igualitarismo inicial se desvanece, porque el Estado se erige como el dios del sistema. El Estado es más importante que lo trascendente, y el paraíso se alcanzará mediante el poder absoluto del Estado. La vía más fácil se concreción es someter la libertad personal a la libertad que disponga el Estado.


Lamentablemente, en la práctica, el Estado no representa a todos, y por eso se abre una brecha entre la propuesta socialista y la propuesta del Reino. En el Reino, el poder es de Dios y se ejerce en la práctica comunitariamente. No hay Estado, sino comunidad.

Algunas corrientes eclesiales confiaron en el socialismo como lo más cercano al Reino, pero hay que tener en cuenta la diferencia entre comunismo y comunitarismo. El primero, representante del socialismo, deposita los bienes en común para que los administre un poder superior estatal. El segundo deposita los bienes en común para que la misma comunidad los administre y lo haga según el Espíritu de Dios, dando “a cada uno según sus necesidades” (Hch. 4, 32).


La comunidad del Reino no da a todos lo mismo, sino a cada uno lo que necesita. Esa diferencia es sustancial. El socialismo es una propuesta loable, un intento teórico y práctico reconocible, pero no es, así sin más, el Reino de Dios.

c) El Reino de Dios capitalista:

el capitalismo se resume en un esquema donde un grupo de seres humanos, poseedores del capital, generan industrias y empresas que tienen por empleados a otros seres humanos. Mientras los dueños del capital incrementan sus ganancias, en relación, los empleados no las incrementan de la misma manera.

Esto alarga la brecha mundial entre ricos y pobres. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. A la larga, la existencia de pobres es una necesidad del sistema capitalista. Si dejasen de existir los pobres, el sistema caería sobre su propio peso, porque los pobres desempleados son los que estimulan la oferta y la demanda de empleo.

Los sueldos pueden ser bajos porque hay muchos desesperados por el mismo puesto laboral, y capaces de aceptar miserias a cambio de una remuneración pequeña, humillante. En el sistema capitalista, además, hay libre mercado, y la salud se paga tanto como la educación. La moneda, el dinero, vale más que cualquier otra cosa. Más que Dios.

Sin embargo, Jesús fue tajante con esta cuestión: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt. 6, 24). El Reino de Dios no puede valerse del capital, porque el capital genera amos y esclavos, genera dependientes, genera pobres. Todo eso es contrario al Reino.

La Iglesia, en general, ha validado el sistema capitalista de manera solapada. Nadie lo dice, pero todos admiten que es el sistema coherente para nuestra época. A pesar de convertir la vida humano en valor de cambio.

El Reino (de Dios) no puede competir con el dinero, no tiene sentido. Es Dios quien dignifica las vidas, quien por ser Padre nos hace a todos hermanos, quien escucha el clamor del pobre.

Ese Dios de Jesús no puede convivir con un sistema de opresión y de compra-venta. Al contrario, el Reino es gratuidad, es gracia, es regalo. Jesús no cobra por el Reino. Quizás, la siguiente frase del Maestro sea una de las más lapidantes para el sistema capitalista: “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente” (Mt. 10, 8).

d) El Reino de Dios eclesial:

la Iglesia está tentada siempre de igualar el Reino de Dios a su institucionalidad. Pero eso es una reflexión eclesiológica posterior, no un mensaje de Jesús. Ya es célebremente conocida la expresión de Alfred Loisy: “Jesús predicó el Reino y vino la Iglesia” (expresión condenada por Pío X en documentos oficiales católicos).

A pesar de su vejez, la frase sigue siendo válida. No es posible identificar, así sin más, el Reino con la Iglesia. La Iglesia es depositaria de las promesas del Reino, es signo y sacramento del Reino, es comunidad del Reino, pero no lo abarca por completo.

La también célebremente conocida parábola sobre el juicio final del capítulo 25 de Mateo, cuando el Hijo del Hombre se sienta en su trono glorioso para juzgar a las naciones (cf. Mt. 25, 31ss), revela que los parámetros del juicio son actos desprendidos de la Iglesia, o sea, que no la suponen necesariamente. Son actos humanos: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar alojamiento al forastero, vestir al desnudo y visitar al preso.

Todos aquellos que vivan según esta humanidad, están haciendo concreto el Reino en la historia, aún sin pertenecer visiblemente o por adopción, a la Iglesia. Si el Reino de Dios es la Iglesia, entonces deberíamos replantearnos las jerarquías de nuestra institución, y nuestra visión sectaria que separa entre buenos y malos (como antes eran los puros e impuros).

La Iglesia no puede ser el Reino porque no lo agota en ella, no supone toda la diversidad del Reino. La maravilla del Reino de Dios que predicó y vivió Jesús es, justamente, su ampliación hasta límites insospechados, y su visión humana. En una época donde los reinos (imperios) eran estructuras de poder que cobraban impuestos y que respondían a déspotas, Jesús revela que el Reino de Dios es una comunidad de servicio, donde prima la gratuidad y se responde al Padre amoroso.

¿Será así nuestra Iglesia que se adjudica el título del Reino de Dios?

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