Francisco de Asís: hermano sol, hermana luna
Xabier, eres un idealista. El problema está en las primas palabras «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de bandidos… Creo que bandidos se dice en griego Lêstai, y por lo que sé, que no es mucho, ellos pueden ser de varios tipos:
a) Pueden ser bandidos religiosos, pues a los mismos sacerdotes les llama Jesús “cueva de lêstai”, es decir, de bandidos. Son ellos los que robaron e hirieron al caído del camino
b) Pueden ser bandidos (y vendidos) políticos, del partido de los Romanos que conquista el mundo de los celotas que lo quieren reconquistar con su guerrilla. Eran los romanos los que habían herido a los judíos, echándolos a la cuneta de la vida

c) Pueden ser bandidos económicos organizados, de esos que esquilman el mundo con su capital y su empresa
d) Pueden ser, en fin, simplemente pobres que necesitan comer y no tienen otra forma de buscarse un alimento
e) Pueden ser, en fin, bandidos de los malos, de los que roban por puro terrorismo…
Por eso, antes de seguir analizando la parábola tendrías que estudiar las condiciones sociales y económicas de la tierra. Quizá deberían llamar en tu ayuda a Marx o a Maz Weber, o a algún otro economista, para cambiar el orden social, de forma que no existan más bandidos…
Seguimos discutiendo y no nos pusimos de acuerdo. Para salir del paso invitó a Manolo a que escribiera una interpretación social de la parábola. Me dijo que le llevaría varios días. Mientras tanto, para tranquilizarnos, propusimos cantar el Canto de las Creaturas de Francisco, que no resuelve todos los temas, pero que permite respirar y gozar y alabar en medio de este mundo de bandidos y re-bandidos.
Francisco
En el contexto del Buen Samarito quiero presentar la voz del hermano Francisco
de Asís, cantor pobre de las creaturas.
Le llamo pobre, porque nunca ha querido imponerse y dominar sobre la tierra Ha trabajado y quiere que los suyos trabajen, cada uno en su oficio, sin tener en propiedad salario o bienes de este mundo, Dios ha dado en común todo y todos deben compartirlo con sudor y gozo (Regla I, VIII, Regla II, V)
También le llamo cantor, porque ha cantado, como juglar de Dios y técnico en poesía, la gloria de Dios a través de sus creaturas. De esa forma, los dos planos anteriores de la praxis y la estética se vienen a mostrar iluminados por la gloria de Dios que resplandece
a través de las creaturas. Así lo indicaremos, comentando estrofa por estrofa, las alabras de su canto. Utilizol la traducción litúrgica, precisándola donde nos parece demasiado libre.
Reintroducimos la estrofa sobre el aire-viento que, en despiste o ignorancia que no logro justificar, omite dicha traducción castellana.
a)
Dios. Buen Señor
Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloría y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, se pueden dirigir y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Estas palabras encierran la más honda paradoja
de toda la experiencia religiosa. Por un lado, el
orante se levanta, eleva manos y mirada y tiende en
movimiento irresistible hacia la altura de Dios que
se desvela como Altísimo. Ciertamente, Dios es
también omnipotente y buen Señor: es el poder que
guía cuidadosamente la existencia de los hombres.
Pero su atributo original, repetido por la estrofa, es
Altísimo: elevado, grande, lleno de sentido.
Ante ese Dios, en paradoja primigenia, el hombre
siente la necesidad de la palabra y el silencio.
Surge por un lado la palabra, en forma de alabanza,
gloria, honor y bendición: la palabra desbordante
del que ha visto la presencia de Dios y le responde
con la voz gozosa, creadora, de su canto. Pero, al
mismo tiempo, esa palabra conduce hacia el silencio:
pues no hay hombre que pueda «hacer de ti
mención».
Este silencio, cuajado de deseos de alabanza, es
primigenio en la experiencia religiosa y constituye
el centro de eso que se suele llamar la teología negativa:
conocemos aquello que no es Dios; a Dios mismo
le ignoramos. Por eso guardamos silencio en su
presencia, a fin de mirar siempre en más hondura.
El hombre de la praxis y a veces también el de la
estética parece que le tiene pavor a los silencios:
debe hablar, llenarlo todo con sus voces, ahuyentar
de esa manera el espejismo de su miedo. Pues bien,
en contra de eso, Francisco nos invita primero al
silencio. Por eso, en gesto de increíble respeto, no se
atreve ni siquiera a dar a Dios el nombre de Padre:
le ofrece su alabanza-gloria-honor-bendición y queda
silencioso ante sus manos de Altísimo-omnipotente-
buen-Señor.
b) Hermano sol, hermana luna
Loado seas con toda creatura, mi Señor, y en especial loado por mosén hermano sol, el cual es día y por el cual nos iluminas; él es bello y radiante, con gran esplendor, y lleva la noticia de ti, que eres Altísimo. Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas; en el cielo las formaste luminosas, preciosas y bellas.
El silencio ante Dios se vuelve alabanza por las
creaturas. De esa forma, la teología negativa se convierte
en la más positiva y expresa de todas las teologías.
Para alabar a Dios, en la línea del AT, pero
sostenido ya por Cristo, el orante va nombrando y
descubriendo cada una de las cosas que aparecen
primero condensadas en su propia condición de
creaturas: no son Dios, pero reflejan su misterio,
como revelación pascual del Altísimo presente en
todo el mundo.
En el principio de ese todo, formando la pareja
primigenia y sustentante de este cosmos, visto en
perspectiva humana, están hermano-sol y hermana-
luna, con su séquito de estrellas. Son hermanos
del orante, pertenecen a su misma condición de
creatura. Este parentesco del hombre con el cosmos
no es producto de especulación intelectual, no es
signo de algún tipo de panteísmo fisicista. Es consecuencia
de la misma creación, pues como dice Gn 1, Dios nos hizo a todos con su misma palabra y con su espíritu de vida.
Esta es una fraternidad gloriosa
que vincula nuestra vida a los poderes más altos del
cosmos (sol, luna-estrellas). Pero es también fraternidad
humilde que confirma nuestra condición de
creaturas de Dios sobre la tierra.
El canto nos hace hermanos del sol que nos alumbra
en su belleza. El sol es día y nosotros somos día:
formamos parte de su luz, en gesto de belleza luminosa.
Por eso, porque estamos en el día, recibimos
por el sol noticia del Altísimo. En actitud de gozo
conmovido, Francisco ha personificado al sol, llamándole
«messor lo fratre solé», que hemos traducido
por «mosén hermano sol». Es como hermano
mayor, signo del Padre Dios, que, unido con la «hermana
madre tierra» de la última estrofa cósmica
del himno, constituye el espacio de totalidad (amor
y bodas) en que Dios ha querido sustentarnos.
Al mismo tiempo somos hermanos de la luna
que, simbólicamente, aparece en su rostro femenino,
presidiendo el orden de la noche. Nuestra vida
es también noche junto al día; es tiniebla y mutación
frente al claror y permanencia de la luz. Con
gran profundidad, Francisco nos enseña a mirar en
la noche, descubriendo en ella un signo de la propia
realidad humana: somos cambiantes como la luna,
amenazados por la muerte que llevamos dentro;
moramos en el centro de una oscuridad donde las
cosas pierden sus contornos y se difuminan, de manera
que sólo podemos caminar si mantenemos la
vista en las estrellas.
Esta segunda estrofa del canto nos enseña a descubrir
de nuevo el ritmo del día y de la noche, que
muchos de nosotros hemos olvidado entre las prisas
y tareas de una sociedad tecnificada. La naturaleza
superior, simbolizada por la dualidad de sol y
luna-estrellas, nos permite asumir los dos aspectos
de nuestra propia realidad luminosa y oscura, cambiante
y eterna.
c) Hermano viento, hermana agua
Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, y por el aire y el nublado, el sereno y todo tiempo, por el cual a tus crea turas das sustentamiento. Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, que es muy útil y humilde, preciosa y casta.
Después del símbolo celeste, que aparece como
guía de toda creatura, Francisco, orante del cosmos,
debe cantar a Dios por los cuatro elementos primeros
que, conforme a una tradición antigua casi universal,
forman la esencia de este mundo sublunar.
Estos elementos aparecen también personificados,
de dos en dos, formando parejas de unidad fecunda,
esponsal y fraterna. Así, el aire-viento es masculino,
el agua femenina, con todo el valor simbólico que
ello presupone.
El viento se presenta como hermano fecundante:
es el aire que nosotros respiramos y respiran todos
los vivientes. Es claro que Francisco, según la tradición
cristiana, ha interpretado el viento en perspectiva
de Espíritu Santo: es aire de Dios que fecunda
las aguas del caos primero (Gn 1, 2); aire que eleva y
da vida a los huesos que estaban ya muertos (Ez
37); espíritu, aliento que vuelve sagrado el bautismo.
Pero, quedando eso bien firme, Francisco busca
un simbolismo todavía más extenso: el aire es el
sustento de la vida para todas las plantas y animales.
Siguiendo en esa línea, Francisco ha destacado
el carácter movedizo, voluble, cambiante, de los
signos meteorológicos: bendice a Dios por el «nublado,
sereno y todo tiempo». El nublado es señal
de destrucción, tormenta en el verano. El sereno es
calma, sol radiante que enriquece con su luz los
campos. Cambiante como el aire es la vida del hombre,
por eso bendecimos a Dios «por todo tiempo»:
sabiendo descubrirle en los momentos de bonanza y
en el mismo terror de la tormenta.
Hermana del viento es el agua. El viento la lleva
en sus nubes y luego la deja caer, de manera que
empape y fecunde la tierra. Sin embargo, Francisco
no quiere mostrar las acciones del agua, la deja en
silencio, a fin de evocar de manera central su sentido
y mostrar su presencia: es «útil y humilde, preciosa
y casta». Es evidente que, en esta evocación,
influyen los aspectos femeninos de la vida que Francisco
ha descubierto en Clara (mujer) y en el agua,
la hermana universal de los vivientes. El agua es
humilde-casta: es límpida, gozosa transparente. Pero,
al mismo tiempo, es útil-preciosa: como signo de
la gracia de Dios (de su bautismo) en la vida de los
hombres.
Esto es oración: descubrimiento del misterio de
Dios en los signos del aire y el agua. Son los signos I
del bautismo que la tradición cristiana ha destacado
desde el mismo comienzo de la iglesia: si no naces
del agua y el espíritu (=del viento), no puedes
heredar el reino de los cielos (cf. Jn 3, 5). Agua y
viento unidos son para Francisco signo de la nueva
vida del creyente. Por eso, orar es descubrirse realizado,'
como vida que renace en Cristo.
d) Hermano fuego, hermana tierra
Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual iluminas la noche; él es bello y alegre, robusto y fuerte. Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra que nos sustenta y nos gobierna; ella produce diferentes frutos, con flores de colores y con hierbas.
Con esta pareja termina el canto de la creación.
Están unidos fuego y tierra. El fuego, masculino,
alegre-fuerte, que aparece como signo del sol entre
los hombres. Y la tierra, femenina, que dirige la
existencia como signo de maternidad de Dios en el
principio y fin de nuestra historia.
El fuego es la luz que se mantiene y vigoriza
destruyendo, transformando a su paso la existencia
de las cosas. Por eso es cambio permanente: es el
poder de la alegría y la belleza que sólo se despliega
consumando y consumiendo lo que existe. Resulta
significativo que Francisco se sienta unido al fuego,
llamándole «fuerte y robusto». Se trata, evidentemente,
del fuego de una vida que se consume en
favor de los demás, conforme al Dios de Jesucristo.
Muchas veces, seducidos por un ideal de quietud
como signo de poder y permanencia, hemos interpretado
la vida a partir de aquellos seres que perduran
siempre idénticos, sin cambio: metal, roca,
montaña. Pues bien, en contra de eso, Francisco nos
conduce hasta el hermano fuego, que es signo del
sol, signo de Cristo que muere y resucita. Así también
la vida es para todos nosotros un camino de
pascua que se expresa y alimenta en la señal del
fuego masculino y fuerte, alegre y bello, de la entrega
de sí mismo.
Finalmente está la tierra donde viene a descansar
todo el camino precedente. Es la tierra femenina
que recibe la luz-calor del sol, la fuerza y robustez
del fuego, y de esa forma puede presentarse como
madre de todos los vivientes. Su maternidad se
entiende aquí en clave de origen y de ley: ella nos
sostiene (sustenta) y nos dirige, gobernando nuestra
vida. Ciertamente, la tierra es útil: produce las hierbas
y los frutos. Pero, al mismo tiempo, se presenta
como hermosa en el despliegue de colores de las
flores.
A través de este canto, Francisco nos quiere
arraigar en la tierra. El orgullo del hombre pretende
borrar este origen, negando así la propia condición
de creaturas terrenas, limitadas. En contra de
eso, Francisco nos sitúa nuevamente sobre el surco
de la madre tierra: en ella hemos nacido y allí estamos,
como hermanos del sol y las estrellas, como
familiares del viento y de las aguas. Somos ciertamente
fuego y tierra, luz y oscuridad; llevamos la
gloria de Dios en unos vasos frágiles de barro que se
quiebran. Por eso es necesaria la humildad, que es
el realismo del agua y de la tierra, como dicen las
palabras finales de este canto: «Load y bendecid a
mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad
». Son palabras que recuerdan nuestra condición:
somos polvo, pero polvo del que Dios se ha
enamorado por su Cristo; por eso le podemos cantar,
le hemos cantado con las voces de las creaturas.
Conclusión
En un momento posterior, movido por la misma
lógica de su canto, Francisco ha añadido a las estrofas
anteriores unas nuevas estrofas de carácter diferente
que alaban a Dios por el perdón y sufrimiento
de los hombres y por el gran misterio de la muerte.
De esta forma, su oración se inscribe en la misma
lógica del Padrenuestro que, sobre las peticiones de
tipo más teológico (que tratan de santidad, reino y
voluntad de Dios), añade unas peticiones de carácter
más mundano en las que se ruega por el pan,
perdón y libertad (ligada al trance de la muerte).
Significativamente, Francisco no ha pedido por
el pan. Pudiera parecer que su alabanza sobrevuela
por encima de los problemas económicos. Pues
bien, eso no es cierto. Francisco ha trabajado y
quiere que también trabajen sus hermanos menores,
compartiendo sus bienes con los pobres. Pero,
superando el plano del trabajo, ha interpretado el
mundo como espacio de fraternidad y de alabanza:
por eso ha mirado hacia las cosas, descubriendo en
ellas la hermosura de Dios; por eso las admira, como
mensajeras de fraternidad y de esperanza.
Francisco no ha pedido por el pan, porque ha
sabido convertir las cosas de este mundo en pan de
fraternidad y alabanza en un camino que conduce al
reino. Por eso se ha fijado de una forma especial en
el perdón: bendice a Dios por aquellos que perdonan,
convirtiendo así la tierra en campo de encuentro
fraterno, luegar donde se pueden compartir todas
las cosas: posesiones y trabajos, gozos y dolores.
De esa forma indica que la luz de Dios y su belleza
sólo pueden desvelarse entre las cosas allí donde los
hombres saben cultivar la gratuidad, el amor fraterno,
la alabanza.
Resulta así patente que Francisco no ha compuesto
el canto de las creaturas de una forma ingenua,
en una especie de entusiasmo infantil, alejado
de la lucha y problemas de la tierra. Es todo lo
contrario. Francisco ha conocido y ha sufrido los
conflictos más fuertes de su tiempo: la codicia de
los nuevos comerciantes y burgueses que destruyen
la hermandad entre los hombres; la violencia de
una guerra en que se enfrentan, por dineros, intereses
e ideales falsos, las ciudades y los grupos sociales
de su tiempo.
Fue a la guerra, en ella fue cautivo.
Vivió y sufrió el afán de las riquezas. Pero un día, al
encontrar a Cristo, supo que debía abandonarlo todo:
poder, prestigio, posesiones. De esa forma, en
libertad muy honda, con aquellos hermanos que
Dios quiso concederle en el camino, descubrió el
misterio y la belleza de Dios entre las cosas.
Francisco supo que los hombres eran sus hermanos.
Por eso pudo extender palabra y experiencia de
fraternidad hacia el conjunto de las creaturas: sol y
luz, viento y agua, fuego y tierra. Esta ha sido la
fraternidad de la belleza que sólo puede contemplarse
con los ojos de Dios, más allá de los trabajos
e ideales de la tierra, en actitud orante, esto es, perfectamente
humana.
APLICACIÓN
• Plano del ver. Analizo mi manera de enfrentarme
con la naturaleza: cómo se combinan en mi vida las citadas
actitudes (práctica, estética, religiosa). También puedo
analizar mis oraciones de la naturaleza: ¿me gusta
orar en la montaña?; ¿voy al campo para hablar con
Dios?; ¿cómo respondo ante el misterio de las cosas?
• Plano del juzgar. Mi oración ante la naturaleza puede
estar viciada por dos causas: por mi afán posesivo, que
sólo busca formas de poder y de consumo; y por mi propia
superficialidad, por mi falta de hondura ante las cosas.
Analizo estas razones. Busco otras que pueden resultar
más personales. Intento responder a esta pregunta:
¿qué me impide orar ante las cosas?
• Plano del actuar. Podemos concretarlo de muy diversas
formas: revisar los salmos que nos hablan de la
naturaleza, para reforzar con ellos nuestra vida de plegaria;
componer un canto de la naturaleza, siguiendo el
ejemplo de Francisco, pero sin copiarlo; buscar unos
«hermanos de oración» para entonar con ellos un modelo
más profundo y compartido de oración desde las
cosas de este mundo.
Para un estudio de las interpretaciones modernas del
franciscanismo,
cf. E. Rivera, San Francisco en la mentalidad de hoy. Marova, Madrid 1982; mayor información bibliográfica en Id., Bibliografía selecta franciscana: Comunidades
38 (1982) 1-16 de Fichero de Materias.
Para una visión más concisa de nuestro tema:
P. Beguin, Vision biblique et franciscaine de Dieu et du
monde en Dieu. Ed. Franciscaines, Paris 1972.
V. Branca, // Cántico di «Fratre Solé». L. S. Olschki, Firenze
1950.
E. Leclerc, El cántico de las creaturas. Aránzazu, Oñati 1977.
H. Louette, Le Cantique des Créatures ou du Frére Soleil.
Ed. Franciscaines, Paris 1978.
J. A. Merino, Humanisno franciscano. Cristiandad, Madrid
1982.
P. Sabatier, Francisco de Asís. Franciscanos, Barcelona
1982.