Trinidad, camino y danza de Dios. La perijoresis
El P. Marcelo Bravo Pereira, Prof. Agregado de la facultad de Teología del Ateneo P. Regina Apostolorum (Roma), acaba de interesarse por mi visión de la perijóresis (danza trinitaria), tal como yo la había expuesto en una "postal" del 26 de junio del año 2009, distinguiendo entre danza y camino de Dios, apelando para ello a la tradición de los Padres de la Iglesia Griega.
Me ha interesado mucho su certera reflexión sobre el tema, que yo había expuesto también en un libro posterior, titulado Trinidad. Itinerario de Dios al Hombre (Sígueme, Salamanca 2015, págs. 460-466), situando el sentido de la perijóresis o danza/camino de Dios en el despliegue de la teología griega y latina.
Con esta ocasión, en este día de fiesta solemne, he querido precisar mi visión del tema, distinguiendo los dos matices de la perijóresis como danza (del griego joros) y como marcha o camino de avance (de jôreô), como seguiré indicando en lo que sigue.

Esta reflexón puede resultar en principio algo difícil para el menos iniciado, pero, si vence su primera dificultad, podrá descubrir su hondura y belleza abismal, no por lo que yo diga, sino por que supone el Dios cristiano, como camino de vida que se abre al futuro (en línea que avanza) y como danza circular (encuentro de amor entre personas).
Siga quien desee, siga quien se atreva a pensar e imaginar, porque la Trinidad forma parte del imaginario religioso y social de occidente, en línea de descubrimiento originario de la vida y de expresión del misterio de Jesús.
El tema lo merece. No hay nada más hondo y gozoso que pensar sobre Dios y disfrutar de su presencia.
Nada es para el cristiano más lleno de misterio y belleza que el signo trinitario de la cruz, en el nombre del Padre del Hijo del Espíritu, no como algo que está fuera de nosotros, sino como la verdad de nuestra vida, pues en ese Dios somos, nos movemos y existimos.
Buen día de la Trinidad a todos.
PERIJORESIS, CAMINO Y DANZA DE DIOS
El término perijóresis, fijado por primera vez en la iglesia antigua por los Padres Capadocios (Basilio el Grande, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno y después por Juan Damasceno), está construido con dos palabras: una es peri (alrededor) y otra chôreô (danzar) y significar “intercambiar lugares”, “danzar en torno”. Eso indica que Dios no es sólo diá-logo o comunicación verbal (palabra compartida), sino que es comunión y comunicación vital, pues cada “persona” existe en la medida camina (avanza) hacia la otra y danza con ella, ocupando su lugar y habitando en ella.
Camino y danza son símbolos hermosos para hablar de Dios, son imágenes empleadas de maneras diversas, desde el Tao de China y las representaciones hindúes, donde Dios, los dioses, danzan y existen danzando, en gozo de amor que es principio de todas las cosas, hasta la experiencia israelita del camino de Dios que acompaña a los hombres, del Dios que se hace camino y encuentro de amor en Jesús de Nazaret. Éstos y otros matices se condensan en la palabra griega perijoresis, que interpretaré primero de un modo más teológico (teórico), para aplicarla después a la lectura del evangelio de Mateo.
Punto de partida. Perijóresis, el movimiento de Dios
La palabra perijóresis, que ha de entenderse en un plano filosófico, analógico y metafórico, interpreta la relación trinitaria como una danza divina que mantiene la identidad de cada una de las personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), pero relaciona a cada una de ellas con las otras, en línea de amor (de in-habitación), que se expresa por una reciprocidad e inter-penetración mutua, de carácter total, de cada una con las otras (Jn 14, 10-11).
El amor de cada persona se expresa a través del don completo de sí y de la acogida total de las otras personas. Eso significa que la Trinidad puede entenderse como una danza divina de tres personas que se aman unas a las otras y se acogen de forma tan plena que cada una se vuelve “una” con las otras. Conforme a esta comprensión, la Trinidad aparece como prototipo de sociedad perfecta y de esa forma ofrece un modelo de comunión social para el mundo, es decir, para los hombres y mujeres, los mayores y los niños, todos en el gran baile de la Vida.
Partiendo de su participación en el misterio divino, en gesto de fe, a través del Espíritu Santo, los cristianos han de crear una sociedad que responda a esta danza dadora de vida y generadora de amor, de manera que podemos decir, con Leonardo Boff, que La Trinidad es la mejor comunidad, Paulinas, Madrid 1990).
Formamos parte de la “danza” y camino de Dios
Según eso, la “perijóresis” es una forma de entender la invitación que Dios nos dirige en Jesús, por el Espíritu Santo, para que hombres y mujeres nos sumemos a la danza de su amor má íntimo y más universal, caminando unos a otros (en otros) en amor, de manera que nos demos cuenta de la interconexión fundamental que nos vincula y enriquece. Ciertamente, Dios nos ha invitado a participar en esta danza divina de amor por el Cristo; pero nosotros hemos dudado: no sabemos si queremos o no queremos aceptar la mano de Dios para danzar con él.
Somos nosotros los que tenemos que tomar la decisión, para decidir el grado de intimidad con el que queremos que Dios dance con nosotros y en qué medida queremos que sea Dios quien dirija nuestra danza. La lectura de los textos de estos Padres de la Iglesia nos ofrece la forma de aprender los pasos de esta danza, para que sepamos escuchar la música del Espíritu, de tal manera que, a medida que Dios va infundiendo su amor en nosotros, nuestras vidas puedan venir a convertirse en acontecimientos de gracia, pues la existencia de Dios se expresa y despliega en cada uno de nosotros, como he puesto de relieve en Trinidad. Itinerario de Dios a los hombres, Sígueme, Salamanca 2015. (cf.J. D. G. Groody, Globalización, espiritualidad y justicia, Verbo Divino, Estella 2009).
Profundización Cristiana: Trinidad y Jesús
Esta danza y/o camino define al Dios cristiano, que se introduce y despliega por Jesús en la historia de los hombres, tal como lo muestra por ejemplo el evangelio de Mateo, que puede y debe entenderse en esa línea.
‒ La Trinidad es una exégesis (despliegue) de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) como en su apertura hacia los hombres, en su mensaje de libertad y en el don pascual de su Espíritu. El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y como entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), en el encuentro de vida del Padre y del Hijo, donde todo alcanza su verdad perfecta.
‒ La Trinidad es la hondura de Dios, que despliega y regala su misterio, por medio del Espíritu, en la Iglesia, que así aparece como sentido y lugar de la misma comunión divina, culminada y perfecta, que viene a revelarse como fuente de toda comunión para los humanos. Dios es vida eterna compartida y desplegada en la historia de los hombres, y sólo por fundarse en ese Dios, la iglesia puede ser experiencia de vida: comunión de hermanos que regalan y reciben (comunican) la existencia. El Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la iglesia (sin dejar de ser divino) como proceso culminado y comunión perfecta: eso es lo que la iglesia llama Espíritu Santo y así lo han defendido con gran fuerza los Padres del Concilio de Constantinopla (año 381).
En sentido más especulativo la Trinidad nos muestra que Dios es un despliegue de amor que brota del Padre, se expande por el Hijo y culmina en el Espíritu Santo.
Desde ese fondo, podemos hablar de los tres momentos constitutivos y fundantes de su realidad. Dios es ousia o esencia fundante (Padre) que se entrega a sí misma y sólo existe al entregarse; Dios es dynamis, la fuerza del amor que se entrega y se expresa en el mundo en forma humana (es Hijo); Dios es finalmente entelekheia o perfección cumplida (Espíritu Santo).
Todo Dios es un despliegue de amor personal.
Dios sólo existe y sólo puede concebirse en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad interior, para compartir la vida. Así lo hemos visto en Jesús: él nos ha mostrado que Dios mismo es amor compartido, comunión de personas que existen gozosamente al darse una a la otra. Así podemos afirmar que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de inhabitación mutua (en griego perikhóresis, perijoresis) que la tradición latina posterior ha precisado utilizando dos palabras vinculadas y muy significativas´.
Matices: avanzar y danzar, camino y círculo divino
Esta “danza” o in-habitación de Dios puede y debe entenderse de dos formas (o contiene dos momentos), como ha puesto de relieve M. Bravo Pereira, del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma), al distinguir y vincular los dos matices de la palabra griega perijóresis:
‒ Perijôresis (περiχωρεsis) con omega (o larga) viene de jora (χωρa), que significa tierra o país, y tiene el sentido de “ir hacia adelante”, de avanzar, como si Dios fuera un despliegue lineal, como un tiempo y camino que se extiende hacia el futuro, en una línea más judía de búsqueda siempre nueva que nos dirige hacia aquello que sigue estando por delante. En esa línea se ha venido interpretando la esperanza de futuro, el más allá siempre nuevo de la historia de Dios y de la vida de los hombres, tal como se expresa en el pensamiento bíblico (judío y cristiana), al entender la historia de Dios y de los hombres como apuesta de futuro (tiempo lineal o escatológico). Así lo ha puesto de relieve O. Cullmann (Cristo y el tiempo, Cristiandad, Madrid 2008; original de 1946).
‒ Perijoresis (περιχoρεô) con omicron (o breve o pequeña) viene de joros (χoρos), que es danza. No se trata de avanza, de cruzar un país y de ir hacia adelante, sino de moverse alrededor, esto es, de danzar, cambiando de lugar, pero manteniéndose siempre en el mismo espacio. En esta línea viene a interpretarse la visión más griega del tiempo como “eterno retorno”, una danza donde todo viene a ser siempre lo mismo, como han puesto de relieve las religiones del oriente, y como han destacado algunos estudiosos modernos de las religiones. Así lo ha puesto de relieve M. Eliade, El mito del Eterno Retorno, Alianza, Madrid 1999.
Esas palabras evocan, de algún modo, los dos matices más importante de todo el pensamiento occidental, que se despliega en una línea más bíblico/histórica (Dios como esperanza de futuro) y en otra línea más mítico/filosófica (Dios como eterno retorno de la realidad), tal como lo puso de relieve J. Moltmann, Teología de la Esperanza, Sígueme, Salamanca 2007 (original 1964).
Interpretación latina: cincumincessio y circuminsessio (caminar, asentarse).
Junto a esos dos matices griegos de la perijoresis (avanzar y danzar) podemos y debemos poner de relieve los dos momentos principales de la interpretación latina (occidental) del tema en la teología en la Edad Media. Ellos que recogen e interpretan de un modo muy preciso el sentido y los momentos básicos de la perijóresis trinitaria, intepretada como clave de la vida (de la relación) interhumana, en clave de camino y de cumplimiento:
‒ Cincumincessio (=caminar o avanzar en torno, cada uno hacia el otro), quizá en línea de danza, pero también en forma de itinerario. Cada persona existe en la medida en que "camina" (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum) y en avance (local y personal). De esa forma, lo que solemos representar como triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad del triangulo divino) puede y debe representarse como itinerario completo, siempre realizado. Dios es un camino (un baile incesante) en el que cada persona se dirige sin cesar a la otra, en donación completa.
Eso significa que en Dios hay un itinerario (circumicessio), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa: Dios aparece así como camino bueno (logrado), que no se pierde en el vacío, ni se tiene que repetir en una especie de eterno retorno, siempre igual, nunca completo, sino que es un itinerario culminado. Por eso, los cristianos (en contra de otros que no se atreven a penetrar en el misterio de Dios) podemos decir y decimos que en Cristo hemos podido conocer el ser del Padre en cuanto Padre: hemos penetrado en su mismo itinerario de amor, que le lleva al Hijo y al Espíritu.
Esto es lo que debe suceder también en los seres humanos; así viene a expresarse el camino supremo: el que va de una persona a otra persona, de un ser humano a otro humano, hombre o mujer… Sólo existimos caminando unos hacia los otros. Es más fácil escalar el Himalaya que conocer de verdad de un hermano, llegando en respeto y amor al interior de su persona y dejando que ella pueda caminar a mi interior.
‒ Circuminsessio (=asentarse en torno, uno en otro). No caminamos para pasar (incedere), sino para quedarnos cada uno en el otro y con el otro (de sedere, sentarse uno en el otro, tener cada uno su centro y asiento en el otro). Cada persona sólo puede aposentarse y descansar (habitar) en otra persona, como diría San Juan de la Cruz: “Dejéme y olvideme, cesó todo y quedéme…”. Cada ser humano sólo puede “dejarse” y descansar (quedar para siempre) en otro ser humano. Esto es lo que pasa en la Trinidad. Cada persona no solo camina hacia otra, sino que habita en ella.
Así decimos que existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que existe fuera de sí, dando el ser a la otra, recibiendo el ser de ella.
En otras palabras, cada persona "reina" (asienta su trono) al asentarse en otra persona, haciendo que otra reine y teniendo en ellas su trono. Esta terminología de inhabitación dialogal (que forma parte de la perijoresis trinitario y personal/humana) nos permite comprender el misterio de Dios y nos lleva a valorar mejor la comunión humana. En el principio y cumbre de todo lo que existe (en el misterio de Dios) hallamos un camino de entrega mutua, que culmina como encuentro de amor y vida compartida.
Por eso, desplegando el sentido de la perijóresis, decimos que Dios no es sólo un camino de unas personas a otras (circumincesio), sino que es encuentro de amor de unas a otras (circuminsessio), una especie de fiesta de gloria, pues cada persona descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en la otra. El itinerario ha culminado: cada persona llega hasta la otra; se dan mutuamente, ambas comparten la vida, habitando una en la otra.
Lógicamente, la Trinidad viene a presentarse como misterio de adoración personal y comunitaria, experiencia de gloria. No es algo que pueda demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia. No es un problema que consigan resolver los sabios de la tierra. Más que enigma o problema, ella es misterio que hace pensar y cantar, en gozo inenarrable.
Trinidad, el Dios de Jesús
Por eso volvemos a la base de la experiencia cristiana, descubriendo el sentido de la Trinidad en la misma experiencia de Jesús. No hay dos experiencias, una para Dios, otra para los hombres. No existen dos leyes, una de poder superior (propia de Dios) y otra de sometimiento servil (reservada para los hombres). Hay una misma ley, una experiencia cristiana que debe entenderse desde la doble perspectiva:
‒ Todo lo que Jesús ha dicho y realizado es verdad para los seres humanos. Jesús mismo es la vida hecha donación y entrega, la vida abierta a la culminación de la comunidad (en el Espíritu). A ese nivel, la Trinidad es la hondura de conocimiento y experiencia que brota de la Cruz, de la vida interpretada como donación de sí, como regalo que se vuelve fuente de comunión para los hombres.
‒ Al mismo tiempo, Jesús es la verdad de Dios, el Logos fundante, la palabra de toda realidad Así le vemos como Hijo eterno del eterno Padre, Hijo que recibe la vida y que la entrega nuevamente, compartiéndola en el Espíritu. Es Hijo porque proviene del Padre en el Espíritu, naciendo de los humanos (misterio de la Navidad); es Hijo porque devuelve su propio ser al Padre en el Espíritu, dándolo a los hombres (misterio de Pascua).
No hay dos leyes o normas de vida, una para Dios y otra para los humanos, no hay dos Trinidades, sino una sola verdad del evangelio (revelación de Dios) que es la verdad de la comunión divina: Dios se expresa en Cristo, haciéndose principio y espacio de realización para los hombres; Cristo se funda en Dios; ambos se unen, por siempre y para siempre, en la comunión del Espíritu.
En esa línea podemos culminar nuestra reflexión diciendo que la Trinidad es la expresión del gozo de Dios (no tiene que crear ni encarnarse para ser divino) y la expresión del gozo humano: ya no tenemos que andar buscando nuestra identidad como "seres errantes", como peregrinos siempre fracasados, sino que alcanzamos nuestra verdad y plenitud en el misterio trinitario; allí habita, allí encontramos nuestro más hondo sentido.
La trinidad es perijóresis total, itinerario de una persona a las otras, presencia de una en otra, es camino hacia el futuro de la plenitud siempre nueva y es presencia gozosa y ya cumplida, danza de amor personal, comunión del Padre con el Hijo en el Espíritu. Cada persona existe en sí recibiendo y compartiendo el ser desde y con las otras. Por eso, es perijôresis (camino hacia la plenitud) y perijoresis (plenitud ya cumplida, danza de amor) o, como muestran las fórmulas latinas más precisas de la circumincessio y circuminsessio, la Trinidad es la forma suprema de comunicación, de camino de uno hacia el otro, y de presencia de cada uno en el otro.