50 años de Concilio: La Biblia en la vida y misión de la Iglesia

A los cincuenta años del Vaticano II, la interpretación de la Biblia sigue siendo un tema abierto y discutido en la vida y misión de la Iglesia, como he mostrado en un trabajo que me ha pedido (y acaba de publicar) la prestigiosa revista: Vida Pastoral (Ediciones San Pablo, México).

El trabajo se titula Dei Verbum en la vida y misión de la Iglesia y forma parte de un número dedicado básicamente a la recepción y actualización del Vaticano II, con aportaciones muy significativas sobre la necesidad de actualizar el Concilio, sobre el Ecumenismo en América, la mMjer en la Iglesia, la figura del sacerdote en la novela mexicana etc. (que podrán encontrarse en http://www.sanpablo.com.mx/vidapastoral/.




Quiero ofrecer a los lectores de mi blog el contenido de mi estudio, agradeciendo su publicación a D. Rafael Espino y a los directores de la revista, que recomiendo igualmente en España.

La Constitución Dei Verbum (DV, Sobre la Divina Revelación) es uno de los documentos más significativos de la Iglesia en los últimos siglos. Tuvo una gestación difícil, pues muchos pensaron que la Iglesia dejaba de entenderse como Maestra para convertirse en Oyente de una Palabra que le desborda y fundamental. Pero al final los Padres Conciliares alcanzaron unos acuerdos básicos y la Constitución pudo publicarse con aplauso.

Da la impresión de que cierta Iglesia tiene “miedo” de que la Palabra escuchada en libertad e entendida en comunión, entre todos los creyentes, puede llevar a cambios indeseables. Por eso es necesario volver a la Biblia, como quiso el Vaticano II, como quiere la iglesia que sigue siendo portadora y testigo de esa Palabra, que es Cristo encarnado en la vida y misión de los creyentes.


Buen fin domingo a todos los lectores de mi blog y de la revista, en España, en México, y en otros lugares, con la Palabra de Dios


Xabier Pikaza:
Universidad Pontificia de Salamanca (1973-2003)


La Dei Verbum en la vida y misión de la Iglesia



1. Historia

La comisión preparatoria redactó un esquema sobre las Fuentes de la Revelación (De fontibus revelationis) para que fuera discutido en el Concilio. Era un esquema “dogmático”, con elementos de teología neoescolástica, en una línea anti-protestante: Frente al “sola Scriptura” (sólo Biblia) de la Reforma destacaba la existencia de dos “fuentes de Revelación” (Escritura y Tradición), y destacaba el papel de la Iglesia en la lectura e interpretación de la Palabra de Dios.

Se trataba además de un esquema muy “escolástico del término” y ponía de relieve el carácter “conceptual” de la revelación, que se concretaba en unas proposiciones dogmáticas, que podían extraerse de la Escritura y de la Tradición, y que la Iglesia Jerárquica (por sus pastores y teólogos) deducía y proclamaba en forma “dogmática”, para bien de los fieles.
El esquema, presentado en Concilio el 14 de noviembre de 1962, fue objeto de una durísima disputa, pues muchos pensaron que había sido elaborado a espaldas del “aggiornamento” teológico y eclesial propuesto por Juan XXIII. La mayoría de los Padres Conciliares querían que la Escritura apareciera como fuente y principio de la vid de la Iglesia, entendida como comunidad de oyentes y dialogantes. Además se presentaron otros esquemas alternativos o complementarios muy importantes.

El esquema del Secretariado para la Unión de los Cristianos quería tender puentes entre la visión católica, protestante y ortodoxa, buscando un consenso cristiano (universal) sobre la Revelación, entendida como expresión de una presencia personal de Dios, manifestado por la Sagrada Escritura..
El esquema de las conferencias episcopales de Centro-Europa (Alemania, Austria, Francia…), elaborado bajo la dirección de K. Rahner, se titulaba De revelatione Dei el hominis in Jesu Christo facta (De la Revelación de Dios y del Hombre, realizada en Jesucristo), suponiendo que la “auto-revelacíón” de Dios se manifiesta en la misma “revelación” o despliegue de los hombres, que descubren su verdad (entendida como gratuidad y diálogo personal) en el proceso de su desvelamiento (culminado en Cristo).
El esquema de Y. Congar, titulado De Traditione et Scriptura (Sobre la Tradición y la Escritura) insistía en la tradición básica de la Iglesia, que no se suma a la Sagrada Escritura, sino que es la misma Escritura acogida, entendida y vivida por los creyentes, a través de su liturgia y su memoria creyente.


Éstas fueron las bases del nuevo documento.

(a) La certeza de que la Palabra, revelada en la Escritura, recibía su sentido en la vida de la Iglesia (Congar).
(b) El convencimiento de que la revelación era un encuentro entre Dios que se manifiesta y el hombre que le acoge, descubriendo (revelando) de esa forma su verdad (Rahner).
(c) La necesidad de establecer un diálogo entre las iglesias, a partir de la misma Palabra.

Partiendo de estas base se fue elaborando el documento, en largas y duras discusiones, tanto en el aula conciliar, como en las comisiones. Muchos que seguíamos entonces, día a día, aquellas discusiones (leyendo propuestas, valorando opiniones…), supimos que ellas expresaban algo esencial en la vida de la Iglesia. Era como si los Padres Conciliares “devolver la Palabra” a todos los fieles, encarnándola en la Iglesia. Se trataba de superar una teología impuesta desde fuera, para descubrir que la Palabra de Dios se encarnaba no sólo en Jesús (cosa evidente), sino en la misma vida de la Iglesia, a través de la acogida e interpretación de la Escritura.

Las primeras confrontaciones fueron duras (Noviembre de 1962), sin que se alcanzara acuerdos apreciables. Por eso, la mayoría de los Padres Conciliares, y en especial el Papa Juan XXIII decidieron retirar el documento, creando una comisión mixta para que reelaborara el tema, con dos cardenales presidentes (Ottaviani, partidario del esquema anterior, y Bea, favorable a cambiarlo). Éste fue el momento clave del Concilio, que renunció a seguir defendiendo la teología anterior (con sus dos fuentes de revelación), para proponer una visión nueva de la Palabra de Dios (como indicaría el mismo título del nuevo texto: Dei Verbum).

Las discusiones continuaron tras la muerte de Juan XXIII, pero el nuevo Papa, Pablo VI, siguió en la misma línea, creando una subcomisión, con grandes peritos como Congar, Garofalo, Grillmeier, Rahner, Ratzinger y otros, encargados de elaborar el nuevo texto, que debería tener un tono pastoral más que dogmático, asumiendo elementos tradicionales y renovados. Ese texto, básicamente aceptado en la tercera sesión del Concilio (1964), fue aprobado el 18 de noviembre de 1965, con 2344 votos positivos y seis negativos.

2. Aportaciones y novedades

El documento, Dei Verbum (Palabra de Dios), insistía en la autoridad de la Palabra de Dios, encarnada en Cristo, pero aceptaba también la función de la Iglesia, con poder para recibirla, entenderla y proponerla. Éstas son sus propuestas fundamentales:

1. Don personal de Dios. El objeto básico de la Revelación no son unas verdades conceptuales, sino el encuentro personal de los hombres con Dios, por medio de Jesucristo, su Hijo. Dios no ha ofrecido unas verdades (que pueden codificarse en un tipo de doctrina), sino que se ha dado a sí mismo, a fin de que los hombres puedan insertarse en su misma Vida divina.

2. Misterio dialogal. Dios no revela “cosas”, se revela a sí mismo, para que los hombres sean plenamente humanos aceptando el don amoroso de su vida. La revelación constituye por un diálogo de Dios con los hombres, a lo largo de una historia de salvación, en línea creyente (es decir, de fe personal).

3. La revelación se identifica con el mismo Cristo, Verbo Encarnado. La revelación no es un puro libro, ni un conjunto de verdades recogidas y transmitidas en un “depósito” o sistema doctrinal, sino que se identifica con un Hombre (Hijo de Dios), en quien se Dios expresa totalmente.

4. La revelación se transmite en una historia centrada en Cristo. Dios habla a los hombres de tal forma que ellos pueden transmitir (comunicarse) la Palabra. No hay una Revelación acabada y perfecta, que después se transmite a los hombres, sino que la misma transmisión (comunicación humana), a lo largo de la historia forma parte de la revelación de Dios.

5. Escritura y Tradición. La Tradición bíblica (que forma parte de la gran tradición religiosa de la humanidad) se expresa de forma privilegiada en Escritura del Antiguo y Nuevo Testamento. Por su parte, la experiencia y verdad de esa Escritura se transmite en la Iglesia. Por eso, no podemos hablar de dos fuentes, sino de dos momentos de un mismo despliegue de la Palabra de Dios en (para, con) los hombres.

6. Comunidad creyente. La revelación de Dios resulta inseparable de la comunidad de aquellos que la acogen, la viven y la transmiten, es decir, del pueblo de Israel y, en el caso cristiano, de la Iglesia. No se puede hablar de Revelación en sí, sin una comunidad que la reciba y entienda, y se deje transformar por ella, porque la Palabra sólo es tal en la medida en que se dice, se acoge, se responde, en una historia de comunicación social. Ciertamente, puede haber (y hay) unos intérpretes privilegiados de esa Palabra que son aquellos que la han “fijado” por escrito (hagiógrafos), y también los ministros de las comunidades, encargados de mantener vivo el impulso de la Palabra (ministros que en la Iglesia constituyen eso que se llama el “magisterio”. Pero, en sí, la Revelación ha sido ofrecida a (y debe ser acogida por) todos los creyentes.

7. Escritura, Magisterio y comunidad cristiana. Ciertamente, la Dei Verbum pide al Magisterio que acompañe y guíe a los cristianos en la lectura e interpretación de la Biblia. Pero, al mismo tiempo, concede a todos los cristianos la capacidad de acogerla e interpretarla, en comunión con otros creyentes.

8. Sagrada Escritura y Teología. Desde el Concilio de Trento, los teólogos tomaban la Biblia como a una “cantera” de la que extraían sus razonamientos dogmáticos. En contra de eso, la DV 24 concibe la Escritura como “alma de la Teología”, recuperando así la tradición más antigua de la Iglesia.

Desde ese fondo se entienden las tres novedades básicas del documento (Dei Verbum), que han sido desarrolladas y están siendo todavía discutidas entre cristianos de diversas tendencias:

1. La Revelación es el centro de la Economía o manifestación salvadora de Dios. Ciertamente, se puede hablar del Dios en sí (en su Inmanencia trinitaria); pero él sólo puede ser conocido y resulta accesible en su economía, es decir, en su historia salvadora. El Dios revelado en Escritura/Tradición es el mismo Dios en Sí. En esa línea podemos afirmar que la Revelación forma parte de la historia salvadora de Dios.

2. La Revelación se expresa en hechos y dichos (gestis verbisque), no sólo en palabras separadas de la vida, sino en la misma vida de los hombres, de forma que ella se identifica con la más honda verdad de los hombres, en Cristo. De esa se vinculan revelación de Dios y revelación del hombre, pues la misma vida de los hombres puede y debe entenderse por Jesús como Revelación de Dios, conforme al argumento más profundo de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia.

3. Entendida así, la revelación abre un espacio de libertad creadora para los creyentes. Ciertamente, ellos acogen (obedecen) la Palabra de la Biblia y de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, ellos comparten y actualizan (realizan) esa Palabra. Por su naturaleza (vinculada a la entrega liberadora de Jesús por el Espíritu), la experiencia cristiana, implica un tipo de escucha común de la Palabra, al servicio de la implantación del Reino de Dios.

3. Una historia abierta

Siendo lugar de llegada, la Dei Verbum ha sido un importante punto de partida, en un plano magisterial como teológico, de manera que han vuelto trazarse, en forma nueva, las dos líneas del principio del Concilio. Una que puede llamarse más tradicional y otra más renovadora.

a. Nuevo Magisterio. Una línea más conservadora. Evidentemente, el Magisterio ha seguido defendiendo la Dei Verbum, pero ha querido poner de relieve la necesidad de mantener la Revelación de Dios y la interpretación de la Escritura dentro de los cauces de la Iglesia (del mismo Magisterio). Ciertamente, la Pontificia Comisión Bíblica ha publicado documentos de gran interés, que abren fecundos para la lectura de la Biblia: La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993); El pueblo judío y sus sagradas Escrituras en la Biblia cristiana (2001). Pero otros documentos parecen más restrictivos, insistiendo en la prioridad del Magisterio eclesial: De sacra Scriptura et Christologia (1984); Unidad y diversidad en la Iglesia (1988); Biblia y moral. Raíces bíblicas del obrar cristiano (2008).

En esa última línea avanza una alocución de Juan Pablo II, Sobre la Interpretación de la Biblia en la Iglesia, AAS 86 (1994), 232-243 y la exhortación postsinodal de Benedicto XVI, Verbum Domini (2010). Ambos mantienen la doctrina del Concilio, pero insistiendo en la autoridad de la Iglesia (Magisterio), que debe custodiar e interpretar esa Palabra.

En esa línea se sitúa gran parte de la Teología “oficial”, que parece más preocupada por mantener la autoridad de la Iglesia sobre la Palabra que por dejar que la misma Palabra se expanda y actúe de un modo eficaz entre todos los creyentes. En esa línea avanza una exégesis o interpretación bíblica muy especializada en el estudio de ciertos detalles histórico-filológicos del texto, pero miedosa en el momento de recrear esa palabra desde las necesidades y búsqueda actuales de los hombres.

b. Revelación, una Palabra abierta. Pese a las restricciones anteriores parece que la suerte está echada y que la Iglesia en su conjunto no puede volverse atrás, olvidando los retos de la Dei Verbum. En esa línea quiero destacar algunos caminos abiertos por el documento conciliar, en su acogida y estudio.

– Tradición y tradiciones. Antes del Vaticano II, los católicos tendían a destacar una única tradición normativa, de tipo helenista y romano, escolástico y neoescolástico. Pues bien, sin negar eso, partiendo de los estudios del Cardenal Congar, debemos distinguir entre algunas tradiciones particulares y la Tradición múltiple de las iglesias, que aparece ya en el Nuevo Testamento, con sus diversas tendencias o tradiciones (judeo-cristiana y helenista, paulina y petrina, apocalíptica y sapiencial…). Actualmente, la Iglesia vuelve a ser espacio de diálogo entre varias tradiciones.

– Interpretación de los dogmas. Ciertamente, los “dogmas” de la Iglesia son venerables, y se deben recibir con máxima respeto; pero no todos tienen el mismo valor, ni deben entenderse de la misma forma (o de una única forma). Por eso es importante el descubrimiento de la diversidad de las tradiciones bíblicas y eclesiales, que deben seguir dialogando, especialmente allí donde parece que algunas heridas se han cerrado en falso. En ese sentido se podría hablar de la necesidad de recuperar valores de los grupos «vencidos» de la historia antigua (arrianos y pelagianos, nestorianos y monofisitas), no para repetir lo que ellos dijeron, sino para retomar mejor su problemática y para asumir mejor los dogmas de la Iglesia.

– Comprensión del Magisterio. Los teólogos católicos aceptan el Magisterio como fuente teológica o, quizá mejor, como expresión indicadora e incluso reguladora de la lectura de la Biblia. Pero, en su forma actual, algunos piensan que su actuación puede ser excesiva y unilateral. (1) Puede ser excesivo, porque quiere dirimir desde arriba cuestiones que deben seguir dialogándose en la base. (2) Puede ser unilateral, porque no responde a la riqueza y pluralidad de las tendencias católicas.

– División entre exegetas (teólogos). Hay unos teólogos que parecen más romanos, como si sólo fueran comentadores de los documentos pontificios, sin saber que la teología es un camino abierto al estudio y diálogo. Otros tienden a separarse en exceso del Magisterio, como si no fuera necesaria la comunión entre todos; algunos han llegado a decir, con exageración, que estamos ante una situación casi esquizofrénica, es decir, de escisión profunda en la valoración de la Revelación. Pues bien, el ideal de la unidad cristiana, propuesto por Jn 17-18 y por el conjunto de la Biblia, no es la uniformidad doctrinal, impuesta de un modo jerárquico, sino la comunión en la diversidad, aceptando todos la función reguladora de un Magisterio abierto a la pluralidad y al diálogo.

– Revelación y revelaciones. Una vuelta a lo religioso. Quizá el mayor cambio realizado a partir del Vaticano II en el campo de la Revelación es el descubrimiento de que Dios se revela también en otras religiones, no sólo en el judaísmo (y l Islam) como es obvio, sino en las oriente (hinduismo, budismo….). . En esa línea se han situado muchos teólogos importantes, como J. Dupuis (1923–2004), proponiendo un diálogo donde las religiones aparezcan como caminos de salvación, es decir, como experiencias de revelación. Ciertamente, el Magisterio ha puesto de relieve las dificultades de este proyecto en una serie de documentos de la Congregación para la Doctrina de la fe: Condena de A. de Mello (1998); Notificación a J. Dupuis (2001); Dominus Iesus (El Dios de Jesús y el Dios de las religiones, 2000). Pero el camino sigue abierto.

– Conclusión: Tres biblias, una revelación. Siguiendo en la línea anterior, podemos hablar de tres biblias o libros sagrados.

(1) Hay una Biblia o revelación cósmica, pues Dios habla por la naturaleza. En ese sentido, seguimos siendo de alguna forma paganos: Descubrimos a Dios y oímos su voz en el hermano sol, en la hermana luna, en la madre tierra y en la hermana muerte, creaturas de Dios.

(2) Pero eso no nos basta y, como dice San Pablo en 2 Cor 3-4, hay una Escritura o Carta de Dios está escrita en nuestros propios corazones. Sin esta Biblia interior, sin esta Palabra de Dios que resuena en nuestra conciencia, no se puede hablar de revelación de Dios.

(3) Hay, finalmente, una Biblia Histórica, fijada en un libro, en el que Dios se ha manifestado o encarnado de un modo muy significativo. Y con esto podemos concluir nuestra reflexión sobre el Vaticano II (Dei Verbum), con las dificultades que tuvo en su formulación, las aportaciones que ha ofrecido y los problemas que sigue teniendo en nuestro tiempo.
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