(Pablo 24). Apocatástasis, el riesgo del Dios que es amor (1 Cor 15, 22-28)

Un problema, un texto
El problema no es el retraso de la parusía, como 1 Tes, sino la falta de fe de los creyentes: pasados unos años (en torno a 53-54 d. C.), algunos cristianos empezaron a negar la resurrección (1 Cor 15, 12), porque se alarga la espera (¡Cristo nunca llega!) o porque se vuelve innecesaria (¡Dios está ya dentro de nosotros!). Según Pablo, los que razonan de esa forma ignoran a Jesús y niegan a Dios (cf. 1 Cor 15, 12-21). Pues bien, desde ese fondo ha de entenderse el texto clave de la manifestación de Jesús:
Porque así como en Adán mueren todos,
así también en Cristo serán todos vivificados.
Pero cada uno en su orden: la primicia, Cristo;
luego los que son de Cristo, en su parusía;
después el fin,
cuando entregue el reino al Dios y Padre,
cuando ya haya destruido todo principado,
y todo poderío y potestad...
Cuando le someta todo (al Padre),
entonces también él mismo el Hijo
se someterá al que le ha sometido todo,
para que Dios sea todo en todos
(1 Cor 15, 22-24. 28).
Pablo sabe ahora que en Adán mueren todos (rectificando quizá la idea de 1 Tes 4,13-18, donde se suponía que algunos no morirán, aunque todos serán transformados). La vida se ha vuelto camino de muerte, no sólo (ni sobre todo) por un influjo externo de poderes satánicos (invasión de los vigilantes: 2 Hen y Jub), sino por el mismo pecado de Adán, que el Mesías hace suyo para así vencerlo, asumiendo su aguijón que es la muerte. Pero Pablo añade que en Cristo resucitarán todos: alcanzarán la auténtica existencia, como don de gracia, en unidad con Dios (1 Cor 15, 20-21), según un orden o tagma que define el proceso apocalíptico cristiano:
El orden de las cosas del fin (novísimos)
1. Primero Cristo, como primicia. Orden final.
Pablo sabe que todos mueren en Adán (rectificando quizá la idea de 1 Tes 4,13-18, donde se suponía que algunos no morirán): La espiral de destrucción de la vida sobre el mundo no es obra de poderes satánicos (Invasores, Vigilantes, como en 2 Henoc y Jub), sino acción del hombre pecador (Adán). La teodicea se define por oposición a esa muerte: Dios vivificará a todos en Cristo. Eso significa, conforme al sentido normal de las frases, construidas en pasivo divino, que Dios les vivificará, ofreciéndoles su plenitud por gracia. Desde este fondo se despliega el orden o tagma apocalíptico: el pecado fue humano (no angélico, ni demoníaco); la redención será divina, obra de Cristo (cf. Rom 5).Los judíos saben que las primicias (primogénitos, primeros frutos) han de ser dedicados a Dios, pues santifican y consagran el resto de la cosecha o familia. La resurrección de Cristo, realizada ya, es punto de partida y comienzo (fundamento) de la resurrección de todos.
2. Después los que son de Cristo, en su parusía.
Estos son los que forman parte de su comunidad o cuerpo mesiánico; de alguna forma (tal como destacarán Ef y Col), ellos se encuentran integrados ya en la pascua de Jesús, aunque sólo resucitarán plenamente en su parusía. Más que simple anunciador del juicio, mensajero del fin (como Henoc u otros videntes), Jesús es principio de resurrección. Así lo confiesan sus fieles, de esa forma elaboran su teodicea. La prueba definitiva de la existencia de Dios es la resurrección de aquellos que confían en Cristo. Dios mismo es según eso (poder de) Resurrección, Vida que triunfa de la muerte. En esa línea, las cartas de la cautividad (Ef y Col) afirmarán que los cristianos se encuentran integrados ya en la pascua del Cristo.
3. Después será el "telos" o culminación,
entendida como victoria apocalíptica, con la destrucción de los poderes perversos (Principados, Poderíos y Potestades, que culminan y se centran en la muerte) y la culminación teológica o reintegración (el mismo Cristo, como Hijo, vuelve al Padre. Plenitud. Reino. Jesús anunció y preparó el Reino de Dios. Ahora se cumple su anuncio con la destrucción de los poderes perversos (Principados, Poderíos, Potestades), que ejercían su maldad por medio de la muerte, mientas que Jesús entrega su Reino de vida al Dios y Padre, culminando así su obra. La cristología se vuelve de esa forma teología: Pascua y parusía de Jesús son la mejor teodicea. Este Cristo que entrega el Reino al Padre no tiene que vencer, condenar o encerrar en el infierno a unos hombres concretos (pecadores), sino a los poderes del mal (Principados-Poderíos-Potestades), para que todo culmine en el Padre.
4. Dios-Todo-en-Todos.
Pablo no conoce dos espíritus paralelos (del Bien y el Mal) como en Qumrán, sino que en el fondo sólo existe el «espíritu bueno», porque los poderes opuestos a Dios, que no han dejado que la historia sea transparencia de amor, serán destruidos. De esa forma, Dios podrá presentarse como Todo en todos. Según eso, la dualidad anterior (bien y mal, vida y muerte) se reintegra en un monoteísmo liberador, pero no impositivo, ni excluyente. En ese nuevo Todo de Dios (sin que existan fuera de él poderes perversos) caben los antes excluidos; Dios aparece así como principio de comunión universal, Padre de Cristo.
Riesgo de Pablo. Apocatástasis, el Dios cristiano un riesgo de amor
Este Todo-en-Todos de Dios (que es ta panta en pasin) nos sitúa ante unos problemas teóricamente insolubles, pero llenos de misterio que aquí sólo podemos evocar, con gran reverencia, pues estamos en las puertas del misterio final.
a. Riesgo de panteísmo,
como ha destacado el judaísmo más ortodoxo. Este pante-en-pasin del Dios paulino ha escandalizado a muchos judíos ortodoxos, que piensan que estamos ante un riesgo de panteísmo. Muchos añaden que pablo se ha vuelto aquí pagano, que ha perdido la visión del “Dios infinito”, que está más allá, sin confundirse con nada, cayendo en manos de un Dios Totalidad, donde se inscriben todas las cosas… Pero no olvidemos que este Dios todo-en-todos no está al principio, sino al final de la gran redención mesiánica, que implica un cambio en el mismo Dios.
b. Riesgo de apocatástasis
En esa línea del Dios Todo-en-Todos ha avanzado Ef 1, 10 cuando dice que ha querido “recapitular” (anakephalaiosai) todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra, en la plenitud de los tiempos. En esa línea algunos de los teólogos mas arriesgados y geniales de la historia cristiana, desde Orígenes hasta K. Barth han hablado de una recapitulación salvadora de toda la historia, de forma que Dios, al final, logrará “convertir” y llevar a su cielo (a Todo-en-Todos) a los mismos condenados y demonios.
La Iglesia oficial se ha sentido siempre inquieta ante esa apocatástasis (ante ese recapitular y salvar a todos. incluso a los diablos), de manera que ha condenado en un famoso Sínodo de Constantinopla, promovido y presidido por Jutiniano (y aceptado después por ortodoxos y católicos al mismo Orígenes), el año 543 (cf. DH 403-411; Denz 213-228) Pero no olvidemos que Justiniano es emperador y que como tal quiere “condenar” a los malos. Un emperador que no manda al infierno a los “malos” no es buen emperador… Pero el Dios no es emperador, sino amor universal… y así puede ser Todo-en-Todos.
c. Riesgo de Dios… Éste es el fondo del tema, el “riesgo de ser Dios” o, si se quiere, el exceso divino de amor que se expresa en Jesús, como camino abierto al Dios Todo-en-Todos, al Dios que al final no se divide en buenos y malos, sino que integre en la gloria de su Cristo a los mismos que parecen malos.
Una controversia teológica
Estos son los elementos fundamentales del despliegue apocalíptico cristianos, donde pueden destacarse dos tensiones paradójicas: una entre el ya de la pascua de Jesús (que ha resucitado) y el todavía no de los suyos (que resucitarán); otra entre la destrucción de los poderes adversarios (Principados, Poderíos...) y la inserción o comunión de todo en Cristo. La obra de Jesús se inscribe así dentro de la gran batalla apocalíptica entre el enviado o salvador de Dios y los poderes cómico/satánicos del mal.Sobre esos "poderes del mal", cf. E. PETERSON, El libro de los ángeles, Rialp, Madrid 1957 (incluido en Tratados teológicos, Cristiandad, Madrid 1970) y H. SCHLIER, Besinnung auf das NT, Herder, Freiburg i. B. 1964, 146-165. Ampliación del tema en R. TREVIJANO, En lucha contra las potestades, ESET,Vitoria 1968.
Todos los intentos que la teología liberal y existencial de principios del siglo XX ha hecho por diluir el carácter apocalíptico de estos símbolos han resultado fallidos: Pablo introduce la obra de Cristo y su culminación en un esquema apocalíptico y desde ese fondo replantea la experiencia cristiana y escribe a los corintios. Ciertamente, hoy podemos reinterpretar algunos de sus símbolos en categorías más existenciales, aplicándolos a nuestra vida interior y al mismo despliegue y batalla de la comunidad cristiana (como ha hecho desde antiguo la gnosis), pero no los diluimos, ni destruimos su carácter final (de esperanza última de culminación en Dios), pues de lo contrario perdemos su más hondo mensaje.
Sigue siendo "clásica" la controversia entre Barth y Bultmann: K. BARTH, Die Auferstehung der Toten, EV, Zürich 1924; R. BULTMANN, Karl Barth: Die Auferstehung der Toten (1926), reeditado en Id., Glauben und Verstehen I, Mohr, Tübingen 1966, 38-64 (=Creer y comprender I, Studium, Madrid 1974, 39-62). Hoy sabemos, con Barth, que el lenguaje apocalíptico pertenece a la teología de Pablo y a la misma expresión del evangelio. Ciertamente, los signos apocalípticos no se pueden "cosificar" (como sabe Bultmann), pero ellos tempoco se pueden reducir de manera puramente existencial, sino que son un elemento constitutivo de la "ruptura" cristiana.
Una teología apocalíptica. Reserva judía, respuesta de Pablo
De todas formas, la apocalíptica queda integrada en la visión de Dios. Jesús se entrega en manos de Dios y de esa forma supera la violencia de un sistema de ley donde triunfan los fuertes, excluyendo a los pequeños. Dios no tiene que acudir a ninguna imposición apocalíptica para reconquistar su poder amenazado y recobrar su honra manchada, sino que será Todo en todos por la acción reconciliadora del Cristo de la vida. No hay, por tanto, dos normas: una de ternura y gratuidad para los buenos, otra de violencia y condena para los perversos. El Juicio de Dios y su Reino en Jesús es perdón y acogida universal.
Como he dicho ya, algunos judíos (cf. F. ROSENZWEIG, La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997 y E. LÉVINAS, Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca 1977) han criticado implícitamente, esta visión del Todo en todos, pues implicaría un panteísmo larvado en el que Dios pierde su infinitud (trascendencia) y el hombre su libertad (siendo parte de un todo).
Ese riesgo existe, sin duda, pero el Dios Todo-en-Todos de Pablo no actúa en forma cosmológica o idealista, como principio de unificación impositiva, sino que es fuente de comunicación y comunión personal. Ese Todo no es dictador, sino amigo y redentor de todos, es decir, de cada uno. Esta teodicea apocalíptica cristiana no implica negación o disolución, imposición o confusión, sino reconciliación.
Creer significa esperar la resurrección, que es victoria de Dios sobre la muerte y salvación de los antes sometidos a poderes diabólicos (Principados, Poderíos...), no para integrarlos en un Todo de opresión, sino para abrirles a la vida amorosa, gratuita y creadora del amor de Dios en Cristo. El Reino de Dios no es sistema de poder que se establece expulsando a disidentes y contrario, sino hogar de libertad donde caben todos por gracia: solo expulsa a «sistemas» (Principados, Poderíos...) que se oponen a la comunión de Dios en Cristo, no a personas. Allí donde Jesús aparece como fuente y espacio de reconciliación, en apertura a los excluidos y distintos (sobre todo sistema), puede hablarse de un Dios Todo en todos, no para negarles o englobarles en su totalidad, sino para darles vida (en especial a los muertos).