Una iglesia sin papeles: ni apuntarse ni desapuntarse

Ha venido creciendo estos días una polémica sobre los papeles de la Iglesia. (a) Los papeles que Garzón ha pedido a obispados y parroquias, para contar las causas y números de muertos en la guerra del 36-39. (b) Los papeles del bautismo que los partidarios de la apostasía quieren borrar o anotar diciendo: “que lo sido sea como si no hubiera sido”. (c) Se dice que una Sentencia del Supremo ha confirmado la Ley del Concordato, por la cual los papeles y archivos de la Iglesia son inviolables. Puede el Supremo decir lo que quiera, según derecho. Pero, como cristiano, pienso que el primer paso tenía que darlo la Iglesia, abriendo de un modo transparente todos sus libros de papeles , siempre que no vengan en esos papeles temas privados que afectan al honor de las personas (como pide la prudencia humaa). La Iglesia ha sido la primera y la única que ha hecho libros de personas, entre nosotros, hasta el siglo XIX). Ha sido una buena labor de anticipación y suplencia. Pero estoy convencido de que la era de los papeles de la iglesia ha terminado, como escribí en un libro titulado Sistema, libertad, iglesia (Trotta, Madrid 2001). De allí tomo lo que sigue.

Introducción. Un sistema que cuenta, una Iglesia sin papeles

Un mundo de papeles. Dinero y burocracia, metódicamente organizados, definen nuestro mundo y lo hacen de un modo eficaz, en plano administrativo, de manera que parece que existimos sólo cuando aparecemos en la información. Pues bien, la iglesia se sitúa y nos sitúa a otro nivel, allí donde no importan documentos, sino la palabra personal, vivir en libertad y compañía. Por eso, la iglesia no quiere que sus miembros estén en los archivos, sino los unos en el corazón de los otros:

El sistema es control y organización burocrática de la economía y necesita planificación, según principios que pueden programarse y evaluarse. Así, en lenguaje popular, podemos afirmar que el sistema son leyes y papeles. Lógicamente, ha de tener burocracia especializada, gestora de los procesos de producción y distribución de bienes y del movimiento de los agentes productivos y consumidores, conforme a unas leyes precisas, dentro de un orden social informatizado. Vivimos en un mundo de absoluta burocracia, medido por una administración racional que sólo funciona en la medida en que se encuentra programado y documentado en los sistemas informáticos. El capital base del sistema no son productos alimenticios, ni armas u oro, ni tampoco recursos energéticos, sino los medios de comunicación: la red de información y contactos sociales que mantienen vinculados a todos los que "merecen" (o logran) vincularse.

La iglesia no es control burocrático, sino gratuidad y encuentro personal. Por eso, en principio, ella no necesita documentación legal, sino comunión en perdón y encuentro de corazones, conforme a una textos ya evocados (Mc 2, 1-12; Jn 8, 1-11). De manera consecuente, en muchos siglos, ella ha vivido sin más papeles que los vinculados a la memoria de Jesús (Biblia), sin necesidad de archivos ni justificantes. Pero después, como heredera del imperio romano, ha creado la primera administración racional de occidente, con archivos de bautismo y matrimonio, nombramientos ministeriales y una chancillería y burocracia ejemplar al servicio de su propio sistema. Así ha cumplido una función de suplencia en una sociedad donde apenas había burocracia. Pero ese tiempo ha terminado: el sistema social se ha organizado y la iglesia puede volver a lo que es: comunión fraterna de personas que comparten la vida de un modo directo. Ella había realizado funciones del César, pensando que eran de Dios y así había construido un edificio de leyes sociales con tinte sacral; hoy no hacen falta, de manera que la iglesia puede acabar siendo lo que era, lugar de experiencia contemplativa y encuentro personal.

Los papeles de la Iglesia son la vida de los creyentes

El sistema realiza sus servicios burocráticos en perspectiva escolar y laboral, económica y policial, jurídica y sanitaria. A ese nivel importan los papeles: archivos informatizados identifican y controlan a los individuos, según tarea, trabajo o número. Cierta administración eclesial, quizá por mimetismo, se ha dejado arrastrar en esa línea y produce estadísticas y números, hojas de bautismos y matrimonios, certificados y firmas, de manera que algunas parroquias y diócesis parecen oficinas de estadística. Gracias a Dios, ese movimiento de burocratización no se ha universalizado de manera consecuente y pienso que llega el momento de pararlo. La iglesia en cuanto tal (en su vida y sus celebraciones) es un lugar donde no hay más documentación que palabra (sí, no: Mt 5, 37), proclamada, escuchada, compartida, por una comunidad que la recibe en el recuerdo del corazón.

Por eso, pienso que ella debe dejar la burocracia, en manos del sistema ¿Para qué hace falta certificado de bautismo, si el bautismo no queda inscrito en la memoria cordial de la comunidad que acoge al candidato y en la fe del mismo neófito que crece a partir de ella? ¿Para qué certificado de matrimonio? Que certifique legalmente la sociedad civil, para economía o administración. Si la palabra fiel de los esposos y el testimonio de la comunidad que asiente y celebra se olvidan ¿qué sentido ha tenido el matrimonio? ¿Para qué un certificado de ordenación ministerial? Si la comunidad que ha elegido al ministro no recuerda que lo hizo, si los participantes y fieles lo olvidan ¿de qué ha valido el rito? No se trata de minimizar los sacramentos, sino todo lo contrario, de darles importancia, más allá de los papeles y la burocracia, en la vida misma de las comunidades.

La iglesia es memoria viva de comunión personal. Los papeles son necesarios para la administración oficial del sistema, donde está en juego el dinero y cada uno actúa como función, no como persona ¿Qué sentido tendría acreditarse con papeles en una reunión de hermanos en familia? ¿quién iría a justificar con documentos su presencia en una cena de amistad? Por eso, allí donde la pertenencia debe justificarse con papeles y no por la palabra de presencia y testimonio, la iglesia se vuelve sistema impersonal.

Ciertamente, los cristianos tendrán que hacer papeles al ponerse en contacto con la sociedad civil, cuando inscriben sus instituciones, de inspiración evangélica, en el contexto administrativo o judicial de entorno: los tendrán que hacer ante el César, pero no ante Dios, pues. Dios no necesita documentaciones, ni las necesita la comunidad creyentes, fundada siempre en la palabra personas de sus fieles. El César, en cambio, los necesita y sólo al entrar en contacto con el César han de emplearlos los cristianos.

Una iglesia sin títulos de propiedad personal ni económica

Sigamos con ejemplos. La iglesia en cuanto tal no puede tener títulos de propiedad, pues todo en ella se comparte (y se abre a los necesitados). Pero si un cristiano o grupo de cristianos (no la iglesia en sí) registra un campo o casa en el orden del sistema deberá emplear las documentaciones pertinentes. La iglesia en sí no necesita títulos académicos. Pero si unos cristianos quieren instituir una escuela reconocida por la sociedad y conferir títulos académicamente válidos, tendrán que ajustarse a las leyes del entorno... Y así podría seguir nuestra historia.

No intentamos quitar seriedad al trabajo o función eclesial, sino ponerlo en el lugar correspondiente, en el espacio de Jesús y sus primeros seguidores, que aceptaron la palabra y se fiaron del testimonio, creando comunidades de comunicación personal, no de papeles. Vivimos en un mundo donde la seguridad se vincula cada vez más a documentos, títulos de propiedad y burocracia. Pues bien, invirtiendo ese proceso, la iglesia debería insistir en el valor primario del encuentro personal y el testimonio de las comunidades, sabiendo sus archivos y su libro verdadero son Cristo y los pobres (cf. Ignacio de Antioquia: Filad 8, 2). Antes, cuando los papeles de la iglesia eran civilmente importantes, ella debía cuidarlos. Ahora que se han vuelto algo privado, sin valor civil, pueden dejarse a un lado, optando de manera radical por la verdad dialogal del testimonio.

En esa línea, la casi totalidad del Derecho Canónico pierde su sentido. Basta el evangelio. En el resto de los temas, la iglesia se rige por el César (por la ley de los lugares donde vive: cf. Mt 10, 1-15 par) o no la necesita. La máquina burocrática de la iglesia debe parar, ofreciendo así un testimonio radical de confianza en la gracia de Cristo, pidiendo a los cristianos que ellos mismos se vinculen, para crear sus propias comunidades, en libertad y amor, desde la Palabra.

La inmensa mayoría de los documentos de la Curia Vaticana (empezando por las encíclicas) son innecesarios o se han vuelto contraproducentes, pues da la impresión de que sólo ellos saben pensar y decir lo cristianos, usurpando una tarea que es propia de las comunidades. Por eso, hace falta ya reforma de la Curia Vaticana, pues ella ha cumplido su función y ha terminado. Algo semejantes debería decirse de la burocracia de las grandes diócesis y parroquias: ellas han de ser lugar de encuentro y comunicación, no de burocracia. Lo que puede crecer y crecerá, como diremos luego, son las organizaciones de tipo cultural o social, que brotan de la iglesia, pero no son iglesia propiamente dicha en la línea de las ONG; ellas sí que deberán tener su documentación en regla, por su contacto especial con el sistema.


(Páginas tomadas de Sistema, libertad Iglesia, libro escrito y publicado por X. Pikaza, siendo Catedrático de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, el año 2000 y 2001)
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