Mujeres 8. María Magdalena

Marta (de que he tratado ayer) era signo de la fe activa, un verdadero Pedro, confesora de la fe, “obispo”, creadora de Iglesias. María Magdalena, su hermana en la fe, es signo del amor que contempla y recrea la vida.

Resulta difícil fijar la identidad de María Magdalena que, conforme a la tradición sinóptica, ha jugado un papel importante en el principio de la iglesia, como testigo primero y más significativo de la muerte y sepultura de Jesús y del descubrimiento de su tumba vacía (Mc 15, 40. 47; 16, 1. Así aparece, unida a otras mujeres, como transmisora del mensaje pascual de Jesús para los discípulos (Mc 16, 7 par); verdaderamente ha sido el apóstol de los apóstoles.

En el principio de la confesión cristiana hallamos, según eso, su más hondo testimonio de una mujer (y amante profunda de Jesús), unida a Marta (como hermana suya) o de forma independiente... su testimonio de Cristiana. Sin Magdalena no se puede pensar en la Iglesia. Muchas veces he escrito este blog sobre ella. Aquí van unas simples anotaciones, que servirán de colofón a esta ya larga seria de primeras cristianas.

Comparación con Lucas


El evangelio de Lucas parece identificar a María Magdalena con la pecadora que ha ungido los pies de Jesús (Lc 7, 36-49). Ciertamente, ella ha sido pecadora, pues se dice que Jesús la liberó de "siete demonios"; así aparece, desde entonces, como la primera de aquellas que siguen y sirven a Jesús en el camino (Lc 8, 1-3). Pues bien, al estar unidos los dos textos, el lector tiene la impresión de que Magdalena es la misma pecadora perdonada por Jesús que, en gesto de agradecimiento, le ha limpiado los pies con sus lágrimas, los ha secado con su cabello y los ha ungido con su perfume (Lc 7, 36-49). Más aún, por asociación lógica, vinculada con eso que podríamos llamar la economía de los nombres, alguien puede suponer que esta pecadora/María es la misma María hermana de Marta de Lc 10, 38-42.

La escena de la unción (que cambia totalmente el simbolismo de Mc 14, 3-9), ha sido reelaborada en Lc 7, 36-49 para presentar de forma ejemplar la respuesta de una pecadora arrepentida. Cumple así la misma función que la escena de Zaqueo (Lc 19, 1-10) donde vemos la conducta nueva de un varón pecador también perdonado y arrepentido. La Magdalena sería según esto una prostituta arrepentida que Jesús acoge en discipulado donde viene a realizar un papel importante en el momento crucial de la crucifixión y de la pascua.

Amor de María, amor de Jesús

El evangelio de Juan ha seguido ese camino insinuando (o haciendo posible) que la mujer de la unción (aquí en Jn 18, 1-8) pueda ser es la misma María Magdalena, hermana de Lázaro y de Marta. En esa línea queremos situarnos, dejando que sea el mismo lector quien decida y sepa ver las conexiones de los personajes:

- María llora ante el sepulcro de Lázaro, echándose a los pies de Jesús, en gesto que parece repetirse siempre (cf 20, 11-18), como para indicar que la amistad más cordial se halla unida a la veneración del discípulo por el maestro, al amor de la creatura por su creador. Significativamente, viendo llorar a María, Jesús también llora en actitud entrañable de comunión afectiva (Jn 11, 28-37). Este amor de Jesús y María no es algo "privado", en línea de secreto esponsal: es amistad abierta en el ámbito de una familia de amigos donde Lázaro y Marta participan del mismo espacio y camino de amor (cf Jn 11, 1-3. Es evidente qe esta María no ha llegado aún a la plenitud del amor cristiano.

- María unge los pies de Jesús en gesto específico de anuncio pascual. No es la profetisa de Mc 14, 3-9 que unge a Jesús en la cabeza para coronarle rey mesiánico, en nombre de Dios. No es tampoco la pecadora de Lc 7, 36-50 que lava y unge los pies de Jesús en amor agradecido porque ha sido perdonada. María es la creyente amiga que acompaña a Jesús en el camino de entrega, ungiendo su cuerpo entregado por los hombres en gesto que anticipa y cumple el misterio de la pascua. Ante aquellos que la critican por el "derroche" de perfume, Jesús le defiende diciendo que la dejen porque ha guardado el perfume para el día de su sepultura verdadera, el día de su entrega por los otros (Jn 12, 1-8). Todo nos permite suponer qe ella ha culminado ahora el camino del discipulado, como Marta lo había hecho en 11, 27, al confesar a Jesús como resurrección y vida. Esta unción está llena de fe pascual.

- Al lado de esa María del llanto y unción aparece con gran fuerza Magdalena. Por un lado, el texto parece insinuar que es la misma María: ha estado ante la cruz de Jesús (aunque su papel queda eclipsado por el de la madre y el discípulo amado: 19, 25-27). Silenciando un dato de la tradición sinóptica, ella no aparece como testigo de la sepultura (cf Mc 15, 47 par y Jn 19, 38-42). Viene al sepulcro el domingo de pascua a la mañana pero, en contra de Mc 16, 1 par, no lleva perfumes para ungir a Jesú

A partir de aquí se pueden hacer dos lecturas del texto y de la tradición de fondo. Una identifica a Magdalena con María, otra las separa. Es difícil separar las tradiciones, aquí no queremos hacerlo.

-- Empecemos suponiendo que sean distintas. Así se destacaría el sentido pascual de la unción de Betania, gesto perfecto y completo en sí mismo; esta María ha culminado ya su obra, la casa (iglesia, mundo) se ha llenado del perfume; nada falta, estamos en la pascua.

-- Pero la María que va al sepulcro de Jesús aún no ha culmina su obra. Por el contrario,ella se mantiene todavía en el camino: tiene estar ante la cruz y venir al sepulcro para confesar su fe plena en el Cristo. Supongamos que son la misma mujer. En este caso María habría ungido a Jesús para el entierro, pero le quedaría algo pendiente: (quiere el cadáver de su amigo! Ha contemplado su muerte (19, 25), viene al sepulcro a buscarlo; no necesita traer perfume (en contra de las mujeres de Mc 16, 1-4), pues ha ungido ya al amigo muerto. Pero viene. ¿Para qué? Volvamos atrás, releamos la historia.

Esta Magdalena del sepulcro no es ya la pecadora que se vuelve amiga a través del perdón.

Ésta es la amiga original, la de siempre, la hermana (espiritual) de Marta... signo del amor (como Marta es signo de la fe). Ésta María es la que recibido a Jesús en su casa para escucharle con amor (no para llorar su pecado: cf Lc 10, 38-42), es la que ha llorado con él ante el sepulcro de su hermano muerto (Jn 11, 32-33) y que le ha ungido los pies con perfume de amor (Jn 12, 1-8).

Esa unción ha empezado en el banquete, con perfume caro de este mundo, que podría haberse vendido para dar el dinero a los pobres; pero Jesús acepta el gesto de cariño de esa mujer y le ofrece una nueva cita de amor y perfume para el día de su sepultura (Jn 12, 7).

Ella acude, aunque ahora no aparece como hermana de Marta y de Lázaro sino como Magdalena, resaltando así su propia identidad de mujer independiente. Primero viene sola; ya no necesita de las compañeras que según la tradición iban con ella (cf Mc 16, 1). Va sola pero actúa como miembro fundante de la iglesia. Por eso, cuando encuentra el sepulcro vacío vuelve a contárselo a Pedro y al discípulo amado, representantes oficiales de la comunidad. Cuando estos vienen, descubren el sepulcro vacío y se vuelven, ella queda. Tiene una cita con Jesús y ha de cumplirla. Por eso busca su cadáver en el huerto.

María, la fe pascual

Marta había confesado plenamente su fe pascual (Jn 11, 27); por eso no no necesita venir a la tumba. María ha mostrado su amor a Jesús, hombre mesiánico; por eso debe acompañarle hasta el final. Le importa ese Jesús: necesita el contacto de su cuerpo y por eso no se para ni detiene ante los ángeles que hablan en la tumba (cf Jn 20, 12-13). Quiere a Jesús, busca el cadáver del amigo muerto porque quiere llevarlo consigo y tenerlo a su lado (Jn 20, 14-15). Significativamente, lo mismo que ante la tumba de Lázaro, ella está llorando. Entonces se desvela el misterio de la pascua en la voz del presunto jardinero:

Le dice Jesús: (María!
Ella se vuelve y le dice en hebreo (Rabboni! (que significa maestro).
Jesús le dice: no me toques más, que todavía no he subido al padre.
Vete a donde mis hermanos y diles:
subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
Vino María Magdalena y anunció a los discípulos:
he visto al Señor y me ha dicho estas cosas (Jn 20, 16-18)


De nuevo hallamos a María postrada a los pies de Jesús en gesto de amor y servicio. Pero ahora el llanto ante la tumba de Lázaro se ha convertido en gozo pascual y la unción para la tumba viene a ser principio de un encuentro permanente y gozoso con el amigo y Señor resucitado. María siente que el tiempo se ha cumplido y se ha parado por siempre. Ya no existe para ella más gozo ni misterio que amar a Jesús abrazando en el huerto sus pies de amigo y Señor resucitado. Pero Jesús quiere que ella realice más tareas. Por eso, el encuentro se vuelve principio de un gesto nuevo de servicio.

De esa forma María, la vidente tempranera de la pascua, viene a convertirse en primera de todos los apóstoles del amor. Ha encontrado a Jesús en el huerto de la pascua. Ha tocado sus pies, ha sentido la fuerza de su vida. Pero, sobre todo, ha escuchado su palabra que implica dos cosas primordiales:

- Por una lado es palabra que le separa de la experiencia inmediata: (No me toques más! Muchas veces decimos: la mujer es incapaz de razonamiento (de buen razonamiento); ella vive en el nivel de la experiencia inmediata y sólo cree aquello en lo que toca. María, como mujer, debería haber quedado por siempre en el huerto, tocando los pies gozosos de Jesús resucitado. Así habría triunfado en ella el tacto sobre la palabra, la inmediatez sobre el servicio abnegado por los otros. Pues bien, el texto dice otra cosa: Jesús ha hablado a María y María le ha escuchado; por eso deja de tocarle y sale a cumplir su mensaje, como persona nueva que vive en el nivel de la palabra y en ella acoge y obedece a Jesús resucitado.

- Por otro lado, la palabra de Jesús hace a María el primer apóstol del amor de la iglesia... La fe de Marta, fe activa (de obispo) se vuelve ahora amor entregado y gozoso, expansivo.

Ella deja el sepulcro, el encuentro inmediato con Jesús, y va a decir a los apóstoles aquello que ha visto y vivido. Así convierte su amor en gesto de servicio. Ella no es la amiga exclusivista, que se encierra en el amor de Jesús. Al contrario: ella vive en profundidad el amor, como encuentro con el Señor pascual, para luego expandirlo en el conjunto de la iglesia.

Así hemos vinculado, de forma tanteante, a María de la unción (12, 1-8) y a Magdalena en el sepulcro (20, 11-18), suponiendo que las dos escenas pueden ser etapas de la madurez creyente de una misma mujer que va entendiendo el evangelio de Jesús y realizando su camino de cristiana.


Otros lectores preferirán seguir la otra perspectiva, distinguiendo ambas mujeres y añadiendo que la primera María (la mujer de la unción) ha culminado ya su obra y confesado su fe plena en el Cristo expandiendo el perfume pascual dentro de la casa de la iglesia ya en 12, 1-8; por eso no necesita ir luego al sepulcro a buscar, llorar y acariciar el cadáver. Las dos perspectivas son buenas; en un trabajo como este no puedo optar por ninguna de ellas Sea cual fuere la opción que se prefiera, queda clara la importancia de la mujer (de las mujeres) dentro de Jn . Ellas son discípulos perfectos, son las únicas que hacen el camino completo de la fe dentro del evangelio (unidas al discípulo amado, o incluidas en él); es evidente que forman parte del (son) el corazón y fuente de vida misionera de la iglesia. Separarlas de loque hoy llamamos "jerarquía" (centrada evidentemente en Pedro: cf Jn 21) va en contra de la intención más honda del evangelio.

Conclusión. Mujeres y discípulo amado

Ciertamente, el evangelio de Jn conoce y acentúa las diferencias simbólicas entre el varón y mujer, pero no introduce esas diferencias en la estructura de la iglesia. Por eso, Cristo no aparece como esposo-varón de una iglesia interpretada como esposa-mujer. Quizá habría que decir que Cristo es el esposo transcendente que se encuentra más allá de la diferencia entre lo masculino y femenino. Así viene a las bodas de Caná donde esposo y esposa eran personas de este mundo. De esa forma viene a Samaría para transformar a todo el pueblo, que está simbolizado por una mujer en busca de amor.

Desde este fondo pueden entenderse algunos datos que son muy significativos para el evangelio. Sabemos que la iglesia está representada bajo la cruz por la madre y el discípulo amado (Jn 19, 25-27). Ciertamente, para cumplir su misión la madre ha tenido que ser y ha sido mujer, como persona histórica y culminación del pueblo israelita. Por el contrario, el discípulo amado es varón pero no cumple ya función específica de tal dentro de la iglesia: es signo y compendio de todos los que acogen el amor de Jesús y le responden en amor, sean varones o mujeres.

En esta perspectiva ha de entenderse la dualidad de Pedro y el discípulo amado, especialmente en Jn 21. Sin duda alguna el evangelio de Jn reconoce la autoridad de Pedro, pero ella ha de inscribirse dentro de la misión y símbolo del discípulo amado. Por eso, Pedro no está bajo la cruz. La iglesia entera está representada ante la cruz por el discípulo amado que es signo de todos aquellos varones o mujeres que reciben el amor de Jesús y en amor le responden, en gesto profundo de vida (Jn 19, 25-27).

Este discípulo amado es varón pero no se define como varón sino como amigo. Por eso confluyen en su figura los rasgos masculino y femenino, como la tradición ha sabido ver en todo tiempo. A partir de aquí, y teniendo en cuenta los datos exegéticos fundamentales sobre su figura podemos trazar dos consecuencias que pueden servir de alguna forma como conclusión de todo nuestro estudio sobre el cristianismo:

- La figura clave de la iglesia no es la esposa sino el amigo. En otras palabras, para Juan la iglesia no aparece como "esposa" femenina de Jesús sino como una comunidad de amigos donde varones y mujeres cumplen una misma función, tienen el mismo valor y responsabilidad como personas. Eso significa que la dialéctica jerarquizante de lo masculino y femenino ha quedado superada en su raiz: no vale como principio para interpretar el sentido de la iglesia. Los cristianos ya nos son esposa (figura femenina y subordinada) de un Cristo concebido como esposo (figura masculina y superior). Los cristianos, varones y mujeres, son amigos de Cristo, el gran amigo, como indica expresamente Jn 15, 15: a este nivel de comunicación profunda se supera ya la diferencia jerárquica de lo masculino y femenino; queda la amistad y transparencia personal humana.

- Para evitar el riesgo de una interpretación jerárquica y sexualizada de la iglesia el signo total de los cristianos debía ser un amigo (masculino).

Estrictamente hablando, la función del discípulo amado (confidente de Jesús, amigo en quien están simbolizados todos los amigos) la podría haber cumplido lo mismo una mujer, como María Magdalena. Pero al presentar a una mujer como la amiga de Jesús y como signo de todos los cristianos se corrían dos riesgos que el evangelio evita con cuidado: interpretar la unión de Jesús con su discípulo amado como atracción sexual en plano histórico; y seguir entendiendo la realidad eclesial desde el signo veterotestamentario de una esposa jerárquicamente subordinada al esposo (ratificando así la subordinación de las mujeres a los varones y maridos dentro de la historia). Por eso era normal que todos los creyentes (varones y mujeres) vinieran a estar simbolizados en un amigo varón (discípulo amado) donde se superan los rasgos de la ruptura sexual y se destaca el valor personal de la amistad del Cristo (válida por igual para varones y mujeres).


Ciertamente, el discípulo amado es varón pero su función no es masculina (patriarcalista) sino personal y humana: es amigo/amiga de Jesús, en Marta y María, es Juan y Magdalena. Por eso, en la comunidad o casa del discípulo amado encuentra su lugar la madre de Jesús (la mujer fundante de la iglesia). Dentro de esa comunidad ejercen también una función esencial las mujeres que hemos ido señalando: la samaritana, Marta, María. Al final del evangelio, sin dejar de ser mujeres, ellas ya valen como amigas de Jesús, como creyentes (igual que los buenos varones, amigos).

El evangelio de Juan nos sitúa en ese lugar fundamental donde debemos pasar de la dialéctica jerarquizada de masculino-femenino a la comunidad del discípulo amado donde, a partir de Jesús, varones y mujeres cumplen una misma función: ser amados y amar (sólo desde este contexto de igualdad y libertad completa se puede y debe reinterpretar recrear el matrimonio, volviendo a las raíces de Gén 2, 23-24.

No os llamo siervos,
os llamo amigos/amigas (Jn 15, 15)


La relación esponsal pertenece al mundo originario (bodas de Cana) y como elemento de este mundo primordial ha sido asumida y transforma por Jesús, desde el vino nuevo de las bodas del reino, es decir, desde el nuevo contexto eclesial de amistad fundamental con Cristo (en Cristo) que define a varones y mujeres dentro de la iglesia. En esa bodas participan por igual del vino del amor y la amistad varones y mujeres. A partir de aquí se entiende la iglesia como comunidad del discípulo amado donde varones y mujeres pueden vivir en comunicación personal (cf Jn 15, 15) desde el gran amigo que es Cristo.
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