"Jesús ha suscitado un camino de gratuidad que multiplica vida, bienes y familia, sin capital externo " 1 de Mayo. Consumir para morir o trabajar para vivir, el ciento por uno
Hay en el NT dos pasajes principales que pueden servirnos para encuadrar esta fiesta del trabajo.
El primero (sumarios de Hch 2-4) dice que algunos cristianos pascuales pensaron que el mundo termina. Vendieron todas sus propiedades y compartieron los bienes así obtenidos, pensando que antes de consumirlos llegaría el cielo. Pero ese cielo no llegó y, aunque se amaron mucho, consumieron todo y quedaron, como pobres de los pobres, a merced del trabajo y caridad de otros.
El segundo pasaje (Mc 10, 28-31) dice que otros grupos de cristianos se vincularon para trabajar en común, compartiendo casas, campos y faenas, obteniendo así el ciento por uno en familiares, campos, casas, en este mundo, en esperanza de la vida eterna.
Éste segundo traza el modelo a buscar y seguir en el día de la fiesta del trabajo compartido, solidario, abierto a la nueva familia del ciento por uno en hermanos, amigos, casas campos en amor mutuo y esperanza de una vida que no acaba. He desarrollado el tema en Economía y teología
El segundo pasaje (Mc 10, 28-31) dice que otros grupos de cristianos se vincularon para trabajar en común, compartiendo casas, campos y faenas, obteniendo así el ciento por uno en familiares, campos, casas, en este mundo, en esperanza de la vida eterna.
Éste segundo traza el modelo a buscar y seguir en el día de la fiesta del trabajo compartido, solidario, abierto a la nueva familia del ciento por uno en hermanos, amigos, casas campos en amor mutuo y esperanza de una vida que no acaba. He desarrollado el tema en Economía y teología
Dos modelos: comunión de consumo, comunión de producción
Mc 10, 28-31 evoca un proyecto de comunidad vital (familia), de trabajo y bienes, que Marcos ha situado en un momento clave de su evangelio, en el camino de ascenso a Jerusalén, un proyecto que puede y debe distinguirse del que Lucas ofrece en Hch 2-4, cuando habla de la primera comunidad Jerusalén (Pedro y los Doce al principio; Santiago y su grupo más tarde), pues en un caso estamos ante una comunidad de producción y consumo, mientras que en otro ante una de venta y consumo. Así la presenta Lucas
Los creyentes… vendían bienes y posesiones y las repartían según las necesidades de cada uno (Hch 2,45). Y no había entre ellos ningún necesitado, porque los que poseían casas o campos los vendían, y entregaban el dinero a los apóstoles, que daban a cada uno según su necesidad (4, 34). Todos los creyentes vivían en unión y tenían todas las cosas en común, dando a cada uno según su necesidad. Partían el pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón (Hch 2, 44-47).
El libro de los Hechos nos sitúa así una asociación de despedida del mundoy preparación para el fin (que está llegando), una comunidad de venta de los bienes particulares y de consumo comunitario de lo así obtenido, pero no de producción, situándonos así ante una comunidad pasiva más bien pasiva: El tiempo ha terminado, y ya no tiene sentido producir nuevos bienes. Por eso, los creyentes venden sus posesiones (campos), dejan de trabajar y se preparan para el fin, consumiendo en común lo obtenido, hasta que llegue Cristo, en fraternidad hermosa, pero sin futuro en el mundo.
A diferencia de eso, el texto de Marcos planifica una comunidad activa, de trabajo y producción, para obtener de esa manera el ciento por uno en bienes y familia, en ese mismo mundo. Por eso, los discípulos no venden ya los inmuebles (casas, campos) para así morir unidos, sino que los trabajan en común, para producir y compartir lo producido, en un contexto de familia ampliada.
La comunidad de consumo de Hechos ofrece rasgos luminosos, pero olvida la producción y comunión que se logra a través del trabajo y de los hijos (¡especialmente destacados en Mc 10, 28-31!), y desemboca en una situación de pobreza material, como supone Gal 2, 10 y la colecta de Pablo (cf. 1 Cor 16, 1-3; 2 Cor 8-9; Rom 15, 25-27), cuando habla de los pobres de Jerusalén.
El modelo de Jesús: Comunidad de producción más que de puro consumo
Marcos, en cambio, propone, un familia de comunión y producción compartida de bienes, que no espera el fin del tiempo (que venga Cristo y resuelva desde fuera los problemas), sino que va creando espacios de vida enriquecida en este mundo (con riqueza del ciento por uno en madres, hermanos e hijos y abundancia de comida), vinculando dos temas centrales: (a) Multiplicación de familia (hermanos, madres, hijos), una “iglesia” de comunicación personal ampliada, abierta al futuro de los cien hijos, superando así un modelo tradicional de familia cerrada en sí misma (el mismo esquema aparece en Mc 3, 21. 31-35). (b) Multiplicación de riquezas (casas/campos, cf. 10, 22), en línea de propiedad, trabajo y consumo, no porque llega el Reino que lo resolverá todo, sino para que llegue precisamente el Reino.
En esa línea de Mc 10, 28-31 nos había situado ya Gn 12,1-9, donde se dice que Abrahán lo dejó todo para ponerse en camino hacia la tierra prometida de la humanidad reconciliada, esperando compartir no sólo la herencia de la tierra, sino una familia extensa (¡como las estrellas del cielo: Gen 15, 5!). El nuevo Abrahán que es Cristo profundiza ese modelo y nos ofrece una experiencia radical (centuplicada) de bienes y familia, tierra y pueblo, con un futuro abierto a los hijos, esto es, a la nueva humanidad. De esa forma hace posible el surgimiento y disfrute de unos valores económicos y familiares más altos (que son inseparables), con el ciento por uno de casas/campos, madres, hermanos, hermanas e hijos… (cf. Mc 3,34-35: pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre es mi hermano, mi hermana y mi madre).
Ciertamente, para que haya multiplicación de bienes y familia ha de haber un tipo fuerte de renuncia (dejar casa y campos en sentido antiguo, como tuvo que hacer Abrahán…). Pero no es renuncia por renunciar, destruyendo lo que hay, sino para transforma y recrear lo que hay, de manera que los mismos bienes (casa, familia, campos) se conviertan en valor más alto, principio de vida eterna, en signo de abundancia ya en este mundo: Con la ayuda de Dios, en desprendimiento generoso, el hombre puede “salvarse” en la tierra, alcanzando el ciento por uno de bienes y familia. Ésta es la más honda y verdadera conversión de la riqueza, pues Jesús no ha venido a sacarnos de este mundo, sino a salvarnos en un mundo abierto al Reino.
Frente a la dinámica de exclusión y egoísmo del mundo viejo, Jesús ha suscitado un camino de gratuidad que multiplica vida, bienes y familia, sin capital externo (desligado del trabajo, de la casa y campos). Allí donde los hombres inician ese camino su vida se transforma, avanzando por lugares y experiencias de creatividad y gozo sorprendente, de manera que podemos hablar de recuperación o recreación comunitaria de la economía. Los seguidores de Jesús lo dejan todo, en un nivel de gratuidad, pero así lo recuperan más gratuitamente, en clave de multiplicación (cf. Mc 6, 35-44 y 8, 1-8). Ciertamente, es necesario darlo todo, cada uno lo suyo, pero ese don es siembra de generosidad que permite recibirlo y disfrutarlo todo, de un modo más alto, el ciento por uno de grano sembrado, como sabe la parábola central de Mc 4, 3-9[1].
El modelo de Jerusalén, válido pero limita
La comunidad de bienes que se implanta en Jerusalén constituye el primer gesto de una Iglesia establecida, ratificando el carácter intra-israelita de los discípulos de Jesús, como testigos de su experiencia pascual (le han visto vivo) y de su culminación mesiánica, según la ley. Por eso se juntan en la capital del judaísmo (ciudad de las promesas), esperando su venida gloriosa. Esta teología de los Doce insiste no sólo en el mensaje y camino de Jesús, sino en la importancia de su muerte, pero entendida como principio de recreación israelita, según ley, con un mesianismo davídico (que Pablo acepta y supera en Rom 1, 3-4).
Esos judíos de Jesús, que esperan su gloriosa venida para recrear el judaísmo, están cerca de otros judíos, como los fariseos, pero ponen a Jesús y no a la Ley en el centro de su identidad y su esperanza. Se parecen a los esenios de Qumrán, pero en vez de retirarse, aguardando la llegada de Dios en el desierto, en protesta de pureza, se concentran en Jerusalén, lugar de las promesas, al lado (y de alguna forma “en contra”) de los sacerdotes, no para sacralizar el Templo, sino para recrearlo de un modo mesiánico.
No empiezan fundando una religión distinta, con su jerarquía propia, sino un movimiento de renovación mesiánica al interior del judaísmo, desde Jerusalén. No se separan del resto del pueblo, sino que siguen acudiendo al templo, aunque quizá sólo a los atrios exteriores, aceptando su estructura más profunda, de manera que no salen del judaísmo, pero se instituyen como grupo específico, esperando la venida del Jesús pascual. Ellos pertenecían según eso dos mundos. (a) Por una parte, eran totalmente judíos. (b) Por otra eran judíos al modo de Jesús, entendiendo su mensaje y vida (muerte) como interpretación y cumplimiento de la herencia israelita.
‒ Forman una comunidad escatológica, al interior del pueblo de Israel, desde Jerusalén. Piensan que ha llegado el tiempo final, pues han contemplado a Jesús resucitado y han creído en él, y sólo tienen que esperar que vuelva, muy pronto, glorioso, para instaurar el Reino y realizar lo anunciado, en un contexto plenamente judío (jerosolimitano). No tienen que hacer nada especial, ni empeñase en crear formas de vida diferentes, sino aguardar el fin del cambio iniciado en la pascua, según Jesús, pues él arreglará todos los temas cuando venga.
‒ Son comunidad visible (asamblea o iglesia de Dios: qahal, ekklêsia), dentro de Jerusalén(no han tenido ni siquiera que marcharse, como los de Qumrán), sino que se han juntado porque Dios les ha manifestado a Jesús como portador del Reino, en el centro de Israel y por eso han venido de Galilea a Jerusalén, insistiendo en el signo de las Doce tribus (todo Israel, incluso Samaría). El mismo entusiasmo escatológico les lleva a compartir los bienes: comen juntos, celebran la fiesta de Jesús (cf. Hch 2,43-47; 4, 32-36).
‒ Son comunidad carismática. También los de Qumrán se sentían portadores del Espíritu de Dios. Pero de un modo especial se sienten estos discípulos de Jesús, ungido de Dios, que les ha "bautizado con el Espíritu Santo" (cf. Mc 1, 8), no con simple agua de penitencia. De todas formas, tampoco esta experiencia le separa del judaísmo de Jerusalén, sino que les arraiga allí y les une a otros grupos judíos, pues casi todos decían que al fin de los tiempos “soplaría” el Espíritu de Dios en Jerusalén.En ese contexto, el libro de los Hechos ha insistido en la comunicación de vida, bienes y personas de los seguidores de Jesús, destacando así el carácter económico de su movimiento.
Había por entonces en Israel, dentro y fuera de Jerusalén, comunidades judías de ayuno o de vida común, desde Juan y otros “bautistas” hasta varios grupos de fariseos y esenios. En esa línea, como otros grupos especiales, los seguidores de Jesús crearon una comunidad de esperanza (¡vendrá Jesús.!) y de comunicación de bienes:
Los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar (Hch 2, 44-47).
Compartían vida y oración, partiendo el pan... Se trata, evidentemente, de una comunidad que se entiende a sí misma de forma escatológica, conforme a un modelo judío, que sólo es posible en lo que se ha llamado tiempo de “ínterin”, un tiempo provisional y pequeño, interino, como he destacado el comentar el texto paralelo (y muy distinto) de Mc 10, 28-31, donde la comunión cristiana de bienes no es ya provisional (hasta que venga Jesús), sino de creación abierta hacia un futuro que puede durar mucho tiempo[2].
- Comunidad de Jerusalén, comunidad de consumo muerte (esperanza escatológica).En ella culmina y se cumple al principio el proyecto de Jesús, que se distingue así del orden sagrado del templo de Jerusalén (con sus riquezas y ritos). Sus miembros forman una cooperativa de consumo, en la línea de la tradición de Jesús, que aparece en Mc 10, 17-31, pero con dos diferencias, que hemos evocado ya:
‒ Consumo escatológico. Los primeros “discípulos mesiánicos” de Jesús en Jerusalén venden sus posesiones, pero no regalan el producto de su venta a los pobres en general, sino que lo entregan en manos de su comunidad, que aguarda la venida del Cristo. No forman una cooperativa de transformación (=producción) de bienes, sino una comunidad de pobre/santos seguidores de Jesús, que quieren mantener su testimonio y esperarle, hasta que él vuelva (=que venga), pues ha resucitado, sabiendo que él ha de arreglarlo todo.
De esa forma se unen, como judaísmo mesiánico del fin de los tiempos, y en esa línea avanzan, compartiendo lo que tienen y aguardando lo que esperan, mientras surgen a su lado otro tipo de seguidores de Jesús, llamados “helenistas” (cf. Hch 6-7), que empiezan a crear comunidades nuevas de seguidores de Jesús, que reinterpretan su vida, su muerte y resurrección como principio de una experiencia abismal (igual pero muy diferente) de revelación de Dios y de esperanza de transformación misionera, como ha ratificado Pablo, que defiende apasionadamente su independencia cristiana, pero manteniendo su comunión con los pobres de Jerusalén, como indica su “colecta” (cf. Gal 2, 9-10; Rom 15: 26, 2 Cor 8:13, 9:9-12).
Más allá del modelo de puro consumo.
A diferencia de los creyentes de Mc 10, 28-31 par., que crean cooperativas estables y abiertas de producción y consumo, los miembros de esta iglesia de Jerusalén forman una comunidad escatológica intra-judía de consumo. Ellos no producen, sino que intentan mantenerse por un tiempo (consumiendo el producto de los bienes conseguidos por la venta de sus posesiones), hasta que llegue Jesús y reconstruya todo. Pues bien, como hemos visto en Mc 10, 28-31, la llamada a “vender y dar a los pobres” para seguir a Jesús se había interpretado como exigencia de dejar/dar lo propio (casa, campos, bienes…), pero no para vivir de rentas o limosnas, sino para establecer un modelo de cooperativas/comunas de trabajo compartido, no de simple consumo hasta que se acaben los bienes, sino de posesión, producción y consumo común, en apertura a los pobres.
Ésta es la diferencia (novedad) básica que establecen Marcos y los sinópticos, abriéndose de un modo universal, como hará a su modo la iglesia helenista (aunque no en Jerusalén), hasta que llegue Jesús, cuya venida no se espera ya de un modo inminente. En esa línea ha de entenderse la palabra clave de Mc 16, 1-8, cuando dice a las mujeres pascuales que digan a los discípulos con Pedro que dejen Jerusalén y vayan a Galilea, donde verán de verdad a Jesús, lo mismo que la palabra final de Mt 28, 16-20, donde se dice que la verdadera misión de Jesús ha de comenzar desde el monte del envío y no desde Jerusalén.
Y así volvemos al modelo de la primera comunidad espiritual y material, religiosa y económica, aunque la comunidad de bienes no era impuesta, de manera que podía haber de tipos de miembros: Unos daban todo, sin retener bienes propios, quedando así a merced de la Iglesia; otros aparecían sólo como simpatizantes, que daban parte de sus bienes, pero administraban otros por sí mismos.
Los riesgos de una comunidad de puro consumo. En esa línea, el texto dice que algunos como Bernabé aceptaron plenamente el modelo de comunión total (Hch 4, 36), mientras que otros engañaron a los hermanos, diciendo que daban todo pero quedándose con algo, como en la historia de Ananás y Safira (Hch 5, 1-11), un relato recreado por el mismo Lucas, para mostrar los peligros de un engaño económico entre los “pobres" (cf. Rom 15, 26; Gal 2, 10). La iglesia no tenía medios de control y de presión externa; pero allí donde esos fieles se comprometen y comparten lo que tienen han de hacerlo en transparencia, sin mentir a los hermanos:
Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad, y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo también su mujer; la otra parte la trajo y la puso a los pies de los apóstoles. Pedro le dijo: Ananías ¿cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del campo? ¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? Nos has mentido a los hombres, sino a Dios." Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron (y sigue la misma historia en relación a Safira, su mujer) (Hch 5, 1-5)[3].
El primer dogma era por tanto la transparencia, que se expresa en forma de comunión voluntaria de bienes, sin engañar a la comunidad. De un modo correspondiente, la primera y más peligrosa de las herejías consiste en aprovecharse de los bienes comunitarios, bajo capa de piedad, mintiendo a los hermanos. Así debe entenderse esa durísima historia, que se eleva como primer aviso económico, en forma parénesis sangrienta, en la base del libro de los Hechos. El dinero de la iglesia no puede organizarse en forma de imposición, sino en línea de gratuidad; pero sabiendo que quien engaña en este campo a los hermanos destruye no sólo a la Iglesia, sino su propia vida.
Este cuadro traza un ideal económico donde los creyentes han de ponerlo todo (vida y bienes) al servicio de los hermanos, sabiendo que nada ha de tomarse como particular, pero añadiendo, al mismo tiempo, que esa comunicación, sin imponerse, es crucial para la vida de sus miembros. En esa línea, dentro de un verdadero cristianismo nadie puede afirmar que «algo es suyo» (Hch 4, 32); todo en principio es común y todo tiene sentido en la medida en que se abre y comparte.
De esa manera, en el principio y centro de la iglesia, Lucas ha trazado un ideal y camino permanente de comunicación personal (mesiánica) de vida y esperanza, que se expresa en la comunión de bienes. Si en un momento dado la iglesia “olvida” ese principio o lo aplica sólo a unos hombres especiales (monjes o religiosos), que comparten sus posesiones hacia dentro (para sí), sin ofrecer un proyecto y camino de transformación universal (para todos), ella pierde su sentido, es infiel al evangelio. La primera predicación de los apóstoles se traduce, según esto, en un tipo de vida en apertura mutua, pero no sólo para vender y gastar juntos unos bienes, en un pequeño grupo, sino para esperar la venida del Cristo, cuando todo pueda y deba compartirse entre los hombres y pueblos del mundo, como en jubileo universal (en la línea de Lev 25).
En esa línea, la Iglesia de los Doce (con Santiago y los parientes de Jesús, más tarde) fue en principio una comunidad de testimonio y esperanza económico/mesiánica. (a) De testimonio, los creyentes quieren ser ejemplo y anticipo de la comunidad final y, universal, de bienes y personas. (b) De esperanza, ellos no pueden realizar el gran cambio, sino esperar, hasta que venga a realizarlo el Cristo. Mirada así, esa comunidad sigue siendo un ejemplo para todos los cristianos posteriores: Sólo en la medida en que aquella experiencia base se actualice en la iglesia, sólo cuando los cristianos de hoy intenten realizar desde su nueva circunstancia y con métodos actuales lo que en forma modélica ha trazado Lucas para el principio de la Iglesia podremos llamamos de verdad cristianos, sabiendo que la Iglesia es ante todo una comunidad escatológico de fe-amor y bienes compartidos.
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[1] La nueva comunión o iglesia mesiánica (cien madres/hijos, hermanos/as) es principio de trabajo productivo y casa grande (espacio de familia: cien hermanos, madres, hijos) de todos los creyentes, siendo así expresión privilegiada de la economía cristiana. Dentro de ella, los hombres pierden poder patriarcal (¡el ciento por uno no incluye ya padres!), pero ganan humanidad mesiánica, integrados en el ámbito ampliado de relaciones horizontales (hermanos) y verticales (madres/hijos). En ese contexto, la fidelidad dual de los esposos (cf. 10, 1-12) recibe su sentido más hondo en el conjunto de los cien familiares de la Iglesia. En esa línea, el mismo desprendimiento radical de las riquezas, que han de ser ofrecidas a los pobres, se vuelve principio de comunicación. Sólo allí donde los miembros de la comunidad ofrecen hacia fuera (hacia los pobres) lo que tienen pueden compartirlo al interior del grupo, recibiendo el ciento por uno de aquello que han dado, pues la pobreza (vivida como gratuidad) es principio de más alta riqueza.
[2] Estos primeros cristianos, trasvasados de Galilea, son “interinos”, y así se mantienen, de forma ilusionada, emocionada, ansiosa, en Jerusalén, hasta que llegue Jesús. No quieren crear algo duradero, pues el tiempo no dura, y en esa línea forman dentro del judaísmo, una comunidad “escatológica”, como otras posibles, en la línea de las esperanzas de Henoc o de Daniel. Su novedad está en el hecho de que fundamentan su vida en el recuerdo/presencia de Jesús, pues no esperan a un Hijo del Hombre en general, sino al hombre Jesús crucificado, a quien descubren y recuerdan “vivo” (por la experiencia pascual), con una historia y un mensaje que les va resultando cada vez más hondo y sorprendente, mientras lo van recordando y recreando. de manera que, en ese contexto, sin haberlo programado van creando una Iglesia,
[3] Había, pues, diversos tipos de cristianos, los que compartían toda riqueza, y los que mantenían parte de sus posesiones, teniendo así una doble pertenencia, a la familia propia y a la iglesia. Entendido así, el pecado de Ananías y Safira no fue de dinero material, sino de engaño económico-social, contra la verdad y transparencia de la iglesia, pues quien actúa de esa forma, con doblez en cuestiones de dinero, destruye a la comunidad y se destruye (mata) a sí mismo.
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