La Iglesia es un corazón: Siete mandamientos, siete pecados (Mt 15)

He presentado el domingo pasado (2.9.18) el tema de los pecados según el evangelio, (Mc 7), insistiendo en el “pecado capital” (mal pensamiento) y en los doce que derivan del mal corazón (que es el mal penamiento).

Parece evidente que Jesús no los había formulado así (tenía otras cosas que hacer, antes que fijar una tabla de pecados), pero lo había hecho la Iglesia antigua, con enorme cuidado, insistiendo en el pecado clave (de mal pensamiento), y en los doce que derivan de ese mal principio, y así los había presentado el evangelio de Marcos.

Mateo 7 retoma el motivo y texto de Marcos, pero lo condensa y organiza de un modo distinto, desde la perspectiva de la primera Iglesia. Ésta es su aportación más honda:

1. Tarea eclesial, un buen corazón... El primer “pecado” (fuente y raíz de todos) sigue siendo el pensamiento malo (concretado en un tipo de dialogismo o deseo pervertido). Jesús nos enseña a pensar a sentir, de manera que tengamos y seamos un buen corazón.



En el principio no está el pecado sexual, ni el económico (robo), ni el social (violencia…). En el principio de la vida humana está el buen pensamiento, del que derivan todos los bienes de los hombres… y puede estar el “mal pensamiento”, del que brotan los pecados todos.


2. Mateo ha condensado todos los pecados en siete (como los siete capitales de los catecismos modernos), y el primero de todos es el “mal pensamiento”. No es pecado de otros, de organización (de papas y obispos, de la iglesia externa), sino de cada uno de nosotros, abiertos al supremo bien (el buen corazón), pero con el riesgo del mal supremo (el mal corazón).

3. En esa línea, la tarea fundamental de la Iglesia es “suscitar un buen pensamiento”, es decir, un buen corazón: hacer que los hombres y mujeres puedan vivir en libertad interior y en autonomía de bien, al servicio de su propia madurez de la vida de los otros.

Y desde ese fondo, para completar lo dicho el día anterior, al ocuparme de los 13 (12) pecados de Mc 7, quiero hoy ofrecer mi reflexión sobre los siete pecados conforme a la visión de Jesús en Mt 15 (utilizando mi comentario al evanelio).

Texto

Del mal corazón salen los pensamientos malos: homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, blasfemias (Mt 14, 18-20)

1.Dialogismos: Pensamientos malos (dialogismoi ponêroi).

El corazón del hombres se expresa en su “pensamiento”, entendido en sentido extenso como expresión de la propia identidad humanan

En el origen de todo mal, que viene del interior del hombre, esto es, del corazón, sede de su pensamiento, están (como en Mc 7, 21) las deliberaciones o pensamientos del corazón, que pueden pervertirse, convirtiéndose en cálculo maligno y retorcido, del que nacen los restantes males, como sabe Pablo (cf. Rom 1, 21; 1 Cor 3, 20). Los dialogismoi, pensamientos o cavilaciones, no son malos en sí (cf. Lc 24, 38), pero pueden pervertirse (cf. Flp 2, 14; Sant 2, 4).

Hay, sin duda, un pensamiento bueno y así lo supone Mateo al hablar del buen tesoro interior (Mt 12, 35) y al concebir al hombre como aquel que puede escuchar la Palabra de Dios, “pensando” en consecuencia, pero la misma Biblia sabe que el hombre ha caído preso en manos de un pensamiento pervertido, representado por la “tentación” de la serpiente (Gen 3, 1-6; cf. 4, 4-7), que es una cavilación contra el don de la vida de Dios, como ha formulado Rom 1, 21: En vez de dar gracias a Dios, los hombres se han envanecido, entregados a la oscuridad de su corazón.

Significativamente, este “pecado” (Ex 20; Dt 5) no aparece en el decálogo, del que nuestro texto omite, por otro lado los primeros mandamientos, relacionados con Dios (no tendrás otros dioses, no harás ídolos…), colocando en la base de todos este mandato que podría formularse así “no deliberarás con maldad” (no te dejarás llevar por tu pensamiento pervertido). Esto se debe quizá al hecho de que el judaísmo del tiempo de Jesús esta dejando “en silencio” lo referente a Dios (¡que es lo decisivo, pero no se dice!), insistiendo en la ley sobre el prójimo, como Pablo en Rom 13, 9-10, un texto semejante, pero donde en vez de los malos pensamientos se prohíben los deseos (Rom 13, 9: ouk epithymêseis, no desearás) .

“”Lo importante de verdad, según yo creo, es que cada uno debe y puede ser su propio y gran sembrador de pensamientos. El que cultiva su corazón y su mente con buenos pensamientos, eligiendo en todo momento qué quiere pensar, y dándose cuenta de que en esta actividad está desarrollando y formando su conciencia humana, ese, digo, está haciendo posible una nueva creatividad dentro de sí mismo y contribuyendo a la creación de una Humanidad mejor. Somos responsables, porque somos libres, del mal que hacemos, y por tanto podemos elegirlo o rechazarlo” (Emilia Castellano).

2. Homicidios (fonoi).

Mc 7, 21 situaba en segundo lugar las “fornicaciones” (porneiai), como el primero de los pecados “externos” (en una línea más helenista que bíblica). Para Mateo, en cambio, el “segundo pecado”, es decir, el primero de los males externos, es el homicidio, o quizá mejor el asesinato (vinculado a lo que nuestra cultura moderna llama thanatos, principio de muerte, violencia destructora. Así retoma la lista del decálogo (Ex 19, 13; Dt 5,17), que comenzaba en la segunda tabla de los mandamientos con el “no matarás”. Mateo había puesto ya este mandato al comienzo de las antítesis (habéis oído: quien mate…, 5, 21), añadiendo que para vencerlo era preciso superar la ira (5, 22), que en nuestro contexto parece vinculada al “pensamiento pervertido”. Eso exigía curar el corazón, pues del mal corazón nacen los asesinatos.

En contra de algunos antropólogos, el asesinato en sí no es el principio de los males (pues antes está el mal pensamiento, el corazón pervertido), pero brota de esa mala raíz, como primera de las fuerzas destructoras y nocivas de la humanidad, tanto en un plano judío como gentil, sin diferencia de naciones, pueblos o religiones. Así se puede afirmar que el asesinato ha brotado y sigue brotando de la perversión del pensamiento, como primero de los pecados externos, objetivados de un modo social. Del mal pensamiento proviene el homicidio, como ha destacado Gen 2-4, pasando del “pecado” de Adán/Eva al de Caín. En esa línea se mueve el argumento de Pablo en la carta a los Romanos (1, 18-32). Éste será de aquí en adelante un tema clave del evangelio de Mateo, que culmina en el asesinato/homicidio de Jesús, interpretado como “pecado original” concreto, centro y meta de la historia de maldad de los hombres .

3. Adulterios (moikeiai).


Tras el asesinato se sitúa el adulterio, lo mismo que en el decálogo (Ex 20; Dt 5) y en las antítesis (5, 27-30), donde Mateo hablaba de un “adulterio de corazón”, evocando así, como en este caso, una conducta que brota del pensamiento pervertido del mal corazón. Como el asesinato destruye la vida física, el adulterio destruye la vida social de una persona, con su identidad afectiva (algo que, en principio, el Nuevo Testamento sigue mirando en perspectiva de varón, como el Antiguo Testamento.

El adulterio se vincula con la fornicación, de la que trata inmediatamente el texto, pero sin identificarse con ella, pues implica no sólo un mal “deseo” o comportamiento sexual, sino la ruptura de un vínculo matrimonial que es básico para la existencia de hombres y mujeres. Entendido así, tras el homicidio, el adulterio es el segundo pecado del ser humano, y consiste en romper el pacto primario de la vida, que une a los esposos. En esa línea se sitúa el argumento clarividente de Pablo en Rom 1, 18-32, cuando afirma que la misma ruptura con Dios se convierte en ruptura de los vínculos humanos de fidelidad personal y social. Entendido así, el adulterio no es simplemente la quiebra egoísta de un elemento secundario de la vida humana, sino el rechazo y ruptura del principio de todas las fidelidades personales y sociales (que se centra y condensa en el matrimonio). En sentido bíblico (desde Oseas al evangelio de Marcos), el adulterio viene a presentarse como principio de ruptura de toda fidelidad personal y social .

4. Fornicaciones (porneiai).

Vienen tras los asesinatos y adulterios, y su sentido resulta más difícil de precisar, pues este pecado no aparece directamente en el decálogo (Ex 20; Dt 5), ni en otros catálogos centrales de pecados del NT (cf. Mt 19, 18-19; Rom 13, 9-10), pero ha recibido después mucha importancia (a partir de la literatura sapiencial y apocalíptica judía, y también del helenismo), y evoca no sólo la incontinencia sexual y cierto tipo de “matrimonios irregulares” (entre primos y parientes cercanos), sino, sobre todo, la prostitución e idolatría, entendida en sentido bíblico, como lo han destacado los profetas, desde Oseas a Juan Bautista. Allí donde el hombre niega a (rompe el vínculo con) Dios queda en manos de sus propios deseos (es decir, de los dioses falsos), de tal forma que actúa sólo por egoísmo, rompiendo toda fidelidad humana. En esa línea, Mateo había evocado el tema de la porneia inmediatamente después del homicidio y adulterio, en el comienzo de las antítesis (Mt 5, 31-32; cf. 19, 9).

Entendida así, la fornicación/prostitución ha recibido una inmensa importancia no sólo en algunos apócrifos judíos de tipo apocalíptico y sapiencial (Testamentos de los XII patriarcas y 1 Henoc), sino en la tradición cristiana (en la línea de los sucesores de Pablo: cf. Col 3, 5; Ef 5, 3). En esa línea se ha podido decir que el primer pecado de la historia fue la fornicación/violación de los ángeles guardianes, que violentaron/poseyeron a las mujeres, manchando así las fuentes de la vida de los hombres, de manera que se ha tendido a condenar la fornicación/prostitución como centro de todos los males. Según eso, las fornicaciones del pasaje no pueden referirse sólo a un matrimonio legalmente irregular (entre primos o parientes cercanos, en la línea de Hch 15, 20.29), pues ello va en contra de la visión de conjunto de los pecados de este esquema de Mateo. Ellas tampoco pueden aludir a los adulterios en sí (de los que ha tratado el pecado anterior), sino que evocan más bien un tipo de prostitución socio/religiosa, es decir, de una idolatría, que se traduce en forma de compra-venta humana, expresada también a través de un tipo de ruptura sexual, vinculada con la idolatría .

5. Robos (klopai)

El despliegue de los pecados que brotan de un mal corazón (pensamientos pervertidos) nos lleva otra vez al esquema original del Decálogo (Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-21), y así lo ha querido resaltar Mateo en su disputa con los fariseos cuando, tras haber citado las fornicaciones, que no aparecían en el Decálogo, presenta los robos, que sí aparecen, aunque con un sentido quizá distinto, pues en principio se trataba del robo de personas, no del robo en general. Frente a una comunidad que tiende a poner en un lugar preferente las purezas exteriores (separación de grupos y comidas, con purezas legales…), Mateo nos ha introducido en la dinámica de los diez mandamientos, entendidos y formulados como experiencia originaria de Israel, que marcan el orden y maldad de los “pecados importantes”, situando así el robo (que es originalmente robo de personas, tras el asesinato, el adulterio y la fornicación) .

En esa línea volvemos a descubrir que los pecados fundamentales no son contra Dios, sino contra los hombres, reinterpretando los robos desde la perspectiva de todo el evangelio, que ha insistido en el hecho de que la “posesión” particular y egoísta de bienes suscita el deseo de los ladrones: “No atesoréis tesoros en la tierra donde los ladrones encontrarán la manera de llegar a ellos y los robarán” (6, 19). Un tipo de posesión y robo brotan, según eso, del deseo de asegurar la vida en unos bienes materiales, en vez de fundarla en la gratuidad fraterna. En esa dinámica del robo surge y se diviniza la Mamona (6, 24), el anti-dios que domina y se impone en este mundo. Significativamente, la gran Prostituta de Ap 17, 1 ss, aquella que “fornica con los reyes” de la tierra aparece también como ladrona, la que roba. En esa línea, Mateo ha situado también el robo después del adulterio y la fornicación.

6. Falsos testimonios (pseudo-martyriai).

Con esta palabra condena Mateo la mentira utilizada en el juicio para condenar a otras personas. El tema aparece en el Decálogo (Ex 19, 16) y ha marcado la experiencia de justicia de Israel, en un mundo judicial donde la vida de unos dependía de la palabra de otros. En el contexto de Mateo resultará importante este motivo cuando se diga que los “jueces” intentaban encontrar un falso testimonio para condenar a Jesús (29, 59). Se trata, pues, un “pensamiento malo” puesto al servicio de la muerte, en un mundo injusto, dominado por la violencia económica, militar y verbal de los triunfadores.
Falso testimonio es el pecado clave de una parte de la humanidad que sobrevive y se impone echando a los otros la culpa y diciendo que ellos mismos son causantes de sus males. Falso testimonio es el pecado de la segunda bestia de Ap 13, 11-18, el mal profeta que miente de forma organizada, al servicio de la primera, que es el poder militar absolutizado. Éste es el pecado de los que justifican sus crímenes echando la culpa a los otros.

7. Blasfemias (blasphêmiai).

Parece extraño este “pecado”, al final de los seis anteriores. Mc 7, 22 lo había incluido también, pero en un contexto más amplio, de tipo judeo-helenista. Mateo, en cambio, lo presenta aquí no sólo como uno de los siete pecados capitales, sino como fin y culminación de todos ellos. Éste es en el fondo el pecado de “echar la culpa a Dios”, es decir, de utilizar (manipular) su nombre para justificar la propia conducta. Desde este final entendemos el “orden” y estructura de estos siete pecados.
(a) El primero (falsas deliberaciones) se sitúa en la intimidad de cada hombre o mujer. (b) Los cinco siguientes (homicidio, adulterio, prostitución, robo, falso testimonio) regulan la conducta del hombre con su prójimo, en un plano social.
(c) El séptimo (blasfemia) retoma en otro plano el motivo de los primeros pecados del Decálogo de Ex 20 y Dt 5 (no tendrás otros dioses, no pronunciarás el nombre de Dios en vano…).
La palabra blasfemar tiene varios sentidos, pero significa ante todo apelar en vano al nombre de Dios. Pues bien, en este contexto, debemos recordar que según Mt 12, 31 (cf. Mc 2, 28-29), el Dios del evangelio perdona todas las “blasfemias” (y con ellas todos los pecados), pero añadiendo que hay una blasfemia radical que no se perdona, y es aquella que va en “contra del Espíritu Santo” y que consiste en un rechazo frontal de la obra liberadora de Jesús, es decir, de la salvación de los pobres, enfermos, posesos y excluidos. Esta blasfemia radical consiste en destruir o, mejor dicho, en manipular la obra de Dios, al servicio de los propios intereses, en contra de los pobres. En ese contexto Jesús dice que Dios perdonará a los hombres todas las blasfemias, incluso aquellas que se eleven y formulen en contra del Hijo del Hombre (de la identidad de Jesús), pero no la blasfemia contra el Espíritu, pues consiste en rechazar toda salvación.

Así culminan estos pecados capitales, que se oponen a la acción salvadora de Dios, no los pecados que habían puesto de relieve otros (quizá judeo-cristianos) con la que empezaba esta discusión en 15, 1-2. Éstos son los pecados anti-mesiánicos, que encierran al hombre en sí mismo (en su egoísmo) en contra del evangelio, que ofrece salvación a todos, empezando por los pobres y excluidos.
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