"Jesús proclama en la sinagoga su enseñanza nueva con autoridad para sanar a los enfermos" El poseso de la sinagoga (Mc 1,21-28): "Religión que enloquece, religión que cura"
Henry Bergson (1859-1941), judío universal, distinguió con precisión, las dos fuentes o tipos de religión y moral que han definido y definirán la historia de la humanidad, conforme al texto de Mc 1, 21-28, que la Iglesia lee este domingo 31.1.21 (Dom 4 TO).
Una que cura, ensancha la vida del hombre, despliega su amor y le permite crecer en libertad, en comunión con los demás, en esperanza de futuro para todos para todos, empezando por los excluidos de la tierra.
Otra que somete al hombre, le encierra en una falsa ley sagrada, que se absolutiza a sí misma, en nombre de Dios, y que le impide vivir en dignidad, en igualdad, en libertad, curarse en amor y abrirse en esperanza de Vida.
El judaísmo fue en AT y sigue siendo hoy (2021) religión abierta de amor universal, como sabía y vivía H. Bergson; pero también existía en algunas sinagogas del tiempo de Jesús un tipo de religión enloquecedora, de ley sin vida, de imposición sin amor ni esperanza. Ese tipo de religión como locura malsana puede darse en ciertos grupos religiosos de la actualidad, dentro y fuera del cristianismo.
Por eso es bueno comentar este pasaje de Mc 1, 21-28, donde se cuenta la forma en que Jesús curó a un “poseso” a quien estaba destruyendo (enloqueciendo) una mala sinagoga religiosa. Le curó para vivir y amar en libertad (eso es la verdadera religión) no para encerrarse en una nueva secta del poder, de la locura o del dinero de algunos.
Otra que somete al hombre, le encierra en una falsa ley sagrada, que se absolutiza a sí misma, en nombre de Dios, y que le impide vivir en dignidad, en igualdad, en libertad, curarse en amor y abrirse en esperanza de Vida.
El judaísmo fue en AT y sigue siendo hoy (2021) religión abierta de amor universal, como sabía y vivía H. Bergson; pero también existía en algunas sinagogas del tiempo de Jesús un tipo de religión enloquecedora, de ley sin vida, de imposición sin amor ni esperanza. Ese tipo de religión como locura malsana puede darse en ciertos grupos religiosos de la actualidad, dentro y fuera del cristianismo.
Por eso es bueno comentar este pasaje de Mc 1, 21-28, donde se cuenta la forma en que Jesús curó a un “poseso” a quien estaba destruyendo (enloqueciendo) una mala sinagoga religiosa. Le curó para vivir y amar en libertad (eso es la verdadera religión) no para encerrarse en una nueva secta del poder, de la locura o del dinero de algunos.
Por eso es bueno comentar este pasaje de Mc 1, 21-28, donde se cuenta la forma en que Jesús curó a un “poseso” a quien estaba destruyendo (enloqueciendo) una mala sinagoga religiosa. Le curó para vivir y amar en libertad (eso es la verdadera religión) no para encerrarse en una nueva secta del poder, de la locura o del dinero de algunos.
| Xabier Pikaza Teólogo
Texto
(a. Sinagoga) 21 Y se dirigieron a Cafarnaúm y de pronto, en el sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 La gente estaba admirada de su enseñanza, porque los enseñaba con autoridad, y no como los escribas.
(b. Poseso) 23 E inmediatamente en la sinagoga de ellos había un hombre en (con) espíritu impuro, que se puso a gritar: 24 ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret?¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: ¡El Santo de Dios!
(c. Jesús) 25 Y le increpó diciendo: ¡Cállate y sal de él! 26 Y el espíritu impuro retorciéndole violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él.
(a. Gente) 27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros:¡Qué es esto? ¡Una doctrina nueva con autoridad!¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos le obedecen! 28 Y pronto se extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea.
Introducción
Era difícil encontrar un signo más hiriente. La sinagoga debería ser espacio de total pureza, hogar donde los humanos forman la auténtica familia de Dios, en libertad y transparencia. Pues bien, en contra de eso, Jesús sabe que la propia sinagoga tiene al ser humano impuro, cautivado. Por eso viene con cuatro acompañantes (sus amigos) para liberar al endemoniado de la sinagoga (es decir, de la religión).
Los escribas mantenían en la sinagoga una enseñanza vinculada a tradiciones de ley que podía encerrar al hombre bajo su propia enfermedad (la enfermedad de la misma sinagoga), dominado por espíritus impuros que brotan de su misma religión. La ley sacral de aquella religión era mala o, por lo menos, inútil: no consigue sanar al enfermo, quizá aumenta su opresión con nuevas opresiones.
Jesús ha ofrecido en esa sinagoga su enseñanzanueva (didakhê kainê: 1, 27) con autoridad para sanar a los enfermos. No cura como mago engañoso, sino como maestro, con la palabra: su enseñanza desata, libera, purifica al ser humano que se hallaba oprimido dentro de ella. Frente a la esclavitud de una religión que se utiliza para oprimir ha elevado Jesús su palabra de poder que libera a los enfermos.
La autoridad de Jesús se identifica con su misma palabra sanadora que ilumina al oprimido por la sacralidad ritual de una mala religión “enloquecida”, porque este “loco de la sinagoga” es un hombre enloquecido por la mala religión. .En contra de eso, la enseñanza nueva de Jesús cura y transforma, superando la opresión del espíritu impuro de la mala religión.
No discute Jesús sobre Dios en forma abstracta; no propone teorías de pureza más intensa, sobre ritos y alimentos. Tampoco ofrece una doctrina sapiencial de tipo moralista. No tiene una doctrina mejor sobre leyes o formas de conducta. No es rabino más sabio, escriba más agudo. Todo eso es secundario para el evangelio de Marcos La enseñanza nueva de Jesús se identifica con su autoridad humana, con su capacidad de limpiar a los enfermos de la sinagoga.
Esta palabra (enseñanza nueva con autoridad: 1, 27) define a Jesús: no va a la sinagoga para discutir doctrinas sino para enseñar curando, para liberar a los humanos del demonio social y religioso. Lógicamente, su evangelio es palabra sanadora. Frente a la ortodoxia legalista de una antigua o nueva sinagoga que encierra bajo la opresión de sus códigos, ofrece Jesús el poder de su enseñanza sanadora.
Un enloquecido religioso
El impuro de la sinagoga “conoce” a Jesús, descubriendo que ha venido a “luchar contra el demonio”. No es el impuro el que habla, sino el “espíritu” que le tiene poseído, un espíritu plural, que conoce a Jesús desde el principio, y así le dice, el mal espíritu de la sinagoga o falsa religión que se ha apoderado que se ha “apoderado” de este pobre hombre enfermo:
Ese mal “espíritu” es plural y así dice: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Es como si le dijera que “ellos” no quieren hacer la guerra, que pueden pactar con Jesús, repartiéndose cómodamente las “posesiones”, como han hecho con las autoridades de la sinagoga, donde pueden entrar y tener sus posesos.
Pero, al mismo tiempo, ese “espíritu” es singular y se identifica quizá con el mismo Satán que dice a Jesús: ¡Conozco quién eres: El Santo de Dios. Ese Satán no se manifiesta aquí en poderes bestiales de tipo cósmico, sino en algo mucho más sutil y, en el fondo, más peligroso: en la destrucción de los mismos fieles del judaísmo de la sinagoga, donde ha entrado. Éste es un espíritu que utiliza la “religión” (aquí el judaísmo sinagogal) para apoderarse de los hombres y mujeres y para destruirles
Jesús cura al poseso (1, 25-26), mandándole que calle. No argumenta con él, no razona. Hay poderes de perversión con los que no se puede hablar, hay que mantenerles en silencio desde el principio, no con la autoridad de una doctrina erudita (como aquella que han desarrollado los escribas), sino con el poder más fuerte de la vida, propio del Hijo de Dios, que sabe descubrir la opresión humana y luchar contra ella, en la sinagoga o fuera de ella (o en la misma iglesia). Todos los restantes principios de la sinagoga le parece secundarios (ritos, doctrinas, sacralidades…). Lo único que importa (que le importa) es la libertad de los hombres y mujeres, que puedan ser ellos mismos, sin disociación interior, sin estar poseídos por espíritus externos.
La autoridad de Jesús se identifica con su misma palabra sanadora que ilumina al oprimido por un tipo de falsa sacralidad religiosa. Frente a la sinagoga que impone una enseñanza que no cura, sino que regula y organiza lo que existe, ofrece Jesús la enseñanza que cura y transforma, superando la opresión del espíritu impuro.
La enseñanza de Jesús no es valiosa por más profunda en plano teórico, por más rica en simbolismos literarios o cósmicos, sino porque libera al oprimido de la sinagoga (1, 23). No se dice la enfermedad del oprimido (ceguera, parálisis...), se dice simplemente que está impuro: dominado por un espíritu antihumano al que Jesús descubre y hace hablar.
AMPLIACIÓN
Y entrando Jesús en la sinagoga… Las sinagogas habían nacido a finales del siglo II a.C. y vinieron a convertirse pronto, ya en tiempos de Jesús, en una institución básica del judaísmo, que no se define ya por el culto del templo de Jerusalén, sino por la asociación voluntaria de personas y grupos que se reúnen para estudiar la Ley y consolidar sus vínculos de pueblo.
Al principio, las sinagogas habían sido un refuerzo o ayuda, junto al templo, que seguía siendo el centro del judaísmo. Pero ellas fueron tomando cada vez más importancia, hasta convertirse en la institución básica de un tipo judaísmo presidido por escribas, buenos estudiosos de la Ley, que se han vuelto padres del pueblo que emerge y se consolida tras la caída del templo (70 d. C.), en contraste con el cristianismo, representado por el Jesús de Marcos, que aparece ya aquí en contraste con la sinagoga.
Jesús entró para “enseñar” (edidasken: 1, 21) y su enseñanza produjo el asombro de los oyentes, porque actuaba como alguien que tiene autoridad (exousia), y no como los escribas (1, 2l). Viene con cuatro acompañantes (pescadores de hombres) para liberar a un poseso (que está bajo el poder de Satán, con quien Jesús se había enfrentado: Mc 1, 13), el primer destinatario de su pesca de Reino. Viene buscando allí donde debía encontrarse todo limpio, una sinagoga donde sufre (malvive) este hombre, que es signo de los oprimidos por los varios "demonios" de este mundo: enfermos, marginados, destruidos por la patología social y religiosa. Desde aquí se distinguen los escenarios:
− Hay una mala escuela/sinagoga, dominada por escribas (gentes de escuela, de lectura y escritura) que mantienen una enseñanza vinculada a tradiciones de ley que deja al hombre en manos de su propia enfermedad, dominado por espíritus impuros que brotan de su misma religión. La ley sacral de esos escribas (¡no el judaísmo como tal!) se muestra así inútil: no consigue sanar al enfermo, quizá aumenta su opresión con nuevas opresiones. La misma estructura religiosa (en este caso sinagoga) es fuente de impureza .
− Jesús ha ofrecido en esa sinagoga su enseñanzanueva (cf. 1, 27: didakhê kainê) con autoridad para sanar. No viene a enseñar interpretaciones de leyes, sino a curar a los posesos y enfermos, para que puedan ser personas… No cura como mago, con ensalmos de misterio sino como maestro humano, con una palabra de enseñanza que desata, libera, purifica al ser humano que se hallaba oprimido dentro de una escuela/sinagoga que educa para la opresión
Pues bien, el evangelio introduce aquí un rasgo sorprendente: en la sinagoga hay un hombre “en espíritu impuro” (en pneumati akathartô). Éste es un hombre está “dentro del espíritu” y no el espíritu dentro del hombre”. Es un hombre que está, al mismo tiempo, en la sinagoga y en el espíritu impuro (en ambos caso se emplea la misma partícula: en).
La presencia de este endemoniado (poseído por Satán) va en contra de todos los esfuerzos de separación y santidad que ha trazado (está trazando) un tipo de judaísmo rabínico, a partir de unos principios recogidos de Lev 1-16. Ciertamente, las autoridades judías no parecen saber que ese hombre es impuro; si lo hubieran conocido, si supieran que está “dentro de Satán”, mientras externamente habita en esta sinagoga, lo hubieran expulsado de su compañía (o hubieran transformado la sinagoga).
Posiblemente, Marcos habla aquí con ironía sobre los escribas, que no logran liberar como libera Jesús, sino que imponen con detalle las leyes de pureza (cf. Mc 7,1-23), pero son capaces de ver que “en” su sinagoga hay un hombre” “en” espíritu impuro. ¿Cómo explicar eso? ¿Por qué razón sigue habiendo endemoniados en aquella sinagoga? El texto ha respondido con toda nitidez: ¡por la impotencia de la enseñanza de los escribas!
¿Qué tenemos que ver nosotros contigo…? Discuten los sabios sobre lo que es pureza y lo que es impureza, y el poseso calla, dominado por su enfermedad, como aplastado por su misma sensación de desamparo y dependencia. Parece que todo está normal, hasta que llega Jesús, y ahora son los letrados los que callan, mientras la gente sabe discernir (¡trae una enseñanza nueva, con poder, no como los escriba! 1, 22) y este endemoniado grita, es decir, muestra su necesidad, interpelando Jesús y retándole en el fondo.
Pues bien, en este momento, los escribas callan, pero el endemoniado, antes silencioso, grita, hablando primero en plural (como si estuviera poseído por la totalidad de los demonios) y luego en singular: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: ¡El Santo de Dios! Con su presencia y enseñanza, Jesús despierta la voz de los que antes estaban en silencio y que ahora estallan, provocándole de un modo directo, de manera que así pueden ser descubiertos y vencidos.
Es significativo que Marcos no realice aquí ningún esfuerzo por comparar el contenido teórico de la enseñanza de Jesús con la enseñanza de los escribas, a través de una disputa escolar. Evidentemente, no le interesa, pues él no trata de exponer doctrinas, sino de iniciar un camino mesiánico de vida, a partir de Jesús. Sobre contenidos doctrinales y disciplinares discutían hasta el puro agotamiento los escribas, sin lograr grandes cambios. En contra de eso, la verdad de la enseñanza de Jesús se identifica con su propia autoridad, que se expresa a través de la conmoción que empieza suscitando en los posesos.
Eres el Santo de Dios. Esta confesión del poseso muestra que Jesús está realizando ya lo que había “prometido” Juan Bautista: Bautiza a los hombres con el Espíritu Santo (Pneuma Hagion: 1, 8). Por eso descubre y expulsa a los espíritus impuros, es decir, no santos (pneumata akatharta: 1, 23.27). Lógicamente, por la atracción que suscitan los contrarios, esos mismos espíritus, que se saben impuros, descubren el poder de santidad de Jesús, diciendo que le conocen y así confiesan su santidad diciendo: Eres el Santo de Dios (ho Hagios tou Theou, 1,24), es decir, aquel en quien se expresa el Espíritu Santo.
Marcos nos sitúa así en el centro de la polémica que había (en torno a los años 70 d.C.) entre los discípulos de Jesús y los judíos rabínicos, que están surgiendo también como grupo, en este momento. (a) Para los judíos rabínicos, impuro es aquello que va en contra de las leyes rituales del pueblo (como veremos en 7, 1-23); por eso, mientras no rompa esas leyes, el endemoniado puede seguir en la sinagoga. (b) Para Jesús, en cambio, impuros son los que están “poseídos” por un “espíritu”, oprimidos, sin liberad, viviendo fuera de sí mismos.
Marcos nos lleva así al contexto de la tentación (1,12-13), para mostrarnos que Satán es la fuente y expresión de lo impuro, es decir, de aquello que destruye al hombre, impidiéndole vivir en libertad. En contra de eso, Jesús aparece ya como “el Santo (ho hagios) de Dios”, esto es, como el mismo Dios Santo, que se hace presente en forma humana, con poder para destruir (apolesai: 1, 24) a los espíritus impuros, que en sí mismos no son, no tienen entidad propia, y sólo viven (gritan) en la medida en que destruyen a los hombres .
En ese sentido, la misma venida de Jesús es su enseñanza: «Has venido (êlthes) para perdernos…». Jesús no tiene que decir nada (por ahora); su misma venida es enseñanza. Este endemoniado le conoce y sabe que “ha venido” de Dios y que su autoridad se identifica con su misma potencia sanadora. Frente a la sinagoga que impone una enseñanza que no cura, sino que regula y organiza lo que existe, ha venido Jesús desde Dios para ofrecer una presencia/enseñanzaque cura y transforma.
La mentira y verdad de los “endemoniados” se expresa en su manera de hablar, como muestra la escena de este hombre, que está viviendo “dentro” de (en) el espíritu impuro y que por eso dice en plural (lo demoníaco es pluralidad): ¿Qué tenemos que ver contigo? ¿Has venido a perdernos (hêmas)? Hablan, según eso, los demonios “propietarios” del hombre, que reconocen a Jesús y no quieren tener relación con él. Como en el caso de la legión de demonios que aparecen más tarde en la tierra pagana de Gerasa (cf. Mc 5, 9), emerge aquí el colectivo de demonios de este hombre de la sinagoga. Pero luego, en un segundo momento, ese poseso añade en singular: ¡Oida, yo sé…! . En el momento en que habla así, en primera persona (yo sé…), y conoce a Jesús, llamándole “el Santo de Dios”, este hombre empieza a estar curado, pues ya no es un grupo, sino una persona: ha visto en Jesús algo nuevo, la presencia de la Santidad de Dios (el Espíritu Santo) y al verlo y saberlo queda transformado, pues sabe que hay algo distinto a su locura .
Un famoso exorcista judío
En este contexto, con ocasión del primer exorcismo de Jesús en Marcos, quiero recoger, con más extensión un ejemplo muy conocido de Flavio Josefo. El tema de fondo no es una enseñanza teórica, sino un conflicto de autoridad (de competencia) entre Jesús y otros grupos judíos, entre los que había también exorcistas famosos:
Dios también lo capacitó (a Salomón) para aprender el arte de expulsar a los demonios, ciencia útil y curativa de los hombres. Compuso encantamientos para aliviar las enfermedades y dejó una manea de usar los exorcismos mediante los cuales se alejan los demonios para que no vuelvan jamás. Este método curativo se sigue usando mucho entre nosotros hasta el día de hoy; he visto a un hombre de mi propia patria, llamado Eleazar, librando endemoniados en presencia de Vespasiano, sus hijos y sus capitanes y toda la multitud de sus soldados.
La forma de curar era la siguiente: acercaba a las fosas nasales del endemoniado un anillo que tenía en el sello una raíz de una de las clases mencionadas por Salomón, lo hacía aspirar y le sacaba el demonio por la nariz. El hombre caía inmediatamente al suelo y él adjuraba al demonio a que no volviera nunca más, siempre mencionando a Salomón y recitando el encantamiento que había compuesto. Cuando Eleazar quería convencer y demostrar a los espectadores que poseía ese poder, ponía a cierta distancia una copa llena de agua o una palangana y ordenaba al demonio, cuando salía del interior del hombre, que la derramara, haciendo saber de este modo al público que había abandonado al hombre. Hecho esto quedaban claramente expresadas las habilidades y la sabiduría de Salomón. Por esas razones, todos los hombres pueden conocer la vastedad de los conocimientos de Salomón y el cariño que Dios le tenía .
Josefo sitúa esta escena en el contexto de la guerra judía (67-70 d. C.), convencido, al menos estratégicamente, de que Dios ayudaba a los romanos. Lógicamente, según este relato, Eleazar, sabio exorcista judío, que aparece como nuevo Salomón, no promueve la guerra contra Roma, sino que despliega ante el general romano (futuro emperador) sus poderes sacrales, en un gran espectáculo de magia, mientras su pueblo está siendo derrotado en el campo de batalla. A juicio de Josefo, los verdaderos judíos, herederos del poder y realeza del antiguo Israel, no fueron los celotas y otros partidarios de la guerra, sino aquellos que, aceptando a Roma, cultivaban los aspectos sacrales (cultuales) y legales de su tradición, como este nuevo hijo de David (nuevo Salomón, a quien se presenta como exorcista más que como rey) .
Sigo con Jesús
Y (Jesús) le increpó. Había empezado enseñando (1, 21), quizá en una línea más doctrinal, pero la irrupción y exclamación del poseso ha marcado el rumbo posterior de su acción, al gritar y preguntarle en el fondo: “para qué ha venido”. Quizá Jesús no sabía lo que era la locura (posesión) y ahora lo descubre en la sinagoga. Este poseso le “reta” y él acepta el reto y le responde, iniciando de esa forma un camino de exorcismos que marcarán su actividad.
Calla y sal de él. La palabra calla (phimôthêti) tiene un sentido fuerte, como si Jesús quisiera poner un bozal a los “espíritus impuros”, que han conocido su identidad (le llaman el Santo de Dios). Jesús sabe que es verdad lo que dicen los espíritus (en un plano de poder religioso), pero sabe también que la verdad teórica no sirve (ni la religión, a ese nivel), pues él no quiere entrar en “diálogo” de razones con las razones demoníacas, que son mentirosas y destructoras, sino liberar a los endemoniados. Jesús podría haber aprovechado el reconocimiento satánico (le llaman “Santo de Dios”), pero no lo hace, porque esa primera confesión, siendo en sí verdadera (él es el santo de Dios) está dicha con mentira. Este pasaje de Marcos nos sitúa ante la primera demostración de una “patología religiosa”, que utiliza la verdad externa de sus formulaciones para mentir y dominar mejor (como han hecho a veces los poderes religiosos). Por eso, la única respuesta ante esa “patología” (que es causa de locura humana) es ¡calla y sal de él! Jesús actúa así, con autoridad (cf. 1, 22), para que el endemoniado sea simplemente lo que es: un ser humano, en libertad.
El espíritu impuro le retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él...Estamos ante una “visualización terapéutica”, que muestra la ruptura interior en la que vivía el poseso. Este Jesús de Marcos realiza un signo puramente “humano”, sin empleo de “raíces olorosas”, que expulsan demonios, sin demostración de palanganas de agua derramada (como hacía Eleazar). Jesús sólo apela a la autoridad de la palabra humana, de manera que su exorcismo no se visibiliza en forma de “teatro”, como una demostración para saciar la curiosidad de los espectadores, a la vista de todos, a petición de los curiosos, sino que culmina con una palabra de “silencio” que él exige a los “demonios”, para que no hablen ellos, pues lo que importa es la salud del hombre enfermo, y no algún tipo de poder externo; lo que importa es la curación con la entrega de la vida, tal como vendrá a expresarse al final del evangelio (con la muerte y pascua de Jesús).
Lo que Jesús pone en marcha es un nuevo “conocimiento” (y un nuevo nacimiento, que es lo mismo). El enfermo que antes se sentía “dominado desde fuera”, de manera que hablaban por él voces externas, se vuelve capaz de escuchar a Jesús y de ser él mismo (saberse a sí mismo), liberándose de esas voces (que, evidentemente, le sacuden y retuercen). La misma fuerza del mal, que tenía al hombre dominado, le agita, haciéndole girar y gritar, de manera que la convulsión interna y externa coinciden .
Conclusión, reacción de la gente de Galilea.
Los escribas mantenían en la sinagoga una enseñanza vinculada a tradiciones de una Ley que, según el Jesús de Marcos, encierra al ser humano en su propia enfermedad, dominado por espíritus impuros que brotan de su religión, que aparecía así como negativa o, por lo menos, como inútil: no conseguía sanar al enfermo, aumentaba su opresión con nuevas opresiones. La misma estructura religiosa (en este caso sinagoga) era fuente de impureza. Pues bien, en contra de eso, Jesúsproclama dentro de ella su enseñanzanueva (didakhê kainê: 1, 27) con autoridad para sanar a los enfermos.
Esa enseñanza de Jesús no es valiosa por ser más profunda en plano teórico, y más rica en simbolismos literarios o cósmicos, sino porque libera al poseso de la sinagoga (1, 23). No se dice la enfermedad que tenía el poseso (¿ceguera, parálisis?), sino que era impuro, que estaba manchado, viviendo en el interior de un espíritu antihumano, al que Jesús logra desenmascarar, para que le reconozca (¡eres el Santo de Dios!) y se aleje del hombre .
La tradición cristiana ha acuñando el título de nueva alianza o nuevo testamento, para referirse al encuentro definitivo de Dios con los hombres en Cristo (cf. Lc 22, 20; 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Heb 9,15; 12,24; cf. Gál 4,24). Pues bien, Marcos emplea una termología igualmente expresiva que podría (quizá debería) haberse aceptado para interpretar el mensaje de Jesus: una enseñanza o doctrina que es nueva (didakhê kainê, cf. 1,27), no por sus contenidos conceptuales, sino por su práctica liberadora .
Y su fama (akoê) se extendió pantakhou, por toda Galilea, esto es, por la tierra donde ha comenzando a proclamar su mensaje de Reino (1, 14-15) y donde lo culminará (cf. 16, 7). Marcos evoca de esa forma una palabra clave de Is 53, 3, que Pablo ha retomado de un modo triunfal en Rom 10, 16-18: ¡La fama de Jesús se ha extendido a todo el mundo! Esta palabra final retoma una noticia que había aparecido de 1, 5, donde se dice que “toda Judea y todos los de Jerusalén” venían a bautizarse bajo Juan; pues bien, ahora es toda Galilea la que escucha la “fama” de Jesús. Se esa forma se distinguen y vinculan los dos proyectos: el de Juan en Judá/Jerusalén y el de Jesús en Galilea. Por ahora sabemos que el de Juan ha fracasado, en un sentido externo (pues ha sido “entregado”: 1, 14), mientras que el de Jesús se va extendiendo.