El Papado, invento de los francos. Papas carolingios y Estados Pontificios

Tomo la palabra “invento” en el sentido de encuentro positivo, pero también de engaño premeditado, ideológico al servicio del poder, con documentos legales “apócrifos”, creados por juristas cortesanos sin escrúpulos morales, para gloria de sus soberanos eclesiásticos (y civiles).

Hasta ese momento (754), el Obispo de Roma había estado bajo el influjo de las iglesias de Oriente y, en especial, bajo el Imperio Bizantino, y aunque tuviera bastante autonomía no era “independiente”, sino que formaba parte de un entrañado de pactos entre los diversos patriarcados (Antioquía, Alejandría, Jerusalén, Constantinopla). Ciertamente, Roma era un patriarcado grande, llevaba la memoria de Pedro y Pablo, pero no tenía poder real sobre las iglesias de Oriente ni sobre el conjunto de la cristiandad, aunque podía entenderse como primero entre patriarcados e iglesias iguales.

Las cosas empezaron a cambiar cuando surgió en occidente el nuevo Imperio Romano de los Francos, que crearon los Estados Pontificios y lograron la independencia real del Papado de Roma. En ese sentido, con un poco de exageración, podemos decir que el Papado es un invento franco (aún no puede decirse francés, pues el centro del imperio era germano, en el entorno de Aquisgrán).

Ese invento franco-francés del Papado sigue definiendo la historia católica hasta el día de hoy. Ha sido un invento de grandes consecuencias, un hecho clave para el futuro de Europa Occidental…

EstePapado ha sido una buena política, pero la Iglesia ha pagado por ello un peaje demasiado grande, fundado además en dos grandes “mentiras jurídicas” (La donación de Constantino y la Falsas Decretales Isidorianas) y en su identificación con un tipo de política imperial. Ciertamente, el Derecho es bueno y un tipo de poder es necesario. Pero una parte considerable del Derecho (empezando por el “canónico”) es una mentira establecida al servicio del poder (que al final no está en manos del Papa, sino del Emperador de turno, como muestra bien la imagen).

Ahora (marzo del 2013) mientras pensamos en la elección del nuevo Papa, rey-heredero de los "estados" que los francos dieron a los primeros papas-reyes religiosos, será bueno que tengamos en cuenta algunos hechos del pasado. En la imagen aparece el Papa León III coronando Emperador a Carlomagno, que le sostenía como Papa y le daba unos Estados Pontificios, pero convirtiéndole de hecho en "rey vasallo". Buen día a todos.



1. Los Estados Pontificios (754 d.C.)


Aunque los papas anteriores (siglos VI-VII) habían logrado ya mucha autonomía social y religiosa, ellos seguían dependiendo en el plano social y político de los emperadores bizantinos, que controlaban de alguna forma su nombramiento y el desarrollo de su poder. Sólo ahora, al desvincularse de Bizancio y crear los Estados Pontificios, para dirigir la marcha social y religiosa del occidente europeo, los papas podrán alcanzar su plena autonomía, apareciendo como “fundadores” de un nuevo imperio cristiano, en vez de seguir dependiendo de uno que había existido en tiempos anteriores (el imperio romano-bizantino).

Fue una decisión de gran alcance, que marca el nacimiento de Europa Occidental, que se desliga de Bizancio, para volverse latina, bajo dirección y predominio del obispo de Roma. Hasta ese momento (a mediados del siglo VIII), los papas habían estado de hecho bajo dominio bizantino (de manera que el «basileus» aparecía como representante de Dios, protector de la iglesia). Pues bien, a pesar que el Imperio Bizantino había reconquistado gran parte de su fuerza, con León II y su hijo Constantino V, el año 754 los papas tomaron una decisión transcendental para la historia de occidente: Pidieron la ayuda y protección de los reyes francos, bajo cuyo autoridad se pusieron, recibiendo como signo de autonomía unos “estados propios” (pontificios), que marcarán la historia de la iglesia latina.

Como gesto de agradecimiento, años más tarde, los papas “coronarán” emperador al rey franco (año 800), creando un nuevo imperio, que dependerá de la Iglesia, a diferencia del bizantino, que había nacido de la Roma pagana y que, por tanto, era independiente de la Iglesia. La iniciativa había partido del Papa Esteban II (752-757) quien, amenazado por los bárbaros del Norte y sin confianza en el imperio bizantino, se dirigió a los francos para pedir a su rey, que le protegiera y le diera unos «estados propios», en los que pudiera actuar con libertad, sin el control del emperador de Bizancio o de otros reinos bárbaros.

Pipino cumplió la petición y conquistó para Esteban unos territorios llamados “Estados Pontificios” (754), que se han mantenido bajo el poder del Papa, como Estado territorial durante más de 1.200 años (hasta la “conquista” piamontesa: año 1870), y después como pequeño Estado religioso (Ciudad del Vaticano), desde el 1929 a la actualidad, siendo según eso el más antiguo de los estados de occidente.

‒ Independencia política. La constitución de unos Estados Pontificios, garantizados por los reyes y emperadores francos (luego germanos), permitirá que los papas tengan poder efectivo sobre un “reino propio”, centrado en Roma, obteniendo así un tipo de “independencia” política frente a los estados del entorno. Por otra parte, de un modo indirecto, al recibir ese poder de los reyes, el Papa les avala y sostiene de un modo “religioso”, haciéndoles emperadores, representantes de Dios en sus estados.

‒ El emperador de occidente (franco o germano) será durante siglos protector político del papado, pudiendo así elevar su pretensión de soberanía universal (quizá más teórica que práctica) sobre los reinos de occidente. Los dos poderes (un emperador, un papa) se vinculan y refuerzan de manera nueva, distinta de la que seguía existiendo en Bizancio (donde el emperador había sido en principio independiente de los obispos o del patriarca).


Esta etapa se extiende del concilio de Nicea II (contra iconoclastas: 787) al de Constantinopla IV (discusiones entre Roma y Constantinopla, en torno al Patriarca Focio: 869). En perspectiva occidental, su historia está marcada por la “reforma” político/eclesial de Carlomagno, nieto de Carlos Martel (vencedor de Poitiers: 732) e hijo de Pipino el Breve (creador de los Estados Pontificios: 754), que fue rey de los francos durante casi cincuenta años (768-814).

2. Los papas bajo el nuevo Imperio: Carlomagno

La coronación imperial de Carlomagno (año 800) marca el comienzo del imperio cristiano de occidente, que ha definido la historia posterior de Europa. Cuando se celebre el concilio de Constantinopla IV (869) el impulso creador de esta Reforma Carolingia habrá terminado, pero ella renacerá más tarde en la Reforma Gregoriana, con el nuevo imperio Romano Germánico, en el siglo XI.

Como elementos destacados de este período se pueden citar el “pacto de Ludovico Pío”, con la ratificación de los Estados Pontificios (817), y la divulgación de las “decretales” pseudo-isidorianas que, entre otras cosas, sirven para justificar el poder del Papa y la existencia de los Estados Pontificios. Ciertamente, el Papa sigue siendo una figura central, pero el “peso” de la marcha de la iglesia latina no lo lleva él, por ahora, sino la corte carolingia, donde se realiza la primera reforma de la Iglesia de occidente. En ese contexto he querido destacar la creación de la archidiócesis de Hamburgo (832), que marca el comienzo de la evangelización de los países nórdicos:

‒ 800 Carlomagno coronado emperador. Fue el artífice de la reforma carolingia, impulsor de la nueva Europa
‒ 817 “Pacto Ludoviciano”. Ludovico Pío (814-840), nuevo emperador, ratifica la existencia de los Estados Pontificios, y su compromiso de ayudar al Papa.
‒ 850 Decretales pseudoisidorianas, creadas para defender e impulsar jurídicamente la nueva realidad de la iglesia occidental, centrada en el papado.
‒ 869 Concilio de Constantinopla IV. Última gran asamblea (aunque discutida) de iglesias de Roma y Bizancio.


En nombre de Dios, como sucesor de Pedro, con autoridad sobre los reyes, el papa León III impuso la corona imperial a Carlomagno, rey de los francos, de manera que éste y sus sucesores podrán afirmar que no han recibido el poder por una victoria militar (ni por tradición inmemorial, como en el caso de Bizancio), sino por investidura del Papa (representante de Dios), quien aparece así (simbólicamente) como autoridad suprema, sobre el mismo emperador a quien confiere la más alta dignidad política del mundo.

Esta coronación ha sido fundamental para el nacimiento de Europa, y sus dos protagonistas (papa romano y emperador franco-germano) seguirán vinculados y enfrentándose durante mucho tiempo. Fue un gesto de reconocimiento de los papas, que habían pedido la ayuda de los francos, para obtener así un “reino propio” (Estados Pontificios), para no hallarse ya sometidos al “dictado” del emperador de Bizancio o de los señores de turno de Italia (en este caso los lombardos).

A partir de ahora, los papas intentarán ser Sumos Sacerdotes sagrados, por encima de unos emperadores a quienes ellos mismos han escogido y coronado, a diferencia de lo que había sucedido antes, pues los papas no tenían un poder real sobre los emperadores de Bizancio. La coronación de Carlomagno se celebró en Roma, el día de Navidad. Como Sumo Sacerdote cristiano, el Papa le dio el encargo de mantener la paz de Dios sobre su pueblo.

Los ideólogos carolingios del siglo IX (primeros teólogos «europeos occidentales»), provenientes en gran parte de la tradición celta/anglosajona, que leían y aplicaban el pensamiento jerárquico de Dionisio Areopagita, comentado en latín por Escoto Erígena, entenderán ese gesto político-religioso desde modelos jerárquicos de tipo filosófico-religioso. Estaba surgiendo una nueva sociedad de nombre cristiano, sobre bases helenistas, romanas y germanas, que sólo podrá desarrollarse plenamente en la reforma gregoriana del siglo XI, con dos protagonistas: el Papa y el Emperador:

‒ El Papa parecía tener la autoridad más alta, y podía transmitirla al emperador al ungirle e imponerle la corona. Así debieron sentirlo los clérigos de la corte papal: Dios mismo creaba, a través del Papa, un nuevo imperio, que sería mejor que el antiguo imperio romano, que aún pervivía a través de los bizantinos.
‒ El Emperador, que recibe la corona del Papa, intentará presentarse como autoridad suprema, convirtiendo al Papa en subordinado. Así le muestra un relicario imperial (del siglo XII), conservado en la capilla palatina de Aquisgrán, donde el Emperador se eleva como signo de Dios, en el centro de la escena, y a sus lados, en tamaño menor, el Papa de Roma, y el legendario Turpín, que sería su arzobispo imperial.


Frente a la sociedad bizantina, que ha mantenido un equilibrio o sinfonía entre emperadores y patriarcas (o papas), durante un milenio (del siglo V al XV), sin que ninguno haya podido imponerse sobre el otro, el nuevo imperio de occidente ha nacido con dos poderes (uno civil, otro eclesiástico), que se necesitan, pero que pronto lucharán entre sí, pues cada uno intentará imponerse sobre el otro, de manera que lo que debía ser fuente de concordia puede volverse principio de una disputa político-religiosa que ha marcado la historia posterior de occidente.

El Emperador querrá imponer su autoridad sobre el Papa, a quien tiende a concebir como delegado suyo para asuntos espirituales. Por su parte, el Papa querrá dominar al Emperador, como si fuera su delegado para asuntos temporales. Una parcela importante de la historia medieval y moderna de Europa estará alimentada, en algún sentido, por la lucha entre esos dos poderes, hasta el momento en que llegue la separación entre Estado e Iglesia.

Pero no adelantemos acontecimientos. Por ahora estamos ante una diarquía, es decir, ante dos poderes: el Emperador no logra hacerse Papa (aunque lo intente); el Papa no podrá ser Emperador (aunque lo quiera). Ambos poderes tienden a combatirse, pero se necesitan. El emperador necesitaba al Papa, para recibir en nombre de Dios la corona y la unción (poder sagrado). El Papa necesitaba al emperador, para tener unos territorios propios, que le parecen esenciales para realizar su función.

3. Primera “mentira jurídica”: La “falsa” Donación de Constantino

En este contexto, para justificar legalmente la creación de los Estados Pontificios y el nuevo poder del Papa, los teólogos de la curia carolingia apelaron a un famoso documento o «constitución» (constitutum) del emperador Constantino, quien, una vez convertido al cristianismo, a principios del siglo IV, habría levantado una nueva capital (Constantinopla, Bizancio) para así dejar al Papa el poder sobre Roma, un poder que él podrá delegar en emperadores y reyes.

Ese documento, “descubierto” (creado) entre el siglo VIII y IX, en la cancillería imperial de los carolingios, fue recogido en las Decretales Pseudo-isidorianas (850) y en el Decretum posterior de Graciano (siglo XII), y sirvió para «legalizar» la creación de los Estados Pontificios, marcando la política del papado (y de sus aliados, los emperadores carolingios y germanos) durante la Edad Media cristiana. Éste es su texto central:

... Junto con todos los magistrados, con el senado y los magnates y todo el pueblo sujeto a la gloria del Imperio de Roma, Nos (Constantino) hemos juzgado útil que, como san Pedro ha sido elegido vicario del Hijo de Dios en la tierra, así también los pontífices, que hacen las veces del mismo príncipe de los Apóstoles, reciban de parte nuestra y de nuestro Imperio un poder de gobierno mayor que el que posee la terrena clemencia de nuestra serenidad imperial, porque Nos deseamos que el mismo príncipe de los Apóstoles y sus vicarios sean para nosotros intercesores seguros junto a Dios.

Deseamos que la Santa Iglesia Romana sea honrada con veneración... y que la sede santísima de san Pedro sea exaltada gloriosamente aún más que nuestro trono terreno, ya que Nos le damos poder, gloriosa majestad, autoridad y honor imperial. Y mandamos y decretamos que tenga la supremacía sobre las cuatro sedes eminentes de Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla y sobre todas las otras iglesias de Dios en toda la tierra... Y para que la dignidad pontificia no sea inferior, sino que tenga mayor gloria y potencia que la del Imperio terreno, Nos damos al mencionado santísimo pontífice nuestro, Silvestre, Papa universal, y dejamos y establecemos en su poder gracias a nuestro decreto imperial, como posesiones de derecho de la Santa Iglesia Romana, no solamente nuestro palacio, como ya se ha dicho, sino también la ciudad de Roma y todas las provincias, lugares y ciudades de Italia y del Occidente.

Por ello, hemos considerado oportuno transferir nuestro imperio y el poder del reino hacia Oriente y fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo, una ciudad con nuestro nombre, y establecer allí nuestro gobierno, puesto que no es justo que el emperador terrenal reine allí donde el Emperador celestial ha establecido el principado de los sacerdotes y la cabeza de la religión cristiana. Cf. R. Romeo y G. Talamo, Documenti storici, I, Torino 1989, 28-31.


«Conforme a ese documento, el papa Silvestre I habría recibido de parte del antiguo emperador Constantino la ciudad de Roma y otros territorios. Según la leyenda, el Papa Silvestre habría incluso bautizado a ese emperador a quien la Edad Media concebía, sin duda, como el primer emperador cristiano. Esa apelación a Constantino servía incluso para dar una base legal a la donación de Pipino, porque también en occidente, al menos en la corte papal de Roma (e incluso quizá en la corte de los francos), se tenía la conciencia de que sólo el emperador de Constantinopla podía promulgar una disposición de ese tipo. Este documento, fue puesto muchas veces en discusión, pero sólo fue desenmascarado definitivamente a finales de la Edad Media, por obra de Lorenzo Valla». (Cf. A. PIAZZONI, Historia de las elecciones papales, DDB, Bilbao 2005, 93-94).

Hoy, tras doce siglos y medio de existencia de los Estados Pontificios) podemos afirmar que su nacimiento, avalado por una ficción jurídica, ha implicado dos grandes riesgos o problemas para la Iglesia.

‒ La Iglesia necesita ayuda externa. La iglesia papal, cuya existencia parecía antes garantizada por el Imperio Bizantino, pide ayuda a los nuevos poderes de occidente (francos, luego germanos). De esa manera, para mantener un tipo de autoridad, ella quedó de hecho, con frecuencia, bajo el poder civil de los nuevos gobernantes de occidente, mientras se abría una brecha cada vez mayor con los cristianos de oriente.
‒ Iglesia, una soberanía política. A fin de fundar y defender su autoridad religiosa (cosa legítima y necesaria), la iglesia papal asumió de hecho un poder político (siempre problemático), tomando así una decisión que será causa de disputa con muchos reyes y emperadores de occidente. La Iglesia de Roma ha vinculado desde entonces el poder civil y el religioso, conforme a un modelo de gobierno que sólo ahora (siglo XXI) está concluyendo.


Hoy (2013) puede parecernos que aquella solución era equivocada, y más debiendo apelar a la “invención” de documentos para fundamentarla. Pero no es fácil juzgar el pasado con nuestras categorías, y lo que hoy interpretamos como riesgo de los papas pudo parecer, en otra perspectiva, una victoria cristiana (en línea política, no evangélica).

4. Los Estados de la Iglesia romana

De esa manera se avalaron, canónica y políticamente, en contra de la tradición de Bizancio, que había sido heredera “natural” de Constantino y de su imperio sagrado, unos Estados Pontificios (=Papales), que dieron cierta independencia al Papa frente a los otros reyes del entorno. En un sentido, esa fue una decisión muy acertada, pues Papa y Emperador se limitaban completaban, al servicio de la paz de la nación cristiana: El Emperador occidental se apoyaba en el Papa para justificar su pretendida superioridad sobre los otros reyes cristianos; el Papa necesitaba del emperador para mantener su poder político-religioso. Apoyándose en parte en ese poder, el papado ha podido realizar una labor cultural y civilizadora, religiosa y política en el surgimiento de Europa, aunque ella se visto frenada y, de algún modo, lastrada por las implicaciones políticas que derivan, de esa «Donación apócrifa de Constantino»:

‒ Pacto ludoviciano. Muerto Carlomagno, el papa Esteban IV coronó y ungió en Reims a su hijo Ludovico I Pío (814-840), y Ludovico volvió a concederle un “pacto” (Privilegium/Pactum Hludovicianum: 831), ratificando su soberanía sobre la región de Roma. Emperador y Papa se sienten independientes y supremos, pero se necesitan, pues los poderes de ambos tienen rasgos religiosos y sociales. El Emperador recibe ante todo un poder político, pero tiene una tarea religiosa (extender la cristiandad y defenderla). La autoridad del Papa es de tipo religioso y sacramental, pero, a fin de ejercerla bien, necesita un poder político, no sólo en los Estados Pontificios, sino incluso sobre el Emperador. Ambos (papa emperador) se necesitan, pero pueden acabar enfrentándose.

‒ Dos emperadores. El Papa sabe que hay otro emperador: el bizantino, trazando así una diferencia importante: Sólo hay un Papa, pero puede haber más emperadores. Así lo confirma el papa Nicolás I (858-867), en cuya consagración estuvo presente Ludovico II, emperador franco (855-875), que le sirvió de palafrenero, al dirigirse a Miguel III de Bizancio a quien dice que también él debe someterse al Papa: «La Sede Apostólica (de Roma) no tiene autoridad mayor por encima de ella; por eso su juicio no puede ser discutido... Por eso, los que se ocupan de las cosas humanas (los emperadores) no pueden juzgar al que administra las divinas (el Papa)» (cf. Denz-H., 638-641).

Hay dos emperadores, pero el único Papa prefiere es el nuevo emperador “romano” de occidente, como supone la Donación de Constantino. Ciertamente, esa “donación” es ficticia, pero ella se sitúa en la lógica de aquello que había empezado en Constantino, cuando la Iglesia se vinculó al poder, especialmente en Roma, donde los papas asumieron de hecho un gran influjo sobre la ciudad y su entorno (tras la decadencia y caída del imperio de occidente).

Esa “donación” resultaba necesaria, para ratificar la independencia y supremacía del Papa sobre emperadores y reyes (en un plano de poder político, no de evangelio), y ha definido la visión de la Iglesia romana. Hoy, pasados los siglos, podemos valorar mejor su riesgo, pues el Papa ha podido interpretar su autonomía y su capacidad de influjo en claves de poder, situándose en un nivel cercano al de emperadores y reyes, como soberano de unos estados pequeños, pero muy significativo (que aún existen en el Vaticano). El problema de fondo no es que el Papa haya podido hacer mala política (al contrario, muchas veces la hizo buena), sino el haberse situado en un nivel político, empleando para ello unos medios de poder, no de evangelio.


5. Liturgia y teología carolingia

Significativamente, cuando se fijaba en oriente la liturgia bizantina (hacia el 800 dC), se reforma, organiza y unifica también en occidente la liturgia romana. Hasta ahora existían formulaciones y ritos distintos, además del romano, aunque todos se hallaban emparentados: Había una liturgia en España, otra en la zona celta, en Milán, en Francia. Pues bien, Carlomagno (o, mejor dicho, la escuela teológico/religiosa que se formó en su entorno) sintió la necesidad de uniformar el culto, partiendo del modelo de su corte imperial, que así aparece como lugar de referencia para todas las iglesias de occidente.

‒ Admonitio Generalis. A los dos años del concilio de Nicea II, antes de haber sido coronado emperador (cuando sólo era Rey de los Francos), Carlomagno publicó una “Admonitio” o Instrucción General (año 789), para organizar de un modo unitario la vida litúrgica del conjunto de sus estados, realizando para ello una reforma, cuyos gestores fueron los capellanes clérigos, es decir, los miembros de su “Capella” palatina, que ofrecen el modelo de la liturgia de sus reinos. Carlomagno convocó los mejores intelectuales de la época (Teodulfo, Paulino de Aquileia) y los puso bajo las órdenes de Alcuino de York, quien aparece como el hombre más importante de la iglesia occidental de este momento (desde el 782).

‒ Revisión y unificación de las tradiciones, influjo monacal. La Reforma de Carlomagno ha de entenderse desde la experiencia de los benedictinos, que aparecían como portadores de las costumbres de Roma, de manera que la vida religiosa de occidente se estructura y unifica siguiendo la tradición de los monjes. Esa reforma aceptó, al mismo tiempo, algunas tradiciones propias de los francos y ciertos usos de los monjes celtas, creando una liturgia más sobria que la bizantina, pero también muy rica, en el aspecto musical y literario, sin necesidad de iconostasios, es decir, de una separación estricta entre clero y pueblo. De todas maneras, en occidente se impuso también, a partir de este momento, una visión sacralizada de la Eucaristía, como indicará la controversia suscitada por Pascasio Radberto en torno a la transubstanciación (en torno al 840). Iglesia uniforme, iglesia imperial. De la reforma de Carlomagno seguimos viviendo. Ella estuvo bien hecha y algunas de sus medidas han marcado hasta hoy aspectos importantes de la vida de la Iglesia:

‒ Escritura, Biblia. Los copistas de Carlomagno unificaron los tipos y formas de las letras, creando las minúsculas, que han pervivido hasta la actualidad, e introdujeron unos signos diacríticos (de separación, puntuación e interrogación) que han sido importantes desde entonces. Los teólogos de Carlomagno unificaron también la versión latina de la Biblia, partiendo del texto de la Vulgata. De ese tiempo son las famosas “Biblias de Alcuino”, que están en la base de la transmisión bíblica posterior en occidente.

‒ Liturgia, Canto Gregoriano. Surgió entonces la uniformidad de la liturgia, con un Canon (Romano) de la misa y unos formularios comunes para la Celebración de las Horas, tanto de los monjes como del clero secular. Poco a poco, esta liturgia (que se llamará “romana”) acabará por imponerse en occidente (como sucederá en España en el siglo XI). En este momento se sitúa también la expansión y unificación básica del “Canto Gregoriano”, que recibió ese nombre por pensar que había sido promovido por el Papa Gregorio Magno (590-604), aunque tenía orígenes más antiguos e influjo oriental (siríaco, bizantino).

‒ Confesión de fe. Los teólogos de Carlomagno tuvieron un interés especial en unificar la confesión de fe, y así lo hicieron al oponerse al posible “adopcionismo hispano” (concilios de Frankfurt y Aquisgrán: 794 y 800), al insistir en el culto de las imágenes (como en Oriente) y al introducir el “filioque” en el Credo de Constantinopla.

Estos cambios, que han marcado la vida cristiana de occidente, siendo aceptados básicamente por Roma, estuvieron vinculados con un nuevo método de formación (estudio y teología), que se irá extendiendo desde la corte imperial a la iglesia latina, con dos elementos fundamentales: (a) Estudio de la Biblia y de los Santos Padres, especialmente latinos. (b) Aceptación de la filosofía antigua, con las artes liberales, que forman el trívium (gramática, retórica y dialéctica). Esa reforma, animada por figuras como Alcuino de York (735-804), recoge la síntesis de los grandes trasmisores del conocimiento antiguo en la nueva Edad Media, como Isidoro de Sevilla (555-636) y Beda el Venerable (672-735). En este contexto el emperador Carlomagno aparece como defensor de la fe y árbitro teológico de la cristiandad occidental.

6. Segunda mentira jurídica. Falsas decretales seudo-isidorianas

La “reforma” carolingia ha desembocado (y se ha expresado) en la elevación definitiva del poder de los papas, que han concedido su autoridad sagrada a los emperadores (y que aparecen así, por contagio, como emperadores religiosos). De esa forma surgieron los dos grandes poderes (Emperador y Papa), representantes del mismo Cristo, desde perspectivas distintas. En ese contexto, para legitimar el nuevo orden socio-religioso, al lado de la Donación de Constantino, ya evocada, surgieron una serie de leyes recogidas hacia el 850 (Decretales pseudo-isidorianas), publicadas con el nombre (pseudónimo) de Isidoro Mercator, o bajo la autoridad de Isidoro de Sevilla, hombre clave de la iglesia occidental.

Estas Decretales conciben al Papa como responsable de la cristiandad, en Oriente y Occidente y le elevan sobre los dos emperadores (y sobre todos los reinos posibles), presentándole como único "primado" religioso. Ciertamente, ellas reconocen la existencia de un poder político (el Papa no se hace emperador/rey como en la antigua Roma o China, o entre los Incas y Aztecas), pero suponen que ese poder debe estar subordinado al Papa, pues él es quien corona al Emperador, y no al contrario. Esto significa que nos hallamos ante un tipo de “unificación religiosa» (una sola iglesia, un único Papa), aunque el papa no toma todos los poderes, sino que deja un espacio para el emperador:

‒ Un Derecho apócrifo. Apócrifo no significa falso, sino escondido. Los que descubren (inventan y publican) estos decretos (decretales) no quieren engañar, sino ofrecer una nueva base jurídica en las nuevas circunstancias de la Iglesia. En esa línea había sido apócrifa la Donación de Constantino (poder civil del Papa), y son apócrifas estas Decretales del 850, que le conceden un poder religioso universal, con la capacidad de dirigir la vida de la iglesia y de la sociedad en los nuevos tiempos que han llegado. De esa forma se concibe el papado en línea de poder, no de gratuidad, en línea de evangelio. Estas Decretales tienen elementos buenos, pero interpretan a la Iglesia poder, apoyándose en un Derecho elaborado desde perspectivas helenistas y romanas.

‒ El Papado, en línea de Derecho. Las Decretales ratifican jurídicamente el nuevo poder del Papa, y para ello se fundan en una interpretación sesgada (fuera de contexto) de Mt 16, 17-19 (autoridad de las llaves: atar y desatar), convirtiendo al Papa en un «emperador religioso», sobre el conjunto de la cristiandad, en línea de soberanía. Ellas han surgido probablemente en la cancillería de los Emperadores Francos, para fundar el “derecho” de los papas, e indirectamente el de los emperadores. Contienen: 1. Sesenta decretos puestos a nombre de papas, desde Clemente (siglo I) hasta Melquíades (siglo IV). 2. Un tratado sobre la Iglesia Primitiva y el Concilio de Nicea (325), con cánones históricos. 3. Cartas de papas significativos, desde Silvestre (siglo IV) hasta Gregorio II (siglo VIII).

Estas Decretales marcan la historia de la Iglesia posterior, ofreciendo una base para entender su nueva constitución y gobierno. Ellas han definido su teología y derecho canónico a lo largo de la Edad Medía, sobre todo a partir del siglo XI, cuando, tras siglo y medio de eclipse del papado, se realiza la Reforma Gregoriana (mediados del siglo XI), que ha ratificado el centralismo papal de la Iglesia de occidente, hasta la actualidad. Siglos más tarde (ya en el XV) se descubrió su falsedad (es decir, su carácter apócrifo), pero no por eso se rechazó su contenido.
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