¿El Papa desmonta el Belén? Pero nos queda el Árbol

Con ese título (El Papa Desmonta el Belén) publicaron ayer los periódicos de la cadena El Correo (entre ellos el Diario Vasco, de donde lo he tomado) un trabajo de Iñigo Domínguez, que fue en otro tiempo mi alumno, en la facultad de periodismo de Salamanca. Dice Domínguez que el Papa quiere desmontar el Belén clásico (con la cueva y la mula), pues Jesús no habría nacido en Belén, sino en Nazaret. Por eso, en el centro del Nacimiento no estarían los animales del pesebre, sino la Casa de José. Copio el trabajo de Iñigo y lo pongo como apéndice, al final de esta reflexión, para que los lectores puedan juzgar por sí mismos y ver si este Papa desmonta de hecho los signos tradicionales de la Navidad (pesebre y animales, pastores y magos). Pienso que el trabajo de Iñigo tiene algunas “imprecisiones” (pues Mateo habla también de Belén, no de Nazaret...), pero puede ser significativo y por eso lo adjunto al final (¡recuerdos Íñigo, si pasas por aquí!). Sea como fuere, este Papa no desmonta el Árbol de Navidad, sino que lo coloca en el centro del Santuario de la Piedra (Pedro significa Piedra), en el Vaticano. Sería hermoso que ese Santuario Pétreo (tomado de un símbolo de Mt 16) se volviera valle y monte de árboles de vida, campa de encuentro fraterno, lugar de Nacimiento, con árboles vivos. En esa línea, con la ayuda del famoso (y también deficiente) libro de H. de Lubac (Budismo y Cristianismo, Sígueme, Salamanca 2006) quiero seguir evocando el tema del Árbol de Dios y de los hombres. Que el mismo lector saque las consecuencias. Yo me limito a presentar algunos símbolos de este tiempo que quiero que sea Navidad del Árbol de la vida y la justicia de Dios para los hombres (o de los hombres en Dios). Porque, de hecho, el árbol de Dios somos nosotros, los seres humanos, y, en especial, aquellos que parece cue no tienen ningún árbol que les cobije y ofrezca sus frutos


Higuera de Dios y la Sabiduría. ÁRbol de encarnación y eucaristía

Según la tradición budista, la higuera fue el árbol de la sabiduría, que iluminó a Buda en Benarés. Pues bien, tradición judía habla de un árbol de la vida del paraíso (Gen 2), que los hombres no pueden comer, sino venerar y de un árbol de la Sabiduría “que es un árbol de vida para aquellos que la acogen” (Prov 3, 13).
El árbol que da vida y da sabiduría será para los judíos la Ley (cf. Eclo 24, 25) y para los cristianos será el Hijo de Dios (1 Cor 1, 30). Según varios escritos, intermedios entre el judaísmo y cristianismo (4 Esdras, 8, 52; Test. David 5), el árbol de la vida era la Jerusalén celestial, la comunidad mesiánica, fundada en la Ley de de Dios que se ha encarnado en su Hijo:

El gran árbol, que extiende su sombra sobre las llanuras y las montañas, y sobre todas las tierras, es la Ley de Dios, que ha sido dada al mundo entero. Y esta Ley es el Hijo de Dios, predicado hasta las extremidades de la tierra. Los pueblos que están bajo su sombra son aquellos que han escuchado la predicación y que han creído en él (Hermas, Pastor, Semejanza VIII, 3, 2. Versión cast. D. Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1960. 1037).

En esa línea, Orígenes, en su libro Sobre la oración ( XXVII, num. 10) dirá que el árbol de la vida, expresado en el Nacimiento de Jesús, se identifica de un modo especial con la Eucaristía (el Pan del árbol sagrado) y con la misma sabiduría interior de los creyentes. Budismo y cristianismo tienen, según eso, un fondo simbólico común. La novedad del Cristianismo será la Encarnación de Dios (el árbol de Jesé, que es el árbol judío culmina en Jesús) y la Eucaristía (el árbol de Dios se hace pan compartido, es decir, comunidad).

El árbol apocalíptico, árbol es el hombre

Debe aún citarse otro pasaje del Antiguo Testamento, aunque él haya atraído menos la atención de los escritores cristianos. Es el relato de un sueño de Nabucodonosor, en el Libro de Daniel:

Yo vi en el centro de la tierra un árbol de gran altura... Su cima alcanzaba el cielo y se le podía ver desde todos los extremos de la tierra. Sus hojas eran bellas y sus frutos abundante y en él había alimento para todos... Y he aquí que un guardián descendía del cielo; él gritaba con fuerza...: Abatid el árbol y cortad sus ramas... Dejad en tierra sólo el tocón de sus raíces, pero encadenado con cadenas de hierro y de bronce... Que su corazón no sea más un corazón de hombre, y que le sea dado un corazón de bestia... (Dan 4, 7-15)

He aquí que estamos ante un árbol; pero pronto descubrimos que se trata de un ser humano al que le han arrancado el corazón. Un árbol sin corazón, este el el hombre del poder, el hombre del imperio... Un árbol-bestia, ésta es la cultura de la imposición que sigue dominando sobre el mundo.
Éste es un árbol que debe cortarse, pues no cumple su tarea de cobijo, de belleza, de servicio… Éste es el árbol malo de un imperio que debe talarse… Es el árbol pervertido. Así se puede hablar de un árbol del Edén que se ha vuelto diabólico (un árbol diablo), que aparece en un texto famoso de Ezequiel, cuando condena al Rey de Tiro, que es símbolo del dinero pervertido, de un primer capitalismo destructor: «Estabas en el Edén, el Jardín de Dios, revestido con todas las piedras preciosas... Tú estabas sobre la Santa Montaña de Dios, tu paseabas en medio de las piedras de fuego...» (Ez 28, 13-14; cf. 47, 1-12).
Pero hay también un árbol bueno, el árbol del nuevo paraíso del que habla el Apocalipsis Ap 22, 1-2: “Entonces el ángel me mostró el río de agua viva luciendo como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. A mitad de la calle de la ciudad, a cada lado del río, crecían los árboles de la vida, que daban doce cosechas al año... y las hojas del árbol sirven de curación para las naciones”.

El árbol cósmico. El árbol es Dios, el árbol es diosa..

En casi todas las religiones, se ha evocado lo divino en forma de árbol. Podemos ofrecer aquí un pequeño resumen de ese signo universal de vida.

En Egipto, sobre un bajo-relieve de Abusir, del tiempo de la XIX dinastía, “una diosa, de la que apenas se percibe más que el brazo, surge de la parte superior del tronco de una palmera; ella lleva en una mano una mesa de ofrendas y en la otra un vaso de libaciones” . Sobre un sarcófago de la XXI dinastía, conservado en el museo del Cairo, una diosa surge igualmente a medio cuerpo de un tronco de sicómoro.

Mesopotamia
conocía símbolos constituidos por un disco solar colocado en la parte superior de una vara o de un cáliz. La imagen de la Gran Diosa, que parece haber sido adorada antaño en todo el oriente, estaba asociada a la imagen de un árbol o de un pilar gigantesco, situando el árbol sobre la montaña y soportando la bóveda del cielo; era una especie de “castillo de agua (de gran depósito), del que descendían los ríos hacia los cuatro puntos cardinales”. Por su parte, cananeos y muchos israelitas primitivos adoraron al Dios cósmico en forma de árbol (la Ashera), asociado a la piedra (de tipo masculino), al lado de la fuente.

El Yggdrasil de los escandinavos es también un árbol cósmico, que abrazaba los tres mundos; lo mismo sucedía con el Irminsul de los sajones, que será definido por Rodolfo de Fulda como universalis columna quasi sustinens omnia (pilar cósmico, como sosteniendo todas las cosas). Los altaicos saben que un abeto gigante brota del ombligo de la tierra para elevarse hasta la morada celeste de Bai-Ulgän: “es la columna del mundo”, con siete ramas, que ellos representan por medio de su Cáliz, con entalladuras o muescas. Los buriatas colocan bajo su tienda una estaca, cuya parte superior emerge fuera de la tienda, de manera que el neófito que sube encima de ella parece elevado hasta el cielo... La capital del soberano perfecto de China se encuentra en el centro del universo, junto al Árbol milagroso, “Madero elevado”, allí donde se cruzan las tres zonas cósmicas: Cielo, Tierra, Infierno...

Por todas partes, en fin, de Europa hasta China, encontramos mitos que explican la formación del mundo como la expansión de un árbol gigante, de un dios o de un hombre primordial, representado como un árbol. Estos diferentes símbolos, u otros análogos, todos ellos relacionados por su origen con ritos sacrificiales, se mezclan entre sí, según combinaciones diversas. Pero en todas ellas se guarda la memoria de un árbol sagrado del que deriva todo lo que existe. En esa línea, se puede afirmar que el árbol original condensa en sí mismo toda la fuerza simbólica del origen de la realidad: es el pilar, del eje del mundo. Él expresa por sí solo toda la energía inmanente del cosmos.

Mircea Elíade ha desarrollado el tema en el Tratado de Historia de las Religiones. El árbol representa –de una manera sea ritual y concreta, sea mítico y cosmológica, o incluso puramente simbólica – el Cosmos viviente, que se regenera sin cesar. La vida inagotable es un equivalente de la inmortalidad; por eso, el árbol cósmico puede convertirse, a otro nivel, en árbol de la “Vida-sin-muerte”. La misma vida inagotable constituye en la ontología arcaica el equivalente de la idea de la realidad absoluta; por eso, el árbol aparece allí como un símbolo de esta realidad (en el “centro del mundo”).: “La idea del ‘centro’, de la realidad absoluta –absoluta por ser receptáculo de lo sagrado– se encuentra implicada incluso en las concepciones más elementales del ‘lugar sagrado’, concepciones en las cuales no falta nunca el árbol sagrado...”. “Propiamente hablando, no se puede hablar de un ‘culto del árbol’. Nunca se ha adorado a un árbol sólo por sí mismo, sino únicamente por aquello que ‘se revela’ a través de él, por aquello que él implica y significa... Por su simple presencia (por su ‘potencia’) y por su propia ley de evolución (por su ‘regeneración’), el árbol repite aquello que para la experiencia arcaica constituye todo el cosmos..., etc.”.

El árbol humano, el árbol divino.

En el judaísmo tenemos dos árboles principales... Y los dos en el fondo se identifican... Hay un árbol de la genealogía de los hombres... y un árbold e la genealogía de Dios. Ambos se juntan, según la tradición cistiana, en Cristo: el árbol de Belén:

Árbol humano. Uno es el árbol de Jesé, el padre de David. Que es el árbol genealógico del Mesías… Los dos evangelios que tratan del nacimiento de Jesús (Mt 1 como Lc 3) tratan de ese árbol e introducen a Jesús en la genealogía de Israel y de la humanidad. Éste es el árbol que parece seco (Isaías 1), pero que florece y se renueva, de manea que «del tronco seco de Jesús brotará un retoño, y un vástago de sus raíces dará fruto. Sobre él reposará el Espíritu de Yahvé : espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová (Is 11, 1-3). Éste es el árbol del Mesías, el Mesías árbol.

Árbol divino. Pero el judaísmo conoce también el árbol de Dios, como ha puesto de relieve la Cábala, que culminó en Castilla, en los siglos XII-XIII d. C. Dios mismo es un árbol, con una raíz que nadie conoce (En-Sof) y con Dios ramas de virtudes y fuerzas que brotan de esa Raíz y llenan todo el universo. Dios es un árbol, el árbol del cosmos. Pero ese Dios, que se llama En-Sof (sin Nombre, más allá de todo nombre) no es sólo la raíz oculta de todas las raíces, sino también la savia del árbol; cada rama, que representa un atributo (divino) no existe por sí misma, sino en virtud del En-Sof, es decir, del Dios escondido. Y este Árbol de Dios es también, por así decirlo, el sosteén del universo: este árbol brota a través de la creación y extiende sus ramas a través de todas las ramificaciones (del universo). Todas las cosas creadas que se encuentran en el mundo existen sólo por esta razón: en ellas habita y actúa una parte de la potencia de los Sefirots”.

Apéndice de ÍÑIGO DOMÍNGUEZ
El Papa desmonta el belén
(El Correo (Bilbao), y El Diario Vasco (San Sebastián; CONTRAPORTADA 20 12. 07).

La ubicación del nacimiento del Vaticano se traslada por sorpresa a Nazaret y puede perder por el camino mula, buey y pastores


El nacimiento que se instalará este año en la plaza de San Pedro es más misterio que nunca. No se descubrirá hasta Nochebuena, pero hay cierta intriga porque el Vaticano ha decidido meterse en reformas de mobiliario e incluso en una mudanza. Por primera vez, la escenografía ya no se sitúa en Belén, sino en Nazaret, y por tanto no será en el famoso portal, sino en la casa de San José. Este sorprendente cambio de decorado obedece al afán de rigor y purismo de Benedicto XVI, muy puntilloso con la esencia del cristianismo y las fuentes literarias. La Santa Sede se inspiraba hasta ahora en el evangelio de San Lucas, pero la nueva referencia es el de San Mateo. Dice que José «cogió a María en su casa y sin que él la conociera dio a luz un hijo, que llamó Jesús». Y San José vivía en Nazaret.

A ver quién se lo dice ahora a los vecinos de Belén, en Cisjordania, que hasta tienen una basílica del siglo IV sobre el lugar del nacimiento de Cristo, bien marcado en el suelo. Estas pequeñas contradicciones nunca han sido un problema para la Iglesia, pero es que la decisión de Ratzinger puede acarrear más consecuencias.

Por ejemplo, ahora se pone en duda si aparecerán en escena la mula y el buey, pues parece que son un invento de los evangelios apócrifos. Del mismo modo, pueden desaparecer los pastorcitos, pues los colocó en el portal San Lucas, pero no San Mateo. La prensa italiana se ha hecho un lío y hasta teme la ausencia de los Reyes Magos. Sin embargo aquí, en teoría, se equivocan, pues precisamente San Mateo es el único que los menciona. Aunque no eran ni reyes ni magos, sino sacerdotes zoroastrianos, y en ningún sitio pone cuántos eran ni cómo se llamaban. Eso se ha inventado después y, de todos modos, los evangelios están escritos de oídas, décadas después de la muerte de Cristo.

Como se ve, el belén está armado entre Mateo y Lucas, pues Marcos y Juan no tocan el tema. Lucas sitúa la acción en Belén por culpa de la burocracia: José tuvo que ir para allá para apuntarse en el censo. Sin embargo, pese a la tradición de Belén -en castellano da nombre al mismo nacimiento-, el Vaticano quiere recuperar Nazaret, también muy ligado a la fe.

La Santa Sede ha adelantado que «la escenografía refleja la realidad palestina y sus típicas arquitecturas» y que a ambos lados del nacimiento estarán la carpintería de José y una posada, «símbolo de vida colectiva». El asunto ha dado que hablar y, curiosamente, alguien como el director de cine Franco Zefirelli, responsable de óperas recargadas como tartas nupciales de nueve pisos, está muy de acuerdo con el cambio, pues adora la ortodoxia de Ratzinger y odia la exageración en lo sagrado.

En Italia, el tema del belén es muy sentido. Como casi todo lo teatral, es italiano. Lo inventó San Francisco de Asís en el siglo XIII y se extendió rápidamente, especialmente en Nápoles, donde aún hoy es un arte, aunque también hay belenes muy falleros, con figuritas de famosos, en la famosa calle de San Gregorio Armeno. Luego pasó a España a través de los borbones

((Perdona Íñigo, por haber retomado tu trabajo. Algún día nos vemos. Pikaza)).
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